domingo, 9 de marzo de 2014
CAPITULO 20
Si el médico consideró que esto era necesario, le compraría una planta, pero no veía cómo regar un cactus, una vez a la semana ayudaría. Por no hablar de que disfrutaba de que Paula canalizara su energía de crianza en él. —¿Tiene algún consejo para mí? —preguntó Pedro, se cambió al sillón de cuero rígido. No le gustaba admitir que no tenía ni idea de lo que hacía, pero necesitaba el consejo y desde que Paula ya le había dicho al médico acerca de él, no tenía sentido fingir que no estaba involucrado.
El Dr. Leonardo Gomez entrelazó sus dedos delante de su redondeado estómago. —Tenga cuidado con los comportamientos impulsivos o autodestructivos. Ella no tuvo la experiencia de un adolescente normal, a pesar de que es madura para su edad, es posible que pudiera pasar por una etapa rebelde tardía, eso significa que quiera experimentar las cosas típicas de adolescentes en las que no pudo participar.
—Está bien... —Pedro no estaba seguro de lo que quería decir, pero pensó en sus propios años rebeldes... ir a fiestas a escondidas, beber demasiado, meterse en peleas y tontear con las chicas que no tenían intención de citas. No podía ver a Paula comportarse así. Parecía demasiado dulce, demasiado inocente.
—Y hay una cosa más... —El doctor tragó saliva y miró a los ojos—. Ella no está preparada para cualquier tipo de relación romántica, físicas o de otro tipo. No sé cuáles son sus intereses con ella, pero...
Pedro levantó una mano y lo detuvo allí. —No tengo ningún interés en iniciar una relación con ella. Y en cuanto a nada físico... ella es sólo una niña.
El médico frunció el ceño.
—Yo no diría eso. Tendrá veinte en un par de meses, más de la edad suficiente para una relación, pero no creo que esté lista todavía. Tiene una gran cantidad de cosas que sanar primero.
Pedro asintió.
—Escuche, como he dicho, no estoy interesado en eso con ella.
—Es una chica atractiva. Tuve que sacar el tema.
Pedro no respondió. No pudo. Su voz, junto con su confianza, habían desaparecido. La verdad era que no tenía idea de lo que hacía con Paula. Ni la más mínima idea. Pero sabía una cosa, sintió una necesidad imperiosa de mantenerla a salvo. Sólo tendría que apagar cualquier atracción que sentía por ella.
Aceptó una pila de libros de autoayuda del Dr. Gomez, sin saber si eran de Paula o para él, y salió de la oficina.
—¿Te importaría si prendemos la televisión? —preguntó Paula —Es que está muy tranquilo aquí y estoy acostumbrada a tener sonidos ambientales. —Seguro. —Pedro le pasó el control remoto, y ella lo miró curiosamente como si fuera un objeto extraño—. Aquí. —Apretó el botón de encendido, prendiendo la pantalla. Estaba sintonizada en uno de los canales Premium, que afortunadamente mantenía la programación limpia durante el día. Raramente veía televisión, pero cuando lo hacía, era normalmente cuando no podía dormir y daba lo mismo ver pornografía suave en ese canal o infomerciales. Y un hombre no necesita tantas aspiradoras Shark ni aparatos para hacer abdominales. Paula estudió la televisión por un momento, haciendo una mueca por la cantidad de palabrotas que vinieron del grosero personaje de la pantalla. Pedro rápidamente cambió de canal. El canal del clima. Esa era una opción segura. Paula sonrió hacia él en apreciación y volvió a la cocina.
Un momento después, dudó en el umbral de la sala de estar, con una cacerola en la mano. —Hice Filete Wellington, ¿quieres un poco? No podría saber que era su favorito y que su madre solía hacerlo para él en ocasiones especiales. —¿Hiciste Wellington? Asintió. —Es mi favorito. —El mío también.
Toda esa semana Paula había hecho platos elaborados para él. Huevos benedictinos para el desayuno, sándwiches para la comida, y esa tarde había horneado y decorado seis docenas de galletas de azúcar, y ahora era Wellington. No sabía cómo hacer las porciones correctas para ellos dos, así que las sobras se encontraban apiladas tanto en el refrigerador como en el congelador. Tendría comidas para el próximo año a este ritmo.
Las palabras de Leonardo repicaban en su cabeza… Paula es del tipo maternal… necesita estar en una rutina saludable… no estaba seguro si todo esto de cocinar contaba como una rutina saludable. Ella raramente dejaba la cocina, y cuando lo hacía, no sabía qué hacer.
Pedro todavía estaba lleno del almuerzo, pero se forzó a pasar algunos bocados de la deliciosa comida, alabando a Paula por sus esfuerzos. Notó que raramente comía algo de lo que cocinaba, como si lo estuviera haciendo para su beneficio. Decidió que era momento de actuar.
