miércoles, 19 de marzo de 2014

CAPITULO 44



Una vez dentro del dormitorio de Pedro, el aire entre ellos se llenó de expectación. A pesar de que había compartido su cama durante varias semanas, esto se sentía como algo completamente distinto. Algo premeditado. Pedro dio un paso incómodo. La idea de llevar su fácil relación a algún lugar nuevo le daba miedo, y no sabía por qué. Pero cuando Paula se mordió el suave labio inferior y su mirada cayó a la hebilla de su cinturón, todos los pensamientos coherentes escaparon. Había deseado esto durante mucho tiempo, y ahora se ofrecía a sí misma a él.
Esperó a ver qué iba a hacer. Era la única promesa que se haría a sí mismo. Tendría que ser ella. Tendría que dar el primer paso si realmente lo quería. Pero entonces se supone que ya lo quería. ¿No era esto sobre lo que había sido la noche con Sara? Observó desde la puerta, y cuando fue a su habitación..., para decirle, sin palabras lo que quería. Había escuchado, en algún nivel primitivo, y obedeció lo suficiente como para darle lo que el momento requería, pero nada más. No la tomó entonces. Y no iba a hacerlo ahora a menos que supiera que era exactamente lo que quería.
Cuando Paula se aventuró un paso más cerca y sus ojos recorrieron su cuerpo, perdió todo control de sí mismo. —Ya he terminado, Paula. Ya he terminado de resistirme a ti. Ya he terminado fingir que no quiero esto.
Ella gimió suavemente y lo miró a los ojos. Los suyos se abrieron por el miedo... o la curiosidad, no sabía cuál. No les importó. Necesitaba estar dentro de ella.
—Quítate la parte de arriba —ordenó.
Paula levantó la camisa sobre su cabeza y la depositó en el suelo a sus pies. Lo siguiente que se quitó fue el sujetador, dejándolo en el suelo junto a su camisa. Su pecho era exquisito, un palma completa, pero
suave piel cremosa, y los pezones de color rosa pálido, tuvo el gusto de probarlos.
—Y ahora la falda.
Sus dedos tantearon el botón, y una vez que estuvo libre, comenzó a empujar hacia abajo las caderas.
—Despacio —susurró.
Paula atrapó sus ojos y su movimiento se desaceleró. Se apartó con cuidado el material sobre su trasero y por sus piernas, dobló la cintura mientras sus ojos miraban los suyos.
Sus labios se separaron y respiró profundo. —Al igual que eso, nena. Agradable y lento. He estado esperando esto mucho tiempo, para recorrerte.
Una vez que se encontraba de pie frente a él, vistiendo sólo sus bragas, Pedro la atrajo hacia su pecho y la sostuvo, su forma femenina moldeada a su cuerpo masculino. La abrazó por momentos, necesitaba sentir el calor de su piel apretando contra el suyo, y el golpe constante de su corazón contra su pecho. Alzó la barbilla con un dedo y se inclinó para besarla, para adorar a su boca como merecía. Ella abrió los labios, aceptándolo, frotando su lengua contra la suya. La necesidad cruda en su beso lo empujó sobre el borde, y se alejó, sin aliento.
—Deshazte de mis pantalones —gruñó entre besos.
Paula miró a la hebilla del cinturón como si fuera algún artilugio extraño. Bajó la cabeza para besarla de nuevo y sintió que sus manos trabajan para liberar el cierre, antes de pasar al botón de sus pantalones vaqueros. Con una mano sosteniendo su mandíbula, bajo la otra para ayudar, bajando la cremallera, y empujando sus pantalones hasta los muslos. Paula rompió el beso para mirar hacia abajo y vio cómo conoció a su erección por primera vez. Aún vestido con calzoncillos negros, apenas se contuvo, ahuecando el material más impresionante. Paula se agachó y con un dedo, lo tocó. Su pene saltó.
Con su rostro inundado de deseo, extendió la mano para tocarlo de nuevo, agarrando su longitud a través del material.
Joder. El agarre de su diminuta mano era una cosa mágica. Luchó consigo mismo, bloqueando las rodillas y luchando por mantenerse a raya. Quería bajar los bóxers de golpe y dejarla explorar, pero su necesidad de tocarla ganó. La levantó y la colocó cuidadosamente en la cama. Dejó escapar un grito ahogado de sorpresa, pero se quedó en el centro de la cama.
Pedro se unió a ella, acostado sobre su lado. La luz de la luna filtrada y la luz débil del vestíbulo echando un gran brillo para mirarse el uno al otro. Realmente viéndose por primera vez. Conociendo que este momento estaba a punto de cambiar todo entre ellos, Pedro se tomó su tiempo, obligando a su ritmo cardíaco a disminuir. Admiraba la hermosa chica en su cama. Había pasado las noches con ella desde hace varias semanas, pero generalmente hacía lo imposible por evitar la atracción hacia ella. Ahora, no se contuvo. Sus ojos recorrieron su piel —las suaves y hermosas curvas de sus pechos, sus hombros suaves, y el valle en su estómago que llevó a las caderas bien formadas. Sus ojos recorrieron su físico también, una pequeña sonrisa en los labios mientras miraba por encima de su torso. Colocó una mano en el centro del estómago, dejando que suba y sobre sus pectorales, luego hacia abajo sobre su abdomen una vez más —pero no yendo más abajo. Podía ver su pulso zumbando incesante en su cuello, casi oír el irregular latido del corazón en el pesado silencio de la habitación. Pero no parecía asustada, si no más curiosidad acerca de lo que sucedería a continuación.
Pedro dejó que lo tocara, permaneciendo quieto y en silencio. Piel de gallina estalló como el deseo y la necesidad se agolpaba en su sistema. Su mano encontró la cinturilla de sus calzoncillos antes deslizándose lejos para retroceder hasta el pecho. Su palma se apoderó de su corazón, que fue jodidamente golpeando contra sus costillas. Sonrió suavemente, alejando su mano como si estuviera diciendo, está bien, yo también lo siento.
Él exploró su cuerpo a continuación. Había resistido durante mucho tiempo. Sus dedos trazaron su hueso de la cadera, su piel cálida y muy suave. Arrastró su dedo índice hasta el centro de su estómago para el parche de la piel entre los pechos, con ganas de tenerlos en sus manos, infiernos, con ganas de llevarlos a la boca, pero se detuvo y apoyó la palma de la mano contra su pecho. Lo miró a los ojos, buscando la aprobación, buscando... garantías, asegurándose sobre lo que sentía. Pero en lugar de responder a su pregunta no formulada, lo que esto significaba entre ellos, se inclinó y le dio un suave beso en la boca. —¿Estás segura?
Sus ojos se abrieron, buscando en los suyos. —Sí.
Recordó cómo respondió cuando había sido la única vez que se había permitido tocarla, y no podía esperar a verla deshacerse de nuevo, para ver el arco de la espalda y oírla llamar a su nombre. Se levantó sobre un codo y besó profundamente a Paula, las bocas se fusionaron en una masa caliente de lenguas húmedas y labios buscando... buscando siempre. Con la boca firmemente sobre la de ella, la mano de Pedro se movió por sí misma, necesitaba clamar su interior fuerte y seguro. Palmeó sus pechos, su pulgar rozando su pezón. Ella inhaló bruscamente ante el contacto, pero su mano siguió su camino al sur, sin detenerse hasta que fue ahuecando el montículo de carne sensible entre sus piernas, sus dedos empujando sus bragas para rozar suavemente sobre su piel desnuda. Su boca se quedó inmóvil en la suya, cayendo abierta cuando sus dedos se deslizaban sobre su vagina, separando para acariciar el nudo sensible. Sus dedos buscaron y frotaron, toques suaves diseñados sólo para darle placer. Sus ojos permanecieron en él, un poco de líneas recubriendo su frente, como si estuviera luchando en silencio consigo misma. Su cuerpo quería esto —ya estaba mojada— pero podía decir que su mente corría.
—Pedro... —Le agarró la muñeca, impidiéndole a su mano ir más cerca del punto donde ella lo quería.
—¿Paula? —Su voz estaba llena de deseo—. Lo siento. Yo no debería... ¿Necesitas que me detenga?
—Solo dame un segundo... —Cerró los ojos con fuerza, necesitaba pensar. La primera vez que la había tocado, estaba borracha por el alcohol y muy desesperada por contacto después de observar la escena erótica con Sara. La voz áspera de Jorge había estado decididamente ausente durante su primer encuentro con Pedro. Pero ahora, aturdidamente sobria, con él mirándola como si quisiera comérsela viva, su caliente y gruesa erección presionando contra su cadera, necesitaba un minuto para ordenar sus pensamientos. O más acertadamente, para apagar los pensamientos no deseados girando dentro de su cabeza.
Se movió en la cama, levantándose sobre un codo para mirarla. —Dime lo que estás pensando. —Sus rasgos fueron blanqueados con la luz de la luna azul pálido y sus ojos se oscurecieron con preocupación.
Tragó saliva y dejó escapar un suspiro. —No lo sé. Jorge siempre decía que los hombres sólo querían una cosa de una mujer, los placeres de la carne. Y una vez que tenían lo que querían, se iban. Siempre se iban. —Retorció las manos en su regazo, odiando su desnudez en este momento, deseando poder sacar el peso de su pecho sin parecer demasiado tensa—. Quiero... pero estoy tan... asustada.
Respiró profundo, su pecho se levantaba cuando sus pulmones se expandían. —¿Tienes miedo de que es todo lo que quiero de ti? ¿O que te dejaré después?
—Ambas, supongo... y si no me quieres aquí después de esto, no tengo lo suficiente para un apartamento todavía…
Paula —se quejó—. Esto no es todo lo que quiero de ti. He estado luchando conmigo constantemente, no quería esto en absoluto. Me convencí de que todo lo que quería y necesitaba de ti era la oportunidad de cuidarte como te merecías. Para mantenerte a salvo. Para ayudarte a ser feliz. Y luego me sorprendiste totalmente. Estabas segura y determinada cuando la mayoría se habría aterrorizado. Tú me enseñabas. Te negaste a desmoronarte, tienes la fuerza que yo no tengo.
