martes, 25 de marzo de 2014

EPILOGO



Tres años después...

Las manos de Pedro capturaron sus caderas, jalándola para que su espalda descansara contra su pecho. —¿Disfrutando la fiesta? —Su aliento susurró en su oreja, enviando finos hormigueos deslizándose por su columna.
Las cosas habían sido un poco incómodas para ambos en la primera función de trabajo a la que Paula asistió, pero ahora su relación no era más una cosa. Sólo unas cuantas personas sabían cómo se conocieron, y a pesar que Roberto, el jefe de Pedro, era uno de ellos, había hecho la vista gorda, tomando una filosofía de “no preguntes, no cuentes”. Pedro le había tratado de explicar las cosas una vez, pero Roberto lo había despedido con la mano, diciendo que lo que no sabía no le haría daño. Paula había estado en un sinnúmero de funciones de trabajo con él desde entonces, y estaba contenta de ser aceptada en el redil de las otras esposas. Sin duda era más joven que la mayoría, pero siempre había sido madura para su edad, así que no era realmente un problema.
—¿Bebé? —Pedro seguía esperando su respuesta.
Se apoyó contra él. Los altos tacones apretaban sus pies y sus pantimedias cortaban sus muslos, pero sonrió y palmeó suavemente su mano que descansaba sobre su vientre. —Estoy bien, amor.
—Y mi pequeña hija... ¿Cómo está? ¿Aun dando volteretas por ahí? —Su mano se deslizó suavemente sobre el satén de su vestido para acariciar su vientre hinchado.
—Tenía hipo después de que comí ese aderezo de cangrejo picante, pero parece estar bien ahora.
Se rió entre dientes contra su piel y presionó un húmedo beso contra su nuca. Ese era uno de los beneficios de tener su cabello recogido en un nudo. Con la mano aun en su vientre, habló en voz baja en su oído. —Si quieres te daré un masaje cuando lleguemos a casa.
Mientras otros hombres celebraron nueve meses de tener un conductor designado a la mano, Pedro no había tenido ni un solo trago durante el embarazo. Era un santo asistiendo a cada cita con el doctor, leyendo todos los libros sobre bebés y casi esperando sobre su mano y pie. Ella había tenido una extensa charla con él después de que le llevó el desayuno a la cama durante un mes consecutivo y trató de llevarla en brazos de una habitación a otra. Si él había sido protector y atento antes de su embarazo, era una psicótica mamá gallina durante ello.
Se había calmado un poco desde entonces, pero aun insistía en masajearle los hombros o sus pies al final de un largo día. Paula no se quejó. Especialmente desde que los masajes generalmente llevaban a más. Pedro al principio había sido reacio sobre hacer el amor con ella, limitando sus actividades a sexo oral o extensas sesiones de jugueteo como si fueran adolescentes, hasta que había conseguido que el doctor le dijera a Pedro que era seguro. Ahora se encontraban recuperando el tiempo perdido, por lo que Paula estaba agradecida. Encontró que el embarazo la hizo altamente orgásmica.
La música cambió y se suavizó, y Pedro se balanceó con ella en sus brazos. El embarazo lo hizo delirantemente feliz, a ella también, pero siempre había querido hijos; él no había estado tan seguro cuando se conocieron por primera vez. Pero con el cumpleaños número treinta de Pedro acercándose, se volvió más y más persistente sobre la idea de convertirse en padre. De todos modos, habían estado tentando al destino sin preservativos o anticonceptivos durante el último par de años, pero de repente Paula notó que le preguntaba sobre sus ciclos, hablando de sexo calendarizado, llegando a casa de la farmacia con cajas de pruebas de embarazo. Aun sonreía ante el recuerdo. Nunca había imaginado que Pedro, el agente del FBI y el macho alfa, estaría mostrando porta bebés en la tienda o comprobando los hilos en las mantas para bebés. Todas las múltiples facetas de este hombre la sorprendieron. Amaba la forma en que todavía la hacía sentir como la mujer más hermosa en la habitación, en lugar de la ballena varada como se sentía en el vestido de noche de color vino que se estiraba por su creciente barriga.
