lunes, 10 de marzo de 2014
CAPITULO 21
—Ven aquí, Renata —Paula recogió a la bola de pelos del suelo y equilibró al perro en su cadera—. Eso es, buena chica. No muerdas a Pedro.
El maldito perro había resultado ser un mordedor de tobillos —a menudo le mordisqueaba los talones a Pedro mientras caminaba por el apartamento.
—Maldita sea, eso dolió pequeña bestia. —Pedro distraídamente frotó su delicado tendón de Aquiles.
Paula no regañó al perro, sólo lo recogió y amorosamente le acarició la espalda. No es de extrañar que la cosa fuera tan traviesa. Ella la dejaba salirse con la suya. Por supuesto, sólo era traviesa con Pedro. Renata trataba a Paula como si caminara sobre el agua. Probablemente, porque era la que la alimentaba y la sacaba a pasear. Pedro por lo general la miraba con recelo y desconfianza.
Ahora que Paula tenía a Renata y empezaba a amoldarse, Pedro decidió que sus vacaciones forzadas habían terminado. Iba a regresar a trabajar. Roberto tendría que lidiar con el hecho de que era dos días antes. Paula se había adaptado mejor de lo que podía haber esperado, y el perro había ayudado mucho.
Pedro le había mostrado el césped vallado en la zona donde los inquilinos podían pasear a sus perros. Le mostró las bolsitas para limpiar después, y le dio una llave extra de su casa, diciéndole que se asegurara de mantener la puerta cerrada. No parecía demasiado molesta por la idea de que él fuera a trabajar, lo cual era bueno. Ella le preguntó si podía tomar un baño de burbujas en la bañera de su baño principal, y también dijo que quería leer algunos de los libros que el Dr. Gomez le había dado.
Cuando llegó a la oficina a la mañana siguiente, Roberto masculló algo ininteligible y varios de los chicos se quejaron, y luego comenzó el intercambio de dinero. ¿Qué d…?
En lugar de ordenarle que regresara a las vacaciones, como él sospechaba que sucedería, Roberto le dio una palmada en la espalda. —Buen trabajo. Te quedaste fuera más tiempo de lo que pensé que harías.
Miró a su alrededor a las caras sonrientes de sus compañeros de trabajo. —¿Hicieron apuestas sobre mí?
—La mayoría apostó que volvías el martes. Yo dije que hoy, lo que significa que acabo de ganarme cincuenta dólares. —Roberto sonrió—. Ahora todos vuelvan al trabajo. —Empujó un expediente de impresiones hacia Pedro—. Es un nuevo caso para ti.
Independientemente de sus burlas, Pedro sabía que estar de vuelta en el trabajo era algo bueno. Le ayudaría a darle un poco de perspectiva muy necesaria y ocuparía su mente, esperando forzar los pensamientos de Paula a un lado, aunque sólo fuera por ocho horas.
Cuando llegó a casa del trabajo, se encontró con Paula sentada en el piso de la sala de estar abrazando a Renata sobre su pecho, con lágrimas corriendo libremente por sus mejillas.
Dejó caer el bolso en la puerta de entrada y fue a toda velocidad hacia la sala de estar, cayendo de rodillas delante de ella. —Paula, ¿qué es? ¿Qué pasó? —Le acunó la mandíbula en sus manos, mirándola a los ojos llenos de lágrimas.
Ella lo miró y luego volvió a la TV. —Oh Pedro, es muy triste.
Miró la pantalla para ver lo que había estado observando. Era uno de esos malditos programas de entrevistas que contaba con un elenco mediocre —este episodio parecía ser de una chica que no sabía quién era el padre de su bebé. Un hombre tatuado se pavoneaba por el escenario, gritando obscenidades a la audiencia después de enterarse de que no era el padre. La madre no se quedaba atrás, gesticulaba salvajemente y gritaba, casi cada palabra era censurada.
Pedro lo apagó. —No deberías estar viendo esa basura.
—Ella no sabía quién era el padre de su hijo, y él era tan cruel... —Sorbió por la nariz, respirando hondo—. Y el pobre bebé...
Pedro la atrajo hacia su pecho. —Shh, no es real. Es sólo televisión. —No sabía si eso era del todo cierto, pero Paula no necesitaba saberlo. Era demasiado vulnerable, demasiado impresionable, al no haber crecido en el mundo real. Si pudiera protegerla incluso de algunas de esas duras realidades, lo haría.
Tras sostenerla durante unos minutos, hasta que las lágrimas cesaron, Pedro frotó círculos suaves en su espalda. Ella se apartó y lo miró a los ojos. Aún roja e hinchada, pero sin lágrimas frescas. —¿Estás bien?
Ella asintió, incapaz de apartar los ojos de él. —Gracias por... todo. Por cuidar de mí.
Sus labios estaban a pocos centímetros de los suyos. El deseo de besarla era una necesidad imperiosa, aspirando el aire de sus pulmones. Su respiración se volvió superficial y asintió, aún mirándola a los ojos.
Ella sonrió suavemente y se puso de pie, dejando a Pedro sentado en la alfombra de su sala de estar, solo. Después de apartar los locos pensamientos en su cabeza, todo desde una feroz ola de proteccionismo a la atracción, se levantó y se unió a Paula en la cocina.
Se dejó caer en un taburete mientras ella comenzaba la cena. Al tiempo que cocinaba, Paula le preguntó acerca de su día en el trabajo. Le habló de su nuevo caso, investigar a un hombre que se cree que está trabajando con un conocido terrorista. Ella escuchó con interés mientras preparaba el pollo y las verduras para saltear. No podía dejar de notar lo cómodo que se sentía volver a casa en la noche con Paula, en lugar de su apartamento vacío. ¿Y una comida caliente, también? Sabía que podría acostumbrarse a esto —y eso era malo, muy malo.
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