miércoles, 5 de marzo de 2014

CAPITULO 11


Captando su reflejo en el espejo, Pedro, en contraste, era todo masculino. Su quijada estaba cubierta con una obscura barba de pocos días, su cuerpo magro y esculpido con músculos, que él había trabajado arduamente para mantenerlo. Comparado con Paula, él era todo llanuras duras y bordes afilados, todos a excepción de su boca sensual. Más de una exnovia había halagado sus labios, y lo que podía hacer con ellos. Cuando estaba con una mujer, usaba cada arma de su arsenal de seducción —su boca, lengua, manos, incluso su fuerza— a menudo le gustaba la sensación de poder, la cruda masculinidad de recoger a una mujer y cargarla mientras la follaba. Había pasado varios meses desde que había tenido una amante y su cuerpo crecía con un inquietante deseo.
Una vez que Paula estuvo limpia, Pedro dio un paso atrás y encontró sus ojos. Ellos seguían nadando en lágrimas y su respiración era poco más que jadeos de aire. Él podría decir que la más mínima cosa la pondría al borde de nuevo. Mierda. Tanto para relajarse.
Paula era un desastre. Era de esperarse. Probablemente había pasado por el infierno en estos últimos días y el haber sido golpeada antes, la habían mandado al borde. Una chica como Paula, que había crecido tan abrigada con una extraña educación, no tenía defensas para protegerse del caos puro que este mundo repartía. Él sabía por los archivos del FBI que los niños y las mujeres eran raramente vistos fuera del recinto.
Pedro, por otro lado, estaba curtido, amargado, y ciertamente no demasiado ilusionado en creer en el felices-por-siempre. Había visto mucho trabajando para el FBI en estos seis años, y experimentado el dolor de primera mano cuando sus padres fueron golpeados y asesinados por un adicto a la metanfetamina ebrio y drogado en el momento del accidente. Sin embargo, él lo sentía por Paula, se compadecía por ella. No era de las que les va bien por su cuenta, eso era obvio.
Le levantó la barbilla y trazó un lento círculo sobre su quijada. —Te tengo. Todo va a estar bien.
Ella asintió pesadamente y sus ojos sombríos encontraron los suyos. —¿Qué pasa ahora?
Pedro pudo notar la aprehensión en su rostro. La realidad era que él no sabía qué pasaría después. Pero sabía que una cosa era segura; no la llevaría a su casa. Necesitaban dormir, y ya podrían pensar que hacer después. —Ahora dormir. Vamos. Te voy a mostrar todo.
Le ayudo a bajar del mostrador, y la guió por el apartamento, dándole un breve tour. La llevó a la sala y la animó a sentarse en el sofá.
Estaba a punto de darse la vuelta y dirigirse a la cocina a buscar un poco de agua y un analgésico. Pero silenciosamente tomó su mano y la sostuvo entre las suyas, sus ojos suplicándole que se quedara.
Se sentó a su lado y ella sin decir nada bajó la cabeza para descansarla sobre su muslo, encajándose en él. Pedro no podía respirar. No podía pensar. No se atrevió a moverse con su cabeza clavada en su muslo cubierto de mezclilla. Ella subió y doblo sus piernas en el sofá, curvándose en posición fetal, y cerró sus ojos. No supo qué hacer con sus manos, se conformó haciendo un puño a un lado y colocó la otra cuidadosamente sobre el hombro de Paula. La dejó dormir, renuente de rozarla desde el lugar que ella había escogido.

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