sábado, 8 de marzo de 2014

CAPITULO 17



En el supermercado su rutina habitual era tomar sólo lo esencial y hacer malabarismos con todo en sus brazos. Esta vez, sin embargo, vagó por cada pasillo y prácticamente tomó algo de todo, tirando las cosas en el carro a su antojo. Se aventuró a la sección alfombrada del supermercado donde había bastidores de ropa. Paula probablemente necesitaba algunos elementos esenciales, pero no sabía su tamaño, o lo que tal vez le gustaría, así que siguió caminando. Se puso de pie en un pasillo, mirando a los envases de plástico de la ropa interior. Pero, maldita sea, comprar las bragas parecía ir demasiado lejos. Huyó, sintiéndose extraño incluso de pie en el pasillo.
Sabía que si se quedaba más tiempo, tendrían que cruzar ese puente y conseguirle más ropa, pero no hoy. No por sí mismo. Tendría que traerla la próxima vez para que ella pudiera decirle el tamaño. No permitía que sus amantes se quedaran, así que no tenía ni siquiera un cepillo de dientes de repuesto en el baño de invitados, por lo que decidió coger un cepillo de dientes, algo práctico, y aún así impersonal. También arrojó botellas de color rosa de champú y acondicionador en su carro antes de dirigirse a las cajas registradoras.
Cuando llegó a casa, Paula no estaba en ninguna parte a la vista. La puerta de su habitación se encontraba cerrada, así que se fue a guardar todos los alimentos, encontrando que los armarios se hallaban más llenos de lo que había estado nunca.
Cuando Paula salió quince minutos más tarde, se duchó, y una vez más, vestida con sudaderas y la camiseta que le había dado la noche anterior, se arrepintió de no comprarle ropa. Se preguntó si aún tenía las bragas o sujetador debajo de ellos. La vio avanzar hacia la cocina y mirar dentro de los armarios y nevera.
—¿Cómo lo he hecho? —preguntó, venía detrás de ella, pero apoyándose contra la isla para mantener una barrera física entre ellos.
—Muy bien. Puedo hacer lasaña, pastel de carne, hacer algo horneado. Esto es perfecto.Pedro sonrió, contento de haberla complacido. —Tengo esto para ti también. Empujó el cepillo de dientes, champú y acondicionador hacia ella.
Los ojos de Paula se iluminaron mientras cogía las botellas en sus manos. —Gracias. —Se podría pensar que le había dado algún regalo elaborado. Claro, derrochó un poco y compró una marca más cara que su propio champú barato, pero pensó que se merecía algunas comodidades básicas en estos momentos. Toda su vida había dado un vuelco.

Paula vio a Pedro por el rabillo del ojo, tratando de entender su motivación. Sólo te quiere por lo que hay entre tus piernas. La áspera voz de Jorge en su cabeza no era bienvenida, pero familiar al mismo tiempo. ¿Qué quería Pedro de ella? Pensamientos como ese se habían arremolinado en su mente desde que había llegado por primera vez aquí. ¿Quería tocarla? ¿Sería tosco con eso, o le susurraría y acariciaría con dulzura mientras la tocaba? ¿Lo detendría si lo intentaba? ¿Gritaría, patearía y correría del apartamento? ¿Qué haría entonces? Tal vez sólo le permitiría hacer lo que quería, tomar lo que quería. Tenía las manos callosas, pero había sido amable cuando había limpiado sus heridas, así que tal vez no sería tan malo. Ella sólo pudo cerrar los ojos con fuerza y pensar en otra cosa.
Pero ahora parecía menos probable, ya que aún no había intentado tocarla, no le había puesto un dedo encima. Y no sabía qué hacer con él. Su cabeza se sentía mareada con la espera. En este punto, sólo quería que haga su movimiento, para seguir adelante con esto. La espera y no saber cuándo atacaría era agotador. Y también lo era no saber cómo iba a responder.
Estar cerca de Pedro agudizaba sus sentidos y la dejó tambaleándose. Nunca había sentido esto por Lucas, a pesar de sus avances evidentes, y encontró interesante que incluso en la presencia a distancia relativa de Pedro, se despertó su curiosidad y su cuerpo ante toda la atención.
Miró la botella de color rosa de champú en sus manos. Abrió la tapa e inhaló. Notas florales y el aroma delicioso de los melocotones maduros satisficieron sus sentidos, y sonrió. Había usado el champú de Pedro que olía a menta verde e hizo que su cuero cabelludo hormiguera, lo que le gustaba mucho, pero era agradable tener algo propio. Su boca se curvó en una sonrisa lenta ante la idea de que Pedro haya escogido esto para ella. Y disfrutaba con el acondicionador también. Su cabello parecería un nido de pájaros.
Después de colocar las botellas en el baño de visitas, se reunió con Pedro en la cocina para ver lo que podría hacer para la cena. Y tal vez podría incluso hacer algo horneado.
 Mientras Paula se movía por la cocina, Pedro la miró con desconfianza, como si estuviera seguro de que estaba a punto de romperse, o enloquecer en cualquier momento. Ya no sentía ganas de llorar. No sentía casi nada más. Sólo quería asegurarse de que los niños estaban bien y descubrir su nueva vida, tomando un día a la vez. Se sintió aliviada, más que nada, por estar libre de Jorge y el recinto donde se había sentido tan fuera de lugar. Y agradecida a Pedro por darle una segunda oportunidad en la vida. Pero no poder entender sus intenciones la carcomía. No podía decir que tenía miedo de él, sabía que no era así. Más como curiosidad sobre sus motivos. Se sintió lo suficientemente cómoda, vestida con su ropa suave y gastada, poniéndose cómoda en la cocina de su casa, y lo más extraño, poniéndose cómoda en sus brazos. Era un consuelo que necesitaba, y no se lo negaría a sí misma. Y después de que Pedro había fallado en realizar algún tipo de movimiento la noche anterior, ella se había puesto más cómoda, enterrándose en sus fuertes brazos en el sofá y permitiéndose la apariencia más pequeña de seguridad, aunque no iba a durar para siempre

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