miércoles, 12 de marzo de 2014

CAPITULO 28


Pedro y su hermana mayor, compartían una semejanza en su color, ambos tenían el pelo oscuro y curiosos, pero amables, ojos color café. Sin embargo, las similitudes terminaban allí. Mientras que Pedro era el tipo fuerte y silencioso, Carolina era locuaz y extrovertida.
En el camino, abrumó con preguntas a Paula y, no acostumbrada a hablar tanto de sí misma, luchaba por mantener el ritmo mientras se avanzaban por temas que iban desde su educación hasta sus futuros planes.
Sí, le gustaba vivir con Pedro.
Sí, extrañaba el recinto, pero sólo por todos los pequeños. Siempre había algo que se necesitaba hacer y le gustaba sentirse útil.
No, nunca había tenido una cita.
No, no pasaba nada entre ella y Pedro.
¿Por qué todo el mundo le pregunta eso? ¿Y por qué parecían sorprendidos cuando decía que no pasa nada? Tal vez pensaban como Jorge, que sólo el interés de un hombre en ella era físico, pero hasta ahora Pedro no le había dado ningún indicio de que ese era el caso.
Carolina malinterpretó su silencio. —Está bien, puedes confiar en Pedro.
Paula se limitó a asentir. De alguna manera lo sabía.
Unos minutos más tarde,Carolina se estacionó en el aparcamiento del centro comercial, y luego se volvió para mirar a Paula. —¿Lista para hacer algún daño? —Sonrió.
—Por supuesto.
Yendo hacia la entrada, Paula vaciló en las puertas automáticas. Carolina se detuvo a su lado.
—¿Estás bien? ¿Estando en público de esta manera?
Paula asintió, aunque supuso que era una buena pregunta, esta era una experiencia nueva para ella. Una de las muchas últimamente. —Estás bromeando, he soñado con este momento.
Paula obedientemente siguió a Carolina en al menos una docena de diferentes tiendas, aceptando ropa, modelando las prendas en el probador, y esperaba amablemente mientras Carolina miraba de arriba abajo, comentando sobre lo que funcionaba y lo que no. Cuando se dirigieron a pagar, Carolina apiló la ropa sobre el mostrador y entregó la tarjeta de crédito de Pedro.
Paula le arrebató algunas de las prendas. —Está bien. No necesito todo esto. El hecho de que me queden no significa que deba comprarlas todas.
Carolina tomó las prendas y se las devolvió a la cajera, frunciéndole el ceño a Paula.
—Carolina—declaró Paula—. Esto es demasiado. No puedo dejar que Pedro pague por todo esto. —Nunca sería capaz de pagarle a Pedro a este ritmo.
Carolina rodó los ojos. —Oh, sí puedes. Y lo harás. Ese chico tiene más dinero del que sabe gastar. Cada semana mete su sueldo en el banco para ahorrarlo. Además, me dijo que me asegurara de que consiguieras todo lo que necesitas. Si te devuelvo con una pequeña bolsa de cosas, se enojará. Confía en mí.
Paula no podía imaginar a Pedro enojado, pero confiaba en Carolina, y no quería ser la responsable de hacerlo enojar. Sobre todo porque ya había hecho tanto por ella. Asintió en señal de conformidad.
Pero Paula se pasó de la línea consiguiendo uno de los magníficos bolsos de mano que notó en la tienda cuando se iban. No lo necesitaba. Así que se sintió mal por disfrutar a costa de Pedro, a pesar de las exhortaciones de Carolina.
Varios pares de vaqueros después, más de una docena de camisetas sin tirantes, tres pares de zapatos, un surtido de sujetadores y bragas, y hasta un poco de maquillaje, Paula estaba agotada. Se detuvieron para almorzar en el restaurante mexicano favorito de Carolina, donde tuvo su primer burrito y un delicioso licor vegetariano. Hizo una nota mental para prepararlo para Pedro alguna vez en casa.

CAPITULO 27



El sábado por la mañana Carolina irrumpió en el apartamento de Pedro sin esperar que la invitara a entrar. Había estado esquivando sus llamadas y evitando sus peticiones para visitarlo por semanas, lo cual era extraño. Normalmente, cuando se trataba de su hermana, Pedro hacia prácticamente todo lo que quería.
—¿Dónde están? —preguntó severamente, pasando junto a él.
