jueves, 6 de marzo de 2014
CAPITULO 13
Comieron en silencio por algunos minutos. Pedro no quería presionarla, estaba feliz con que estuviera cómoda hablando de todo.
—Esto está delicioso, por cierto. —Clavó un tenedor lleno de pasta y logró otro bocado, a pesar de que se llenó hace cuatro bocados. Tenía un apetito saludable, pero Paula había hecho lo suficiente para alimentar a un ejército, si el plato lleno de pasta en la mesa entre ellos era alguna indicación.
—Obviamente sabes mucho de mí —dijo Paula, enredando un largo mechón de cabello en su dedo—. Pero si voy a estar aquí, debería conocer más de ti.
Él se encogió. —¿Qué quieres saber?
Lo pensó un momento, continuó jugando con su cabello. La atención de Pedro fue de sus brillantes ojos verdes a su boca y la forma en la que distraídamente jugaba con un mechón de su cabello.
—¿Esposa, novia?
—Soy solo yo.
—¿Cómo es eso?
Pensó en cómo responder, pero no el por qué —no quería la responsabilidad, el dolor que venía con la pérdida del ser amado. Pero él se tomó su tiempo, considerando que respuesta darle.
—Así es como lo quiero.
Paula frunció el ceño ligeramente. —¿No te sientes solo? ¿Qué hay con tu familia? ¿Están cerca?
Pedro se quedó quieto, observando la forma en que su mano se detuvo cuando estuvo insegura de sí misma, preguntándose si había sobrepasado un límite con esa pregunta.
—Esa es otra cosa que tenemos en común.
Sus ojos buscaron los de él, tratando de entender —Tus padres…
—Murieron, hace algunos años. Solo somos mi hermana Carolina y yo. Ella es tres años mayor y un dolor en el trasero —añadió, con la esperanza de agregar un poco de ligereza de nuevo al momento que, de pronto se había vuelto más pesado de lo que había contado.
—Lo siento —susurró. Sus ojos nunca dejando los de él.
La comprensión surgió entre ellos y sus miradas quedaron enganchadas. Los ojos de ella se suavizaron y empujaron la obscuridad en la mirada de él hasta que ya no fueron desconocidos, sino dos personas que se conectaban por una perdida que dejó una herida muy profunda, que nunca sanó.
Él tomo una lenta y temblorosa respiración. Esto no era parte del trato. No podía ablandarse ahora. Solo por que trajo trabajo a casa, por así decirlo, no quería decir que tuviera que ponerse todo sentimental. Dios,¿Qué venía después? ¿Llorar en el hombro del otro? ¿Tejer una maldita manta?
De ninguna jodida manera. Haría lo que tuviera que hacer para ayudar a Paula. No estaba de acuerdo con ver a una mujer sufrir, eso era todo. No debía involucrarse emocionalmente. No podía. No otra vez. Tenía un gabinete lleno de medicinas, que era el resultado de haberse involucrado anteriormente en algo que no debía.
—Gracias —espetó. Más que listo para cambiar de tema.
Los restos de comida que se encontraban entre ellos se habían enfriado, y Paula lucía muy exhausta. Se desplomó en su silla, su cabeza apoyada en la mano.
—Vamos, te llevaré a la cama. —Colocó los platos en el fregadero y llevó a Paula a la habitación de invitados.
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