—Por supuesto que eso no es cierto. Eres increíblemente fuerte —se burló.
Bajó la mirada y sacudió su cabeza. —Te prometo que no lo soy. Pero nos estamos saliendo del tema. —Sujetó ambas manos entre las suyas—. Lo que Jorge te dijo era una mierda. Algunos hombres son idiotas, seguro, pero no todos. Y tienes mucho más para ofrecer de lo que ese bastardo te atribuyó.
Retorcía sus manos, tratando de procesar las palabras. Si era completamente honesta, sabía que sus temores eran algo más que lo que Jorge le había enseñado. Había sido testigo de la trayectoria de Pedro con las mujeres, su actitud relajada hacia el sexo, y esto no era sólo un acto físico para ella. Era mucho más. —No es sólo lo que dijo Jorge... He conocido a algunas de las mujeres que se han acostado contigo, Pedro. No quiero ser parte de ese patrón.
—Lo siento, no estoy haciendo esto bien. No soy bueno con los sentimientos y las declaraciones emotivas... pero te quiero aquí, Paula. Y no tenemos que hacer... esto. Me gusta tenerte conmigo. Hueles bien. Cocinas para mí, tarareas cuando llevas a Renata alrededor de la casa, que es el peor nombre usado alguna vez, por cierto y después de tenerte viviendo aquí conmigo, estoy aterrado de que no seré capaz de volver a vivir solo. Así que mejor no te vayas a ninguna parte.
Se atrevió a mirar a sus ojos de nuevo. Su frente estaba arrugada en concentración y su mirada era decidida y segura. Le decía la verdad. Sentía algo por ella. Incluso si no era amor... sabía que estaba cerca. Y lo tomaría. Lo tomaría a él y todo lo que tenía para ofrecerle. Se dio cuenta que Jorge se equivocaba, por lo menos sobre cómo este hombre hizo estrujar su pecho. —Pedro. —La palabra se rompió atravesando sus labios. No había palabras para describir cómo se sentía en ese momento.
—Yo siempre te querré aquí. Y no es por esto... —Suavizó una mano a través de su cuerpo desnudo, dándole un apretón en el hombro.
Sus palabras le dieron el coraje para continuar. Jorge no la privaría de esta experiencia. No iba a dejar que su pasado contaminara esto. No podía citar las palabras para decirle lo que quería, pero sabía que podría mostrarle. Paula se arrastró encima de Pedro, la solución en contra de su longitud. Sus brazos la rodearon automáticamente, jalándola hacia su pecho y frotando su espalda. Paula podía sentir que su erección se había ablandado, y temía que el momento hubiera pasado. No quería ser responsable por arruinar su primera vez. Ladeó su boca para encontrarse con él y presionó un beso suave en su mandíbula, la comisura de su boca,su labio inferior. Respondió lentamente, con cuidado, besándola tiernamente de nuevo, pero mucho más delicadamente que antes. Sus dedos se entrelazaron en su pelo, su otra mano ahuecó su mandíbula. Quería mostrarle que estaba lista para más, pero no sabía qué hacer, cómo recuperar el momento. Le separó los labios con los suyos y sintió un ruido bajo en la parte posterior de su garganta cuando sus lenguas se encontraron. Sintió su espesa virilidad y volvió a la vida bajo la tela de sus calzoncillos.
Rompió el beso, necesitando más, queriendo estar más cerca. —¿Pedro?
—¿Sí, bebé? —Su respiración era irregular, como si estuviera haciendo todo lo posible para dejarla ir lento. Lástima que se hacía con lentitud. Se mordió el labio y estiró una mano vacilante entre ellos como si buscara su permiso. —¿Paula?
—Quiero que tu... —murmuró suavemente, rastrillando sus uñas a lo largo de su pecho—. Quiero tocarte.
Él gimió de alivio y empujó sus calzoncillos por sus caderas. Se movió junto a él, permitiéndole eliminar la última prenda de ropa entre ellos. Su mano se movió por su cuenta, con la necesidad de tocar el vello fino arrastrándose al final de la parte baja de su estómago. Su aliento atrapado en su garganta cuando las yemas de sus dedos se encontraron en su piel y ella sonrió, agradándole el efecto que tenía sobre él.
Llegó más bajo, probando el peso de su gruesa longitud en la mano. —Pedro... muéstrame... —Ella respiró contra su boca.
Sus ojos se clavaron en los suyos. Las profundidades de color café, que siempre mantenían la promesa de protección ahora se arremolinaban con algo mucho más. La promesa de satisfacción sexual total y completa. Paula sabía que la poseería si así lo elegía. Y no quería nada más. Quería perderse en Pedro, para experimentar todo lo que podía. Para disfrutar de este momento como si fuera el último.