—¿Dónde están qué?
—Los cuerpos sin vida. —Pasó por alto la cocina, entrando en la sala de estar y mirando alrededor.
—¿Los qué? —Pedro fue detrás de ella, mirando nerviosamente a la puerta de la habitación de Paula, donde estaba seguro que se escondía.
—O las prostitutas. Lo que sea que estas escondiendo de mí. Dios, realmente debería haberte animado a tener más citas. Me preocupo por ti, sabes.
Se rio entre dientes. —Bien, como puedes ver, no hay cuerpos sin vida, no hay prostitutas. Todo está bien Caro. —
Un ruido en la habitación de huéspedes atrajo su atención. —¿Qué fue eso?
Pedro se movió incómodo y maldijo en voz baja mientras Carolina se dirigía a la habitación. No tenía idea de cómo explicar lo de Paula.
Pedro, ¿mi cronometro se apagó? —Secándose las manos en el delantal que tenía atado a la cintura- Paula salió de la habitación y se dirigió a la cocina—. Ah. Hola. —Se detuvo repentinamente, frente a Carolina.
Carolina frunció el ceño, mirando entre Pedro y Paula, y finalmente se volvió hacia él. —¿Quién es ésta?
—Esta es… ah… —tartamudeó Pedro.
Paula dio un paso al frente, ofreciéndole su mano a Carolina. —Soy Paula, la nueva cocinera de Pedro.
—¿Cocinera? —La cara de Carolina estaba llena de duda.
—Sí. —La mirada de Paula permaneció impasible. No se veía ni de cerca tan nerviosa como se sentía Pedro. Pero el supuso que, al menos en parte, era cierto. Paula era su cocinera… más o menos—. ¿Supongo que eres su hermana? —preguntó Paula retorciendo sus manos en el delantal.
Carolina asintió, observando a Paula con curiosidad.
—Bueno, es un placer conocerte. Si me disculpan, sólo necesito sacar esos bollitos del horno.
—¿Hiciste bollitos?
—Sí.
—¿Caseros? —Las cejas de Carolina se levantaron.
—Por supuesto.
—No creo haber comido nunca bollitos caseros —comentó Carolina bajo su aliento.
—¿Te gustaría uno?
—No, no me gustaría uno. ¡Amaría jodidamente uno!
Pedro se rio entre dientes, mirando a las dos mujeres en la cocina, Paula sacando la bandeja del horno mientras Carolina miraba pasmada por encima del hombro los abultados bollitos. Era tan fanática de los productos horneados como él.
Paula sirvió café y bollitos calientes de frambuesa antes de corretear a su habitación nuevamente. Pudo haber mostrado valor al conocer a Carolina, pero Pedro sabía que no se sentiría cómoda participando en la charla o respondiendo preguntas sobre sí misma. Conseguir que se abra era un proceso lento.
La sonrisa de Carolina era tan ancha y sospechosa como la del maldito gato de Cheshire. —Así que es tu cocinera, ¿eh? —Hizo un punto estirando el cuello para mirar por el pasillo, hacia la habitación en la que Paula había desaparecido—. ¿Cocinera con cama adentro?
Pedro logró no derramar el café, colocando la taza sobre la mesa con las manos temblorosas. —Si cocinera, y ah, ama de casa.
Carolina desprendió un pequeño bocado del bollito y se lo metió en la boca. —Oh, Dios mío. Son increíbles.
Pedro se relajó en su asiento. Paula era una cocinera asombrosa, lo que le daba cierta cantidad de credibilidad a su historia.
—Así que, ¿es ella por lo que te has estado escondiendo?
—No me he estado escondiendo, Carolina. Sólo ocupado es todo.
—Uh, huh.
Esconder algo de Carolina era algo casi imposible. Lo sabía por experiencia propia, había descubierto su escondite porno cuando tenía catorce años, y la marihuana cuando tenía dieciséis y, por supuesto, las dos veces lo había delatado con sus padres. Siempre había sido como una segunda madre para él, a pesar de que sólo era tres años mayor.
Continuaron con una pequeña charla, Carolina quejándose del último percance de su cita, una cita a ciegas que conoció en línea y que le había entregado su resumen clínico y los resultados de su último análisis en la primera cita. —Te juro que atraigo a los hombres más extraños.
Pedro gruñó en respuesta. Descubrió que si asentía con la cabeza de vez en cuando, sus conversaciones eran más suaves.
