viernes, 14 de marzo de 2014

CAPITULO 32



Sus ojos estaban fijos en él, ardiendo de curiosidad. Su polla se sacudió dentro de Sara.
—Oh sí. Justo así. —Gimió. Él apretó la mano con más fuerza sobre su boca. Sara seguía completamente en su propio mundo, ni siquiera se había dado cuenta de que no estaban solos, o que toda la atención de Pedro se hallaba en Paula.
La mirada de Paula fue a la espalda de Sara, que levantaba su trasero arriba y abajo de Pedro.

Paula vestía sólo un par de bragas y una camiseta sin mangas. Se veía tan inocente, sin embargo, completa y malditamente sexy, que se puso incluso más duro. Tenía los labios entreabiertos, haciendo respiraciones cortas y sus ojos se oscurecían por el deseo Paula se quedó mirándolos durante varios minutos, sin apartar la mirada de la suya, hasta que Sara dio un pequeño grito y luego se bajó de él. Paula se volvió y corrió hacia su dormitorio.
—¿Terminaste? —preguntó Sara.
—Sí —dijo ahogado. Dudaba que ella comprobara el condón en busca de evidencia. Se lo quitó y lo envolvió en el pañuelo, con la esperanza de mantener el engaño de que estaba lleno, y lo arrojó en el cesto de basura al lado de su cama. No había manera de que fuera capaz de venirse con Sara. A menos que se sustituyera la imagen de Sara con la de Paula, pero Dios no podía pensar de esa manera. No era correcto.
—Espero que no te importe. —Sara se puso su top—. Pero no me gusta quedarme después, así que envié un mensaje para que me recogieran y ya están aquí. —Levantó su teléfono, con la luz azul indicando que tenía un mensaje nuevo.
Pedro no planeaba convencerla de que se quedara. —Sí, está bien. Bueno, gracias.
—No hay problema, sexy. Fue divertido, ¿cierto? —Sara se deslizó en el resto de su ropa, mientras Pedro se puso un par de vaqueros.
Después de ver a Sara salir, Pedro se encontraba de pie en la entrada oscura completamente desconcertado y fuera de lugar. Maldijo y luchó contra el impulso de golpear la pared. Se vio reflejado en el espejo del pasillo, el pálido y atormentado hombre mirándolo era casi irreconocible. No sabía por qué había pensado que era correcto traer a Sara a la casa, porque sin duda no estaba jodidamente bien. Para nada. Se le había pasado la borrachera en el instante que se encontró con los ojos de Paula.
Respiró hondo y se acercó a la puerta de su dormitorio, que estaba entreabierta. Encontró a Paula sentada en el centro de la cama, todavía vestida con sólo un par de bragas y una camiseta blanca. Su mirada era derrotada, la tristeza de su pose y la caída floja de sus hombros lo golpeó como un dolor físico en el pecho. —Paula —Su voz se quebró y el dolor en el pecho hizo que fuera difícil respirar. No obteniendo ninguna respuesta, se acercó a la cama.
Los ojos de Paula siguieron sus pies a través de la alfombra, hasta que se situaba al extremo de su cama. Ella lo miró mordiéndose el labio inferior. Lo vio como si fuera alguna criatura salvaje, tenía los labios entreabiertos, sus ojos muy abiertos y su respiración superficial.
—¿Estás bien? —preguntó él.
Amplios ojos verdes lo estudiaron. Asintió lentamente. Su mirada bajo persistente sobre su pecho y estómago desnudo, deteniéndose en la banda de la cintura de su pantalón, que había dejado desabotonado en su prisa por sacar a Sara por la puerta.
Sus manos jugueteaban con el borde de su camiseta y los pulmones de Pedro se apretaron. Que estaba ella… Levantó la camiseta dejando al descubierto la suave piel de su vientre y continúo alzándola lentamente hasta que sus pechos se hicieron visibles. Pedro no pudo evitar seguir sus movimientos. Se mordió el labio y bajó la mirada hacia ella, piel lechosa suave y pezones de color rosa pálido apretándose en el aire frío. Mierda, era perfecta, mejor que en su imaginación. Trago ásperamente.
—No puedes hacer eso Paula. —Alcanzó la camiseta tirada y se la devolvió.
Ella aceptó la camiseta, solo para tirarla a través del cuarto. Maldita sea sobreestimaba seriamente su auto control. El daría su próximo aliento sólo para probar sus hermosas tetas.
—Paula —gruñó con los dientes apretados—. Vístete. —Su orden sonó débil incluso para sus propios oídos.
Chupo su labio dentro de su boca, dándose la vuelta con un resoplido, acostándose sobre su estómago y escondiendo su cara en la almohada.
¿Por qué parecía herida? Él curvó sus manos en puños, luego se enderezó y se sentó a su lado en la cama.
Su pequeño culo estaba en plena exhibición en las escasas bragas rosas, que hicieron apariciones en sus sueños. Contuvo la respiración mientras captó en la vista los bien formados globos redondos de su culo, rogando por su atención.
Puso su mano en su espalda desnuda, frotando la piel entre sus omóplatos con su pulgar. Ella giró la cabeza hacia el lado, apoyando la mejilla contra la almohada, así podía mirarlo a los ojos. —Siento que hayas tenido que ver eso, no debería haberla traído a casa.
—¿Entonces por qué lo hiciste? —desafió.
Porque había estado pensando con su polla. Pero no le podía decir eso a Paula, así que no dijo nada y ella no lo presionó. Siguió corriendo la mano a lo largo de su espalda.

