martes, 18 de marzo de 2014
CAPITULO 39
Las siguientes semanas concluyeron en la misma clase de evitación cuidadosa. Continuaron durmiendo juntos en la cama de Pedro cada noche, pero aparte de acurrucarse, nada físico había sucedido. Pedro estaba seguro que Paula no tenía ni idea de lo muchísimo que él la deseaba; especialmente cuando andaba con esas hermosas y pequeñas bragas-cubre trasero frente a él, o cuando salió del baño sólo vistiendo una toalla, todavía húmeda y rosada, producto de su ducha. Tomó cada gramo de auto-control que poseía para no levantarla, quitarle la toalla, y embestirla una y otra vez hasta que se viniera.
Las cosas más pequeñas comenzaban a encenderlo y se autosatisfacía más de lo que lo había hecho cuando era un adolescente. Aun así le brindó poco alivio al deseo reprimido que albergaba por ella. Pero no la follaría. Se merecía mucho más de lo que él estaba preparado para ofrecerle
Incluso con las tentaciones diarias, las semanas habían transcurrido rápido. Paula se había graduado de su curso de conducción, y el sábado pasado la había llevado a recoger su licencia.
Después de escoger un coche para Paula —un sedan plateado de un año de antigüedad que fue capaz de negociar el precio— Pedro firmó los papeles y escribió un cheque para el pago inicial. El coche no era para nada lujoso, pero nadie lo sabría al mirar a Paula. Después de terminar en el interior, la encontró todavía sentada en el asiento del conductor, inspeccionado cada parte del coche —encendiendo las luces, abriendo y cerrando los diferentes compartimentos como si fuera la cosa más magnífica que alguna vez hubiera visto.
Ella miró a Pedro mientras él se aproximaba a abrir la puerta del conductor. —¿Te gusta? —preguntó, a pesar que era obvio que le había gustado.
—No sólo me gusta. Esto es amor. —Recorrió gentilmente con su mano el tablero.
—Bien. Porque tienes que conducirlo a casa.
Sus ojos se llenaron de gratitud y asintió. —¿Podemos parar de camino a casa e ir a comer? ¿Cómo una mini celebración?
Pedro miró su reloj. —De hecho… tengo que ir a un sitio.
Ella frunció el ceño y jugueteó con las llaves. —Oh, claro… es domingo.
Asintió sin decir alguna palabra, su boca se secó. Había estado esperando a que le preguntara sobre el lugar al que iba cada domingo, pero hasta el momento no lo había hecho. Y no había modo de que él ofreciera esa información voluntariamente. Paula no dijo nada más; simplemente cerró la puerta de su pequeño Sedan plateado y encendió el motor.
Pedro se subió a su camioneta y ajustó su espejo retrovisor para poder mirar hacia Paula. Se veía tan pequeña sentada en el coche, asomando su cabeza encima del volante. Una punzada de pánico nervioso lo golpeó como una ola. Resolvería todo esto. Tenía que. Pero primero tenía que ir a ver a su ex. Apretó el volante y salió del estacionamiento.
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