sábado, 15 de marzo de 2014
CAPITULO 33
De alguna manera sabía que no era una orden para detenerse, sino un estímulo para ir más lejos. Sabía que no debía hacerlo, pero, joder, estaba tan encendido. Solo un poco más lejos, no se dejaría así mismo hacer lo que no debería. Pero quería tan mal saborear su dulce piel y sentirla retorcerse contra su boca. Arrastró sus manos por la parte posterior de sus muslos, haciéndole cosquillas en la sensible piel detrás de sus rodillas, y cuando llevó las dos manos a lo largo de su culo, dejó que sus dedos se deslizaran justo dentro del elástico, así podía sentir su piel desnuda ininterrumpida por la tela. Fue hasta donde iría sin una señal de que ella quería más. Continuó amasando y masajeando su cuerpo regordete, sus dedos trabajando cada vez más cerca de su pequeño coño. Quería saber si estaba mojada, porque él estaba duro como una roca y ella ni siquiera lo había tocado aún. Ni siquiera tendría que tocarlo; se podría venir probablemente solo pensando en su culo.
La respiración de Paula se volvió más errática y levantó su cadera un poco, como si le diera a sus manos mejor acceso para tocarla más abajo si quería. Con sus dos manos ahora debajo de la tela de sus bragas, se inclinó y la beso en la parte posterior de su pierna, luego la otra, plantando besos con la boca abierta a lo largo de su tierna carne. Cuando su lengua prodigaba la parte de atrás de su rodilla, sus caderas se levantaron de la cama.
—Ah —jadeó.
—Shh, voy a hacerlo mejor —prometió. Besó su camino hasta lo alto de sus piernas, y depositó tiernos besos sobre su trasero, luchando contra el impulso de meter el rostro entre sus nalgas. No quería asustarla, pero le encantaba su culo. Con una mano haciendo a un lado la tela de sus bragas, su otra mano encontró su calor resbaladizo. Joder, estaba empapada, su polla se retorció en contra de los límites de sus vaqueros.
Paula empujó contra su mano, él se deleitaba de la sensación de suavidad de su pequeño coño, sus labios gruesos y el calor resbaladizo que emanaba de ella. Hizo girar un dedo en su apertura, recogiendo la humedad que encontró allí y recorrió su dedo sobre el pequeño clítoris hinchado.
—Pedro —la voz de Paula fue insistente y segura. Sabía que no podía dejarla así, quería hacerla venirse más de lo que quería su próxima respiración. Deslizó sus bragas por las piernas, dejándola todavía acostada sobre su estómago por lo que su culo estaba expuesto. Sus manos masajearon su carne sedosa, agarrando sus nalgas y abriéndolas así podía ver la delicada piel arrugada de color rosa allí y luego más abajo la resbaladiza humedad entre sus piernas. Era increíblemente caliente. Su polla se puso más dura de lo que alguna vez había estado. Sus pulgares acariciaron su trasero. Delineando sobre la carne tierna en su centro y la respiración de Paula se dificultó. Le dio un beso en su espalda baja y luego la impulsó a darse la vuelta.
Quedó frente a él sobre la almohada, sus pechos subiendo y bajando con cada respiración entrecortada que tomaba.
Era perfecta. Su piel estaba en forma sobre su estómago y sus caderas, sus tetas firmes con pezones rosados que rogaban por ser lamidos. Le dio un beso húmedo y dulce en su mejilla, justo en la esquina de su boca, y luego se movió hacia abajo, mordisqueando la carne tierna de su cuello plantando besos a lo largo de su clavícula y sobre su corazón antes de besar cada pecho. Su lengua prodigó atención en sus pezones hinchados, succionando cada uno profundamente en su boca mientras su lengua se movía hacia atrás y delante. Paula gimió alto y se retorció contra la almohada.
Él se movió y de esa manera se recostó a su lado, con su cara al nivel de su vientre. Con la mirada fija en la de ella, le separó las piernas y bajó su boca para probarla. La cabeza de Paula cayó hacia atrás sobre la almohada y sus ojos se cerraron. Estaba demasiado encendido para ir lento y movió su lengua sin piedad sobre ella, chupándola con su boca hasta que gemía y se retorcía gritando su nombre. Unos segundos más tarde sintió cuando se venía, su pequeño coño apretándose como si se estuviera agarrando a algo para llenarlo. Pero eso no iba a pasar, pondría hielo a su polla si tuviera que hacerlo. Paula no estaba lista y además él no estaba destinado a ser el primero.
