jueves, 20 de marzo de 2014

CAPITULO 46



Paula y Pedro habían dormido abrazados juntos, exhaustos y agotados después de pasar la noche haciendo el amor.
Pedro extendió sus brazos sobre su cabeza, su cuello crujiendo con el esfuerzo. Paula murmuró algo en su sueño y luego rodó para encontrarlo, atrayendo su cuerpo apretadamente contra el suyo. Él pasó una mano a lo largo de su cadera, empujándola incluso más cerca. Estaba contento de ver eso en la sobriedad, en las simples luces de la mañana, las cosas no se sentían incómodas entre ellos. De hecho, era lo opuesto. Esto se sentía increíblemente natural.
Paula sonrió somnolientamente y se acurrucó contra su cuello. —Buenos días —respiró contra su piel.
—Buenos días. —De repente fue consciente de que usaba una de sus camisetas con nada debajo, y que él había dormido desnudo por primera vez desde que Paula se había mudado. Los recuerdos de la noche anterior se reprodujeron en los límites de su mente, la determinación de Paula para complacerlo, sus diminutos gemidos y su piel ruborizada, la forma en que sujetó sus bíceps cuando él se hundió en ella. Su polla despertó a la vida.
Él trazó con la punta del dedo su cadera, subiendo la camiseta y sacándola de su camino. Paula se estremeció mientras la yema de su dedo con suavidad la acariciaba. Su mano se movió abajo para cubrir su hueso púbico, y dejó salir un gemido. Rodó sobre sí mismo, para que estuvieran enfrentados el uno con el otro en el centro de la cama, las sábanas dispersadas sobre ellos, proporcionándoles un capullo de calor.
Bajó su boca a la suya, besándola suavemente al principio. Paula, siempre receptiva, gimiendo en voz baja contra sus labios. Enganchó su pierna alrededor de su cintura, y se empujó más contra su cuerpo.
—No estás muy dolorida, ¿verdad?
—Creo que no.
No se había levantado y salido de la cama todavía, pero Pedro asintió. —Bien. —Su mano encontró su polla y él la acarició lentamente, golpeando contra su muslo con cada caricia. Los ojos de Paula se abrieron más y luego los lanzó abajo para ver sus movimientos. Se mordió el labio inferior y gimió, sus manos bajaron para unírsele.
Una vez que sus manos calientes lo acariciaban, Pedro llevó sus manos al rostro de Paula. Sujetó su barbilla y la besó profundamente, succionando su lengua en su boca.
Un sonido más allá de la puerta de su dormitorio capturó su atención y se alejaron, respirando irregularmente.
—¿Qué demonios? —murmuró él—. Espera aquí. —Saltó de la cama y se puso un par de pantalones de pijama antes de ir a investigar.
Carolina estaba en su cocina, tratando torpemente con la máquina de café.
—¿Que estás haciendo aquí? —Se apuró para atar la cuerda de su pantalón, el pánico ascendiendo porque Carolina sabría que durmió con Paula. Pero a menos que hubiera comprobado el dormitorio y lo encontrara vacío, tal vez su secreto se encontraba todavía a salvo.
Colocó el café para preparar y se volvió para enfrentarlo. —Cesar y yo dormimos aquí anoche. Espero que eso esté bien. Estábamos muy borrachos para conducir.
Él giro alrededor de la sala de estar y encontró a Cesar todavía durmiendo en su sofá.
¿Dónde había dormido Carolina?
—Ambos dormimos en el sofá. No fue gran cosa.
Carolina no sabía. El alivio inundó su sistema. Él aún no procesaba que Cesar y su hermana compartieron el sofá.
—Sí, no hay problema. —Pasó una mano por su cabello en un intento de alisarlo.
Paula salió del dormitorio, vestida en vaqueros y una de sus sudaderas que colgaban cerca de sus rodillas.
—Tenía frío —explicó a las miradas de Carolina y de él. Pedro la estudió por pistas sobre cómo se sentía acerca de anoche. No podía creer que él había permitido que las cosas fueran tan lejos. Pero la sonrisa de Paula mientras revoloteaba a su lado y entraba en la cocina lo calmó ligeramente. Si ella no se arrepentía, él tampoco lo haría. Además era difícil arrepentirse del mejor sexo de su vida.
Pedro escapó de la cocina, necesitando una ducha fría y tiempo para reunir sus pensamientos.
