martes, 18 de marzo de 2014

CAPITULO 40




Paula se deslizó fuera de la cama dejando a Pedro dormir un poco más. Se veía tan a gusto cuando dormía, tan despreocupado, que no se atrevía a despertarlo a pesar de que ya se le hacía tarde para el trabajo.
Hizo café y huevos revueltos, añadiendo un puñado de queso rallado como a él le gustaba. Justo cuando las tostadas saltaron de la tostadora, Pedro salió de la habitación, su pelo revuelto como un niño pequeño. Provocó cosas raras en el estómago de Paula. Ella quería pasar sus manos a través de su cabello y plantarle un beso en la boca, pero en cambio se quedó mirándolo.
—¿Por qué no me despertaste? —preguntó, pasándose una mano a través de su cabello, aunque su intento de suavizarlo era inútil. Ocho horas de sueño le habían dado ese estilo y ninguno de sus intentos cambiaría eso.
—Estaba a punto de hacerlo, el desayuno está listo.
Se instaló en un taburete en el bar mientras Paula le servía una taza de café y dejó la taza humeante delante de él.
—Gracias —murmuró.
Sabía por experiencia que era inútil hasta que se tomaba al menos la mitad de su taza. Se tomó su tiempo colocando su desayuno permitiéndole disfrutar de su café en silencio. Dejo su servilleta sobre su regazo y se encontró con los ojos de Paula mientras ella dejaba su plato frente a él.
—De nada. —Ocupó sus manos añadiendo algunos huevos a su plato antes de unirse a él en el desayunador. Podía oler su esencia masculina; una mezcla de su crema para después de afeitar, una pizca de jabón y algo que era único de Pedro. Odiaba la forma en la que hizo que su estómago revoloteara y sus dedos se tropezaran en su tarea, pero se las arregló para bajar su plato a la barra con éxito y se sentó a su lado.
Comieron en silencio y Paula estaba agradecida, Pedro fue introspectivo y tranquilo y era en momentos como estos en los que se encontró preguntándose qué otra cosa no sabía acerca de este hombre. Su mente se dirigió a las desapariciones de Pedro los domingos en la tarde. Tenía curiosidad pero no había corrido directo a preguntarle. Estaba agradecida por Pedro y por todo lo ha hecho por ella, y de alguna manera sabía que se lo diría eventualmente, cuando estuviera preparado. Hasta entonces forzaría eso de su mente y seguiría adelante con su vida. No bombardearía a Pedro con preguntas, no cuando él había sido tan gentil y cuidadoso con su pasado, no iba a permitir que su pasado saboteara la oportunidad de un futuro feliz.
Después del desayuno, Paula en silencio recogió a Renata en sus brazos y balanceó el cachorro silenciosamente contra su pecho, indispuesta en ese momento a ir hacia Pedro por consuelo, como instintivamente quería; en lugar de eso se conformó con el consuelo del dulce cachorro. Quería que Pedro la envolviera en sus brazos y la besara hasta que se fuera su pena, pero el permaneció sentado en el desayunador, apuñalando su desayuno como si estuviera pensando tan duro como ella.
Tanto como Paula quería creer que se había sanado, todo de nuevo, sabía que no era cierto. Todavía tenía pesadillas ocasionales acerca de vivir en el complejo, acerca de Lucas persiguiéndola como prometió y todavía soñaba con el aneurisma mortal de su madre despertando con lágrimas y temblando. Había empujado esos pensamientos, enterrando el dolor y situándose más cerca de los brazos de Pedro esas noches. Eso fue el pasado y no dejaría que la hiriera. En sus horas despiertas, su miedo era diferente, tan agudo como si pudiera extender su mano y tocarlo. Tenía miedo de estar sola, quería que Pedro se fijara en ella como un hombre debería, tomarla en sus brazos, hacerla sentirse deseada, todo de nuevo. Pero cada vez que trataba de mostrarle lo que necesitaba, tentándolo doblando su cuerpo alrededor de él como si fuera a darle una pista de lo que anhelaba, él se tensaba como si estuviera sufriendo y ladraba una excusa para remover sus manos. Su rechazo la arruinaba poco a poco, causando que se preguntara por qué no encajaba en ningún lugar, por qué no era querida.
Tal vez si pudiera romper su barrera le podría mostrar a Pedro lo bien que podrían estar juntos. Puede que no cambiara nada, pero puede que sí, tal vez por fin vería lo mucho que se preocupaba por él y admitiría que tenía sentimientos por ella también.

CAPITULO 39



Las siguientes semanas concluyeron en la misma clase de evitación cuidadosa. Continuaron durmiendo juntos en la cama de Pedro cada noche, pero aparte de acurrucarse, nada físico había sucedido. Pedro estaba seguro que Paula no tenía ni idea de lo muchísimo que él la deseaba; especialmente cuando andaba con esas hermosas y pequeñas bragas-cubre trasero frente a él, o cuando salió del baño sólo vistiendo una toalla, todavía húmeda y rosada, producto de su ducha. Tomó cada gramo de auto-control que poseía para no levantarla, quitarle la toalla, y embestirla una y otra vez hasta que se viniera.
Las cosas más pequeñas comenzaban a encenderlo y se autosatisfacía más de lo que lo había hecho cuando era un adolescente. Aun así le brindó poco alivio al deseo reprimido que albergaba por ella. Pero no la follaría. Se merecía mucho más de lo que él estaba preparado para ofrecerle
Incluso con las tentaciones diarias, las semanas habían transcurrido rápido. Paula se había graduado de su curso de conducción, y el sábado pasado la había llevado a recoger su licencia.
Después de escoger un coche para Paula —un sedan plateado de un año de antigüedad que fue capaz de negociar el precio— Pedro firmó los papeles y escribió un cheque para el pago inicial. El coche no era para nada lujoso, pero nadie lo sabría al mirar a Paula. Después de terminar en el interior, la encontró todavía sentada en el asiento del conductor, inspeccionado cada parte del coche —encendiendo las luces, abriendo y cerrando los diferentes compartimentos como si fuera la cosa más magnífica que alguna vez hubiera visto.
Ella miró a Pedro mientras él se aproximaba a abrir la puerta del conductor. —¿Te gusta? —preguntó, a pesar que era obvio que le había gustado.
—No sólo me gusta. Esto es amor. —Recorrió gentilmente con su mano el tablero.
—Bien. Porque tienes que conducirlo a casa.
Sus ojos se llenaron de gratitud y asintió. —¿Podemos parar de camino a casa e ir a comer? ¿Cómo una mini celebración?
Pedro miró su reloj. —De hecho… tengo que ir a un sitio.
Ella frunció el ceño y jugueteó con las llaves. —Oh, claro… es domingo.
Asintió sin decir alguna palabra, su boca se secó. Había estado esperando a que le preguntara sobre el lugar al que iba cada domingo, pero hasta el momento no lo había hecho. Y no había modo de que él ofreciera esa información voluntariamente. Paula no dijo nada más; simplemente cerró la puerta de su pequeño Sedan plateado y encendió el motor.
Pedro se subió a su camioneta y ajustó su espejo retrovisor para poder mirar hacia Paula. Se veía tan pequeña sentada en el coche, asomando su cabeza encima del volante. Una punzada de pánico nervioso lo golpeó como una ola. Resolvería todo esto. Tenía que. Pero primero tenía que ir a ver a su ex. Apretó el volante y salió del estacionamiento.