viernes, 7 de marzo de 2014

CAPITULO 16



El pequeño corte en el labio inferior había sanado rápidamente, sólo una línea débil rosada, la vería si la estuviera buscando. Paula alzó la vista y lo miró a los ojos, su boca abierta en una pregunta no formulada.
Tenía que dejar de mirar a su boca o ella iba a tener una idea equivocada. No la trajo aquí para ningún propósito siniestro. No esperaba nada a cambio de dejarla quedarse aquí.
Encontró su voz. —Ven, siéntate y come conmigo.
Paula obedeció, llevando un plato extra y un juego de cubiertos de plata encima de la barra de desayuno para reunirse con él. Se sirvió unos panqueques de la bandeja entre ellos. Pedro se alegró al ver que no parecía demasiado consiente de ella o tímida.
Cortó sus panqueques en pedacitos, pero todavía no había dado un mordisco.
—¿Cómo estás esta mañana? —preguntó, haciendo todo lo posible por jugar un papel de crianza, algo nuevo para él.
Tragó con dificultad y miró por encima de él. —¿Es estúpido que eche de menos allí?
¿El recinto? Suponía que era todo lo que conocía. —No, creo que no. Eran la única familia que tenías.
Asintió. —Hay algunas cosas que no voy a extrañar.
La dejó sola con sus pensamientos, luchando contra el impulso de presionarla para más detalles. Apreciaba su personalidad —no sentía la necesidad de llenar el silencio con la charla sin sentido. Ella era más observadora del mundo que contribuyente directamente, y podría relacionarse. Se acercaba a la mayoría de las cosas con una buena dosis de sospecha, y las relaciones para él no eran diferentes. Aun estaban sintiéndose el uno al otro, cada uno en guardia, pero por razones posiblemente diferentes. Ella era una niña traumatizada vulnerable en la casa de un extraño, y él era un agente del FBI que se había endurecido y experimentó más que su justa parte de la pérdida. Se pasó una mano por la nuca. Cristo, que par.
Después de unos segundos de silencio mordiéndose la uña del pulgar, le preguntó—: ¿Crees que alguien del recinto podría encontrarme aquí?
Dudaba que eso pudiera ser posible. Se suponía que debía estar en la casa de acogida. Aunque si alguien se interesaba lo suficiente y empezaba a hurgar, el coordinador podría recordar a Pedro y podrían rastrearla a través de él, pero ¿por qué alguien se tomaría tantas molestias?
—¿Por qué lo preguntas?
—Había alguien...
—¿Alguien que?
Bajó la mirada, volviendo a estar fascinada con la uña del pulgar.
—Respóndeme. —No tenía intención de usa la fuerza bruta detrás de su voz.
—El hijo de Jorge.
Pedro se devanaba los sesos. El archivo mencionaba que Jorge tenía un hijo veinteañero, Lucas, pero no había estado viviendo en el recinto en el momento de la redada. —Lucas.
Asintió.
—¿Es peligroso?
—No, nada de eso. —Dudó un instante, pero antes de que Pedro pudiera probar de nuevo, lanzó un suspiro y continuó. Lucas había vivido en el recinto hasta el año pasado. Había ido a buscar un empleo mejor remunerado, pero juró que volvería por ella. A pesar de los sentimientos sólo platónicos de Paula por él, estaba convencido de que tenían de casarse algún día. Él eliminó sus dudas, diciéndole que estaban destinados a estar juntos y que iba a cuidar de ella.
Pedro se volvió hacia ella y le cogió las manos, sosteniéndolas entre sus palmas.
—Escucha. No va a encontrarte aquí. Ahora estás a salvo. ¿De acuerdo?
Asintió. —Está bien.
Después del desayuno Pedro anunció que iba a la tienda de comestibles. —¿Hay algo que te gustaría? Puedes hacer una lista —alentó, deslizando su billetera en el bolsillo trasero de sus vaqueros.
—Oh no, compra lo que quieras. No quiero ser una plaga.
—Paula, no lo eres. —Su mirada de sinceridad no dejó lugar a otro argumento, pero ella no le proporcionaría una lista. Él no quería presionarla, porque incluso después de colocar un bloc de papel y un lápiz sobre el mostrador, Paula solemnemente negó con la cabeza. No sabía si su negativa se debía a que ella realmente sentía que sobrepasaba sus límites, o si tal vez no sabía escribir, así que la dejó

CAPITULO 15



Estaba agradecido por tener unos días libres para ayudar a Paula a resolver las cosas. En cuanto a cómo usaría esos días, no tenía idea. Claro, tendría que regresar al trabajo pronto y tenía sus domingos de visita con Julieta, que esperaba que Paula no tuviera que enterarse. Pero una cosa a la vez. Se encontraba a salvo y caliente en la habitación de invitados y eso era suficientemente bueno por ahora.