—¿Puedo usar el baño?
Pedro se irguió. —Ah, sí, sólo que usa el que está en mi habitación. No estoy seguro dónde está Paula.
—De acuerdo. —Carolina se paseó hacia su habitación.
Volvió un minuto después, con su rostro iluminado con una sospecha juguetona. —Cocinera y ama de casa ¿eh?
La frente de Pedro se frunció. —¿Qué?
—¿Y por eso sus bragas están en el piso de tu baño?
Maldición. Pedro había olvidado que ella había tomado un baño en el jacuzzi en la mañana. Había dejado un pequeño par de bragas color rosa tirado en la alfombra de baño, ante el cual se había parado y observado por unos buenos diez minutos, sin saber qué hacer con ellos. Finalmente los había dejado ahí, pensando que tal vez regresaría a buscarlos.
Pedro caminó a la habitación, agarrando las bragas de donde yacían en el suelo y las metió en el cajón del cuarto de baño. Maldición. No tendría a Carolina haciendo un gran escándalo sobre eso. No quería que Paula se avergonzara, o peor, se abochornara. No había hecho nada malo. Pero sabía que, tarde o temprano, Carolina se daría cuenta de la verdad —bueno tal vez no la verdad actual— que Paula era refugiada de una secta, pero probablemente llegaría a la conclusión de que eran novios y acribillaría a Paula con preguntas. No podía dejar que eso pasara.
Volviendo a la sala de estar, apartó a Carolina a un lado. —Escucha. No es mi cocinera o mi ama de llaves.
Su boca se curvó en una sonrisa. —No me digas. Bueno, ¡era la maldita hora de que comenzaras a salir con alguien! ¿Cómo voy a ser tía si nunca encuentras a una chica? Quiero decir, quiero mis propios hijos, pero sabes que la mejor cosa siguiente sería…
—Alto. —Pedro levantó una mano—. No es mi novia tampoco. Paula sólo tiene diecinueve años.
Las manos de Carolina volaron hacia sus caderas. —Demonios. Un poco joven, ¿no crees? Y si no lo has olvidado, tu cita con mi amiga Sara es la próxima semana. Quiero asegurarme que no estas involucrado con otra mujer. Chica. Lo que sea.
—Escucha, voy a explicarte todo, pero necesito que confíes en mí.
Su mirada se suavizó. —Confío en ti, Pepe. Lo sabes.
Él asintió. —Entonces ven, siéntate. —La llevó hasta el sofá y se sentó frente a ella.
Afortunadamente, no tenía que preocuparse de que Paula oyera, porque justo entonces salió de su habitación, diciendo que necesitaba sacar a Renata. Carolina, por supuesto, tenía que conocer a Renata, lo que dio lugar a hablar un montón como bebé y acurrucar a la pequeña bestia. Pedro se esfumó, sirviéndoles otra taza de café y tomando más bollitos.
Una vez que Paula estuvo afuera, le explicó toda la historia sobre encontrar a Paula en el recinto, rescatarla de esa mala casa y que había estado viviendo con él durante tres semanas en secreto. Sabía que en la Oficina enloquecería si se enteraban, pero no podía enviarla lejos. Dejó de lado la parte en que Paula invadía su cabeza prácticamente a cada hora del día, haciéndole difícil concentrarse en el trabajo, en el gimnasio, y sobre todo en casa.
Carolina permaneció en silencio mientras hablaba, asintiendo con la cabeza y luciendo preocupada. —Guau. Esa es una gran historia. Dime la verdad, Pedro, ¿son ustedes dos… amantes? —Tragó duramente.
Pedro sabía que la respuesta equivocada le ganaría un golpe en la cabeza, pero respondió con sinceridad, que ni siquiera la había tocado. No sexualmente al menos.
—Bien. Es demasiado joven para ti.
—Y demasiado dañada —señaló Pedro—. Aunque está viendo a un terapeuta y parece estar haciéndolo mejor.
—¿Y el perro?
—Idea del terapeuta. Terapia de animales o algo por el estilo.
—Hmm —asintió Carolina—. ¿Estás seguro que sabes lo que estás haciendo, Pepe?
—Sí. —No.
—Bueno, no te olvides de la cita con Sara. Todavía iras, ¿verdad?
