viernes, 7 de marzo de 2014

CAPITULO 15



Estaba agradecido por tener unos días libres para ayudar a Paula a resolver las cosas. En cuanto a cómo usaría esos días, no tenía idea. Claro, tendría que regresar al trabajo pronto y tenía sus domingos de visita con Julieta, que esperaba que Paula no tuviera que enterarse. Pero una cosa a la vez. Se encontraba a salvo y caliente en la habitación de invitados y eso era suficientemente bueno por ahora.

Cuando Pedro despertó a la mañana siguiente, o por la tarde por así decirlo, le tomó un momento ubicar los sonidos que venían del interior de su apartamento. Paula. Su corazón hizo un pequeño baile feliz en su pecho ante la idea de encontrarla en su cocina. Se estiró y fue a investigar. Cuando entró en la cocina, sus pies descalzos hicieron un ruido sordo contra el suelo de madera, Paula levantó la vista y se congeló como si la hubieran sorprendido haciendo algo mal.
—Hola —ofreció, tratando de tranquilizarla.
Sus rasgos se suavizaron. —Hola.
Pedro escaneó los tazones y los ingredientes esparcidos a través del mostrador, y la isla cubierta por una capa de harina. —¿Has dormido bien?
Los ojos de Paula vagaron por la longitud del pecho desnudo de Pedro y se detuvieron donde el pelo fino rozaba la parte baja de su estómago y desaparecía bajo el cinturón. Se aclaró la garganta y miró sus manos. —Mmm hmm —tartamudeó.
Pedro se mordió el labio para no reírse. Su físico musculoso siempre recibió críticas positivas del sexo opuesto. Y se sorprendió al ver que incluso después de todo lo que Paula había pasado, todavía lo notó. Entrenaba duro para mantenerse en plena forma física, kick-boxing tres veces a la semana, levantar de pesas y correr el resto de los días. Echó un vistazo a su pecho y abdomen desnudo. Sus pantalones se habían deslizado ligeramente hacia abajo en las caderas, dejando al descubierto sus abdominales inferiores y las líneas a lo largo de los costados que formaron en sus caderas una profunda V. Apretó el cordón, duplicando el nudo. Tranquilo muchacho. Ahora no era el momento para obtener una erección.
Rara vez vestía algo en la cama, pero se había puesto un par de pantalones de pijama anoche por si acaso Paula necesitaba algo en el medio de la noche. De esa manera no tendría que buscar a tientas su ropa en la oscuridad, o el riesgo de aterrorizar a la pobre chica con su masculinidad al desnudo. No se había molestado con una camisa, encontraba el material malditamente restrictivo. Prefería la sensación de sus sábanas de satén contra su piel desnuda —era el único consuelo que se permitía.
—Estoy haciendo panqueques. Espero que esté bien —dijo Paula en voz baja.
Una caja de mezcla se apoyaba en el mostrador. —Por supuesto que está bien. Gracias. —Pedro cruzó la cocina para hacer una taza de café, pasando a su alrededor y dándose cuenta de lo poco acostumbrado que estaba < tener a alguien en su espacio, a pesar de que no era del todo desagradable.
—Lo siento, no sabía cómo manejar esa cosa. —Paula miró la cafetera como si la hubiera ofendido personalmente.
—Ven aquí, te mostraré.
Una vez que Paula había limpiado sus manos en un paño de cocina y se acercó furtivamente junto a Pedro, no pudo resistirse a guiarla entre él y el mostrador, así estaba más cerca de la máquina de café, se dijo.
Paula contuvo el aliento ante el contacto, pero no protestó, permitiéndole maniobrar su cuerpo a su antojo. Le demostró cómo agregar granos frescos en la amoladora y luego cómo configurar los granos para asar, luego colar. La cafetera estaba más inquieta de lo que estaba acostumbrado, pero había sido un regalo de Carolina la Navidad pasada, y ahora él era adicto a los granos de café asados.
Ninguno de los dos se alejó cuando el café comenzó a gotear en la jarra. Una repentina visión de levantar el cabello de la parte posterior de su cuello e inclinarse para plantar un beso en la suave piel, bailaba por su cabeza. Se encontraba a pocos centímetros de presionarse en ella, moliendo sus caderas en su culo. Sintió un revuelo en su polla y supo que la lección había terminado.
—Vamos a comer —se quejó.
Paula se quedó en silencio, atónita, mientras él salía de la cocina. Cogió una camiseta y la se la tiró encima antes de sentarse en la barra de desayuno. Paula deslizó una pila de panqueques frente a él.
—Gracias. —Lanzó una rápida mirada hacia ella. No se dio cuenta que tener esta hermosa mujer joven en su casa le afectaría de esta manera. Era un profesional. No debería estar afectado por ella.
La vio moverse por el apartamento, doblar la cintura para recoger un montón de cartas que había dejado junto a su sillón, arrastrándolas a la cocina para ordenarlas y se mordió el labio mientras estudiaba un lugar en el mostrador antes de limpiarlo. Sus labios eran carnosos y rosados, y se encontró preguntándose a que sabían antes de rápidamente empujar lejos el pensamiento.
Mientras estaba de pie en el mostrador de la cocina, Pedro apreció su perfil. Pequeño pero alegre pecho, pelo oscuro rizado alrededor de sus hombros, un vientre plano, y un culo bien formado. Apreciaba un culo bien formado y poner sus palmas en esa redondeada parte trasera se reprodujo por su mente como una canción en repetición, no importaba cuántas veces se recordó a sí mismo que eso NO iba a suceder.

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