—¿Me vas a hacer eso a mí… lo que le hiciste?
—No —su voz salió imposiblemente escasa—. Estas a salvo conmigo,Paula, no voy a hacerte daño.
Ella se mordió el labio —No parecía que le estuvieras haciendo daño —bateó sus pestañas.
—Paula, detente —imploró.
—Al menos que ella te estuviera haciendo daño… —su frente se arrugó. Recordó la forma en la que Sara lo había montado… rápido y fuerte, solo la punta de sus pies en la cama, sus manos apretadas en sus pectorales mientras rebotaba contra él.
—No. —Se ahogó. Dios, ella realmente no sabía nada sobre el sexo.
No pudo resistir correr sus dedos por su espalda, sobre su columna vertebral y hasta el cuello de nuevo. Fue un toque con la intensión de calmarla. Entonces, ¿por qué diablos lo encendía?
Quería preguntarle por qué los había visto, pero se contuvo, no estaba seguro de poder manejar la respuesta —Paula ¿dime que está mal? —La persuadió, cuidadosamente frotando su espalda desnuda, pero permaneció quieta y en silencio. Arrastró los dedos hasta sus hombros y luego de vuelta a donde su espalda baja se sumergía. Dejó que sus manos se aventuraran más lejos, justo hasta el borde de sus bragas, antes de arrastrar los dedos por su espalda de nuevo. Sintió su respiración superficial salir y crecer más rápido.
Dios, cuan malamente deseaba tocar su culo, tomarlo en sus manos y tal vez incluso hacer llover pequeños golpes a través de él. Tenía un culo perfecto, después de todo.
Continuó masajeando su espalda y sintió que lentamente comenzaba a relajarse en el colchón. Pero entonces ella hizo algo que no debería, gimió y movió ese pequeño culo mientras se ponía más confortable. Maldición. Incapaz de resistirse por más tiempo, Pedro llevo ambas manos a su trasero y lo tomó en sus palmas necesitando tocar, masajear cada parte de él. Paula soltó otro gemido entrecortado y pensó que su corazón se detuvo. Levantó su trasero ligeramente como para encontrarse con sus manos. La piel era tan suave, tan delicada y tentadora como el infierno. Quería tirar bajar sus bragas y tocar su culo desnudo pero no se atrevió. En su lugar, siguió frotando su espalda, y dejando que sus manos pasen cada vez más tiempo apretando y ahuecando su culo, mientras sus manos vagaban más abajo. La respiración de Paula se había acelerado, y giró su cabeza, ya no enterrada en la almohada, así podía verlo entero. La agonía en su expresión había desaparecido y fue remplazada por el deseo y la curiosidad ardiente que había visto cuando lo vio con Sara.

—Pedro —susurró.

CAPITULO 31



Sara pasó todo el camino en el taxi lamiendo su cuello y agarrando la cresta dura de sus vaqueros. Supo que tenía a una chica extraña en sus manos. La idea lo hizo al mismo tiempo delirantemente feliz y nervioso ya que lo último que quería era herir a Paula. Le advirtió a Sara que tenía a alguien quedándose con él en ese momento, y que iban a tener que ser extra silenciosos. Mientras mordisqueaba su oreja, y lamía su cuello, dijo que no tenía ningún problema.
Se tambalearon desde el taxi hasta la escalera, besándose y tocándose el uno al otro mientras avanzaban.
—Recuerda, extra silenciosa —le recordó cuando le quitó el seguro a la puerta.
En vez de responder, Sara llevó su mano al frente de sus vaqueros y le dio un suave apretón. Cerró los ojos, imaginándose brevemente que era la mano de Paula apretándolo. Sus ojos se abrieron de golpe. ¿De dónde había venido ese pensamiento? Nunca iba a estar con Paula. No de esa manera. Retiró la mano de Sara de sus pantalones y le pidió que esperara en la cocina.
La sala de estar estaba vacía, lo que significaba que Paula se había ido a la cama, pero no tenía idea si eso quería decir la suya o la de él. La puerta de la habitación de huéspedes estaba cerrada. Siguió derecho a su propia habitación. Se encontraba vacía. Dejó salir un pequeño suspiro de alivio. Dios, estaba tan desesperado pensando en que Paula se enterara de esto, y se preguntó si debía sólo sacar a Sara antes de que todo le estallara en el rostro. Pero cuando se dio la vuelta, Sara ya se encontraba de pie en el umbral de su dormitorio.
—¿No ibas a empezar sin mí, cierto? —Sonrió y caminó hacia él.
Tragó saliva y observó su cuerpo delgado y esbelto cruzar la habitación. Estaría mintiendo si dijera que no quería esto. Su polla ya estaba tirante contra sus vaqueros. Sólo que no sabía si era por la idea de que Paula los descubriera o porque las largas piernas de Sara se enroscaría en un cintura.
Cerró la puerta detrás suyo, apagó las luces y lo empujó hacia la cama. Su espalda golpeó el colchón con un ruido sordo. Sara se puso a horcajadas y le quitó la camisa. Tal vez podía hacer esto rápido y sacarla del apartamento.Pedro pasó por el juego previo más rápido de lo que le gustaba. —¿Estás lista para mí? —preguntó, rozando su cuello con besos.
Usualmente se aseguraba de que la chica se viniera al menos una vez, para que estuviera agradable y húmedo antes de que se hundiera en ella. Pero algo le decía que a Sara no le importaría saltar al evento principal. Se quitó las bragas y se dio placer a si misma mientras él miraba, después trajo sus dedos a su boca. Él abrió obedientemente. —Ves, ya estoy mojada —susurró ella.
Bien, sigamos adelante. Escuchando a su monólogo interno era como tener un ángel en un hombro, y un diablo en el otro. La mitad de él quería follarla hasta dejarla sin sentido, perderse a sí mismo en el placer, y la otra mitad deseaba nunca haberla traído a casa para poder acurrucarse con Paula. Pero Dios, no era como si él y Paula estuvieran en una relación. Podía tener citas con otras mujeres. ¿Pero dormir con ellas en el apartamento que compartía con Paula? Esa parte era cuestionable.
Pedro cogió un condón del cajón en su mesa de noche y se lo pasó a Sara. —Pónmelo. —rugió.
Sara siguió las instrucciones, abriendo con los dientes el paquete, y plantando un beso en la cabeza de su polla antes de rodar el condón hacia la base de su longitud. La levantó debajo de sus brazos y la alzó por encima de él para que estuviera a horcajadas en su regazo. Después envolvió sus brazos detrás su cabeza y le sonrió con una mueca desafiante. Tenía el presentimiento de que podía doblarla como a un pretzel, con ella siendo instructora de yoga y todo, pero de algún modo la idea no tenía ningún atractivo. Podía deducir que Sara era el tipo de chica que le gustaba estar a cargo, que estaría feliz de montarlo hasta que ambos se vinieran.
Se sentó lentamente sobre su longitud, echando la cabeza hacia atrás en éxtasis mientras desaparecía en su interior. Sara aumentó su velocidad, alternando entre rodar sus caderas y rebotando contra él. Dejó escapar gemidos y gruñidos entrecortados cada vez que dio en el lugar correcto. A medida que su velocidad aumenta, aumenta su volumen. —Si… justo ahí… justo ahí… —gimió ella.
Pedro plantó la palma de su mano en la boca de Sara —Shh. —Mantuvo su mano asegurada en sus labios mientras ella se movía contra él. No era consciente de su mano, y continuó montándolo. Después de unos pocos minutos, Pedro abrió los ojos para ver si Sara estaba cerca de terminar. Como el infierno que él no lo estaba. No sabía por qué, pero algo no se sentía bien. Simplemente no podía concentrase en el momento. Pedro se dio cuenta que la habitación no estaba tan oscura como antes, y sus ojos fueron de la forma en que Sara se retorcía a la puerta de su dormitorio, que ahora se encontraba parcialmente abierta. ¿Cómo demonios pasó eso? Una luz proveniente del pasillo inundaba la entrada de su cuarto. Levantando la cabeza de la almohada, vio a Paula de pie en la entrada mirándolos.
Santa mierda.