domingo, 16 de marzo de 2014

CAPITULO 36



Pedro se despertó con un sobresalto en la oscura habitación. Miró hacia el reloj. Dos de la mañana. Restregó una mano en su rostro y echó un vistazo a Paula. Dormía pacíficamente junto a él. Habían pasado ocho meses desde que había tenido una de esas pesadillas. Pero la chica que no había sido capaz de salvar se había filtrado hacia el fondo de su subconsciente, probablemente provocado por el rescate de Paula. Los sueños no eran lo suficientemente malo para obligarlo a tomar las pastillas contra la ansiedad en su armario de aseo, pero eran lo suficientemente malos para mantenerlo al borde de ser demasiado acogedor con Paula. Necesitaba estar centrado en su trabajo, y eso incluía ayudar a Paula a seguir adelante. Nada más.
No todo era una jodida historia de amor como Carolina pensaba. No todos obtenían sus finales felices. Sabía eso de primera mano —miren a sus padres o vayan y abran cualquier caso en su escritorio en el trabajo.
Todavía no podía de dejar de reproducir miles de escenarios en su mente aunque todos eran con él siendo incapaz de llegar a Paula a tiempo y presenciando su última respiración, como ocho meses antes con la otra chica. Después de su muerte, había investigado todo lo que podía sobre la chica que había estado en el lugar equivocado en el momento equivocado. Sólo tenía diecisiete, estaba en el centro porque había discutido con sus padres. Cerró sus ojos y acercó a Paula, enterrando su rostro en su cuello, respirando su aroma y trató de escapar de la visión de la chica en su mente.



Pedro se reunió con Carolina en el bar de Cesar, después del trabajo para tomar una cerveza. Ella había estado molestándolo desde que conoció a Paula, y sospechaba que su visita no era una reunión de hermanos amistosa. Más bien una oportunidad de enterarse de los detalles sin interrupciones. Cesar le llevó automáticamente una cerveza y a Carolina una copa de vino blanco.
—Gracias hombre. —Levantó la botella a Cesar antes de llevársela a la boca.
—Así que... —Carolina comenzó a hablar, sonriéndole—. ¿Qué hay de nuevo?
—Nada.
—¿Cómo está Paula?
—Bien.
Ella hizo un mohín. Sabía que sus respuestas de una sola palabra no lo ayudaban, pero no le importaba. Ni siquiera entendía lo que pasaba entre él y Paula, y mucho menos iba a tratar de explicárselo a otra persona.
—¿Cómo estuvo tu cita con Sara?
—Estuvo bien. —Lo único que recordaba de su cita con Sara fue lo que pasó después con Paula. Los ardientes ojos oscuros que lo miraban follar a otra mujer fue probablemente la experiencia más erótica de su vida. Una oleada de calor se arrastró hasta el cuello por el recuerdo.
—¿Crees que volverás a verla?
¿A Sara? —No.
Carolina puso los ojos en blanco. —Pedro. Habla conmigo. ¿Qué está pasando entre tú y Paula? ¿Tienes la intención de seguir manteniéndola, o va a conseguir un trabajo? No lo tomes a mal, porque me gusta mucho Paula, pero tú eres mi hermano. Es mi trabajo cuidar de ti.
Pedro casi se echó a reír ante lo absurdo de su pregunta. —Paula no es así. No está detrás de mi dinero, no es que tenga mucho de todos modos; y sí, tengo planes de ayudarla durante el tiempo que lo necesite. —Tomó otro sorbo de su cerveza, con la agitación creciendo hacia dónde se dirigía la conversación. Esperaba que Carolina investigara sobre su vida amorosa, como solía hacerlo, no una advertencia para que se alejara de Paula.
—Eso es mucho para ti, Pedro.
—Ella no es una carga, Caro. —Todo lo contrario, de hecho—. Me gusta tenerla allí.
Una sonrisa cómplice se extendía a través de sus labios. —¿Qué es lo que realmente está pasando entre ustedes dos?
—Estaba completamente destrozada cuando la encontré. No voy a tomar ventaja de ella. Solo olvídalo.
Carolina se echó a reír. —Eres tan ciego como un maldito murciélago. He visto la forma en que te mira, Pedro. No creo que se pueda tomar ventaja de la voluntad.
¿Qué significaba eso? ¿Cómo lo miraba Paula? —No me mira de ninguna manera. —¿O lo hacía?
Carolina volvió a reír, y tomó otro sorbo de su vino. —Te mira como si te quisiera probar. Y no me hagas que empiece a hablar de cómo cocina y limpia para ti, básicamente atiende todas tus necesidades.
—Estás yendo muy lejos con esto. —Paula hizo esas cosas porque le dieron algo que hacer, le permitía sentirse útil. Eso no tenía nada que ver con él, ¿verdad?
—Tú me llamaste en estado de pánico cuando tuvo esos calambres. ¿Tú no encontrarías eso... extraño?
Se encogió de hombros, negándose a contestar y se concentró en su cerveza. No había pensado que era extraño en ese momento, pero podía ver cómo probablemente pareció algo que un novio haría.
—Maldita sea Pedro, ella no es la única que está destrozada, tú también lo estás. Juro que podrías estar enamorado de ella y con esa cabezota tuya ni siquiera lo sabes.
No lo creo. Pedro pretendió reírse e ignorar el comentario, pero su boca se había secado completamente. Se tomó otro sorbo de su cerveza,rezando para que el líquido helado despejara su mente de todos los pensamientos imposibles.