Besó sus piernas y su vientre hasta que las secuelas de su orgasmo aminoraron y luego cambió su postura en la cama para sentarse a su lado.
—Pepe… —gimió—. Estoy mareada. —Se aferró a las sábanas de la cama intentando apoyarse a sí misma.
Sonrió mientras su orgullo se hinchaba en su interior. Ese debe haber sido un poderoso orgasmo. Se aliso el pelo de la cara disfrutando de la mirada de felicidad que puso ahí.
Lo miró con los ojos desenfocados y nublados —Haz que la habitación deje de girar… —se quejó.
Espera un segundo… Su estómago cayó. ¿Qué diablos? —¿Estás borracha?
Soltó una risita. —Solo un poco.
—Cristo, Paula —Se puso de pie y le subió las bragas por las piernas. Esto no debería haber pasado. Pedro se alejó de ella con las piernas temblorosas y se ajustó la enorme erección que tiraba contra su cremallera. Sus ojos muy abiertos siguieron sus movimientos. Una punzada de decepción coloreó sus rasgos, pero Pedro la ignoró. Salió hacia la cocina y encontró una botella de vodka y el jugo de naranja sobre la isla. Paula había irrumpido en su gabinete de licor como una maldita adolescente rebelde. ¿Era esto lo que su terapeuta le había advertido? Se había emborrachado y al parecer excitado, él había caído en ello sin ninguna duda.
Con la esencia de ella todavía aferrada a sus labios y dedos, Pedro escapó al baño principal. Arrastró sus pantalones hacia abajo lo suficiente para liberar su erección y echo un poco de crema de manos en su palma. La frotó contra su polla, bombeando y empujando sus caderas a tiempo para que coincidan con los movimientos frenéticos de su mano. Luego de uno cuantos golpes se vino con un gemido entrecortado, vaciándose en la palma de su otra mano.
Después de lavarse regresó a su habitación y encontró a Paula sentada en el centro de su cama.
Sus ojos se encontraron el uno al otro y buscó en su mirada signos de que lamentaba lo que habían hecho unos momentos atrás, pero no encontró ninguno.
—Huele a ella aquí. —Paula arrugó la nariz.
Pedro empezó a trabajar para cambiar las sábanas y las fundas de almohadas. Si ella no sacaba el tema de lo que acababan de hacer, tampoco él. Reunió un juego limpio de sábanas y las arrojó sobre el colchón. No haría dormir a Paula donde se acababa de follar a otra mujer, pero tampoco la alejaría ahora. Había estado demasiado vulnerable y bajó la guardia con él por completo. Y si este era el lugar donde quería estar, no iba a negárselo. No podría, ahora no, tal vez nunca.
—¿Pedro? —su voz tenía una cualidad suplicante, como si necesitara tranquilidad sobre donde se encontraban ahora.
—Ve a la cama Paula.
Se volvió hacia la puerta, su mano en el codo la detuvo —No, en mi cama, conmigo.
Ella sonrió y se arrastró a su lado, apoyando la cabeza en su pecho una vez que se asentaron en la oscuridad.
—No quiero que bebas, Paula.
—Yo, lo siento ¿estás enojado conmigo?
—No, no estoy enojado contigo. —Enojado consigo mismo se acercaba. No debería haberla tocado, pero ahora que lo había hecho, no quería más que hacerlo una y otra vez—. ¿Todavía estás borracha?
—No estoy borracha, yo solo tomé un poco mientras esperaba a que llegaras a casa. Solo quería ver cómo era.
No podía estar molesto con Paula. La había dejado sola esta noche para salir con otra mujer. Paula se había aburrido. Había hecho lo que muchos de diecinueve casi vente años hacían los fines de semana.
—¿Cómo te sientes ahora? —preguntó, necesitando alguna indicación de lo que pasaba dentro de su cabeza.
—Bien.
—¿Sólo bien? —Sonrió él, volviéndose para mirarla.
Ella sonrió contra su piel y luego bostezó —Soñolienta, te quedaste hasta tarde.
No señaló que muy probablemente estaba agotada por la combinación del alcohol y el poderoso orgasmo que le había dado en su habitación en lugar de la hora tardía. —¿Estuvo bien, lo que pasó en tu habitación?
