sábado, 8 de marzo de 2014
CAPITULO 18
Pedro se despertó de repente con el sonido de un grito ahogado.
¿Qué demon…?
En un instante estuvo fuera de la cama alcanzando la pistola que guardaba en el cajón junto a la cama, pero entonces recordó a Paula. Corrió por el pasillo y la encontró sacudiéndose en la cama, con sus brazos luchando contra un oponente imaginario, suaves sollozos escapando de sus labios.
—¡No! ¡No! —gritaba—. No me dejes. No puedes dejarme.
Su voz contenía tanta emoción, tan febril, que preocupó a Pedro.
Durante el corto instante que le llevó cruzar la habitación, no estuvo seguro de si le hablaba a él, o si seguía soñando. Pero al llegar a la cama y ver el resplandor de la luna llena atravesando su rostro, vio que sus ojos seguían cerrados. Estaba teniendo una pesadilla.
—Paula. —Sacudió sus hombros—. Paula, despierta. Es sólo un sueño.
Sus ojos se abrieron y se fijaron en él. —¿Pedro?
—Sí, soy Pedro cariño. Estoy aquí.
La chica llevó sus brazos hasta su cuello, y tiró de él de manera que quedó por encima de ella. Las calientes lágrimas contra su cuello le impedían alejarse, como la lógica le exigía hacer. En cambio, sus brazos serpentearon alrededor de su cuerpo y la atrajo aún más cerca.
—Shh. Está bien. Te tengo.
Dejó escapar un débil sollozo y se aferró con más fuerza, como si se aferrara a la vida. Después de varios minutos, su llanto cesó, pero el apretón de muerte en torno a él no. Sabiendo que ninguno de los dos conseguiría dormir a estas alturas, Pedro se acostó junto a ella, doblándose suavemente contra su cuerpo —la espalda de ella contra su parte delantera—, y la envolvió en sus brazos
Ella giró la cabeza y lo miró a sus ojos, en silencio rogándole que no le hiciera daño. Esa mirada casi lo aplasta. La tranquilizó pasando la mano por su mejilla, alejándole el cabello enredado de la cara. Se preguntó si su sueño estaría relacionado con Lucas, ese chico por el que había estado preocupada.
—Estás a salvo. Duerme ahora.
Su tercer día fuera del trabajo pasó igual que los otros; pasó el día con Paula. Ella cocinaba. Él comía. Era una rutina agradable la que desarrollaban. Por supuesto que aún no tenía ni idea de lo que hacía dejándola quedarse con él. Y cuanto más tiempo se quedara, más probable era que descubriera los muertos del pasado de Pedro, que estaban mejor en el armario. Pero esos pensamientos eran empujados hasta el fondo de su mente con la dulce inocencia de Paula para distraerlo.
Después de una cena de bistec, papas al horno y brócoli al vapor, Paula hizo palomitas de maíz y se acurrucó en el sofá a ver una película. Era una comedia romántica. Paula se inclinaba hacia adelante, curiosa por las partes empalagosas, observando a la pareja en la pantalla besarse y caer en la cama como si nunca hubiera visto algo así antes. Demonios, tal vez no lo había hecho.
Pedro hizo todo lo posible para tratar de mantener cierta distancia entre ellos, pero Paula se acercó más y más hasta que estuvo apretada contra su costado con la cabeza apoyada en su hombro. No quería nada más que tirar de ella en sus brazos y abrazarla, pero la idea era tan inoportuna, tan poco típica de él, que se obligó a sentarse inmóvil, e hizo lo posible por dejar de notar a la hermosa chica a su lado. Como si eso fuera posible.
Cuando terminó la película, Pedro cambió a las noticia. La primera historia era sobre el desmantelaje del recinto. Sus ojos se posaron en Paula para medir su reacción pero se había quedado dormida, con el rostro tranquilo y hermoso. Alternó entre robar miradas a su forma de dormir y ver la cobertura sobre el recinto, pero no aprendió nada nuevo. Esperó a que la noticia acabara, y sacudió su hombro para despertarla.
—Paula, vamos. Vamos a llevarte a la cama.
Se despertó, sus ojos soñolientos parpadeando hacia él.
—No, todavía no. Quiero quedarme aquí contigo —susurró, su voz ronca por el sueño.