Pedro regresó una hora después, preguntándose si había tomado la decisión correcta. El cachorro se retorcía en sus brazos, ansioso por bajar y jugar. Mierda. ¿Y si ni siquiera le gustan los perros?, o ¿y si es alérgica? Decidiendo que era muy tarde para retractarse, abrió la puerta y entró a la casa.
Sin ver a Paula, cargó el cachorro Bulldog Frances hacia la habitación y tocó la puerta. —¿Paula?
Escuchó que sorbía la nariz. —Un segundo.
El cachorro dejó escapar un gemido y extendió una pata hacia la puerta arañándola para entrar, como si de alguna manera supiera que su madre se encontraba dentro. Paula abrió la puerta. Una sonrisa iluminó su rostro bañado en lágrimas. —¿Pedro? —Parpadeó y una pregunta no formulada se formó en sus labios.
—Es para ti. Tiene 14 semanas. Una familia la compro en una tienda de mascotas, luego cambiaron de opinión y la dejaron en el refugio de animales. Es tuya. Si la quieres.
—Oh, Pedro —Paula se levantó en la puntas de sus pies y le dio un beso en la mejilla—. Gracias, es muy linda.
Pedro le entregó la cosa que se retorcía a Paula, que rápidamente besó la parte superior de su cabeza y la acunó en su regazo como un bebe. Captó su atención y la retuvo. Los labios de Pedro se elevaron de satisfacción al ver el conmovedor espectáculo.
No había duda de que el perro era lindo. Pedro quería adoptar un pastor alemán, o algún otro perro más masculino, pero cuando vio esta pequeña cosa, que parece más un gremlin que un perro, supo que sería el que Paula podría querer. Y la forma en que Paula enterraba su rostro en el piel del cachorro y murmuraba en lenguaje infantil ininteligible, era una indicación de que había hecho lo correcto. Su corazón se apretó en su pecho, una sensación desconocida y sorprendente. Pero se recordó a si mismo que solo hacía esto para quitarse al doctor de encima. Terapia animal o alguna mierda llamada así.
—¿Cómo vas a llamarla? —preguntó.
Los labios de Paula se curvaron en una sonrisa. Dios, era hermosa cuando sonreía. —¿Tengo que ponerle un nombre?
Asintió y vio como sus ojos se iluminaron.
—Tengo que pensarlo —sonrió, sosteniendo a la cachorra con el brazo extendido para obtener un buen vistazo.
Pedro la dejó otra vez con la excusa de que necesitaba recoger un collar, correa y comida para perros. Pero más que nada, necesitaba escapar de los sentimientos profundos que generaban los murmullos dulces de Paula al cachorro.
CAPITULO 19
Pedro se sentó de golpe en la cama y maldijo. La habitación se hallaba a oscuras y en silencio. Instó a su corazón para disminuir la velocidad antes de levantarse y golpear algo.
—¿Pedro? —Paula se frotó los ojos y se sentó a su lado.
Mierda. Se había olvidado de Paula. Pero al parecer, su subconsciente no. Los sueños eran un inquietante recordatorio de cómo la conoció.
Ella puso una mano en su espalda, descansando entre los omóplatos.
—¿Estás bien?
—No me toques.
Se encogió saliendo de su alcance. Sabía que intentar dormir no tendría sentido ahora que había soñado con ella. Pedro se levantó de la cama. Se puso pantalones cortos, despojándose de sus pantalones de pijama en la oscuridad, y añadió una camiseta. Paula se levantó y salió de la cama detrás de él, envolviendo sus brazos alrededor de su espalda por lo que sus manos se cerraron en torno a su cintura. Sus pechos se rasparon a través del fino algodón de la camiseta que llevaba y se presionan contra su espalda.
—Maldita sea, Paula. —Se quitó las manos de encima y se volvió hacia ella—. Suéltame. —No necesitaba su ternura en estos momentos. Sólo empeoraría las cosas una vez que ella entendiera—. Hay cosas que no sabes sobre mí.
Se quedaron mirándose el uno al otro a la luz de la madrugada, la sorpresa y un toque de miedo llenando su mirada. Él sabía que nunca había visto este lado de él, que ni siquiera había imaginado que existía. Dios, deseaba que no lo hiciera. Pero la triste verdad era que lo había jodido a lo grande. Sólo esperaba que ella nunca supiera el alcance de eso. Le sorprendió lo poco que cada uno sabía del otro, pero la facilidad con que habían caído juntos en la rutina.
Extendió su brazo y le apretó la mano para demostrarle que no estaba loco.
—Sólo tienes que ir a la cama. Voy al gimnasio.
Ella miró el reloj al lado de la cama. Eran las cuatro de la mañana, pero no discutió; se limitó a asentir y se metió de nuevo en la cama, acurrucándose en el calor del lugar que acababa de abandonar.
—De acuerdo, no preguntas, no objeciones. Tú vas a ir —presionó Carolina.
Pedro arrastró el teléfono de su oreja, suspirando. —No sé, Carolina, he estado muy ocupado con el trabajo estos últimos días. —Ella no necesitaba saber que estaba actualmente de vacaciones.