CAPITULO 43



Esta noche fue una mala idea. Por supuesto Pedro se dio cuenta demasiado tarde. Cesar, Carolina, Monica, la buena amiga de Carolina, y Paula, todos se sentaron alrededor de la mesa disfrutando de bebidas y bromeando. Bueno, todo el mundo disfrutaba de esas cosas. La postura de Paula era rígida, con los brazos cruzados sobre el pecho y su expresión fue aplastante.
El plan era celebrar el nuevo trabajo de Paula. El plan de Pedro no incluyó a Monica mirando maliciosamente a Paula y frotando su muslo bajo la mesa. Maldita sea, ¿no podía un hombre disfrutar de una cerveza en paz? Ya estaba a la espera de más tarde, sólo él y Paula, en la tranquila soledad de su casa.
La mirada de Paula se quedó sospechosamente en Monica, la muy bonita amiga rubia de Carolina, que coqueteaba con él, comiendo sin piedad lentamente la aceituna de su Martini mientras sus ojos seguían fijos en los de Pedro, seductoramente meneando las caderas cuando ella cruzó la habitación, inclinándose, susurrando mientras elevaba su mano alrededor de su bíceps.
Después de varios minutos, Paula se excusó, huyendo de la mesa, como si su vida dependiera de ello.
—Discúlpenme. —Pedro corrió tras ella. Alcanzó a Paula en la barra, donde se encontraba de espaldas a él. Se tensó cuando el calor de su cuerpo invadido su espacio, sintiendo que se encontraba cerca.
—¿Has dormido con ella? —preguntó, su voz débil.
Mierda. —¿Monica?
Se volvió hacia él y asintió.
—Sí. Hace mucho tiempo.
—¿Más de una vez?
Pedro asintió.- Un par de veces. Borracho.
Paula se volvió alejándose de él. 
Pedro se encontró con ella cerca de los baños y la agarró del codo. Si pensaba que podía escapar de él, se equivocaba. Conocía todos los rincones del bar de Cesar, y no se oponía a entrar en la habitación de las chicas, si eso es lo que hacía falta. —Paula, espera. ¿Por qué estás enojada?
Respiró temblorosamente, con el pecho agitado por el esfuerzo.
Nunca la había visto enfadada antes, pero parecía tener problemas para mantenerse bajo control. —Dime —ordenó.
Lágrimas inundaron sus ojos, pero no corrió, no trató de escapar de nuevo. —¿Puedo, por favor, estar cerca de una sola mujer que no has tocado? ¿Es eso mucho pedir? —Su voz estaba llena de ira, sus ojos ardiendo en la suyos.
—Está Carolina. —Asintió con la cabeza en dirección a su hermana, que los miraba con cansancio, como si hubiera estado esperando esto para hacer estallar en su cara.
Paula suspiró, exasperada. —Correcto, Carolina, la única persona que va a compartir contigo emocionalmente.
La frente de Pedro se arrugó por la confusión. —Paula. —Su nombre en sus labios era una súplica rota. ¿Sabía que no necesitaría mucho para convencerlo antes de rendirse a lo físico, sino en un verdadero compromiso emocional? No, no podría—. Lo siento, no puedo cambiar el pasado, y con quien me he acostado. Lo siento, ¿de acuerdo?
—¿Qué estamos haciendo, Pedro? —La pregunta lo empujó contra la pared cuidadosamente construida. Y cuando la miró a los ojos, como un trueno a través de un cielo vacío, lo comprendió. La vio a ella y todas sus travesuras con nuevos ojos. ¿Paula lo quiere? No podía. No es así. ¿Qué sabe sobre estar con un hombre? ¿Especialmente un hombre como él? Trabajo primero, segundo las relaciones, no amar quizá en lo absoluto.
Pedro volvió a mirar a su mesa. Cesar, Carolina y Monica los miraban boquiabiertos. Mierda. —Ven aquí. —Tomó la mano de Paula y la llevó hacia el final de la entrada trasera que conducía a los baños. No era privada, pero al menos no tenían una mesa de espectadores. Una vez que eran sólo dos de ellos en el vestíbulo débilmente iluminado, Pedro podía sentir el calor de su piel, sentir el olor de su champú y ver el pulso rasguear en su cuello. Tal vez la intimidad era una idea mala.
Apenas estaba fuera de la vista, y Paula en sus brazos. No quiso necesitarle así —usarlo para su comodidad— pero tenía poca opción.
Paula... —Desprendió las manos de su cintura, sosteniéndola con el brazo extendido—. Dime lo que estás pensando.
Odiaba la manera en que su cuerpo la traicionó cuando Pedro se encontró cerca. Sobre todo porque era tan ajeno a ella. Lo liberó de su agarre, abrazando sus manos delante suyo. —Lo siento, esto es duro para mí. Simplemente odio saber que la tocabas. —Bajó la mirada, incapaz de mirarlo a los ojos, demasiado nerviosa para ver su reacción. Había luchado toda la noche para averiguar cuál era su motivación. ¿Por qué llevarla a su casa en el primer lugar? ¿Por qué planear esta celebración?
—Lo siento —suspiró—. Eso ocurrió antes de que te conociera. Fue hace mucho tiempo y no volverá a ocurrir.
