viernes, 21 de marzo de 2014

CAPITULO 48



El teléfono de Pedro sonó con un nuevo mensaje. Desenredó su brazo de Paula y marcó su código de seguridad para desbloquearlo. Mierda. Era un texto de Sara.
¿Listo para salir más tarde?
Paula levantó la cabeza de su pecho y dejó caer el teléfono sobre la mesa de café delante de ellos. Cuando se atrevió a mirar hacia a Paula, podría haber jurado que vio lágrimas nadando en sus ojos, pero parpadeó y el efecto se había ido, haciéndole preguntarse si sólo se las había imaginado. Habían estado en un estado de felicidad durante semanas, teniendo relaciones sexuales con regularidad y durmiendo juntos en la cama de Pedro todas las noches. Maldita sea si dejaba a Sara arruinarlo.
Ahuecó su mejilla en su palma. —Oye, me voy a quedar esta noche. Sólo tú y yo.
Ella esbozó una sonrisa y se inclinó para besarla. —Está bien —suspiró.
Guió la cabeza de nuevo a su lugar en el hueco entre el hombro y su cuello. Sara le había enviado mensajes de texto un par de veces el último par de semanas, y había tratado de dejarla con cuidado, pero al parecer, era el momento de brutal honestidad. No estaba interesado. Pero no quería responder en esos momentos. Ver el dolor en los ojos de Paula era demasiado.
Todavía no sabía lo que era esta cosa con Paula, pero sabía que las últimas semanas con ella, lo habían cambiado. Le había dado su vida de manera voluntaria; ella era tan vulnerable y dedica, que lo rasgó hasta abrirlo. Estaba esperando ver a través de él. Hubo momentos en que ella lo miraba, realmente lo miraba, y se preguntaba si veía su necesidad de mantener a todos en condiciones de igualdad, incapaz de amar después de tanta pérdida. Todavía tenía que tener algún tipo de discusión sobre la relación, pero Pedro no tenía intenciones de salir con alguien más en este momento. Y aunque su cabeza seguía en guerra con su corazón,justificó su relación con Julieta. No fue realmente un engaño ya que no se acostaba con ella. ¿Lo era? Joder.
Sabía que Paula era demasiado joven para él, que ella tenía la necesidad de extender sus alas y explorar, pero por ahora, estaba feliz de que fuera parte del crecimiento. Y más que eso, cuando se acercaba demasiado, lastimaba a las personas. Julieta era el ejemplo perfecto de ello. No podría vivir consigo mismo si le hacía a Paula lo que le hizo a Julieta. Haría todo en su poder para proteger a Paula de su pasado, incluso si eso significa ocultarle la verdad. Por ahora. Tampoco sabía cómo iba a reaccionar Julieta con él teniendo a alguien más en su vida, y no tenía ganas de tener esa conversación en particular. ¿Cuándo su vida se había vuelto tan complicada?
Acercó a Paula y trató de empujar todo lo demás fuera de su mente. Persistentes temores sobre ese loco Lucas lo mantuvieron en el borde, pero la dulce presencia de Paula en su vida alivió algo de su tensión. No quería preocuparse en ese momento. Pasó una mano por los brazos de Paula, acariciándola suavemente. Se ocuparía de ella y la mantendría a salvo de una manera u otra. Tenía que hacerlo.
—Pedro —Ella levantó la cabeza.
—Hmm. —Pasó distraídamente los dedos por su brazo.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
El pelo en la parte trasera de su cuello se levantó. Mierda. Sabía que la conversación iba a ser algo más que la que película que iban a ver después. —Por supuesto.
—¿Qué va a pasar con nosotros?
No estaba preparado para la pregunta. A pesar de cualquier otro tema era un juego justo entre ellos, se había negado a hablar sobre el futuro, fiel a temas no más allá de lo que harían para la cena, los planes del próximo fin de semana, o en el futuro, cuándo eran las fechas de las próximas vacunas de Renata. Habían vivido en su propia burbuja, disfrutando del cuerpo del otro y viviendo cómodamente juntos. Pero no se perdía las conversaciones susurradas en el teléfono de Paula con Carolina sobre la decoración de su apartamento. Se preguntó si ella todavía pensaba en mudarse, a pesar de la intimidad de su nueva relación. Lo que era lo mejor, se dijo. No se hacía ilusiones de amor verdadero, almas gemelas, matrimonio o niños. Era más fácil, y un infierno mucho más seguro, estar por su cuenta. No podía admitir que Paula podía ser la única que cambiaría su opinión.