—¿Qué piensas acerca de que consiga mi licencia de conducir? —preguntó Paula durante el desayuno de la mañana siguiente.
El café caliente se deslizó penosamente por el conducto equivocado. Pedro luchó por despejar sus vías respiratorias, incapaz de hablar durante casi un minuto.
Paula puso la espátula al lado de la sartén con huevos, y con una mano en la cadera, le lanzó a un discurso. —He conducido antes. Un montón de veces. Aprendí en una vieja camioneta que teníamos en el recinto.
Poniendo su taza en la mesa y aclarándose la garganta, Pedro asintió. —Está bien, Paula. Voy a hacer la cita para el curso de conducir.
Con las palabras de Carolina de la noche anterior animándolo, y el tema de su futuro ya abordado, Pedro consideró cómo sobrellevar la idea de que Paula consiguiera un trabajo. No sabía si era lo correcto, infiernos, podría pagarle para cocinar y limpiar la casa, pero sabía que ese no era el por qué había hecho todas esas cosas y no quería lastimarla. Sabía que era buena con los animales, cocinando y horneando. Es cierto que había cosas que podía hacer, y tal vez incluso ir a la escuela si le interesaba. —Una vez que obtengas tu licencia, serás capaz de salir cuando yo esté en el trabajo. —Tomando la segunda rebanada de pan de plátano que Paula había puesto delante de él—. ¿Has pensado en lo que te gustaría hacer? —Se atrevió a lanzarle una mirada.
—Me gustaría trabajar con niños. Quizás de niñera, o tal vez en una guardería.
—Esa es una gran idea. —Se sorprendió Pedro con la facilidad con que la conversación había ido. Quizás Paula estaba lista para más, algo más fuerte de lo que él había dado crédito. Se dirigió a su dormitorio para continuar preparándose para el trabajo, sintiéndose de alguna manera incómodo con la conversación que acababan de tener.