Ella se tragó un nudo en la garganta, tratando de librarse de la sensación emocional, pero no sirvió de nada. Quería más de Pedro. Necesitaba más. Y no tenía idea de cómo decirle. Tendría que enseñarle. No podía seguir viviendo así.
Abrió los brazos, pareciendo sentir el cambio en su estado de ánimo. —Ven aquí.
Su ritmo cardíaco aumento y se metió en sus brazos, permitiéndole que la abrazara. Y todo estaba bien en el mundo. Cerró los ojos y apoyó la cabeza en su pecho.
¿Por qué él seguía jodiendo con ella? Tenía que mantener su cuerpo bajo control, no permitir que reaccionara cuando se hallara cerca. Era dulce e inocente y necesitaba consuelo —eso era todo. Lo que ella no necesitaba era que se pusiera cada vez se encontraban en la misma habitación. Cristo, ¿Cuántos años tenía, diecisiete? Sus manos acariciaron los brazos desnudos. Era tan suave, tan encantadora y se sentía tan familiar para él, moldeado a su cuerpo de esta manera.
—Sólo llévame a casa... —murmuró suavemente, aun apoyando la cabeza contra su pecho.
No quiso presionar sobre quedarse. Esta noche iba a ser suya —una celebración para demostrarle que estaba orgulloso, pero se dio cuenta de que era demasiado y demasiado rápido. No estaba preparada. —Dime lo que está mal en primer lugar. —Luchó para mantener su pulso bajo control y esperó su respuesta. Sabía que todo lo que Paula quería, se lo daría. Y eso lo aterrorizaba jodidamente.
—Quiero todo esto, lo hago. Mi propia vida, un trabajo, un apartamento. Quiero vivir, Pedro. Vivir plenamente. No me has observad buscando señales de que estoy a punto de perderlo. Quién sabe, tal vez lo haga en algún momento pero, todos lo hacemos a veces, ¿verdad? —No sabía si eso era un golpe contra él, y sus propias pesadillas. Levantó la mano para detenerla, pero Paula lo apartó, y continuó—. Y te necesito, Pedro.
—Me tienes —murmuró, llevando una mano a su cintura—. Lo sabes, ¿verdad? Cristo, Paula, dame un respiro. Este es un territorio desconocido para mí, pero tienes que saber que haría cualquier cosa por ti. Haré lo que sea para mantenerte segura y protegida.
—Pedro... —Su voz era una súplica suave—. Necesito más que eso. Debes saber lo que siento por ti...
Su confesión lo derribó. ¿Cómo habían llegado hasta allí? Entonces se acordó de las comidas que amorosamente había preparado para él, el perrito que había traído a casa para ella, el nuevo guardarropa, pasando los baños de burbujas. Mierda. Nunca tuvo la intención de leer más en ello. Se merecía cuidarla, sobre todo en el frágil estado que había estado.
Cerró los ojos, preparándose para explicarle por qué no podría suceder, sin embargo, al no encontrar las palabras, al no encontrar una sola razón por la que no debería llevarla a casa ahora mismo y desnudarla. No podía entender las locuras que se arremolinaban en su cabeza, lo difícil que era para él resistir a todas estas semanas.
Ella se acercó, poniendo a prueba su determinación. —Por favor, Pedro.
Ya no podía negar la sensación convincente de que se suponía que debía ser suya. Sintió la primera punzada cuando la encontró en esa habitación sucia. Era la cosa más brillante en ese lugar —una luz extraña que emanaba de sus ojos verdes, incluso ese día mientras bebía. Y lo más fuerte que había luchado contra él, todos los días que pasó con Paula sólo aseguró el lugar en su corazón un poco más. —Si hacemos esto... será bajos mis términos, Paula.
Asintió, a pesar de que sus ojos traicionaban su confusión. Pero fue suficiente acuerdo para él. Podría terminar en cualquier momento. Sería la última palabra. —Vamos. —Tomó su mano, entrelazando sus dedos y casi la arrastró hacia la salida.
—¿Qué pasa con...? —Hizo un gesto hacia la mesa.
—Voy a enviarle un mensaje a Carolina y diciéndole que no te sentías bien.
Asintió con la cabeza y le permitió guiarla hacia la puerta.

CAPITULO 42



Paula volvió de su primer día de trabajo para encontrar a Pedro en casa más temprano que de costumbre, y ubicado en la cocina, con una olla de espaguetis.
—Hola. —Sonrió, limpiándose las manos en un paño de cocina antes de venir a saludarla—. ¿Cómo te fue? —preguntó inclinando la cabeza en alto, escrutando su expresión.
Ella le echó los brazos alrededor de su cintura, enterrando la cara en su pecho. —Fue increíble. Estaba muy nerviosa al principio, incluso con una pequeña charla con las otras chicas que trabajan allí, pero estar con los niños todo el día, cambiar pañales, meciéndolos, dándoles biberones, jugar... ¡fue tan divertido!
Pedro se balanceó sobre los talones y le sonrió. —Qué bueno —dijo y le metió un mechón de pelo detrás de la oreja—. Estoy orgulloso de ti, Paula.