—¿Qué quieres decir? —le preguntó, tratando de ganar más tiempo.
—Sólo que a veces me pregunto qué… quieres —Su expresión era tan abierta, tan honesta, que podía leerla como a un libro.
Se volvió hacia ella, sosteniéndole la mandíbula en la mano. —No voy a ninguna parte, Paula. —Presionó un suave beso en su boca. Sabía que no era exactamente la declaración de amor y compromiso que probablemente quería, pero era lo más cerca que podía conseguir. Todavía había mucho que no sabía de él, demasiado que no entendería. Eso era lo que tenía para ofrecer —protección, devoción y sexo alucinante. Esperaba que fuera suficiente. Porque, maldita sea, no podía ofrecerle más. No con su espectacular historial de arruinar sus relaciones.
Ella asintió, como si aceptara su no-respuesta, y se inclinó para otro beso. Si lo físico era lo único que compartirían, ninguno parecía desear desperdiciarlo. Sus besos se volvieron calientes, y la empujó sobre su regazo, su boca moviéndose por su garganta mientras sus manos se abrían camino debajo de su camisa, masajeando con ternura los músculos de la espalda y llegando a su alrededor para correr por sus tensos abdominales. Tiró de su camisa por encima de su cabeza y el sujetador la siguió rápidamente, aterrizando en el suelo entre el sofá y la mesa de centro. Ella sacudió sus caderas contra él, descubriendo que ya estaba duro. Viendo su confianza crecer, la mirada de deseo reflejado en sus ojos, despertó su propia necesidad. Agarró sus brazos, sujetándolos a sus costados. Había descubierto que por mucho que le gustaba hacerse cargo, Paula disfrutaba siendo manejada. Ella cruzó los brazos detrás de su espalda, entrelazando los dedos y empujó su pecho hacia fuera. Sostuvo sus manos con una de las suyas y trabajó la otra en la parte delantera de sus vaqueros. Se dio un festín con la punta caliente de cada pecho hasta que Paula lloraba y habían conseguido liberar sus manos para tirar de su cabello.
Pedro la movió en su regazo, poniendo suficiente espacio entre ellos para sacar sus vaqueros y liberarse. Paula se agachó delante de él y se quitó los vaqueros. Pedro la ayudó, tirando del material por sus piernas hasta que ella pudo patear sus vaqueros en el suelo. Lo observó mientras se ponía rápidamente un condón, luego se hundió en él sin dudarlo, rindiéndose mientras la llenaba.
—Dios, estás apretada. —Presionó un beso en su boca. Ella se aferró a sus hombros, sus uñas clavadas en su piel, y empezó a mecerse contra él.
Verla moverse encima de él, probando y encontrando su ritmo, era la cosa más caliente que podría haber imaginado. Su tenso cuerpo cabalgándolo era demasiado. Su cabeza cayó contra el sofá y sus ojos se cerraron. Ella puso una mano a ambos lados de su rostro y abrió los ojos. Se inclinó para darle un beso, sus lenguas colisionaron y sus respiraciones se mezclaron.—Pedro… —gruñó, apoyando sus manos sobre sus muslos mientras subía y bajaba sobre él.
—Te sientes demasiado malditamente bien. ¿Cómo es incluso posible?
—Porque somos nosotros —dijo simplemente.
Creía en su evaluación. Sinceramente. Pero no podía negar el hecho de que lo asustaba como la mierda. Nunca había conocido a una mejor amante, lo que no tenía sentido, considerando la falta de experiencia de Paula. Sus cuerpos encajaban juntos como dos mitades. No había habido ningún indicio de torpeza, la difícil etapa que había conocido con amantes anteriores. Sus cuerpos estaban tan en sincronía, que parecían anticipar los movimientos del otro y responder a su vez, conduciendo a un placer que no había sabido que podía existir antes de Paula llegara.
Su carne lo empuñó desde adentro hacia fuera, y la sintió comenzar a temblar. Lo montó más rápido y fuerte mientras alcazaba su orgasmo, gimiendo una serie de pequeños gemidos, luego cayó sobre su pecho, completamente agotada. Ver a Paula teniendo un orgasmo rápidamente lo llevó a su propio clímax. Ya no parecía capaz de moverse contra él; por lo que la agarró por la cintura y la movió arriba y abajo unas cuantas veces hasta que la siguió hacia el borde.

CAPITULO 47



Pedro se había deshecho de Carolina y Cesar después del desayuno, y luego había llevado a Paula de vuelta a la cama. Ella le había pedido que la dejara ducharse primero, y él finalmente la había liberado.
—Trata de hacerlo rápido.
Mientras estaba de pie frente al gran espejo esperando para que el agua se caliente,Paula miró al reflejo desnudo frente a ella. Su pecho era alto y alegre, su estómago suave, pero en su mayoría plano, sus muslos un poco más grandes de lo que le hubiera gustado, pero no podía negar que por primera vez —tal vez— se sentía hermosa.
Siempre que Pedro la miraba, cierto rubor causaba que sus mejillas brillen, su estómago revolotee, y se sienta completamente querida y deseable. Pero anoche fue la primera vez que había actuado en el deseo que sintió arder dentro de él también. Estaba feliz y aliviada de ver que la áspera luz de la mañana, y las miradas mordaces de Carolina, no habían hecho nada para desalentar su interés. Tan pronto como la puerta delantera se había cerrado en sus invitados de la noche, Pedro había tirado su boca a la suya, sus manos asentándose en sus caderas. Se habían besado suavemente, profundamente, a diferencia de la tormenta desenfrenada de la última noche, mientras él la acompañaba de espaldas por el pasillo hacia su dormitorio. Entonces la había levantado, como si no pesara nada en absoluto y la colocó cuidadosamente en el centro de la cama y sólo la miró.
Paula escondió el recuerdo del hambre abrasador en su mirada oscura y se metió bajo el chorro de agua.
El dichoso rocío caliente caía sobre su cuerpo y a pesar de que quería estar allí y disfrutar de la calidez, se encontró corriendo, si sólo Pedro volviera un poco más rápido. Se enjabonó el cabello con el champú rosa de toronja y luego inclinó la cabeza para enjuagar la espuma. Después de pasar el acondicionador en los largos mechones, salió del rocío directo del agua para enjabonar su cuerpo de la cabeza a los pies. Una vez que estuvo segura de que estaba limpia, se enjuagó el cabello y cortó el agua.
Sólo entonces noto una gran figura al otro lado del cristal. Su corazón voló a su garganta.
—Pedro. —Agarró una toalla del gancho y rápidamente la envolvió alrededor de sí misma—. Me asustaste, ¿Cuánto tiempo has estado mirándome?
Bajó la mirada tímidamente. La mirada de Paula siguió la suya. Oh mi… Su gran erección presionaba contra los finos pantalones de algodón.
—Lo suficiente —murmuró, su voz gruesa.
Ella sonrió y su corazón comenzó a aflojar el paso. Tomó una segunda toalla para envolverla alrededor de su cabello chorreando.
—Sólo voy a entrar rápido —Pedro le dio un beso y luego se quitó los pantalones del pijama y entró en la ducha.
La idea de ver a Pedro ducharse era más atractiva que ir a vestirse, y se quedó de pie ahí momentáneamente distraída por las corrientes de agua corriendo por su cuerpo delgado, sobre las líneas de su paquete de seis, y se estremeció. Su mirada vagó hacia abajo. Todavía estaba medio duro y ella se sentía cada vez más caliente por todas partes.
Queriendo dar un paso bajo el agua con él, se obligó a huir del baño y se lanzó hacia la habitación de invitados. Se vistió en bragas y una camiseta y parcialmente se secó el cabello por lo que no se convirtió en un lío rizado. Luego esperó por él en su cama.
Tiró de las sabanas alrededor de su cuerpo y se acurrucó en su almohada, inhalando su aroma con cada respiración. Pedro salió unos minutos más tarde, su piel aún húmeda y brillante con pequeñas gotas de agua y una toalla blanca sujeta alrededor de la cintura.
—Mejor que no te hayas vestido ahí abajo —susurró, inclinándose para plantar un beso en su boca.
Tragó saliva.