Regresó quince minutos después, no más lejos de entender que sucedía entre él y Paula. El olor de tocino friéndose deshizo sus preocupaciones por el momento.
Como de costumbre, Paula había cocinado lo suficiente para alimentar a veinte personas. Todavía no había dominado el control de las porciones, habiendo cocinado para un recinto completo de personas en su pasado. Ella colocó una fuente con muffins de arándanos caseros, una bandeja que conservaba el calor que contenía huevos revueltos, y un plato lleno con tocino frito en el centro de la isla, antes de dirigirse a verter el café de Pedro.
La mirada de Pedro fue a Carolina. Sus ojos seguían los movimientos de Paula, mirándola mimar a Pedro, agregando leche a su café, y colocando su iPad en la encimera a su lado. Y también había estado observando cuando Pedro se había encargado del deber matutino, sacando a Renata para hacer su asunto, y luego agregar un cucharada de comida en su cuenco en la cocina. Ellos se movieron cerca del otro fácilmente, aún con obvio cuidado y reverencia.
—Pedro, ¿puedo hablar contigo? —preguntó Carolina.
Levantó la mirada de su iPad, una tira de tocino a mitad de camino a su boca, y suspiró. —Por supuesto. —Sus ojos viajaron entre el cuerpo de Carolina y el de Cesar, estirándose en su sofá, luciendo malditamente engreído. Necesitaba llegar al fondo de eso más tarde. Su hermana estaba fuera de los malditos límites y Cesar debería haberlo sabido mejor. Pero Pedro se puso de pie y siguió a Carolina al cuarto de lavado fuera de la cocina. Ella cerró la puerta corrediza detrás de ellos.
—¿Quiero saber que sucedió entre tú y Cesar anoche?
Sus labios se contrajeron mientras ella luchaba contra una sonrisa. —Probablemente no.
—Mierda, Caro. —Cruzó sus brazos sobre su pecho y la miró.
—Eso no es por lo que te traje aquí para discutir. —Sus manos volaron a sus caderas—. Quiero hablar sobre lo que está pasando entre tú y Paula.
Él sacudió su cabeza. No iría ahí con Carolina. Incluso no iría allí en su propia mente, y no tenía sentido hablar sobre algo que incluso él no entendía. —No hay nada que hablar. Necesitaba un lugar para quedarse, y le di uno. Ya sabes eso. Fin de la historia.
—Pedro, nunca has sido bueno en las relaciones.
—Exactamente. ¿Entonces cuándo vas a dejar de intentar establecerme una?
Ella negó con su cabeza. —Eso no es lo que estoy diciendo.
Él esperó con impaciencia, golpeando un pie desnudo contra el piso de madera.
—No puedes negar que eres diferente con Paula. Estás sintonizado con sus emociones, sus necesidades. Nunca te he visto de esa forma.
Abrió su boca para responder, pero se encontró a sí mismo sin habla. No podía negar que estaba en sintonía con Paula; conocía los anhelos de su cuerpo, leía sus emociones mejor que las propias. Pero era solamente porque ella estaba a su cuidado, y tomó esa responsabilidad seriamente. Quizás se había ablandado en los últimos años observando a sus amigos casarse y tener hijos. Y luego teniendo a Paula en su vida lo había empujado al límite. Tomó una profunda respiración. —Escucha, Paula tiene un trabajo ahora, y está ahorrando para su propio apartamento. La estoy ayudando, claro, pero esto es una situación temporal entre nosotros. —Incluso cuando dijo las palabras, parte de él esperaba que no fueran ciertas.
Carolina frunció el ceño y negó con su cabeza. —Eso es lo que me temía. —Le dio un golpecito en su pecho—. Tú, hermano, eres un idiota.
Pedro permaneció sin habla en el centro del cuarto de lavado cuando Carolina abrió la puerta y salió tranquilamente. Sacudió su cabeza y la siguió de regreso a la cocina.

CAPITULO 45



Necesitaba sentir el calor de su mano contra su piel antes de solo llegar a pensar en ello. Le dio un suave beso en la boca a Paula y alcanzó su mano. Tomó cuidadosamente su considerable longitud en la palma, como si no supiera qué hacer con ella.
—Tócame, bebé —alentó, guiando su mano por su virilidad. Cerró el puño alrededor del suyo y le demostró, jalando su mano arriba de su longitud y apretándola sobre la cabeza. Una maldición retumbó a través de su pecho, saliendo de sus labios en un grito desesperado.