Sus palabras hicieron más para calmar su alma de lo que él podía saber. Nunca nadie le había dicho eso antes. Se quedó inmóvil, mirando a los ojos oscuros, absorbiendo la atención. Después de varios segundos, sin embargo, Pedro no había apartado la mirada, y se puso nerviosa bajo la intensa mirada. Se humedeció los labios y dio un paso atrás, con los ojos como dardos clavados en la cocina, porque necesitan estar en cualquier parte, menos en él. —¿Sabes tú, um, cocinar? —preguntó ella, completamente confundida.
Se echó a reír, fácil y sin preocupaciones. —Sí, lo intenté. Es tú primer día de trabajo, así que, uh, quería darte una sorpresa.
—Oh.
Guió el camino a la cocina y Paula lo siguió obedientemente. —Es sólo pasta y salsa de tomate, no te emociones demasiado.
—Huele muy bien. Creo que tenemos pan de ajo en el congelador. Y podría preparar una ensalada —dijo dirigiéndose a la nevera.
Sus manos en su cintura la detuvieron. —No. Este es mi plan. Fuera. —Le dio un empujón juguetón hacia el comedor—. Yo me encargo.
Paula se rió, pero obedeció. —Está bien. —Levantó las manos—. Iré a cambiarme, si te parece bien. Tengo vomito de al menos tres bebés diferentes en mi camisa.
Pedro se rió entre dientes mientras ella se dirigía al dormitorio de invitados. Una vez dentro, se despojó de los pantalones vaqueros y una camiseta de manga larga que se había puesto para trabajar, y después de un vistazo a su armario, se decidió por una ducha rápida. La pasta todavía hervía, así que tenía unos pocos minutos por lo menos.
Se retorció el pelo en un moño desordenado y sintió la temperatura del agua. Era cálida y acogedora. Paula se metió en la ducha con mampara de cristal, agarró la esponja, y echó en todo su cuerpo un jabón corporal con olor a jazmín. Frotó su cuerpo dos veces, disfrutando del agua. Sonrió ante el recuerdo de ser la única capaz de calmar a la inquieta Isabel y la salida de sus dientecitos, hoy en el trabajo. Siempre tuvo un don especial con los niños. Se sentía tan cómoda mientras estaba con ellos. Paula se lavó la cara, alejando ese día, antes de volver a sentir el ritmo del agua entre sus omóplatos. Mmm. Eso se sintió bien. Resultó que, sostener y arrullar bebés durante todo el día fue un trabajo duro, pero satisfactorio.
Paula cerró el agua, se secó con una de las sabanas de baño de gran tamaño que Pedro utilizaba como toallas y se vistió con su pijama favorita, un pantalón corto y una de las camisetas de Pedro.
Volvió a la cocina después de desenredar su pelo y peinarlo. —Mmm. Huele muy bien aquí.
Pedro servía la pasta y gruesas rebanadas de pan de ajo, cuando se acercó a la mesa del comedor. No siguió la sugerencia de una ensalada, pero estaba bien, esto era más que suficiente. —Siéntate. —Hizo un gesto, sacando su asiento.
Paula obedeció, facilitando el acceso a su asiento. —Gracias por cocinar —murmuró, examinando la comida delante de ella. Se veía deliciosa y olía incluso mejor.
—Espera. Una cosa más. —Pedro regresó con una botella de vino tinto en el hueco de su codo y dos copas de vino. Paula lo miró con curiosidad, pero él sólo se encogió de hombros—. ¿Qué? Es una ocasión especial.
Su boca se torció en una sonrisa mientras servía a cada uno una copa de vino de color rubí. —Para ti —dijo mientras puso el vaso en frente de ella.
—Gracias. —Se sentía sofisticado y elegante, tener a Pedro esperándola, y se rió de placer en este momento.
Sus ojos brillaron hacia ella. —¿Qué?
—Nada —respondió, ocultándose en una cara seria.
Pedro estaba tentado a responder, sus ojos oscuros se clavaron en los suyos por un momento demasiado largo, antes de que finalmente sacara su silla y se sentara a su lado. —Así que, ¿te gustó la guardería? —le preguntó mientras tomaba un bocado de pan de ajo.
—Me encantó. Es tan divertido verlos aprender y jugar a esa edad. Y luego cuando se hacen mayores, verlos crecer y descubrir cosas nuevas. Creo que este es el trabajo perfecto para mí. Es básicamente lo que hice en el recinto, pero nunca me pagaron por ello.
Él asintió con la cabeza, tomando un sorbo de vino. —Entonces me alegro por ti.
¿Por qué sonaba tan frío? ¿Y por qué la sonrisa no llegó a sus ojos? Había sido el único en animarla a conseguir un trabajo, y ahora que tenía uno que le gustaba, actuaba extraño. Se metió un gran bocado de pasta en la boca, dándose cuenta de que tenía hambre y no tan preocupada por actuar como dama a su alrededor. Un sorbo de saludable vino tinto siguió. Mmm. Más dulce de lo que esperaba. ¿Así que había cocinado, y abierto una botella de vino? Una gran cosa. Pero eso no era lo que le hacía actuar raro.
