miércoles, 5 de marzo de 2014

CAPITULO 12


Cuando se despertó poco tiempo después. Tardó un momento en darse cuenta que el cuerpo caliente presionado contra él pertenecía a Paula. Levantó la cabeza, sondeó su cuerpo y también el de ella. Habían cambiado de posición al dormir así que él se estiraba sobre su espalda, ella recostada con la mitad del cuerpo encima de él y la otra mitad encima del sofá. Paula se despertó cuando él se movió y sus ojos rápidamente se encontraron.
Él murmuró una disculpa y se desenredó de su agarre.
Se pasó una mano a través de la mandíbula. Jamás se había sentido tan fuera de lugar en su casa. El sonido del estómago de Paula lo hizo sonreír y romper un poco de la tensión. Ella colocó una mano sobre su vientre. —¿Tienes hambre? —Se rio entre dientes.
—Sí —asintió.
—Ven, Vamos a ver que encontramos en la cocina. —La guió dentro de la gran cocina de su apartamento—. Creo que tengo que advertirte, no cocino.
—Yo sí. —La mano en su antebrazo lo detuvo y le indicó que tomara asiento en un taburete escondido debajo de la isla de la cocina—. Permíteme.
—¿Estas segura que quieres hacerlo?
—Me hará sentir mejor, más normal. Solía cocinar todo el tiempo en el recinto.
Pedro se suavizó, hundiéndose en el asiento. La hora parpadeaba desde el reloj del microondas. Eran las tres de la mañana. Repentinamente se sintió agradecido de no tener que ir a trabajar en pocas horas, y a pesar de la hora, no estaba exhausto como esperaba. Observaba a Paula moverse por su cocina, revisando los tristes contenidos del refrigerador, tomando artículos de la despensa y el armario mientras iba.
—Disculpa no tengo mucho.
—Tienes huevos —dijo colocando el cartón en el mostrador
El frunció el ceño, incapaz de recordar cuando fue la última vez que compró comida. —Tal vez quieras checar la fecha de caducidad de esos.
Ella levantó el cartón para revisar la fecha impresa debajo. —Hmm. No tenemos huevos.
Sacó una caja de la despensa. —Pasta, entonces.
No escapó a su atención que ella dijo tenemos, implicando que había dos de ellos juntos contra toda la mierda que había sufrido hasta ahora. No supo cómo tomar el comentario, pero asintió.
—Bien. —Ella lo llevaba sorprendentemente bien, a pesar de la locura de la situación.
Echó pasta dentro de una olla con agua salada hirviendo. Pedro miraba sus movimientos y decidió que le gustaba tenerla en su cocina. Una pequeña sonrisa tiraba de su boca mientras ella se movía sin esfuerzo.
Una vez sentados en un pequeño hueco de la cocina, probando la pasta con una rica salsa que ella hizo con leche, mantequilla y queso parmesano, se aventuró a preguntar sobre su pasado.
—¿Puedo hacerte unas preguntas acerca del recinto… y de cómo creciste? —Él sabía algunos detalles por leer los archivos del caso, pero quería oír la historia contada por Paula.
Ella asintió de mala gana. Sus ojos estaban inquietos, mirando cualquier cosa menos a él.
—Solo déjame saber si hay algo con lo que no te sientas cómoda respondiendo. Y no hablaremos de ello. —No pretendía presionarla mucho esta noche. Había pasado por mucho, pero pensaba que si ella se iba a quedar en su casa, había cierta información básica que necesitaba saber, aunque sólo sea para asegurarse de que se sentía lo más cómoda como fuese posible.
—¿Cómo fue crecer ahí?
Tomó una respiración profunda y comenzó reiterando algo de lo que había leído en los archivos del caso. Jorge quería crear una comunidad perfecta: Cultivaban su propia comida, que vendían en los mercados de agricultores y eran totalmente autónomos. Él les enseñaba que el mundo era un lugar peligroso, que las personas eran obscenas y nada confiables. Les enseñaba que los gérmenes y las enfermedades difundidas por contacto sexual, eventualmente matarían a la mayoría de la población y no serían capaces de procrear, así que los seguidores de Jorge debían separarse del resto para vivir limpios.
—¿Cómo es que tu mamá quedó involucrada? —preguntó Pedro
Paula cruzo las manos en su regazo. —Se enamoró de él. Era encantador, tenía mucha labia, un buen confidente. Capaz de convencer fácilmente a la gente de seguirlo.
Pedro conocía mucho de eso por la información que la Oficina había colectado en el archivo.
—Él podía ser muy persuasivo. Cuando hablaba la gente escuchaba —explico Paula
—¿Qué hay de ti? ¿Creías en lo que enseñaba?
Ella asintió. —Al principio no conocía nada más. Pero conforme fui creciendo, comencé a cuestionarme. Tenía este deseo de verlo por mí misma, eso me inquietaba a veces.
Cuando el plato de ella estuvo vacío, Pedro le sirvió otra porción de pasta antes de instarla a continuar.
Ella tomó un bocado de fideos, perdida en sus pensamientos. —Más que nada, yo quería ir a la escuela, Jorge no pudo entenderlo. Trató de convencerme que no era seguro. Los chicos de afuera… —Se detuvo de pronto, sus ojos cayendo en su plato.
—¿Qué? Puedes decirme.
—Él dijo que los chicos solo querrían una cosa de mí, llegar a mis bragas.
¿Había estado alguien en sus bragas? ¿Y por qué ese pensamiento lo hacía querer golpear a alguien? No tenía el derecho a hacerle ningún reclamo, sin embargo, no pudo evitar la racha posesiva que surgió dentro de él. —Bueno. ¿Entonces lo tomo como que no fuiste a la escuela?
—No. Pero me rehusé a ceder y finalmente conseguí que Jorge contratara un tutor para mí, así que pude obtener mi diploma de secundaría. Nos reuníamos en la biblioteca local dos veces por semana durante el último año. Yo era de los pocos que tenían permiso para dejar el recinto.
Guau. Él tuvo razón acerca de su determinación.