Su mano se quedó inmóvil, y por un momento su palma revoloteó sobre la de ella, listo para animarla, para mostrarle lo que a le gustaba, pero cuando vio su mirada incierta, se detuvo y enredó los puños a sus costados. —Está bien. No tienes que hacer nada para lo que no estés lista.
—No es eso. —Llevó su dedo índice a él y frotó la gota de fluido caliente en la punta sin saber lo increíble que un simple toque se sentía para él—. Quiero probarte —murmuró.
El corazón le dio un puntapié a su confesión. La necesidad honesta en su voz era la cosa más erótica que Pedro había escuchado nunca. Que alguna vez volvería a oír, estaba seguro. —Mierda, Paula. —Ella permaneció inmóvil, con sus ojos todavía en los de él—. Lo siento —murmuró una disculpa por la palabrota. Nunca se dio cuenta de la boca sucia que tenía hasta que llegó Paula, pero a ella parecía no importarle.
—Está bien —sonrió. Se arrastró hacia abajo por su cuerpo hasta que estuvo cara a cara con su increíblemente dura polla sobresaliendo por delante de él, como si buscara a Paula, rogando por su atención. Ojos verdes decididos encontraron los suyos—. Dime si hago algo mal.
Dudaba que eso pasara. Podía ver prácticamente a su polla en este momento y le encantaría. —No te preocupes por eso. —No podía hacer nada malo. Bueno, él suponía que no era del todo exacto. Consideró, advertirle que tuviera cuidado con sus dientes, pero decidió no hacerlo. Iba a corregirla suavemente si era un problema, pero hasta entonces, iba a dejarla explorarlo sin ningún temor o timidez.
Paula se sentó sobre sus talones, levantó la polla y luego bajó su cabeza. Con los ojos inmovilizados en él, le dio un tierno beso en la cabeza de la polla. Ya goteaba fluido perlado, y su escroto se apretaba contra su cuerpo. Estaba preparado y listo para explotar.
Lo llevó dentro de las profundidades de su boca caliente. Las caderas de él se dispararon hacia delante en la cama, pero ella recibió la intrusión, succionando su piel más sensible. —Mierda, bebé. Si. Justo así... —Le acarició la mandíbula, le apartó el pelo de la cara, y palmeó su mejilla. Observó a Paula besar y lamer su longitud y se perdió en la felicidad de adormecer la mente en el momento.
Era tan educada, que se entregaba en todo lo que hacía, y el placer de él no era la excepción. Dejó todo sobre la mesa, lamiéndolo, besándolo y acariciándolo como si su único propósito fuera complacerlo.
Pronto Paula apretaba los muslos y gemía por su propia liberación, y ni siquiera la había tocado todavía. Se liberó de la boca de Paula y la arrastró arriba de su cuerpo. —Mi turno —explicó hacia la sorpresa en su rostro.
Pedro la colocó contra la almohada por lo que yacía tumbada junto a él. Dejó un beso a sus labios, luego deslizó su dedo medio en la boca de ella, mojándolo. Lo chupó sin preguntar, girando su lengua contra su piel.
—Necesitamos asegurarnos de que estás lista para mí —explicó.
Miró hacia su larga polla, apoyándose pesadamente contra su cadera y luego de regreso hacia él. —¿Me hará daño?
—Al principio, sí, pero voy a hacer mi mejor esfuerzo para ir despacio.
Asintió, confiando en él.
Cuando su dedo se deslizó dentro de ella lentamente, cuidadosamente, la boca de Paula quedó boquiabierta. Y cuando lo sacó y comenzó a follarla con la mano, un poco más rápido con cada golpe, las rodillas de Paula se desarmaron y dejó caer la cabeza sobre la almohada. Su otra mano se unió a la diversión, frotando círculos lentos sobre su piel, renuente a correr con ella. Pronto estaba empapada y gimiendo su nombre, y segundos más tarde, con la cabeza echada hacia atrás en éxtasis, se vino para él. Pedro plantó besos húmedos a lo largo de la garganta, negándose a aflojar hasta que hubiera ordeñado hasta el último gramo del placer de ella.
Después de varios minutos acariciándole el cuello y besándola hasta acabar con todas las pequeñas réplicas de su liberación, Paula se arrastró en su regazo a horcajadas sobre él, poniendo una rodilla a cada lado de sus muslos.
—¿Pedro?