—¿Cómo están tus pies? —preguntó, hablando en voz baja cerca de su oído una vez más.
Pedro sabía que sus pies se hinchaban a menudo al tamaño de globos para el final de la noche, y eso era cuando no estaban metidos en tacones de aguja.—Estoy ansiosa por ese masaje. —No quería quejarse, sabiendo que él habría insistido en llevársela lejos.
Levantó el dobladillo de su vestido largo. Sip, hinchados como salchichas. —¿Por qué no dijiste nada?
Ella se encogió de hombros. No quería que él se perdiera la parte de la recepción en donde recibía honores especiales por su trabajo en un caso crítico que él había ayudado a resolver.
Sin otra palabra, Pedro la condujo a través de la multitud, asintiendo una vez hacia Roberto en su camino hacia la salida. Le entregó su ticket al servicio de aparcamiento y pronto estaban sentados en la cabina oscura de su camioneta, la mano de Pedro descansando sobre su rodilla. El asiento para bebés ya se encontraba instalado en el asiento trasero, un total de dos meses antes de su fecha límite para el bebé.
Una vez dentro, Renata los saludó en su forma habitual; proporcionándole besos húmedos a Paula y mordisqueándole los tobillos a Pedro. Ambos rieron y Pedro se agachó y recogió a Renata para ponerlo en sus brazos. —La llevaré afuera. Ve a ponerte cómoda. —Presionó un beso en su boca antes de salir por la puerta.
Paula arrojó su vestido y la ropa interior que cortaba su circulación antes de lanzarse sobre la cama. Pedro volvió pocos minutos después, y ella sintió su presencia antes de verlo. Estaba parado en la puerta de entrada solo mirándola. Todavía tiene el poder de calentar su piel con una simple mirada y estaba bastante segura que si estuviese llevando bragas estarían mojadas. —¿Vas a unirte, o vas a estar allí mirando toda la noche?
Su expresión cambio, rompiendo en una sonrisa fácil. —Quiero recordarte como estás. —Cruzo la habitación hacia ella—. Eres tan hermosa Paula.
Se sentó al lado de su estirada forma, tomando suavemente sus pies en su regazo, masajeando un pie, trabajando su pulgar en el arco. —¿Pensaste alguna vez casarte y tener un bebe en el camino?
Paso su tratamiento al otro pie, sus nudillos presionando su empeine. —¿Te refieres cuando nos conocimos?
Ella asintió, luchando contra la piel de gallina que sus talentosas manos enviaban por su cuerpo.
—No, pero solo porque no me permití imaginarlo. Trataba lo humanamente posible de resistir. Por supuesto eres hermosa, pero entonces fuiste tan inesperada también, cuidando, dando y dulce.
—Y finalmente paraste de resistirte a mí —comentó.
—Sí, lo hice. Gracias, jodido Dios. —Volvió, inclinándose sobre ella para soltar un tierno beso en su boca.
Sus dedos buscaron el botón superior de su camisa y comenzaron a trabajar en desabrocharlos. —Piel —murmuró ella contra su boca—. Necesito sentir tu piel.
Agradecido, rápidamente perdió su camisa, pantalones de vestir, calcetines y empujando sus bóxer debajo de sus muslos para acostarse junto a ella totalmente desnuda. Mientras el cuerpo de Pedro se envolvía alrededor suyo, Paula dio un suspiro de satisfacción y dejó que la abrazara. Sus latidos golpeaban juntos como si reconocieran el valor que les tomó permitirse a lo que había en sus corazones. La vida se había desarrollado de manera inesperada, los eventos de los últimos años irrevocablemente los divisaba juntos.
Sus grandes manos acariciaron sus caderas, bajando a su trasero para acercarla. Su toque no provocó las chispas contra su piel pero ella siempre le hacía sentir seguro, amado y apreciado.
—Te amo, Pedro Alfonso —murmuró Paula en su pecho ardiente.
—Te amo más, nena. —Recostó su cabeza contra su firme pecho y cerró los ojos sintiéndose segura y protegida en sus brazos. Ella era su hogar.




