lunes, 10 de marzo de 2014

CAPITULO 22


Desesperada por aire, Paula se desenredó a sí misma de las sábanas y luchó por mantener su respiración bajo control. Fue sólo un sueño. Lucas no se encontraba allí. Jorge se había ido. Y ella estaba a salvo. Que se lo digan a su corazón, tronando en su pecho como si acabara de correr una maratón.
—¿Paula? ¿Qué pasa? —Pedro se sentó en la cama, pasándose una mano por la cara.
—Lo siento, no es nada. Sólo un mal sueño —murmuró—. No quise despertarte.
Pedro se acercó y encendió la lámpara de la mesita pequeña. Paula parpadeó contra el cálido resplandor, encontrando los rasgos de Pedro llenos de preocupación y el pelo revuelto por el sueño.
Colocando su cálida mano en el centro de la espalda, frotó círculos lentos, intentando calmarla. Paula dejó escapar un aliento lento y tembloroso e intentó sonreír, tratando de mostrar que no estaba tan rota como se sentía.
—¿De qué era el sueño? —preguntó, con la voz ronca por el sueño.
Parpadeando un par de veces, sus ojos se acostumbraron a la luz y Paula se dio cuenta de la forma sin camisa de Pedro. Su amplio pecho desnudo era suficiente distracción, y se centró en él en lugar de los recuerdos que se arremolinaban en su cabeza. —Fue algo que sucedió un par de semanas antes de la redada. Lucas me sentó y me explicó que su padre le había prometido que yo podría ser suya. Ese era el por qué tenía que irse a trabajar, a ahorrar dinero para nuestro futuro.
La frente de Pedro se frunció y su mano quedó inmóvil sobre su espalda. —¿Qué quieres decir con prometió que tú podrías ser suya?
Paula se encogió de hombros. Ella sabía que no quería pertenecer a nadie. Quería ser su propia mujer, ser amada y apreciada por derecho propio, pero libre de ir y venir, tomar sus propias decisiones. Viviendo con Jorge, o Lucas para el caso, eso no sería posible. Razón por la cual estaba muy agradecida por Pedro. Mantuvo la mayor parte de estos recuerdos sombríos para sí misma, prefiriendo en su lugar centrarse en las cosas buenas —como los niños y los pocos amigos que había tenido allí. Pero no podía controlar su subconsciente y los sueños de los locos desvaríos de Jorge y lucas tenían que detenerse.
—¿Podrías sólo abrazarme esta noche? —le susurró a Pedro.
Su expresión era cautelosa, pero asintió y mantuvo sus brazos abiertos. Paula se arrastró más cerca, situándose a sí misma en el hueco de su brazo y él los bajó a ambos hacia la cama, apagando de nuevo la luz. Paula inhaló su cálido aroma masculino y apoyó la cabeza contra su pecho firme. Tan loco como era, se sentía completamente segura y cómoda con Pedro. Respiró hondo y cerró los ojos, cayendo en un sueño reparador en los brazos sólidos de Pedro.


Ese domingo, Pedro se cambió y se preparó a sí mismo para una conversación difícil. Se aventuró hacia la sala y encontró a Paula en el sofá, pequeños recortes de revistas sobre la mesa de café frente a ella como si estuviera en medio de algún proyecto.
—Tengo esta cosa que hago los domingos —empezó él.
Paula lo miró con curiosidad, Renata dormitaba cerca de su cadera. —Está bien. —Se volvió hacia sus recortes de revistas… fotos de cachorros, bebés, y otras cosas sin sentido.
—Voy a, um, estar de vuelta antes de la cena.
Ella asintió.
Se deslizó en sus zapatos, a la espera de sus preguntas, pero nunca llegaron.
Paula no dijo nada. Ni siquiera levantó una ceja acerca de a dónde iba los domingos. ¿Qué le diría si lo hacía? ¿Cómo iba a explicar su relación con Julieta? Tal vez lo mejor era proteger a Paula de toda la situación, incluyendo su conflictiva relación. Las cosas eran manejables ahora. Dos horas un domingo era todo lo que necesitaba para mantener las cosas funcionando sin problemas. Y hasta ahora, Paula no había hecho una sola pregunta. Tal vez fue una de esas cosas que era mejor dejarlas desconocidas. Más fácil para todos los involucrados. Él trataba de hacer lo correcto por Julieta. Por supuesto, ahora que Paula estaba en su vida, las cosas se habían vuelto mucho más complicadas. Normalmente no hacía las cosas complicadas.
Pedro siempre se había sentido seguro de su decisión de mantener su relación con Julieta. Hacía lo correcto para ayudar a una amiga que lo necesitaba —simple como eso. Entonces, ¿por qué de repente se sentía como una mierda? El hecho de que Paula no sabía nada de ella, lo convertía en un secreto sucio. Tenía suficientes esqueletos en su armario, y particularmente no disfrutaba de agregar otro más. Pero respiró hondo y sacudió la tensión construyéndose entre los omóplatos. Sólo porque tenía a Paula en su vida, no significaba que pudiera alejarse de sus otras responsabilidades.
Pedro se pasó las manos por la cara, presionando las palmas sobre sus ojos. Por qué las mujeres no venían con un manual de instrucciones estaba más allá de él.

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