Ignoró su extraño estado de ánimo y le dio los detalles de su día, el horario reglamentado en la guardería: 9 a.m. desayuno, luego un cambio de pañal, seguido de una siesta por la mañana, luego tiempo de juego hasta el almuerzo, y entonces el programa se repitió hasta la comida, los pañales, siesta, jugar, antes de que los padres los recogieran. Se echó a reír de sólo pensarlo. Había sido un día completo y ocupado. Pero divertido.
—¿Quieres hijos? —preguntó ella, colocando su tenedor junto a su plato limpio.
Sus ojos brillaron con alarma. —Nunca había pensado en ello, ¿por qué?
Frunció el ceño y se mordió el labio. —Tienes veintisiete; ¿Cómo que nunca has pensado en ello?
—Suenas como Carolina —murmuró en voz baja mientras se llevaba los platos al fregadero.
Paula se quedó sentada en la mesa, con la cara ardiendo como si alguien la hubiera abofeteado. ¿Qué le pasaba esta noche? Se terminó el vino, tratando de recuperar la compostura antes de unirse a él
en la cocina. Echó un vistazo a su vaso vacío y volvió a llenarlo. —Ve a relajarte. —Actuaba dulce, pero sus palabras... las palabras se sentían frías y abrasivas.
—Está bien. Prefiero ayudar —respondió ella, con la voz suave y segura.
Se detuvieron en el fregadero uno al lado de otro, Paula pasaba a Pedro cada plato para poner el lavavajillas. Era súper-consciente de él: sus antebrazos tonificados, su aroma masculino y el físico muscular que se alzaba sobre ella.
Después de terminar los platos en silencio, se retiraron al sofá y Pedro volvió con una película. Era todo para lo que tenía ánimo, descansaba en el sofá, ya que la combinación de trabajar todo el día y el vino tenía la sensación de vacío, pero en el buen sentido. Pedro se sentó a su lado, manteniendo su distancia, pero continuamente llenando los vasos de vino. Por el final de la película estaba un poco borracha. Y querido Dios ayúdala, también se calentó.
Dejó el vaso vacío sobre la mesa y apoyó la cabeza en el regazo de Pedro. Sus manos encontraron su camino bajo el cabello, masajeando su cuello. —Estás tensa —susurró.
Se sentó de repente, cara a cara con él. —Estás actuando raro esta noche. —Se encogió, no había tenido intención de dejarlo escapar de esa manera.
—Lo siento. No te mereces esto.
Quería preguntarle por qué, qué le pasaba, pero llevó la mano a su mejilla, y sus ojos se cerraron ante el toque. Su pulgar le acarició suavemente la cara, el áspero callo le acariciaba la piel de la manera más tierna imaginable. Y todo fue perdonado.
—Para que conste, estoy feliz por ti —susurró, su boca a escasos centímetros de la de ella.
Paula se movió, con una desesperada necesidad de acercarse se revolvió hasta quedar en su regazo. A horcajadas sobre él, puso sus manos en el respaldo del sofá, sujetando el cuero de esté para evitar pasar las manos por su cabello.Paula se lamió el labio inferior, en silencio pidiendo que la besara. Los ojos de Pedro siguieron el movimiento y la mirada se centró en su boca. Exactamente donde lo quería. Sus manos subieron alrededor de su caja torácica, sin atraerla, pero tampoco apartándola, solo manteniéndola cerca de él. Su pulgar se deslizó en un lado suavemente sobre su camiseta, tan cerca de su pecho, pero todavía demasiado lejos Sus ojos se encontraron y Paula pensó que podría disolverse en un charco si seguía mirándola así. Sus ojos se oscurecieron por el deseo, que sólo alimentaba su desesperada necesidad de él. Si no la besaba pronto, se iba a quemar. De eso estaba segura. —Pedro... —Su nombre en sus labios era una súplica silenciosa, una desesperación pidiendo algo que sólo puede ser contestado de una manera.
Pedro agarró la parte posterior de su cuello con una mano, la otra seguía plantada en su cintura y tiró de su boca a la suya. Ese beso no era nada como la última vez, su boca encontró la de ella en una carrera desesperada, sin perder tiempo separando sus labios, su lengua deslizándose a lo largo de la de ella, y la inclinación de la mandíbula para tomar lo que necesitaba. Fue necesitado y sin piedad, mordiendo su labio inferior y ajustando sus caderas con las de ella. Sus ojos se cerraron de pura felicidad y volvió a su mente a un solo pensamiento, Pedro.
Él retiro las manos en sus hombros de mala gana, con los labios aún húmedos y el hormigueo de la pasión detrás de sus besos. Ella luchó para recuperar el aliento, y entender por qué se había detenido.
—Lo siento, Pedro. No puedo —susurró con la voz llena de tensión.