FIN

CAPITULO 56


Cuando llegaron a casa, Pedro detuvo a Paula y la levantó en sus brazos para llevarla a través del umbral. Le recordó el primer día que la conoció. También la había tomado en sus brazos entonces. Simplemente se había sentido bien. Todavía lo hacía. Había algo familiar en ella, como si estuviera hecha para ser suya. La llevó a través de los cuartos oscuros y la acostó en la cama, su cama, y se dispuso a quitarle la ropa pieza por pieza. Su erección no había bajado desde su encuentro en la oficina de Carolina hace más de treinta minutos. Sabía que iba a necesitarla dos veces antes de encontrar alivio. La primera vez sería duro y rápido, la segunda vez más lenta y controlada.
Él deslizó sus bragas, todavía húmedas por su anterior liberación, por las piernas y las tiró en el suelo antes de cambiar a su propia hebilla del cinturón. Paula lo miró con los ojos muy abiertos mientras quitaba hasta el último pedazo de ropa entre ellos. Miró su polla hinchada y luego su mano derecha. Sabía lo que quería, y obligado, se agarró a sí mismo y acaricio suavemente. Ella se lamió los labios, poco a poco trazándolos con su lengua. Joder, tenía que estar en su interior. Al igual que ayer. Ya se estaba pre-viniendo y sus bolas dolían.
Rodó de lado, con el cabello oscuro derramado sobre la almohada y tendió una mano hacia él, con sus ojos aun viendo todo. Acarició su muslo, su abdomen, sus uñas raspando contra su piel. Continuó sus movimientos lentos y perezosos para su audiencia increíblemente sexy de uno. Si pudiera hacer que se tocara a sí misma para él, maldición, probablemente sería su perdición. Continuó rozando su mano ligeramente por su piel, deliciosamente cerca de donde su palpitante polla suplicaba por atención.
Con una mano todavía envuelta firmemente alrededor de él, le tomó la mano y se la llevó a la unión entre sus piernas. Los ojos de Paula se abrieron, pero lo siguió, dejando una rodilla abierta. Sabiendo lo dulce que sabía, lo mojada que podía conseguir que se pusiera, los sexys gemidos que hizo en la parte posterior de su garganta lo tentó a complacerla de nuevo; pero por la lectura de su cuerpo, sabía que necesitaba algo más. Apretó un dedo dentro de ella, mirando su dedo medio desaparecer hasta el segundo nudillo y fue recompensado con un gemido satisfecho de Paula. Retiró su mano, animándola a tomar el relevo. La mano de Paula se quedó inmóvil, como si esto fuera territorio inexplorado. ¿Nunca se había tocado a sí misma antes?
Respiró profundamente, su pecho subiendo, y usó sus dedos para frotar y explorar. Este momento fue más significativo para los dos, tocando, descubriendo. Sabía que Paula se abría a él, a todo, a la vida. Ella se realizó estando protegida y sintiendo vergüenza por lo que quería. Quería sentir cada cosa, cada pequeña cosa, todo lo que la vida tenía para ofrecer. Su corazón se elevó sabiendo que no la podía retener.
Ver sus dedos, inclinados con su esmalte de uñas rosa frotando contra su tierna carne, dando vueltas a esa pequeña protuberancia en la parte superior envió una oleada de calor a través de él, produciendo que una gota de fluido se escapara de su polla. Se tragó un gemido. — Paula... —susurró, inclinándose para besarla, sus bocas moviéndose desesperadamente una contra otra en un destello de lenguas húmedas y gemidos apenas contenidos—. Tengo que estar dentro de ti, nena.
Se unió a ella en la cama, acercando sus caderas, haciendo que todo su cuerpo se deslizara hacia abajo de la cama con él. Puso una mano en el antebrazo para detenerlo.
—¿Podemos... probar una posición diferente? —Sin esperar a que respondiera, rodó sobre su estómago, mostrando ese pequeño culo para él. Mierda. ¿Estaba esta chica hecha sólo para él?