—Oh, Pepe, vas a amarla. Conocí a Sara en mi clase de yoga. Es hermosa, divertida. Cerca de tu edad. Realmente creo que te va a gustar. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que has estado en una cita?
Mierda. La última cosa que quería hacer era ir a alguna cita a ciegas, pero aún más que eso, no quería que Carolina se enojara con él porque si lo hacía, era probable que viniera a darle problemas y luego se iba a encontrar con Paula.
Carolina le estuvo insistiendo en usar sitios web de citas, pero se había negado rotundamente. Preferiría conseguir un rápido polvo que ir a sentarse y escuchar a una chica parlotear acerca de cómo su última manicura se descascaraba después de sólo dos días —no es broma— esa fue la conversación de su última cita.
Pero con su último amigo soltero se casó el verano pasado, Pedro empezaba a darse cuenta de que podría ser el momento de sentar cabeza. Sólo que no era bueno en citas. No parecía responder a las expectativas mujeres tenían. Era olvidadizo, no era romántico, y trabajaba mucho. No sabía de muchas chicas que estarían con él conforme a eso, pero no quería ser el proyecto de alguien. No iba a cambiar. Demonios, incluso Carolina estaba molesta son él y era de la familia —se suponía que tenía que amarlo.
—Me las arreglé para que ustedes pudieran reunirse en lo de Cesar —dijo Carolina—. Tú estás allí cada fin de semana de todos modos, así que ¿cuál es el problema?
Carolina tenía razón. Su mejor amigo Cesar poseía un pub irlandés cerca de su apartamento. —Está bien, voy a ir —murmuró en el teléfono.
Desde que Carolina amenazaba con crearle un perfil de citas en línea, de vez en cuando tenía que mantener su promesa de salir para sacársela de encima—. Sali, ¿eh?
—¡Sí! Bueno, bueno ya arreglé todo. Ustedes tienen una cita en dos semanas, el sábado a las siete para tomar unos tragos. Eso es todo. Simple, ¿no?
—Está bien.
—¿Te mataría darle las gracias a tu hermana?
—Gracias, Caro. —Rodo los ojos antes de terminar la llamada. Faltaban todavía un par de semanas, tal vez podría encontrar una manera de zafarse de ella
Al día siguiente, antes de ir al gimnasio, Pedro dejó Paula en su cita de terapia que había sido pre-programada por el coordinador del centro. Después de un entrenamiento vigoroso y una ducha rápida, Pedro estaba vestido y de vuelta en su camioneta, para recoger a Paula.
Entró en el consultorio del médico, se sentó en la zona de recepción, y comenzó a hojear una revista. Unos minutos más tarde, la puerta de la oficina se abrió y Paula salió con los ojos hinchados. Pedro saltó a sus pies.
El médico se dio la vuelta hacia Pedro. —¿Este es él?
Paula asintió con la cabeza, con los ojos fijos en los de Pedro.
Cristo, esto no era bueno. Podría tener problemas con el Departamento incluso por estar aquí con ella. El médico, a mediados de los cuarenta con pelo canoso en las sienes, se dirigió hacia Pedro y le tendió la mano. —Soy el doctor Gomez, pero me llaman Leonardo. ¿Te importa si tenemos una charla, Pedro?
Pedro asintió. Era lo único que podía hacer, a pesar de que estaba confundido y nervioso. ¿Qué le había dicho Paula al terapeuta acerca de él? Tan pronto como se hubieron sentado en su oficina grande, Leonardo decidió cortar por lo sano—: Ella me dijo qué eras. Pero no te preocupes, confidencialidad paciente/doctor y todo eso. Además, no me importa para quién trabajas. Me da la sensación de que usted quiere ayudar a Paula, así que quería ofrecer alguna orientación.
Pedro se inclinó hacia delante, con las manos sobre las rodillas, dispuesto a escuchar lo que el médico tenía que decir. Parecía que estaban en la misma página. Esto era sobre Paula.
—Estas sesiones ayudarán, pero son sólo una vez a la semana. Paula tiene que entrar en una rutina regular. Necesita cierta apariencia de normalidad en su vida.
Pedro asintió con la cabeza. No jodas, doc. ¿Ese es el consejo brillante por el que tenía que pagar trescientos dólares la hora?
—Parece tener un espíritu maternal.
Pedro reconocía eso, le encantaba cocinar y parecía feliz de darle de comer y quedarse en casa. Pero esperó, preguntándose a dónde se dirigía esta conversación.
—Necesita a alguien o algo a quien cuidar. ¿Tiene animales domésticos, plantas, cualquier cosa?
—Ah, no. —Pedro se pasó una mano por la nuca.—Así que parece que en este momento lo que está poniendo su energía de cuidado es en usted. Eso me preocupa.—Leonardo frunció el ceño—. Paula podría llegar a ser muy unida en este punto vulnerable de su vida.Tendrá que tener cuidado.
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