Sus palabras no eran necesarias, la mirada lejana en sus ojos confirmaron lo que había pasado. Se alejaba. Una vez más. Con el corazón encogido, se desenredó a sí misma de su regazo y se dirigió a la habitación de invitados. Se hizo un ovillo en el centro de la cama, tirando a Renata contra su cuerpo y lanzó un profundo suspiro. Luchó para entender su complicada relación, dividiendo sus sentimientos en diferentes compartimentos para poder examinar cada uno, así como el doctor Gomez le había enseñado. Primero fue la admiración, a continuación, la atracción, luego decepción. Lo que sumaron, no tenía ni idea. Pero cada vez que Pedro mostraba un poco de interés, sólo era para alejarse, y finalmente iba a arruinarla. De eso estaba segura.

CAPITULO 41



Esto fue una idea estúpida.
Pedro miró por encima de Paula, preguntándose si podía sentir su estado de ansiedad, pero no parecía sospechar nada. Observó el tráfico por la ventanilla y tarareó la canción de la radio.
Había conseguido sacarla de la casa con el pretexto de llevarla a una comida de cumpleaños. No era una mentira completa. La comida estaría involucrada, pero esto no era el tema principal.
Cuando aparcó frente a la pista de patinaje, miró a Paula. Ella se enderezó y miró fijamente el edificio. —¿Pedro?
Pedro saltó de la camioneta y abrió la puerta. —Solo vamos.
Aceptó su mano, dejando que la sacara del coche. —¿Pero que estamos haciendo aquí?
—Ya verás. —Apretó la boca en una línea cuando el abrumador deseo de sonreír como un idiota le golpeó. Pagó su entrada y llevó a una muy confusa Paula con los ojos muy abiertos.
Las luces en el interior de la pista estaban apagadas, y flashes azules y verdes brillaban por el suelo de madera pulido, bañando a los patinadores en color mientras giraban. Música pop ahogaba todas las conversaciones, manteniendo a Paula tranquila mientras miraba a su alrededor. Había dejado de caminar para ver una línea de patinadores volar junto a ella en el camino hacia la pista. Pedro la tomó de la mano para instarla a moverse. Dirigió a Paula a la fiesta en la sala trasera que había alquilado. Carolina había coordinado la mayor parte de los detalles, pero era su idea lanzarla a la fiesta. Cuando Carolina mencionó la fiesta de patinaje que tuvo cuando tenía diez años, Pedro se aferró a la idea. Le gustaba que pudiera darle una experiencia de la infancia de la que se había perdido, y tal vez incluso enseñarle a patinar. También pensaba que era el lugar perfecto para reunir a Paula con los niños en quienes pensaba diariamente. No sabía si Paula se vendría abajo al ver a todos, pero esperaba que al menos fuesen lágrimas de felicidad.
Quería que disfrutase su cumpleaños, no tener una sollozo-fiesta en sus manos. Pero su vacilación y un repentino silencio le hicieron preguntarse si había tomado la decisión correcta.
Con una mano todavía sosteniendo la de Paula, abrió la puerta de la habitación privada. Fueron recibidos por una explosión de color rosa. Globos, serpentinas de papel crepé, carteles de feliz cumpleaños colgados del techo, y un plato de color rosa con panques glaseados sobre la mesa.
—¡Sorpresa! —Una docena de voces gritaron al unísono.
Paula se quedó boquiabierta, ningún sonido escapó mientras miraba las pequeñas caras frente a ella. Luego se dejó caer de rodillas y soltó una exhalación, como si hubiera estado conteniendo la respiración por semanas.
Los niños corrieron hacia ella, abrumándola y tocando su espalda mientras trepaban en sus brazos abiertos. La sonrisa de Paula era tan grande como nunca la había visto y lágrimas silenciosas se filtraban por la comisura de sus ojos.
Sabía que era un poco arriesgado rastrear a las familias de los niños, enviándoles una invitación a la fiesta de cumpleaños de Paula, pero el riesgo había valido la pena, especialmente para ver a Paula tan feliz. Había prometido pagarles su admisión y alquiler de patines, y casi todo el mundo había aceptado venir. Ver su reunión hizo que el costo valiese la pena.
Una vez que Paula fue liberada de la pila en el suelo, se lanzó a los brazos de Pedro, abrazándolo fuerte, tan fuerte que no podía respirar. No había palabras que pudiesen expresar adecuadamente lo mucho que significaba para ella ver a los niños.
Él besó suavemente su sien. —Feliz cumpleaños, Paula.
Su boca se curvó en una sonrisa y todos sus temores de que esta idea fuese mala, se disolvieron.
Pasaron la tarde patinando, bueno, tambaleándose por el suelo resbaladizo en patines, los cuales, ninguno de los niños habían usado antes, tampoco sus madres, y comiendo pizza y pastelitos. Pedro trató de enseñar a Paula a patinar, una tarea que se hizo más difícil con los niños envueltos alrededor de sus piernas.
Al final del día, una Paula con mejillas rosadas se despidió, e intercambió direcciones de correo electrónico con varias de las mujeres antes de seguir a Pedro al coche. Parecía que hoy le había dado algunos cierres que necesitaba, la capacidad de ver con sus propios ojos que todo el mundo estaba vivo y bien. La profunda satisfacción que brillaba intensamente en sus rasgos era el “gracias, Pedro” que necesitaba