—Claro. —Mierda. Había esperado salirse de eso—. Iré a la cita, si me haces un favor. —Pedro se volvió en su mejor sonrisa por favor hazlo por tu hermano pequeño—. ¿Llevarías a Paula al centro comercial? —Sacó la tarjeta de crédito de su bolsillo y se la entregó—. Necesita ropa, zapatos, casi de todo.
Agarró la tarjeta de sus manos con una sonrisa. —Ahora, eso puedo hacerlo.
 Paula regresó unos minutos más tarde con Renata situada en sus brazos como si fuera el trono personal de la maldita cosa. Resistió el impulso de rodar los ojos y bajar al perro fuera de su alcance. —Voy a cuidar a Renata. Quiero que vayas con Carolina a comprar ropa nueva, y lo que sea que necesites, ¿de acuerdo?
Estudió su expresión por un segundo antes de que su rostro estallara en una enorme sonrisa. —De acuerdo. —Se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla—. Gracias.
—Ahora ve —ordenó.
Una vez que Paula y Carolina se fueron, Pedro fue arrastrado nuevamente a su baño principal como un imán. Abrió el cajón en el que se encontraban las bragas de Paula y miró la pequeña pieza de tela ilícita. Bragas de encaje de color rosa pálido. Hubiera pensado en Paula más como el tipo de chica de bragas de algodón blanco. Las levantó para inspeccionarlas. Eran de corte alto, probablemente mostrando generosas porciones de su culo perfecto.Demonios. Tiró las bragas en el tocador y abrió la ducha.Mientras vapores humeantes flotaban perezosamente hacia el techo, no pudo resistir más. Trajo la ropa interior a su nariz y aspiró el picante aroma femenino. Su polla saltó a la vida ante el perfume. Había estado fantaseando con Paula durante demasiado tiempo y si no conseguía un alivio pronto iba a entrar en combustión.
Con una mano aún aferrando las bragas, la otra trabajó para liberarlo de los confines de sus vaqueros. Ya estaba duro como una roca, su polla hinchada y lista. Se acarició fuerte y rápido, se bombeó sin piedad mientras el olor de Paula llenaba sus sentidos. Su piel suave, su preferencia de estar sostenida en sus brazos, y la ligera fragancia femenina de su piel. Se bombeó más rápido, rezando para que el alivio llegara. Sus piernas temblaron, y con una mano alcanzó la barra para soportar su peso mientras su orgasmo golpeó.

CAPITULO 26


Condujeron hasta el restaurante con la música sonando levemente. Pedro encendió la radio y comenzó a buscar, pidiéndole que le dijera dónde detenerse. Ella le frunció el ceño al heavy metal, el fuerte country y al hip hop, pero cuando escuchó la conmovedora voz de una mujer, se inclinó en su asiento y le pidió a Pedro que la dejara. Era alguien llamada Lana del Rey, le dijo él. La escucharon cantar sobre vaqueros azules, grandes sueños y un amor que duraba un millón de años. Paula escuchó las palabras, rezando silenciosamente que un amor como ese fuera real y la encontrara en este alocado mundo.
Llegaron al restaurante, uno tipo bistró que servía las mejores pizzas a la pala, según Pedro.
Entraron y Paula notó que era pequeño, pero de buena calidad, decorado en tonos rojos, cafés y cremas. Estaba levemente iluminado y tenía un aire acogedor y rústico.
La entrada estaba llena de gente esperando por mesas. Paula no estaba acostumbrada a estar entre multitudes de extraños, pero el toque que la punta de los dedos de Pedro en su espalda baja la tranquilizaba. Cruzó la habitación hacia una larga barra negra, iluminada por pequeñas lámparas cada pocos pasos.
—¿Te parece bien aquí? —Le indicó que tomara asiento en un taburete que movió para ella—. Usualmente vengo solo y me siento aquí. No tienes que esperar, y además puedes ver la acción en la cocina. —Indicó hacia el gran horno de madera que se parecía más a una estufa. Tomando asiento entendió inmediatamente por qué le gustaba sentarse allí. Mirar a los cocineros trabajar, amasando pizza, y añadiendo salsa y aderezos como si estuvieran en algún tipo de carrera era divertido. Además, era estupendo ver los ingredientes que usaban. Su boca se hacía agua por una de esas pizzas después de observar durante unos segundos.
—Tienen ensaladas y pastas, también. —Pedro le alcanzó un menú mientras un camarero les servía dos vasos de agua—. Ordena lo que quieras.
—Ordenaré lo que sea que tú pidas —contestó ella.
Su ceño se frunció. —Pensé que tal vez podrías practicar estar afuera, ya sabes, ordenar por ti misma y ese tipo de cosas.
Oh. Así que esto no era sólo una salida agradable, él le estaba dando una lección. Enseñándole como ser una persona normal. Bajó la cabeza, avergonzada de repente por pensar que podría simplemente mezclarse con él, disfrutar de su tiempo juntos. En vez de eso, estaba siendo analizada, necesitando ganar su aprobación.
Abrió el menú y comenzó a estudiarlo. Todo sonaba delicioso, pero sabía que quería probar una de esas pizzas.
—Hola, ¿han estado aquí antes? —Una burbujeante camarera se apareció frente a ellos.
—Yo sí —contestó Pedro—, pero Paula no.
—Oh, bueno, bienvenida. ¿Quieren escuchar los especiales o ya han decidido qué ordenar? —preguntó, mirándolos.
—¿Paula? —Pedro esperó su respuesta.
—Um, creo que sé lo que quiero, pero sí, me gustaría escuchar los especiales.
Una sonrisa tiró de las esquinas de la boca de Pedro, claramente encantado con la respuesta de Paula. La camarera tomó una libreta de notas y leyó los especiales. —De acuerdo, la pizza del chef de esta noche es de higo y alcachofa. La entrada es pan de cuatro quesos a la plancha servido con salsa marinera. ¿Qué puedo servirle?
Paula lo pensó por un momento. —Ordena lo que quieras —susurró Pedro, colocando su mano en su rodilla.
Su toque la tranquilizó, incluso si la forma en que su gran mano encajaba en su rodilla le distraía un poco. —Me gustaría la pizza vegetariana con salsa, y té dulce por favor.
La camarera miró su libreta. —¿Quieres carne en tu pizza vegetariana?
—Sí. Y quisiera una orden de ese pan de cuatro quesos también.
Pedro río entre dientes. —Suena bien. Haz dos órdenes. Oh, y una cerveza, por favor.
Luego de chequear la identificación de Pedro, la camarera se escabulló. Pedro quitó su mano de la rodilla y casualmente la dejó caer en el respaldo de su asiento.
—¿Lo hice bien? —preguntó ella, resistiendo la urgencia de recostarse contra él.
—Perfectamente.
Paula se iluminó con su halago, jugueteando con su servilleta mientras la colocaba sobre su falda.
Sus bebidas llegaron, y mientras ella tomaba su té, Pedro se giró para estudiarla, su ceño se arrugó como si estuviera pensando intensamente en algo. —¿Cómo te sientes sobre quedarte conmigo? —preguntó tomando un sorbo de su cerveza.
Pensó cómo responder. Montones de palabras aparecieron en su mente. Segura. Aliviada. Pero dijo la primera que vino a sus labios. —Feliz.
Pedro continuó observándola desconcertado, pero no podía distinguir si estaba alegre de escuchar eso o no. Parecía que un poco de los dos. —¿Cómo han ido las cosas con el Dr. Gomez? ¿Sientes que están progresando?
Asintió. —Sí, está ayudando un montón. Hemos hablado de cosas de las que no he hablado con nadie antes, cosas sobre mi pasado. Y hablamos sobre mi futuro, también.
La palabra pareció despertar su curiosidad. —¿Qué quieres en tu futuro, Paula?
Quería lo que toda mujer quiere: pertenecer, ser amada, encontrar un compañero en la vida. Su terapeuta la persuadía para hablar sobre sus sentimientos enterrados hace tanto tiempo, y quería hacerlo. Ahora que lo había aceptado, los pensamientos ocupaban gran parte de su cerebro. Y no sabía cómo separar esos pensamientos de los que tenía sobre Pedro. Él se había quedado con ella, la había cuidado, y nunca había intentado aprovecharse de ella. Sabía que no debía confiar en alguien que no conocía, pero había estado tan desamparada, tan pérdida, que no había tenido otra opción. Y Pedro se había ganado su confianza y respeto, algo que no daba tan fácilmente.
