domingo, 9 de marzo de 2014
CAPITULO 19
Pedro se sentó de golpe en la cama y maldijo. La habitación se hallaba a oscuras y en silencio. Instó a su corazón para disminuir la velocidad antes de levantarse y golpear algo.
—¿Pedro? —Paula se frotó los ojos y se sentó a su lado.
Mierda. Se había olvidado de Paula. Pero al parecer, su subconsciente no. Los sueños eran un inquietante recordatorio de cómo la conoció.
Ella puso una mano en su espalda, descansando entre los omóplatos.
—¿Estás bien?
—No me toques.
Se encogió saliendo de su alcance. Sabía que intentar dormir no tendría sentido ahora que había soñado con ella. Pedro se levantó de la cama. Se puso pantalones cortos, despojándose de sus pantalones de pijama en la oscuridad, y añadió una camiseta. Paula se levantó y salió de la cama detrás de él, envolviendo sus brazos alrededor de su espalda por lo que sus manos se cerraron en torno a su cintura. Sus pechos se rasparon a través del fino algodón de la camiseta que llevaba y se presionan contra su espalda.
—Maldita sea, Paula. —Se quitó las manos de encima y se volvió hacia ella—. Suéltame. —No necesitaba su ternura en estos momentos. Sólo empeoraría las cosas una vez que ella entendiera—. Hay cosas que no sabes sobre mí.
Se quedaron mirándose el uno al otro a la luz de la madrugada, la sorpresa y un toque de miedo llenando su mirada. Él sabía que nunca había visto este lado de él, que ni siquiera había imaginado que existía. Dios, deseaba que no lo hiciera. Pero la triste verdad era que lo había jodido a lo grande. Sólo esperaba que ella nunca supiera el alcance de eso. Le sorprendió lo poco que cada uno sabía del otro, pero la facilidad con que habían caído juntos en la rutina.
Extendió su brazo y le apretó la mano para demostrarle que no estaba loco.
—Sólo tienes que ir a la cama. Voy al gimnasio.
Ella miró el reloj al lado de la cama. Eran las cuatro de la mañana, pero no discutió; se limitó a asentir y se metió de nuevo en la cama, acurrucándose en el calor del lugar que acababa de abandonar.
—De acuerdo, no preguntas, no objeciones. Tú vas a ir —presionó Carolina.
Pedro arrastró el teléfono de su oreja, suspirando. —No sé, Carolina, he estado muy ocupado con el trabajo estos últimos días. —Ella no necesitaba saber que estaba actualmente de vacaciones.
—Oh, Pepe, vas a amarla. Conocí a Sara en mi clase de yoga. Es hermosa, divertida. Cerca de tu edad. Realmente creo que te va a gustar. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que has estado en una cita?
Mierda. La última cosa que quería hacer era ir a alguna cita a ciegas, pero aún más que eso, no quería que Carolina se enojara con él porque si lo hacía, era probable que viniera a darle problemas y luego se iba a encontrar con Paula.
Carolina le estuvo insistiendo en usar sitios web de citas, pero se había negado rotundamente. Preferiría conseguir un rápido polvo que ir a sentarse y escuchar a una chica parlotear acerca de cómo su última manicura se descascaraba después de sólo dos días —no es broma— esa fue la conversación de su última cita.
Pero con su último amigo soltero se casó el verano pasado, Pedro empezaba a darse cuenta de que podría ser el momento de sentar cabeza. Sólo que no era bueno en citas. No parecía responder a las expectativas mujeres tenían. Era olvidadizo, no era romántico, y trabajaba mucho. No sabía de muchas chicas que estarían con él conforme a eso, pero no quería ser el proyecto de alguien. No iba a cambiar. Demonios, incluso Carolina estaba molesta son él y era de la familia —se suponía que tenía que amarlo.
—Me las arreglé para que ustedes pudieran reunirse en lo de Cesar —dijo Carolina—. Tú estás allí cada fin de semana de todos modos, así que ¿cuál es el problema?
Carolina tenía razón. Su mejor amigo Cesar poseía un pub irlandés cerca de su apartamento. —Está bien, voy a ir —murmuró en el teléfono.
Desde que Carolina amenazaba con crearle un perfil de citas en línea, de vez en cuando tenía que mantener su promesa de salir para sacársela de encima—. Sali, ¿eh?
—¡Sí! Bueno, bueno ya arreglé todo. Ustedes tienen una cita en dos semanas, el sábado a las siete para tomar unos tragos. Eso es todo. Simple, ¿no?
—Está bien.
—¿Te mataría darle las gracias a tu hermana?
—Gracias, Caro. —Rodo los ojos antes de terminar la llamada. Faltaban todavía un par de semanas, tal vez podría encontrar una manera de zafarse de ella
Al día siguiente, antes de ir al gimnasio, Pedro dejó Paula en su cita de terapia que había sido pre-programada por el coordinador del centro. Después de un entrenamiento vigoroso y una ducha rápida, Pedro estaba vestido y de vuelta en su camioneta, para recoger a Paula.
Entró en el consultorio del médico, se sentó en la zona de recepción, y comenzó a hojear una revista. Unos minutos más tarde, la puerta de la oficina se abrió y Paula salió con los ojos hinchados. Pedro saltó a sus pies.
El médico se dio la vuelta hacia Pedro. —¿Este es él?
Paula asintió con la cabeza, con los ojos fijos en los de Pedro.
Cristo, esto no era bueno. Podría tener problemas con el Departamento incluso por estar aquí con ella. El médico, a mediados de los cuarenta con pelo canoso en las sienes, se dirigió hacia Pedro y le tendió la mano. —Soy el doctor Gomez, pero me llaman Leonardo. ¿Te importa si tenemos una charla, Pedro?
Pedro asintió. Era lo único que podía hacer, a pesar de que estaba confundido y nervioso. ¿Qué le había dicho Paula al terapeuta acerca de él? Tan pronto como se hubieron sentado en su oficina grande, Leonardo decidió cortar por lo sano—: Ella me dijo qué eras. Pero no te preocupes, confidencialidad paciente/doctor y todo eso. Además, no me importa para quién trabajas. Me da la sensación de que usted quiere ayudar a Paula, así que quería ofrecer alguna orientación.
Pedro se inclinó hacia delante, con las manos sobre las rodillas, dispuesto a escuchar lo que el médico tenía que decir. Parecía que estaban en la misma página. Esto era sobre Paula.
—Estas sesiones ayudarán, pero son sólo una vez a la semana. Paula tiene que entrar en una rutina regular. Necesita cierta apariencia de normalidad en su vida.
Pedro asintió con la cabeza. No jodas, doc. ¿Ese es el consejo brillante por el que tenía que pagar trescientos dólares la hora?
—Parece tener un espíritu maternal.
Pedro reconocía eso, le encantaba cocinar y parecía feliz de darle de comer y quedarse en casa. Pero esperó, preguntándose a dónde se dirigía esta conversación.
—Necesita a alguien o algo a quien cuidar. ¿Tiene animales domésticos, plantas, cualquier cosa?
—Ah, no. —Pedro se pasó una mano por la nuca.—Así que parece que en este momento lo que está poniendo su energía de cuidado es en usted. Eso me preocupa.—Leonardo frunció el ceño—. Paula podría llegar a ser muy unida en este punto vulnerable de su vida.Tendrá que tener cuidado.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario