domingo, 16 de marzo de 2014
CAPITULO 35
Para el final de la comida, Pedro estaba listo para salir de allí. Entre deshacerse de Lorena y después de observar a Paula, se hallaba al borde. Nunca había tenido una mesa que le molestara tanto, pero porque no podía ver dónde se encontraban las jodidas manos de Patricio. Y el principio de un dolor de cabeza perforaba su sien.
Pagó la cuenta por la comida y se puso de pie. —¿Listos?
Lorena se enfurruñó y bebió el resto de su margarita. —Bien.
Una vez que llegaron a casa, caminó a través del pasillo con Lorena, delante de Paula y Patricio, permitiéndoles algún tiempo antes de llevarla a casa. Lo que debería estar haciendo. No esperar y ver como Patricio trataba de besarla. Sobre su cadáver.
Una vez que estuvieron solos, Pedro cerró la puerta mientras Paula cogía a Renata y enterraba su rostro en su pelaje, balbuceando. Pedro se paró allí con una sonrisa satisfecha, observándola. Paula se quedó inmóvil, luego bajó a Renata al suelo. Su mirada era intensa, y el aire entre ellos crujía con la misma intensidad que la última noche. Se preguntó si ella recordaba la manera en la que la había devorado, golpeando su lengua en su rosada carne hinchada.
Murmuró algo sobre pasear a Renata por ella, y cogió el perro para alejarlo del agarre de Paula. Cuando regresó, Paula se había cambiado a un pantalón de chándal y una holgada camiseta y se encontraba recostada en el sofá, acurrucada en una bola, abrazando una almohada entre sus piernas.
—¿Qué está mal?
—Mi estómago… — gimió.
—¿Es algo que comiste? Tal vez la comida mexicana no es lo tuyo.
—No. No es eso. Creo que son calambres.
—¿Calambres? —Oh. Calambres.
La miró fijamente por unos cuantos minutos, preguntándose qué podía hacer para aliviar su malestar, pero por una vez, estaba totalmente fuera de su liga. Sacó su móvil de su bolsillo y llamó a Carolina, escabulléndose al baño. —Hola, Caro.
—Hola. ¿Fueron a su cita doble, chicos?
—Sí, funcionó bien; pero escucha, necesito un consejo. Paula está recostada en el sofá y dice que tiene calambres. Creo que tal vez fue la comida mexicana, pero dice que no es eso.
Carolina se rio. —Ella tiene calambres… como síndrome premenstrual. Probablemente va a comenzar su período, Pedro. ¿Cuánto tiempo ha estado contigo?
—Como un mes.
—Eso es lo que creí. Bien, esto es lo que tienes que hacer. Primero, pon algunas almohadillas y tampones en su baño, y asegúrate de que sepa que están allí.
Pedro escuchó, caminando de un lado a otro en su habitación mientras Carolina utilizaba palabras como compresas de calor, tabletas para el dolor de cabeza, baños tibios, películas románticas y helado.
—¿Tienes todo eso?
—No realmente —admitió.
—Sé bueno con ella, Pedro. Ser una mujer en este momento del mes apesta.
—Maldición, Carolina. No. Tú habla con ella.
Rió de nuevo. —No. Puedes manejar esto.
—Carolina —Su advertencia cayó en oídos sordos mientras la línea moría—. Joder. —Lanzó el móvil en su cama.
Pedro recogió todos los suministros y los dejó en la mesita delante de ella. —Aquí. Analgésicos, botella de agua, compresa de calor, uh… estas cosas. —Empujó la caja de tampones y almohadillas hacia ella—. Esto debería cubrirlo. —Se levantó y se alejó como si fuera un salvaje e impredecible animal.
Sus ojos escanearon la pila de suministros en la mesa. —¿Qué es todo eso?
—Para tú… situación —murmuró, frotando la parte trasera de su cuello.
—Oh, gracias. No tenías que hacerlo, Pedro.
Su postura se relajó. —Está bien. Voy a ir a prepararte un baño tibio; Carolina dijo que ayudaría.
—¿Llamaste a Carolina?
Asintió.
—Oh. —Sus amplios ojos lo siguieron hasta la habitación.
Llenó su amplia bañera con agua y parte de su cuerpo quería hacer burbujas. Paula se unió a él unos pocos minutos después,observándolo mientras probaba la temperatura del agua y ponía una fresca toalla en la encimera.
—Gracias. —Plantó un húmedo beso contra su mejilla.
Aún seguía allí cuando Paula se deslizó fuera de su pantalón de chándal y luego de sus bragas. Pedro se volvió para darle algo de privacidad cuando sus manos cogieron el dobladillo de su camiseta, pero incluso mirando en la dirección contraria, su reflejo llenaba el gran espejo. Mantuvo sus ojos en los suyos mientras se quitaba la camiseta, y luego su sujetador, dejando que toda la ropa cayera al suelo.
Estaba secretamente contento de que tuviera calambres; eso significaba que no podría tocarla esa noche, por más que quisiera hacerlo. Pero se desvestía delante de él como si no se imaginara cuán pequeño era el control que tenía.
Paula se metió cuidadosamente en la bañera y se hundió a sí misma en el agua hasta que estuvo sumergida hasta los hombros.
Sus pies se reusaron a moverse mientras se desvestía, pero ahora que se hallaba en el agua, con sus ojos cerrados y luciendo feliz, se sintió como si fuera un intruso. Soltó un profundo suspiro de frustración contenida y dejó a Paula sola para que se relajara.
Pedro estaba recostado en su cama con el cálido cuerpo de Paula acurrucado contra él, con la mirada clavada en el techo. No podían seguir viviendo así. Lo sabía, sin embargo no quería cambiar nada. Tenía a Paula allí, a salvo con él, pero sabía que la sostenía. Ella necesitaba a alguien que la ayudara a sentir todo lo que la vida ofrecía, ayudarla a crecer, no alguien que la quisiera toda para sí mismo. La respiración se Paula subió y enroscó su tenso cuerpo contra él. Se preguntó si aún tenía calambres, y distraídamente frotó una mano a lo largo de su espalda, amasando sus rígidos músculos.
Pedro tomó una decisión en ese momento. Si era lo suficientemente egoísta para quedarse con Paula, la ayudaría a vivir su vida, darle todas las experiencias que nunca había tenido. Sabía que si realmente quería ayudarla, significaba que debía prepararla para ser capaz de vivir por sí misma. Y finalmente mantenerse, incluso si no le gustaba la idea de que lo dejara. Quería que tuviera una opción. Pedro cerró sus ojos y soltó una profunda respiración, relajándose en su cálido abrazo y sintiéndose seguro de alguna manera.
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