—Vas a tener que venir a averiguarlo. —Si esto es como el coqueteo era, inscríbanla. Pedro la hacía sentir viva y delirantemente feliz, como si todos sus sentidos se agudizaran y ella nunca dejaría de sonreír. Pero no tuvo mucho tiempo para examinar sus sentimientos, porque él dejó caer la toalla de sus caderas y se paró delante de ella, completamente duro y terriblemente caliente. Paula cedió, echando hacia atrás las mantas y arrastrándose a través de la cama hasta que estuvo cara a cara con su virilidad. Arrodillándose en cuatro patas, alineo su boca con su polla esperando. Él bajó la mirada y acarició su mandíbula. Paula colocó dulces besos a lo largo de la cabeza y eje, pero cuando su lengua salió a probar la punta, sus caderas se sacudieron hacia delante y dejó escapar un gemido. Disfrutando de tenerlo completamente a su merced, Paula envolvió una mano alrededor de su base y deslizó su boca alrededor de él, deslizándose hacia atrás y adelante.
Maldijo y enterró las manos en su cabello. Ella comenzó a perderse a sí misma en su placer, meciendo sus caderas y agregando pequeños gemidos por su cuenta.
La mano de Pedro se movió de su cabello, arrastrándose bajo su espalda y acarició su culo. Sus dedos encontraron su camino dentro de sus bragas a su centro húmedo. Masajeó ese lugar que parecía instintivamente saber le traía placer. Se quedó sin aliento y se meció contra su mano, mientras continuaba dándole placer con su boca.
Paula estaba rápidamente empapada y lista, la firme mano de Pedro en su mandíbula la trajo de vuelta a la realidad, aunque sea por un segundo. Levantó los ojos hacia él, su boca aún llena de él.
—Mierda, esa es una hermosa vista. —Le acarició la mejilla con su pulgar, y observó con reverencia mientras seguía sus lentos y firmes movimientos. El deseo grabado en su rostro iba a deshacerla.
Paula de repente la levantó, situándola, así ella estaba sobre su espalda tan rápido que ni siquiera estuvo segura de lo que había pasado. Le quitó las bragas y luego se cernía sobre ella, levantando su camiseta para besar sus pechos.
—¿Estás segura de que no estás demasiado adolorida? —Sus ojos se movieron hasta los de ella mientras plantaba besos húmedos a lo largo de su tórax y entre sus pechos.
Sabía lo que quería, y no iba discutir eso. Envolvió una pierna alrededor de su cadera, atrayéndolo más cerca.
—Pedro. Condón. Ahora.
Él se rió entre dientes contra su garganta y la soltó sólo el tiempo necesario para buscar a tientas en la mesita de noche. Escuchó el sonido de un paquete crujiendo y luego volvió a besarla. Sus bocas se movían juntas en un choque frenético de lenguas deslizándose y gemidos sutiles.
Pedro se levantó lo suficiente como para llegar entre ellos. Sus ojos se quedaron fijos en los de ella mientras se colocaba en su entrada y suavemente empujó hacia delante. Ella envolvió las piernas alrededor de su espalda, bloqueando sus tobillos e inclinándose hacia arriba para encontrar sus cuidadosas embestidas.
Él plantó un suave beso en su boca y empujó de nuevo hacia delante, deslizándose en su interior en una deslumbrante sensación de calor y plenitud. Su espalda se arqueó en la cama y metió su cara contra su cuello, besando y murmurando cosas dulces… lo bien que se sentía... lo hermosa que era.
Paula apretó sus ojos y emparejó el paso, obligando a sus caderas a subir de la cama para inclinarlas hacia las de él.
Su boca estaba en todas partes —cerca de su oído así ella podía oír sus jadeos guturales, en su cuello, besando y mordisqueando contra su sensible carne, cubriendo los suyos en un abrasador caliente beso. Se retorció debajo de él, dirigiéndose cada vez más cerca del éxtasis con cada golpe brutal, cada beso dulce.
—Pedro —gimió, levantando sus caderas a su última vez mientras ola tras ola de placer se disparó a través de su centro.
Él aminoró el paso, pareciendo entender su necesidad de salir de la intensa explosión de placer durante todo el tiempo que a le fuera posible. Ella lanzó un gemido final y clavó sus uñas en su espalda mientras se agarraba a algo, algo que apretó.
Pedro tomo sus manos, sujetándolas sobre su cabeza y aumentó su ritmo, golpeando en su interior a un ritmo constante hasta que sintió que todo su cuerpo se tensó y sacudió, y supo que había encontrado su liberación, también.
Se dejó caer a su lado en una pila, tirando de su cuerpo al suyo de modo que su espalda se presionaba contra su frente. Colocó un pesado brazo alrededor de su cintura, sujetándola contra su pecho. Paula cerró los ojos y soltó un suave suspiro, sintiéndose segura y más feliz de lo que recordaba.