CAPITULO 11


Captando su reflejo en el espejo, Pedro, en contraste, era todo masculino. Su quijada estaba cubierta con una obscura barba de pocos días, su cuerpo magro y esculpido con músculos, que él había trabajado arduamente para mantenerlo. Comparado con Paula, él era todo llanuras duras y bordes afilados, todos a excepción de su boca sensual. Más de una exnovia había halagado sus labios, y lo que podía hacer con ellos. Cuando estaba con una mujer, usaba cada arma de su arsenal de seducción —su boca, lengua, manos, incluso su fuerza— a menudo le gustaba la sensación de poder, la cruda masculinidad de recoger a una mujer y cargarla mientras la follaba. Había pasado varios meses desde que había tenido una amante y su cuerpo crecía con un inquietante deseo.
Una vez que Paula estuvo limpia, Pedro dio un paso atrás y encontró sus ojos. Ellos seguían nadando en lágrimas y su respiración era poco más que jadeos de aire. Él podría decir que la más mínima cosa la pondría al borde de nuevo. Mierda. Tanto para relajarse.
Paula era un desastre. Era de esperarse. Probablemente había pasado por el infierno en estos últimos días y el haber sido golpeada antes, la habían mandado al borde. Una chica como Paula, que había crecido tan abrigada con una extraña educación, no tenía defensas para protegerse del caos puro que este mundo repartía. Él sabía por los archivos del FBI que los niños y las mujeres eran raramente vistos fuera del recinto.
Pedro, por otro lado, estaba curtido, amargado, y ciertamente no demasiado ilusionado en creer en el felices-por-siempre. Había visto mucho trabajando para el FBI en estos seis años, y experimentado el dolor de primera mano cuando sus padres fueron golpeados y asesinados por un adicto a la metanfetamina ebrio y drogado en el momento del accidente. Sin embargo, él lo sentía por Paula, se compadecía por ella. No era de las que les va bien por su cuenta, eso era obvio.
Le levantó la barbilla y trazó un lento círculo sobre su quijada. —Te tengo. Todo va a estar bien.
Ella asintió pesadamente y sus ojos sombríos encontraron los suyos. —¿Qué pasa ahora?
Pedro pudo notar la aprehensión en su rostro. La realidad era que él no sabía qué pasaría después. Pero sabía que una cosa era segura; no la llevaría a su casa. Necesitaban dormir, y ya podrían pensar que hacer después. —Ahora dormir. Vamos. Te voy a mostrar todo.
Le ayudo a bajar del mostrador, y la guió por el apartamento, dándole un breve tour. La llevó a la sala y la animó a sentarse en el sofá.
Estaba a punto de darse la vuelta y dirigirse a la cocina a buscar un poco de agua y un analgésico. Pero silenciosamente tomó su mano y la sostuvo entre las suyas, sus ojos suplicándole que se quedara.
Se sentó a su lado y ella sin decir nada bajó la cabeza para descansarla sobre su muslo, encajándose en él. Pedro no podía respirar. No podía pensar. No se atrevió a moverse con su cabeza clavada en su muslo cubierto de mezclilla. Ella subió y doblo sus piernas en el sofá, curvándose en posición fetal, y cerró sus ojos. No supo qué hacer con sus manos, se conformó haciendo un puño a un lado y colocó la otra cuidadosamente sobre el hombro de Paula. La dejó dormir, renuente de rozarla desde el lugar que ella había escogido.

CAPITULO 10



Paula insistió en que podía caminar sola, pero Pedro aseguró un brazo alrededor de su cintura y la ayudó a entrar. Luego dejó las llaves en la mesa, todavía sosteniéndola.
Sabía que no debería llevarla ahí. Dios, Roberto y los chicos tendrían un maldito día de campo con esto. Aunque él muchas veces llevó el trabajo a casa, esto era muy diferente.
Ella podía quedarse en su cuarto de invitados esta noche, ya mañana podría llevarla a otra casa segura. Pero por el momento, . solo buscaba que se sintiera tranquila. Si se necesitaba colocar una cerradura más grande en la puerta de su habitación para hacerla sentir segura, así lo haría. Podría darle algo de gas pimienta también.
Pedro tomó una respiración profunda, tratando de calmar sus nervios. El pánico que tenía en su voz cuando lo llamó, lo tenía preguntándose qué había pasado exactamente una vez que él se fue, pero no quería presionarla. Tenía una buena idea por el coordinador que probablemente ella tenía pánico de estar sola. Si el modo de vida en el recinto era alguna evidencia, había crecido rodeada de gente en todo momento. Tenía casi decidido llevar a Paula a salvo en su cama y olvidarse del protocolo.
Ella movía sus ojos alrededor de su apartamento, parecía disfrutar de su entorno. —Ven. —La guió a través del corredor—. Vamos a limpiarte.
Pasó por el baño de invitados, sabiendo que no estaba equipado con lo que necesitaba. En su habitación, ella se detuvo brevemente, sus pies deteniéndose en el umbral, los ojos fijos en la enorme cama. —Está bien —Insistió—. Solo vamos al baño principal.
Sus ojos se movieron a la puerta abierta a través de la habitación y asintió, permitiéndole que la lleve. Los músculos de su cara se tensaron, pero sus pies comenzaron a moverse de nuevo.
Él prendió la luz y maldijo su falta de limpieza. Varias botellas y jarras llenas del mostrador —crema de afeitar, loción para después de afeitarse, desodorante, pasta dental— todo a su alcance ya que se preparaba para el trabajo en piloto automático. Limpió un lugar en el mostrador tirándolo todo dentro de un cajón y después colocó a Paula en el mostrador, delante de él.
El mojó un paño y cuidadosamente le limpió la cara, frotando los rastros de sangre seca.
Su pecho se alzaba y caía con cada respiración superficial y sus grandes ojos verdes observaban cada movimiento que él hacía. Eran inquisitivos y brillaban con determinación. Se sintió atraído hacia ella, queriendo descubrir todo lo que pudiera acerca de esta misteriosa, hermosa chica que creció en un culto, ella se froto sus manos sobre sus brazos en un esfuerzo por calmarse y recobrar un poco de control de la situación. Él pudo sentir la desesperación que sentía, su perspectiva parecía bastante deprimente. Se esforzó en encontrar palabras para tranquilizarla, para calmarla, pero se quedó corto y en su lugar siguió en silencio limpiando sus heridas lo mejor que pudo,
Una vez que estuvo limpia. Le aplico bálsamo con pequeños toques y un hisopo.
—¿Cómo es que sabes hacer esto? —preguntó.
Sus ojos se fijaron rápidamente en los de ella. Se encontraban tan cerca que él podía inclinarse y besarla. —¿Hmm? Ciertamente me han golpeado antes. No es gran cosa. Estarás como nueva en unos días. —Frunció el ceño.
—¿Golpeado? ¿Por qué tu trabajo es peligroso?
Él tapo el bálsamo y consideró su pregunta. —Sí, a veces, otras veces no, pero de hecho pensaba en mi adolescencia. Yo era un poco problemático. Mis papás me mandaron a una escuela militar en mis últimos dos años de escuela secundaria.
—Oh. —Los ojos de ella eran grandes e inquisitivos, como si quisiera preguntar más, pero en lugar de eso se miró las manos—. ¿Cuántos años tienes?
—Veintisiete —contestó. Muy viejo para ti.
Los ojos de él captaron su reflejo en el espejo y la expresión seria en su rostro lo distrajo, su frente lucía concentrada y su boca en una fina línea. Hizo su mejor esfuerzo por relajar sus hombros, sabiendo que necesitaba estar calmado si es que quería que Paula se relajara.
Unos latidos después, ella se relajó, su respiración se suavizó, y sus manos se desenroscan en su regazo. Sus rasgos eran enteramente femeninos. Desde su larga cabellera negra que se riza en las puntas, sus almendrados ojos rodeados de obscuras pestañas, hasta su delicada y suave piel. Paula era una belleza natural.