—Cualquier cosa que quieras, cariño —dijo en un susurro puesto que todo el aire se aspiraba desde los pulmones a la vista de ella. Detuvo una mano por su espalda, cosquilleando ligeramente, y Paula se retorció de la manera más atractiva. Se sentó a horcajadas sobre sus muslos bien cerrados, y Paula giró la cara en la almohada para verlo. Dejó caer un beso en su boca, barbilla y hombro, se tomó en su mano y avivó suavemente su longitud, que ya descansaba entre sus nalgas.
Ella la miró, todavía retorciéndose debajo de él. —¿Tengo que abrir mis piernas? —preguntó, parpadeando hacia él.
Suponía que era una pregunta sincera, pero no, él podría llegar a todas sus deliciosas partes así, y lo sentiría con más fuerza con las piernas sujetadas y juntas. —No, cariño. Mantente igual que como estás.
Tragó saliva y asintió.
La anticipación de estar dentro de ella casi lo mata. Agarró sus caderas, sus dedos clavándose en su carne, sus pulgares separando sus nalgas, por lo que podía ver un poco debajo de su hermoso coño. Su polla era una roca dura y se deslizo a lo largo de su culo, como buscando el calor entre sus piernas. Su cabeza permaneció volteada sobre la almohada para poder ver. Él la miró a los ojos y continuó frotándose a lo largo del pliegue de su culo. Paula se estremeció ante las nuevas sensaciones, y él se inclinó para colocar un beso en su boca. No iba a llevarla allí. No haría nada para lo que no estuviera preparada. —¿Confías en mí?
Asintió con la cabeza, sus labios entreabiertos y respiraciones escapando en rápida sucesión.
Avanzó hacia adelante, viendo como la cabeza de su pene desaparecía en su pulida, carne rosada. Sus caderas se levantaron para cumplir su siguiente impulso, enviándolo más profundo. Una oleada de placer inundó su sistema, picando en contra de su columna vertebral y un gemido gutural escapó de su garganta. Colocó una mano en su espalda, manteniéndola quieta. Si iba a trabajar su culo contra él de esa manera, lo perdería.
Sosteniendo sus caderas firmes, se sumergió en ella, una y otra vez, su ritmo acelerado mientras el placer se convirtió en demasiado. Paula se retorcía y movía mucho debajo de él, y cada vez que empujaba hacia adelante, enterrándose profundamente, ella dejaba escapar un pequeño grito. Joder, estaba apretada.
Él agarró su culo con sus manos, empujando más rápido, más fuerte, hasta que sus gritos de placer eran ruidosos y no contenidos. En el último momento, se liberó de su cuerpo, y usó su mano para exprimir el placer estallando en sus nalgas, cubriéndola, marcándola. Ella era suya. Ahora y siempre.
Se quedó inmóvil y respirando con dificultad mientras Pedro corría al baño y volvía con una toalla tibia para limpiarla. Una vez que limpió la evidencia de su amor, se acostó a su lado, tirándola hacia sí y hundió el rostro en el hueco de su cuello. Permanecieron así, su corazón latiendo en un ritmo adaptado durante varios minutos, ninguno de ellos dispuesto a romper el hechizo.
Pedro finalmente bajó del capullo cálido de su cuerpo, de modo que pudiera mirarla.
Una sonrisa pasó en los labios de Paula y se llevó la mano a su cabello, tratando de alisar los mechones despeinados. —Hola.
—Hola. —Le dio un beso en la boca.
Parpadeó hacia él. —Estabas borracho.
—Lo sé. —Lo había estado demasiado, pero la presencia de Paula y el alcance de su orgasmo lo había serenado por completo.
Había estado bebiendo para adormecer el dolor, un dolor punzante, profundo que hace unas horas parecía imposible de superar—. Pensé que te había perdido. —Retiró el cabello de su cara, sorprendido de que estuviera allí en sus brazos—. No voy a hacer una mierda de esto. Te lo prometo, Paula.
Ella permaneció en silencio, dejando que la abrazara. Esperó a que lo llenara de preguntas, pero supuso que después de su ingreso ya sabía toda la historia de Julieta, y ahora compartió su cuerpo con él.... ¿quería decir eso que estaba perdonado?