CAPITULO 35



Para el final de la comida, Pedro estaba listo para salir de allí. Entre deshacerse de Lorena y después de observar a Paula, se hallaba al borde. Nunca había tenido una mesa que le molestara tanto, pero porque no podía ver dónde se encontraban las jodidas manos de Patricio. Y el principio de un dolor de cabeza perforaba su sien.
Pagó la cuenta por la comida y se puso de pie. —¿Listos?
Lorena se enfurruñó y bebió el resto de su margarita. —Bien.
Una vez que llegaron a casa, caminó a través del pasillo con Lorena, delante de Paula y Patricio, permitiéndoles algún tiempo antes de llevarla a casa. Lo que debería estar haciendo. No esperar y ver como Patricio trataba de besarla. Sobre su cadáver.
Una vez que estuvieron solos, Pedro cerró la puerta mientras Paula cogía a Renata y enterraba su rostro en su pelaje, balbuceando. Pedro se paró allí con una sonrisa satisfecha, observándola. Paula se quedó inmóvil, luego bajó a Renata al suelo. Su mirada era intensa, y el aire entre ellos crujía con la misma intensidad que la última noche. Se preguntó si ella recordaba la manera en la que la había devorado, golpeando su lengua en su rosada carne hinchada.
Murmuró algo sobre pasear a Renata por ella, y cogió el perro para alejarlo del agarre de Paula. Cuando regresó, Paula se había cambiado a un pantalón de chándal y una holgada camiseta y se encontraba recostada en el sofá, acurrucada en una bola, abrazando una almohada entre sus piernas.
—¿Qué está mal?
—Mi estómago… — gimió.
—¿Es algo que comiste? Tal vez la comida mexicana no es lo tuyo.
—No. No es eso. Creo que son calambres.
—¿Calambres? —Oh. Calambres.
La miró fijamente por unos cuantos minutos, preguntándose qué podía hacer para aliviar su malestar, pero por una vez, estaba totalmente fuera de su liga. Sacó su móvil de su bolsillo y llamó a Carolina, escabulléndose al baño. —Hola, Caro.
—Hola. ¿Fueron a su cita doble, chicos?
—Sí, funcionó bien; pero escucha, necesito un consejo. Paula está recostada en el sofá y dice que tiene calambres. Creo que tal vez fue la comida mexicana, pero dice que no es eso.
Carolina se rio. —Ella tiene calambres… como síndrome premenstrual. Probablemente va a comenzar su período, Pedro. ¿Cuánto tiempo ha estado contigo?
—Como un mes.
—Eso es lo que creí. Bien, esto es lo que tienes que hacer. Primero, pon algunas almohadillas y tampones en su baño, y asegúrate de que sepa que están allí.
Pedro escuchó, caminando de un lado a otro en su habitación mientras Carolina utilizaba palabras como compresas de calor, tabletas para el dolor de cabeza, baños tibios, películas románticas y helado.
—¿Tienes todo eso?
—No realmente —admitió.
—Sé bueno con ella, Pedro. Ser una mujer en este momento del mes apesta.
—Maldición, Carolina. No. Tú habla con ella.
Rió de nuevo. —No. Puedes manejar esto.
—Carolina —Su advertencia cayó en oídos sordos mientras la línea moría—. Joder. —Lanzó el móvil en su cama.
Pedro recogió todos los suministros y los dejó en la mesita delante de ella. —Aquí. Analgésicos, botella de agua, compresa de calor, uh… estas cosas. —Empujó la caja de tampones y almohadillas hacia ella—. Esto debería cubrirlo. —Se levantó y se alejó como si fuera un salvaje e impredecible animal.
Sus ojos escanearon la pila de suministros en la mesa. —¿Qué es todo eso?
—Para tú… situación —murmuró, frotando la parte trasera de su cuello.
—Oh, gracias. No tenías que hacerlo, Pedro.
Su postura se relajó. —Está bien. Voy a ir a prepararte un baño tibio; Carolina dijo que ayudaría.
—¿Llamaste a Carolina?
Asintió.
—Oh. —Sus amplios ojos lo siguieron hasta la habitación.
Llenó su amplia bañera con agua y parte de su cuerpo quería hacer burbujas. Paula se unió a él unos pocos minutos después,observándolo mientras probaba la temperatura del agua y ponía una fresca toalla en la encimera.
—Gracias. —Plantó un húmedo beso contra su mejilla.
Aún seguía allí cuando Paula se deslizó fuera de su pantalón de chándal y luego de sus bragas. Pedro se volvió para darle algo de privacidad cuando sus manos cogieron el dobladillo de su camiseta, pero incluso mirando en la dirección contraria, su reflejo llenaba el gran espejo. Mantuvo sus ojos en los suyos mientras se quitaba la camiseta, y luego su sujetador, dejando que toda la ropa cayera al suelo.
Estaba secretamente contento de que tuviera calambres; eso significaba que no podría tocarla esa noche, por más que quisiera hacerlo. Pero se desvestía delante de él como si no se imaginara cuán pequeño era el control que tenía.
Paula se metió cuidadosamente en la bañera y se hundió a sí misma en el agua hasta que estuvo sumergida hasta los hombros.
Sus pies se reusaron a moverse mientras se desvestía, pero ahora que se hallaba en el agua, con sus ojos cerrados y luciendo feliz, se sintió como si fuera un intruso. Soltó un profundo suspiro de frustración contenida y dejó a Paula sola para que se relajara.
Pedro estaba recostado en su cama con el cálido cuerpo de Paula acurrucado contra él, con la mirada clavada en el techo. No podían seguir viviendo así. Lo sabía, sin embargo no quería cambiar nada. Tenía a Paula allí, a salvo con él, pero sabía que la sostenía. Ella necesitaba a alguien que la ayudara a sentir todo lo que la vida ofrecía, ayudarla a crecer, no alguien que la quisiera toda para sí mismo. La respiración se Paula subió y enroscó su tenso cuerpo contra él. Se preguntó si aún tenía calambres, y distraídamente frotó una mano a lo largo de su espalda, amasando sus rígidos músculos.
Pedro tomó una decisión en ese momento. Si era lo suficientemente egoísta para quedarse con Paula, la ayudaría a vivir su vida, darle todas las experiencias que nunca había tenido. Sabía que si realmente quería ayudarla, significaba que debía prepararla para ser capaz de vivir por sí misma. Y finalmente mantenerse, incluso si no le gustaba la idea de que lo dejara. Quería que tuviera una opción. Pedro cerró sus ojos y soltó una profunda respiración, relajándose en su cálido abrazo y sintiéndose seguro de alguna manera.