Cuando Pedro despertó a la mañana siguiente, o por la tarde por así decirlo, le tomó un momento ubicar los sonidos que venían del interior de su apartamento. Paula. Su corazón hizo un pequeño baile feliz en su pecho ante la idea de encontrarla en su cocina. Se estiró y fue a investigar. Cuando entró en la cocina, sus pies descalzos hicieron un ruido sordo contra el suelo de madera, Paula levantó la vista y se congeló como si la hubieran sorprendido haciendo algo mal.
—Hola —ofreció, tratando de tranquilizarla.
Sus rasgos se suavizaron. —Hola.
Pedro escaneó los tazones y los ingredientes esparcidos a través del mostrador, y la isla cubierta por una capa de harina. —¿Has dormido bien?
Los ojos de Paula vagaron por la longitud del pecho desnudo de Pedro y se detuvieron donde el pelo fino rozaba la parte baja de su estómago y desaparecía bajo el cinturón. Se aclaró la garganta y miró sus manos. —Mmm hmm —tartamudeó.
Pedro se mordió el labio para no reírse. Su físico musculoso siempre recibió críticas positivas del sexo opuesto. Y se sorprendió al ver que incluso después de todo lo que Paula había pasado, todavía lo notó. Entrenaba duro para mantenerse en plena forma física, kick-boxing tres veces a la semana, levantar de pesas y correr el resto de los días. Echó un vistazo a su pecho y abdomen desnudo. Sus pantalones se habían deslizado ligeramente hacia abajo en las caderas, dejando al descubierto sus abdominales inferiores y las líneas a lo largo de los costados que formaron en sus caderas una profunda V. Apretó el cordón, duplicando el nudo. Tranquilo muchacho. Ahora no era el momento para obtener una erección.
Rara vez vestía algo en la cama, pero se había puesto un par de pantalones de pijama anoche por si acaso Paula necesitaba algo en el medio de la noche. De esa manera no tendría que buscar a tientas su ropa en la oscuridad, o el riesgo de aterrorizar a la pobre chica con su masculinidad al desnudo. No se había molestado con una camisa, encontraba el material malditamente restrictivo. Prefería la sensación de sus sábanas de satén contra su piel desnuda —era el único consuelo que se permitía.
—Estoy haciendo panqueques. Espero que esté bien —dijo Paula en voz baja.
Una caja de mezcla se apoyaba en el mostrador. —Por supuesto que está bien. Gracias. —Pedro cruzó la cocina para hacer una taza de café, pasando a su alrededor y dándose cuenta de lo poco acostumbrado que estaba < tener a alguien en su espacio, a pesar de que no era del todo desagradable.
—Lo siento, no sabía cómo manejar esa cosa. —Paula miró la cafetera como si la hubiera ofendido personalmente.
—Ven aquí, te mostraré.
Una vez que Paula había limpiado sus manos en un paño de cocina y se acercó furtivamente junto a Pedro, no pudo resistirse a guiarla entre él y el mostrador, así estaba más cerca de la máquina de café, se dijo.
Paula contuvo el aliento ante el contacto, pero no protestó, permitiéndole maniobrar su cuerpo a su antojo. Le demostró cómo agregar granos frescos en la amoladora y luego cómo configurar los granos para asar, luego colar. La cafetera estaba más inquieta de lo que estaba acostumbrado, pero había sido un regalo de Carolina la Navidad pasada, y ahora él era adicto a los granos de café asados.
Ninguno de los dos se alejó cuando el café comenzó a gotear en la jarra. Una repentina visión de levantar el cabello de la parte posterior de su cuello e inclinarse para plantar un beso en la suave piel, bailaba por su cabeza. Se encontraba a pocos centímetros de presionarse en ella, moliendo sus caderas en su culo. Sintió un revuelo en su polla y supo que la lección había terminado.
—Vamos a comer —se quejó.
Paula se quedó en silencio, atónita, mientras él salía de la cocina. Cogió una camiseta y la se la tiró encima antes de sentarse en la barra de desayuno. Paula deslizó una pila de panqueques frente a él.
—Gracias. —Lanzó una rápida mirada hacia ella. No se dio cuenta que tener esta hermosa mujer joven en su casa le afectaría de esta manera. Era un profesional. No debería estar afectado por ella.
La vio moverse por el apartamento, doblar la cintura para recoger un montón de cartas que había dejado junto a su sillón, arrastrándolas a la cocina para ordenarlas y se mordió el labio mientras estudiaba un lugar en el mostrador antes de limpiarlo. Sus labios eran carnosos y rosados, y se encontró preguntándose a que sabían antes de rápidamente empujar lejos el pensamiento.
Mientras estaba de pie en el mostrador de la cocina, Pedro apreció su perfil. Pequeño pero alegre pecho, pelo oscuro rizado alrededor de sus hombros, un vientre plano, y un culo bien formado. Apreciaba un culo bien formado y poner sus palmas en esa redondeada parte trasera se reprodujo por su mente como una canción en repetición, no importaba cuántas veces se recordó a sí mismo que eso NO iba a suceder.