sábado, 22 de marzo de 2014

CAPITULO 49


Pedro metió los pies en sus zapatos y se dirigió a la cocina. —Tengo que salir por un rato. —Le puso una mano en la cadera y se inclinó para darle un beso.
Los ojos de ella volaron hacia el reloj sobre la cocina. Él sabía que sus citas del domingo se convertían en un punto de discordia en su relación y una fuente de curiosidad ardiente para Paula. Ella abrió la boca, la pregunta justo ahí en su lengua, pero se detuvo. ¿Qué diría él si finalmente tuviera el valor de preguntar? Cerró la boca y asintió. —Está bien.
Salió a los pocos minutos. Estaba cansado de sentir que prácticamente tenía que salir a hurtadillas de su casa en las tardes del domingo. Odiaba el sentimiento de culpa que lo seguía mientras conducía. No le gustaba dejar a Paula. No le gustaba tener que hacer esto. Pero esto era lo que tenía que hacer si quería corregir sus errores del pasado. Y le debía mucho más que esto —que una hora de su tiempo. Y sabía que Paula nunca lo entendería.


Paula obedientemente siguió a Carolina de tienda en tienda, hasta que la espalda le dolía y sus brazos temblaban de llevar todas las bolsas de compras. Terminaron en el bar de Cesar para tomar una copa. Cesar sirvió a cada una copa de vino blanco frío y colocó un tazón de almendras saladas frente a ellas. Paula notó que sus ojos se desviaron hacia Carolina cada pocos minutos, sin importar a quién le servía.
Paula tomó un sorbo de vino. Mmm. Dulces toques de pera y albaricoque fresco se encontraron con su lengua. Su mente vagó por enésima vez en Pedro y sus salidas apresuradas de los domingos. Consideraba preguntar a Carolina al respecto, pero decidió no hacerlo, ya que no estaba segura de poder manejar la información. —¿Puedo preguntarte sobre Pedro? —Paula se mordió el labio, las mariposas tomando vuelo en su interior.
—Por supuesto. —Carolina se encogió de hombros, haciendo estallar una almendra en su boca.
—Un tipo como Pedro... —Ella frunció el ceño luchando por las palabras adecuadas.— ¿Es difícil llegar a conocer? ¿Es cerrado?
—¿Emocionalmente atrofiado? —ofreció Carolina.
Paula exhaló, dejando escapar una pequeña risa entrecortada. —Sí.
Carolina asintió y sonrió débilmente. —Te preocupas por él.
Esa no era una pregunta así que Paula no se molestó en contestar. ¿Era tan obvio?
Carolina contempló el contenido de su copa de vino, girando el tronco con las manos. —Hay algo que quiero decirte.
La sensación de que los próximos minutos iban a cambiar las cosas considerablemente latía bajo en el estómago de Paula.
Carolina confirmó que desde hace varios meses, Pedro confío en ella acerca de sus terrores nocturnos. No quiso hablar de ello durante mucho tiempo, pero Carolina fue implacable después de que comenzó perdiendo peso y con círculos oscuros grabados bajo sus ojos. Había confiado en Carolina sobre un caso donde una chica inocente fue atrapada en el fuego cruzado y acabó recibiendo una bala antes de que pudiera tirar abajo al sospechoso. Carolina lo obligó a ir a un médico, consiguió una prescripción de medicamentos contra la ansiedad y píldoras para dormir que tomó varios meses después de que ella murió. Pero él en realidad nunca trató adecuadamente las cosas, o aceptó que la muerte de ella no fue su culpa.
—¿Pero nunca se involucraron… románticamente?
—No. Literalmente acababan de conocerse. Pedro estaba allí cuando ella murió y se culpó a sí mismo porque no pudo protegerla.
Aturdida en el silencio, Paula asintió. Él la estaba rehabilitando, no porque sintiera algo por ella, sino por su sentimiento de culpa por la muerte de otra chica.
—¿Estás bien? Estás pálida —dijo Carolina.
Las orejas de Paula retumbaron con la repentina avalancha de sangre, pero consiguió asentir. —Estoy bien. Es solo que no lo sabía.
Carolina le palmeó la rodilla. —Me lo imaginaba. —Luego despachó el resto de su vino, y agitó su copa a Cesar por su oferta de otra más—. Mi hermano se está enamorando de ti. Solo que no lo sabe todavía. Sé paciente con él, ¿de acuerdo?
Paula asintió, con la boca seca y el estómago dando saltos mortales. —¿Podemos irnos? —Sabía que Pedro regresaría de lo que fuera que hacía el domingo y ellos necesitaban hablar.
Carolina asintió, dejó una buena propina para Cesar y luego condujo a su casa.
Después de luchar con las bolsas de ropa que ya ni siquiera recordaba haber comprado, Paula cogió a Renata en sus brazos y se salió, no muy lista para enfrentar a Pedro. Cuando volvió a entrar en el apartamento lo encontró en la cocina, hurgando en los menús de comida para llevar. —Oye, no sabía cuándo estarías en casa, así que pensé que me gustaría ordenar esta noche.
Paula soltó a Renata retorciéndose en el suelo y miró a sus pies.
—¿Qué está mal?
Lágrimas calientes y saladas picaban en sus ojos. —Tenemos que hablar.

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