—¿Esto significa que me estás dando otra oportunidad?
Le dio un beso en el cuello. —Es posible. —Su voz era tímida, pero sus brazos alrededor de él se sentían fuertes y seguros.
—Te amo mucho, nena.
—Yo también te amo, Pedro.

CAPITULO 55



La boca de Pedro se sentía bien. Demasiado bien. Paula se perdió en el placer, la sensación. Su cerebro tratando de ceder al control de su cuerpo.
Una serie de golpes fuertes sonó en la puerta. —Um, ¿Pedro? —La voz apagada de Carolina llegó desde el pasillo.
¡Mierda!
Pedro levantó su cabeza. —Estamos ocupados —dijo.
Los ojos de Paula se dirigieron a la perilla de la puerta, tratando de recordar si la habían bloqueado, no es que esperaba que Carolina entrara e interrumpiera. Pero Dios, no podía imaginar algo más vergonzoso. Sus pantalones se hallaban por sus tobillos y la cara de Pedro sepultada… pues, en algún lugar bueno.
Carolina volvió a tocar, esta vez con más insistencia. —Me alegra saber que estás… compuesto… y no me importa que estés borracho en mi apartamento. Sin embargo, me importa que estés follando lo suficientemente fuerte como para despertar la mitad de mi edificio. Vamos, los llevaré a casa —llamó.
El calor ardía en sus mejillas. Mierda. ¿Había sido demasiado ruidosa?
—Solo danos unos minutos más —gruñó Pedro.
Paula se movió para levantarse, tratando de arreglar su ropa, pero Pedro la mantuvo en el lugar. —Quédate.
Sus ojos buscaron los suyos. —No podemos… tenemos que irnos.
Negó con la cabeza y se inclinó para mordisquearle el interior del muslo. —Lo haremos. Pero quiero hacerte venir primero —susurró. Su aliento se precipitó sobre su base, y una oleada de humedad subió entre sus piernas.
—Pedro… —suplicó, entrecortadamente.
—Shh. —Movió sus bragas a un lado una vez más por lo que su hinchada carne rosada estaba en plena exhibición—. Déjame terminar de cuidarte, luego nos vamos. —Su boca cubrió su piel sensible y comenzó a comer con avidez, lamiendo y chupando hasta que se retorcía otra vez. Gruñó en voz alta y la mano de Pedro se acercó y le tapó la boca, sus ojos observando su reacción cuando su boca ávida continuaba.
Estuvo a punto de deslizarse de la silla de cuero, pero la presión de la cara de Pedro entre sus piernas la mantuvo en su lugar. Parecía sentirse avergonzada, abrumada por su dominio, pero en lugar de eso sólo se sentía amada. Increíblemente apreciada y amada. Y al parecer deliciosa.
Se centró en su carne sensible, encontró un ritmo que destruyó todos los pensamientos que tenía de Carolina esperando al otro lado de la puerta.
Se vino fuerte y rápido, sus caderas levantándose de la silla, sus manos desordenando el pelo de Pedro.
Su cuerpo se estremeció con violencia por su liberación y cuando abrió los ojos, se sorprendió al encontrarse en los brazos de Pedro. La había levantado de la silla y la sujetaba contra su cuerpo, sus pies colgaban varios centímetros del suelo. Besó su boca y sabía a su propia excitación, a licor y a Pedro. Sus ojos se cerraron con la saciada satisfacción.
La dejó deslizarse por su cuerpo hasta que sus pies llegaron al suelo. Pedro tomó su cara entre las manos, presionando un beso final en su boca. —Te amo.
—Te amo también. —Se sentía tan bien finalmente decírselo, y aún mejor oírle decir esas palabras.
—¿Puedo llevarte a casa?
Casa. La palabra rodó fácilmente de su lengua y la hizo sentir aún más completa y feliz de lo que creía posible.
De repente se dio cuenta del gran bulto en sus pantalones, ella le hizo un gesto a su regazo. —¿Qué hay de ti?
Hizo una mueca mientras ajustaba su erección. —Viviré.