No respondió. Sabía lo que preguntaba, e incapaz de negárselo, alcanzó la mesilla y cogió un condón. Lo observó mientras se lo puso, con su mirada vacilante de ida y vuelta entre sus ojos y su virilidad. Podía leer su expresión como si la hubiera escrito. Trataba de entender exactamente dónde iba a encajar eso.
Paula, no tenemos que hacerlo.
Sus ojos capturaron los suyos. —Quiero. —Plantó sus manos en los músculos de su tenso estómago, y se levantó a sí misma, tratando de encontrar el ángulo correcto.
—Ven aquí. —Pedro tiró de ella hacia abajo sobre su pecho, necesitaba besarla. Plantó dulces besos a lo largo de su boca y su garganta. Entendió la gravedad de este momento, de lo que le daba, y no iba a precipitarse. No cuando estaban tan cerca. Merecía ser adorada y cuidada en su primera vez. Haría todo lo posible para hacer lo que ella se merecía—. Solo relájate, cariño. Déjame. —Paula se relajó en sus brazos y Pedro la besó profundamente cuando llegó por detrás de ella, manteniéndose en su lugar hasta que Paula empezó a relajarse de nuevo, tomándolo.
Pasó las manos sobre su pecho y cerró los ojos, una mirada de concentración se fijó sobre sus rasgos. Luego bajó sobre él, descendiendo sus caderas y así se hundió dentro de ella, cuidando de estrellarse lentamente. Un placer fantástico se disparó a través de él. Joder, estaba apretada. Se balanceó contra él, metiéndolo más profundo en pequeños incrementos.
—Mierda.... —Se tragó un gemido.
Los ojos de Paula se agrandaron y lo encontraron, parpadeando hacia él. Maldición se veía tan inocente, casi cuestionó lo que hacía. Casi. Pero habían ido demasiado lejos para dar marcha atrás ahora. Estaba dentro de su dulce coño rosa, resbaladizo por la humedad y el calor. No quiso convencerla de esto, no ahora.
—¿Todo está bien? —preguntó en cambio, necesitaba oírle decir que todo estaba bien para continuar.
Ella asintió, y se inclinó hacia adelante para besarlo, deslizando su lengua contra la suya. El placer se disparó directamente a sus bolas, levantándolas. La estrechó cerca e interrumpió cada beso por levantar sus caderas para facilitar el ir más profundo dentro de ella.
Los suaves gruñidos y gemidos suyos coincidieron con las embestidas de él, devorando su autocontrol. Sabía que no iba a durar mucho.
—¿Se siente bien? —preguntó, aminorando su paso.
Paula abrió los ojos, su brillante mirada verde parpadeando hacia él con asombro. —Sí.
Sus mejillas estaban ruborizadas de color rosa y no podía resistir mirar su disfrute. Había dejado de moverse contra él y le permitió sujetar sus caderas mientras empujaba en ella. El sexo era un acto físico, así que ¿por qué él debería sentir más? Pero no podía negar que nunca había sentido más cerca de nadie. Paula traspasó todas sus barreras. Era pobre pero regalaba, sensual pero inocente, confiada y tímida. Había puesto para ambos su placer, toda la experiencia, entre sus manos y la gravedad del momento no pasó desapercibido para él.
Se deslizó de nuevo, exquisitamente despacio hasta que estuvo enterrado profundamente otra vez. La respiración de ella se detuvo, atrapada en su garganta.
—¿Te duele?
—Sólo un poco.
Maldición, esperaba que no le doliera, pero era de suponer. Era su primera vez después de todo. —¿Quieres que me venga? —suspiró contra su boca.
—Sí.
La jaló y la situó para que estuviera recostada de nuevo sobre las almohadas. Prefería estar arriba —siendo el que tiene el control— y era una forma segura de conseguir venirse rápidamente. Agarró sus caderas, sus dedos aferrándose a ella para jalarla hacia él con cada embestida.
Los gemidos de ella aumentaron ruidosamente, menos contenidos, y Pedro se encontró siendo mucho más ruidoso que de costumbre. —Dios, eres hermosa... —Unos pocas embestidas más—. Oh, joder...
Deslizó su mano entre ellos para darle placer a ella, frotándola, moviéndose en círculos, usando su humedad para enviarla sobre el borde de nuevo, y verla venirse otra vez lo envió en caída precipitadamente después de ella, maldiciendo y jadeando mientras que ordeñó su apretado canal hasta dejarlo seco.