Confiaba demasiado en él. Tenía que ir a su habitación y, probablemente, cerrar la maldita puerta porque la forma en que la camiseta se aferraba a sus senos y se arrastraba hacia un lado dejando al descubierto un burlesco parche de piel, empujaba su mente al borde. Se imaginaba quitándole la camiseta sobre la cabeza y mordisqueando su suave carne, explorando sus pechos con suaves lamidas y besos hasta que gimiera su nombre en esa dulce voz somnolienta.
Tragó ásperamente. —Tienes que ir a la cama. Estás cayéndote dormida.
Ella lo miró a los ojos.
—No quiero estar sola —admitió.
Sabía que probablemente había cometido un error al dormir en la cama con ella la noche anterior, y ciertamente no tenía la intención de sentar un precedente pero, sabiendo que no podía rechazar su petición, simplemente asintió y se la llevó a su habitación. Su cama era más grande.
—¿Quieres dormir en mi habitación?
—¿Contigo? —preguntó ella, alzando la voz en incertidumbre. Él asintió—. Sí.
En cuanto subieron a la cama, Pedro corrió las mantas y Paula se arrastró en ella y se acurrucó en sus almohadas inhalando.
—Huele a ti.
No le preguntó si eso era bueno o malo, pero la sonrisa somnolienta en sus labios confirmó su opinión sobre el asunto. Él no sabía muy bien cómo procesar el hecho de que sus sábanas perfumadas de almizcle —que era probablemente debido al lavado—, fueran agradables para ella. Sin embargo, le gustaba su olor también. Tal vez sólo fuera natural sentirse atraído por el olor del sexo opuesto.
Pedro sabía que era un terreno peligroso. No sólo porque estaba sin duda atraído por ella, sino porque tenía miedo de estar haciéndose demasiado importante en la vida de ella. Desde luego no podía quedarse allí a largo plazo pero, ¿y luego qué? Nunca quiso que ella se volviera tan unida a él. Sin embargo, eso era exactamente lo que parecía estar ocurriendo. Pedro se cambió en el baño, quitándose la camisa y entrando en los pantalones de pijama que había comenzado a usar por Paula.
Cuando se metió en la cama en la habitación con poca luz, Paula avanzó hacia él y se acurrucó contra su pecho desnudo. La suave curva de su pecho presionado contra la llanura de su pecho y sus piernas enredadas con las suyas. En un instante estuvo duro. Mierda.
Se sentó y quitó su dominio sobre él.
—No, Paula. No puedes hacer eso. Puedes dormir aquí si quieres, pero necesito mi espacio.
Se mordió el labio y miró hacia abajo, al parecer herida por haber sido regañada.
—Oye, está bien. No has hecho nada malo. Es sólo que no estoy acostumbrado a dormir acompañado.
Era la verdad, pero no del todo. No quería nada más que tomarla en sus brazos y abrazarla toda la noche. Demonios, si se lo admitía a sí mismo quería hacer mucho más que eso con su pequeño y tentador cuerpo, aunque nunca lo dejaría actuar en consecuencia. No se aprovecharía de esa manera, pero sobre todo no quería que ella descubriera que estaba excitado.
La mirada torturada de Paula capturó la luz de la luna.
—¿Estás enojado conmigo?
No pudo resistirse a acariciar su mejilla. —No has hecho nada malo. Sólo descansa un poco, ¿de acuerdo?
Asintió y se recostó, esta vez en el otro lado de la cama. Encontró su mano bajo las mantas y le dio un apretón.
—Gracias, Pedro.
Le frotó el pulgar sobre la palma de su mano, disfrutando del simple contacto entre ellos.
—Buenas noches, Paula, duerme bien.
Unos momentos después, su respiración se hizo más profunda y regular, y supo que se había quedado dormida. Estaba demasiado excitado para hacer lo mismo.
Su erección pedía atención; y tener suaves curvas femeninas allí junto a su lado presionaba todos sus botones. Echó un vistazo a la puerta del baño principal, preguntándose si podría salir de la cama en silencio e ir a masturbarse. Pero si Paula se despertaba y lo llamaba, ¿entonces qué? Respiró hondo y soltó el aire lentamente, sabiendo que no conseguiría ningún alivio esta noche.
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buenísimos los capítulos,seguí subiendo.
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