Fue en esta misma conversación que el Dr. Gomez la había sorprendido preguntándole si Pedro había demostrado algún interés romántico en ella, si había indicado que quería algo más que una amistad. Ella dijo que no. No había habido nada inapropiado en su comportamiento, y nada indicaba que quisiera más. Pero desde que esa semilla había sido plantada en su cerebro, se preguntaba por qué no lo había hecho. Estudió su cuerpo en el espejo, preguntándose si era lo suficientemente atractiva para él, y por qué no la notaba. Soñaba despierta con su aspecto sin camisa. Estaba innegablemente curiosa sobre su cuerpo, como se sentiría tocarlo, que la tocara. Nunca había estado tan interesada en un hombre antes, y aun así no podía negar sus sentimientos hacia él.
Antes de que Paula pudiera responder la pregunta de Pedro, la camarera regresó con sus platos. La cantidad de comida era demasiada para dos personas. Seguramente llevarían sobras a casa, pero Paula la disfrutó hasta que casi se encontraba incómodamente satisfecha.
Después de la cena, Pedro la acompañó afuera y la ayudó a subir a la camioneta. Se inclinó hacia adelante y le susurró—: Aún no respondes la pregunta, Paula.
Su piel rompió en escalofríos y apenas asintió. Todo el camino a casa se preguntó si tal vez, solo tal vez, él pensaba en las mismas cosas. Ellos juntos. Realmente juntos, no cruzándose el uno con el otro en su apartamento. Pero ninguno de los dos habló sobre el futuro por el resto de la noche.
Miraron televisión en el sofá hasta que Paula se durmió. Pedro la llevó hasta la cama, y sólo para ver lo lejos que él dejaría que las cosas llegaran, ella se cambió en su habitación, en vez de en la suya propia. En la apenas iluminada habitación, se quitó los vaqueros, luego dándole la espalda se quitó el suéter y sostén. Podía sentir sus ojos en su piel desnuda, su espalda, su trasero, vestido simplemente con su pequeña ropa interior de algodón blanca que le había comprado. Podía sentir su respiración acelerarse y la electricidad surgir entre ellos. Deseaba ser lo suficientemente valiente para enfrentarlo, pedirle que la tocara, que la besara, pero, por supuesto, no lo era. Se puso una de sus camisetas por la cabeza antes de girarse. Su mirada era intensa, quemándola. Viajó desde su rostro hasta sus piernas desnudas, llegando hasta el borde de sus muslos.
—Cúbrete —dijo, su voz áspera.
El primer pensamiento de Paula fue que estaba enojado hasta que notó que la aspereza de su voz y su ardiente mirada no eran de enojo, sino de deseo. Apenas pudo contener un gemido ante la comprensión, pero hizo lo que le ordenó y se metió en la cama, tirando de las sábanas sobre sus piernas.
Pedro se unió a ella. Intentó alcanzarlo, para sentirlo más cerca, para enredar las piernas con las de él, para escucharlo tranquilizarla con palabras gentiles como hacía casi todas las noches, pero se giró alejándose de ella y murmuró—: No esta noche, Paula.
Su voz levantó una pared entre ellos, y a pesar de compartir una cama, se preguntó si alguna vez compartirían algo más.

CAPITULO 25



Paula llevó las bolsas de las compras hasta el baño de huéspedes. Tomó cada artículo para inspeccionarlo. Un par de jeans oscuros gastados, un suéter gris jaspeado súper suave y fino, y ropa interior de algodón blanca. Acercó las prendas a su rostro e inhaló. Mmm. Olían a nuevo, como a tienda. Raramente le compraban ropa, teniendo ropas de segunda mano la mayoría de su vida. Rápidamente se cambió y lanzó la ropa sucia dentro del cesto del baño.
Cuando se giró frente al espejo, miró su reflejo, incrédula. La ropa le quedaba perfectamente, los jeans colgaban de sus caderas, ajustándose en esa zona junto con su trasero, y el suéter era tan fino y suave que no podía evitar abrazarse a sí misma. Se sentía bonita por primera vez en un largo tiempo, y se lo debía a Pedro. La conciencia de su creciente deuda con él le cosquilleó en el fondo de la mente. Le debía por Renata, y ahora por las ropas nuevas.