CAPITULO 9


No podía entender lo que le pedía. Por supuesto que Pedro quería llevarla lejos de este lugar, desde la primera vez que había puesto los ojos en esta casa destartalada. Sin embargo, el protocolo y cruzar los límites profesionales se agitaron en la parte posterior de la cabeza. Se resistió a la tentación de suavizar los mechones enredados de pelo de su cara, pero mantuvo los brazos alrededor de su cintura. El labio ensangrentado de Paula, la hinchazón de la cara, y el agotamiento que podía leer en su rostro le dijeron que este no era el momento para discutir.
—Está bien. Te sacaré.
Mañana resolverían todo.
Levantó a Paula de la silla y la abrazó como si estuviera completo. Y tan fuerte como antes, la necesidad de proteger se encendió dentro de él.
Sacándola a la noche, Pedro abrió la puerta de acompañante y la ayudó a subir. Se inclinó sobre ella para abrocharle el cinturón de seguridad. Cuando sus manos rozaron sus costillas, se sobresaltó, aspirando en un suspiro tembloroso. Tal vez debería revisar su cuerpo por heridas, había soportado probablemente algunos golpes más y moretones, pero su primera prioridad era sacarla de aquí.
Se quedó en silencio dentro del coche, ni siquiera preguntando adónde iban. Ciegamente confiaba en él. La sensación era embriagadora.
Mantuvo el volumen bajo de la radio, dejando a Paula en sus pensamientos, mirando por la ventana mientras conducía. Pedro echó un vistazo en su dirección, preguntándose en que podría estar pensando. El silencio incómodo hizo que su cerebro buscara algo de hablar como un grifo que gotea.
—¿Es tu primera vez en la ciudad? —le preguntó.
Paula mantuvo sus ojos en los edificios que pasaban.
—Nosotros no abandonábamos mucho el complejo.
Por supuesto. Pregunta estúpida. Lo intentó de nuevo.
—¿Te duele la cabeza? ¿Qué hay de tus costillas?
Se pasó los dedos por el pelo enmarañado, por el punto de la protuberancia.
—Creo que están bien.
Al menos había dejado de llorar. Nada lo hacía entrar más en pánico que una mujer llorando.
Cuando aparcó en su espacio de estacionamiento y apagó el motor, un profundo silencio cayó sobre ellos en el espacio confinado. Su ritmo cardíaco derrapo de repente consciente de ella. El aroma ligero y femenino que se aferraba a su piel, su pequeño cuerpo, y el abrumador deseo de protegerla, no podía negar el dolor posesivo que corrió a través de su sistema.
—¿Por qué te desmayaste, Paula?
Ella tragó con dificultad.
—Ese lugar me asustó. Había demasiada gente... demasiados hombres extraños…
Él asintió con la cabeza. No pasó desapercibido para él que era un hombre extraño para ella, sin embargo, aquí estaba sola con él también.
—Este es el lugar donde vivo —dijo finalmente.
Sus ojos se abrieron.
—¿Me trajiste a tu casa?
—¿Está bien?
Ella lo miró con una expresión cansada e insegura y se retorció en su asiento.
—Lo siento, yo no sabía dónde más llevarte. Entra, y si decides no quedarte, te llevaré a donde tú quieras ir.

Aparentemente satisfecha, salió del coche.