sábado, 1 de marzo de 2014

CAPITULO 2




Ella lo miró con los ojos muy abiertos que contenían un destello de curiosidad. Aunque se mantuvo agachada, levantó la barbilla mientras se acercaba.
Consideró ayudarla a levantarse, pero instintivamente sabía que sus manos se mantendrían cerradas herméticamente en su regazo.
Tenía dos opciones: recogerla y sacarla, o ganarse su confianza. La confianza lleva tiempo. Se agachó y la levantó, asegurando un brazo detrás de las rodillas, y el otro alrededor de su cintura. Un jadeo asustado escapó de su garganta, pero tan pronto como Paula estuvo en sus brazos su cuerpo se relajó. Ella apoyó la cabeza en su hombro y dejó escapar un profundo suspiro, como si hubiera estado llevando una gran carga y de repente, ahora que se encontraba en sus brazos, fuera libre de ella. Enlazó sus dedos detrás de su cuello y hundió la cara en su pecho, como si fuera la cosa más natural del mundo. Momentáneamente aturdido por su cálido cuerpo envuelto alrededor de él, le tomó un tiempo poder poner sus pies en movimiento.
La llevó a través del edificio, captando miradas de sorpresa de los otros agentes por como la tenía abrazada con fuerza contra su pecho, pasando a través de las salas de vacías. Ella se dejó caer contra él, y esa medida de completa confianza le dio a Pedro una sensación retorcida en su interior, una sensación con la que nunca se había encontrado hasta ahora.—¿Te encontraste una novia allá, Alfonso? —dijo uno de los chicos, seguido por una ola de risas.
Normalmente, él regresaría bruscamente una réplica, pero no podía concentrarse mucho con la chica en sus brazos. Las olas fragantes de cabello oscuro derramando sobre sus hombros, las suaves curvas de su cuerpo moldeado a su duro pecho era más que un poco de distracción.
Cuando entraron en la sala, Paula finalmente habló—: Puedes bajarme ahora. —Su aliento era cálido contra su cuello y le envió un cosquilleo por la espalda.
Él la dejó en el suelo, de pronto se encontraba reacio a dejarla ir. Ella lo miró y parpadeó dos veces, abriendo su boca para atraer un suspiro tembloroso. Estaba sin palabras. Emociones que pensó durante mucho tiempo que estaban muertas se agitaron en su interior.
Ella se volvió y se dirigió hacia las pocas personas que aún quedan en el edificio, un pequeño grupo de niños se alinearon contra la pared, mirando desconcertados.
No fue una gran sorpresa que un grupo de agentes hombres no tuvieran ni idea de qué hacer con las víctimas más pequeñas. Al menos tenían suficiente sentido común para ponerlos fuera de la lluvia mientras esperaban a que las camionetas llegaran.
Paula se arrodilló delante de los niños y les habló en voz baja. Lo que ella dijo tuvo el poder para calmarlos. Varios de los niños más grandes se limpiaron las lágrimas y fijaron en sus rostros caras valientes. El más pequeño, un niño con rizos rubios, se arrastró a su regazo.
Al principio Pedro se había centrado únicamente en la misión de capturar a Jorge, pero ahora se preguntaba qué pasaría con las mujeres y los niños. Bueno, sobre todo con la chica, Paula.
Cuando llegaron las camionetas, la observó ayudar a los niños para protegerlos de la lluvia. Entonces ella los hizo desfilar hacia las camionetas que esperaban.
Un aguijón familiar de preocupación le atravesó el pecho. Este era el único hogar que conocían, y ahora era el centro de una investigación del FBI. Habían sido literalmente expulsados al frío. Alejó ese pensamiento. Maldita sea. Él no debe sentirse afectado. Este era el tipo de cosas que le habían aconsejado los agentes subalternos sobre no involucrarse emocionalmente en un caso. Pero ver a Paula de pie, su trasero y sus piernas bien formadas, provistas de un par de pantalones vaqueros, el cabello mojado colgando por su espalda, sabía que debía fingir que no se vio afectado. Maldición.
Como Pedro estaba en la puerta, el aire frío le arrebató el aliento al instante, lo que le obligó a tirar de los bordes de su estrecha chaqueta. No podía dejar de pensar en sus exuberantes curvas suaves y la forma en que se había sentido en sus brazos. Desearla era una poderosa necesidad, una respuesta instintiva, y una que no había experimentado en mucho tiempo. La diferencia era que nunca había actuado al respecto.
Demonios, él estaba dispuesto a apostar que nunca la volvería a ver. Y eso era lo mejor.

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