Se peinó el cabello con los dedos y observó su reflejo una última vez antes de ir en busca de Pedro. Se encontraba sentado en un taburete en la cocina, bebiendo cerveza. Con sólo su perfil a la vista, Pedro aún no la había visto. Paula se tomó un momento para estudiarle ininterrumpidamente. Había llegado a amar simplemente mirarlo cuando sabía que no miraba. Su espalda y hombros eran poderosos, con músculos que se agrupaban bajo su camiseta. Incluso sus antebrazos eran masculinos. Podía ver dónde había doblado las mangas y gruesas venas se tensaban contra sus brazos. Era hermoso, pero aun así toscamente masculino. Era su seguridad, su confort. Le debía todo. Pero no tenía ni idea de cómo pagarle.
Ensanchó sus hombros y aclaró su garganta. Pedro se giró hacia ella, la botella de cerveza suspendida a mitad de camino frente a sus labios. Sus ojos comenzaron en los tobillos de los vaqueros , y lentamente se movieron por sus caderas, su chato estómago, hasta sus pechos, dónde se detuvieron por un momento, antes de, finalmente, llegar a sus ojos. No intentó ocultar el hecho de que le echaba una ojeada, y no se disculpó por su comportamiento. Paula se retorció bajo su mirada. Estaba sorprendida de que una simple mirada pudiera hacerla sentir caliente y femenina al mismo tiempo. Sin cortar el contacto visual, atrajo la botella a sus labios y tomó un gran trago, moviendo su garganta con esfuerzo.
—Gracias por las ropas —ofreció Paula, necesitando cortar el pesado silencio que se encontraba entre ellos.
—Sirvieron —murmuró, sus ojos aun rehusándose a dejar los de ella.
se sonrojó y bajó su mirada, dándose cuenta de pronto de que él había ido de compras por ella, que había escogido aquellas ropas, incluso la ropa interior que ahora parecía acentuar la palpitación en su entrepierna. Respiró profundo y se encaminó hacia la cocina, incapaz de seguir de pie. Tomó su botella de cerveza y la enjuagó en el lavabo antes de botarla en la papelera de reciclaje que se encontraba debajo.
Pedro se encontraba detrás de ella cuando se dio vuelta, atrapándola contra el mostrador con su gran figura. Paula nunca le tuvo miedo, sino intriga. Pero siempre estuvo consciente de dónde se encontraba él en relación a ella, y lo grande y masculino que era físicamente. Y en este preciso momento, vistiendo ropas agradables que él había escogido para ella, se sentía femenina, suave y bonita al lado de su cruda masculinidad.
—¿Pedro? —Levantó la mirada, encontrándose con sus ojos oscuros.
—Maldición, Paula, cuando te vi hablando con Patricio… —dijo desvaneciéndose poco a poco, descansando una pesada mano en su cadera. El peso de su mano la sorprendió, y sus pulmones se rehusaron a cooperar—. No me gustó —admitió, mirándola sin remordimientos.
Su estómago se hundió. Paula no haría nada para molestarlo. No podía. Era todo lo que tenía en ese momento. —Lo.. lo siento —balbuceó.
—No. —Pedro dio un paso más cerca, hasta que sus piernas tocaban las de ella, y sus rostros se encontraban a centímetros. Se habían tocado varias veces, pero no de esta forma, no cuando Pedro estaba enojado y tosco, su mirada llena de intensidad. Campanas de advertencia se encendieron en la cabeza de Paula. Se sostuvo del mostrador detrás de ella—. Deberías ser capaz de hablar con quién quieras sin que yo me vuelva posesivo.
—Oh. —Paula no sabía qué hacer, habiendo nunca experimentado este tipo de relación con un hombre antes. Lucía enojado, pero más consigo mismo que con ella. No estaba segura de qué debía hacer, así que se quedó completamente quieta. Su mano se ajustó a su cadera, acercándola a él, y su otra mano acunó su mejilla mientras se acercaba. Por un segundo Paula creyó que la besaría y su corazón saltó hasta su garganta. Contuvo el aliento, esperando, pero simplemente le acarició su mandíbula cariñosamente. —Luces bien —suspiró él antes de dejar caer sus manos y alejarse.
La pérdida de su cuerpo cerca del suyo fue casi dolorosa. De alguna forma, en las últimas semanas, Paula había comenzado a anhelar su contacto físico, y cuando no estaba cerca, dejaba un dolor que se esparcía por su piel y pecho. Pero antes de que tuviera tiempo de analizar algo de eso, Pedro la guío hasta la puerta, paso a paso hacia afuera.