—Sí, es sólo que…
—¿Sólo qué? —sugirió él, su corazón acelerándose. No quería oírle decir que lo lamentaba, porque seguro como el infierno que él no.
—No me besaste, y no me dejaste tocarte.
—¿Tú querías eso?
Asintió, con la cabeza todavía hacia abajo.
—¿Eres virgen? —susurró.
Los músculos en su espalda se tensaron, y su mano se quedó inmóvil contra su piel.
—Sí.
Alivio inundó su sistema. —Bien. Vas a seguir así.
—Pero Pedro…
—No, no digas nada más en este momento. No vamos a hablar de eso, especialmente no cuando has estado bebiendo.
Dejó escapar un profundo suspiro —¿Puedo decir solo una cosa?
Cerró su puño, sabiendo que sería inútil negar su petición —Una.
Ella respiró hondo como si se preparara para dar un discurso —Cuando estoy con el Dr. Gomez o Carolina, ellos me ven como una chica normal, con deseos y necesidades normales, de ser amada, tener afecto físico, pero a veces no creo que me veas así. Todavía me sigues viendo como si fuera la asustada y llorona chica que sacaste de ese recinto. Solo quiero que sepas que… quiero más.
Le tomó un segundo dejar que sus palabras penetraran. Solo habían pasado unas pocas semanas, ¿de verdad sabía lo que quería? Incluso, ¿era capaz de más en este momento? No quería pensar en ella teniendo citas, de hecho, la idea lo asustaba bastante. Pero era una brillante y hermosa chica. No podía simplemente mantenerla escondida, no importaba lo mucho que pudiera querer. Tal vez el alcohol le había aflojado un poco la lengua, pero era cierto, no parecía borracha. No en absoluto. Parecía confiada y segura. —Eso es bueno Paula. Yo quiero que tengas esas cosas también, te mereces todo eso y más. —Pero sabía que no era el hombre para ella, podría llegar a una lista de miles de razones de por qué; era muy viejo para ella, necesitaba más tiempo para sanar, estaba casado con su trabajo; no buscaba una relación y la lista seguía y seguía. Pero decirle eso a su cuerpo. Él la quería, aunque sabía que era imposible.
—¿Paula? —susurró en la oscuridad, incapaz de detenerse a sí mismo de seguir con su comentario acerca de besarlo.
—¿Si?
—¿Has sido besada antes?
—No.
Cerró sus ojos, justo lo que pensaba. —Está bien, un beso de buenas noches. —Sabía que era una mala idea, que cambiaría irrevocablemente las cosas entre ellos, pero maldición quería probar sus labios. Lo necesitaba como necesitaba su próximo aliento.
Se movió y ella levantó la cabeza de su pecho, permitiéndole moverse sobre la parte superior. Se cernió sobre ella, dejándose caer lentamente hasta que sus cuerpos yacían juntos, sus caderas alineadas, su pecho frotando sus pezones endurecidos y sus bocas a milímetros de tocarse. Se mantuvo arriba en sus codos y acunó su cabeza en las manos, alisando mechones de pelo hacia atrás. Su respiración vino en rápidas y pequeñas bocanadas contra sus labios. Se tomó su tiempo, decidido a no correr con esto. Inclinó su mandíbula hacia ella, y descendió para encontrarse con su boca.
Sus labios eran gruesos y suaves, y presionó profundizando el beso. Incluso si una parte de él sabía que no debería hacerlo, merecía ser besada correctamente en su primer beso. Pedro abrió sus labios y cuando su lengua encontró la de ella, ansiosa y húmeda mientras se arremolinaba contra la de él, su polla se puso dura al instante. No besaba como una principiante. Se apretó en el hueco entre sus piernas y Paula automáticamente envolvió sus piernas alrededor de su cintura y soltó una respiración entrecortada. El calor en su centro lo acunó y apretó sus caderas más cerca, reprimiendo un gemido por la fricción. Su resistencia colgaba de un hilo. Por jodidamente increíble que se sentía, Pedro rompió el beso, sabiendo que no sería capaz de detenerse si seguían adelante. Le dio un casto beso en la frente. —Ahí, ahora has sido debidamente besada.
Ella le sonrió y sus ojos se abrieron perezosamente.
Se rio de lo malditamente linda que se veía, saciada y soñolienta. —Sólo descansa un poco, ¿de acuerdo?
—Está bien. —Rodó a su lado y acarició la almohada.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario