lunes, 17 de marzo de 2014

CAPITULO 37



Por mucho que Paula quería admitir que Pedro no le afectaba como él no parecía afectado por ella, no podía. Sobre todo porque al mirarlo con esa otra mujer le había roto el corazón en mil pedazos pequeños. Había empezado a enamorarse tontamente de él, sus demostraciones amables, su carácter bondadoso, su fuerte ética de trabajo, todo en él y desde que le vio hacer el amor con esa mujer , su cuerpo había unido fuerzas con el corazón, el dolor abarcaba todo, poseyéndola de adentro hacia afuera.
Lo echaba de menos cuando se encontraba en el trabajo. Extrañando su olor, su calor y el tener a alguien para compartir pequeñas cosas. Como cuando Renata saltó en el sofá, por primera vez, confundida en cómo había llegado hasta allí, o cuando por fin pudo lograr la receta de su pastel favorito que su amiga Cata hacía para ella.
Prácticamente lo atacaba cuando llegaba a casa del trabajo, desesperada por el contacto y la atención. Y él siempre lo permitió, pero nunca animó algo más entre ellos. Paula sabía que era hora de encontrarse un trabajo, tener algo a lo que dedicar su tiempo y atención, valdría la pena, más que cuidar de Pedro hasta la muerte. A pesar de que nunca se quejaba.
Pero incluso mientras planeaba el futuro, no pudo evitar que sus pensamientos vagaran hacia Pedro. La forma en que sus intensos ojos oscuros se sentían en su piel, sus roces casuales... dudaba que él tuviera alguna idea de lo loca que eso la ponía. La forma en que sonreía cuando tomaba el primer bocado de comida que había cocinado, el aspecto que tenía con la camisa arremangada al llegar a casa del trabajo. Ella encontró casi todo lo hacía sexy. Y no quería comenzar con su olor, cuando llegaba a casa del gimnasio, la piel brillante y los pantalones cortos que colgaban sueltos en las caderas. Le tomó toda la fuerza que poseía para no saltar sobre él.
Nunca había tenido sentimientos como estos antes, y no se trata de cualquier persona, finalmente, había reunido el coraje de hablar con su terapeuta al respecto la semana pasada. Él le había asegurado que sus sentimientos hacia el sexo opuesto era completamente normales y de esperarse, ya que vivía en un lugar cerrado con alguien a quien se siente atraída. Pero le había advertido acerca de cómo involucrarse con Pedro, diciéndole que si él no sentía lo mismo, saldría lastimada.
Paula se había desnudado para Pedro, y no había terminado tan bien. Claro que le había tentado lo suficiente como para darle un beso en todos los lugares correctos hasta que se disolvió en placer, pero luego le había colocado las bragas en su lugar y se fue como si nada hubiera pasado entre ellos. Parecía que nada de lo que hacía lograba que la viera como una verdadera mujer. Aún veía a la chica asustada, la de vida cansada que había rescatado. Cuando por fin la besó —un beso lleno, sensual de boca abierta, pudo decir que eso si le afectó, sin embargo, no se dejaba ir con ella. Brevemente se había preguntado si tal vez era gay, pero sabía que aceptó los placeres simples del contacto entre ellos, incluso si eso era todo lo que era —el calor de otro cuerpo. Así que fue a una cita con Patricio, y luego esta mañana habló con Pedro para obtener su licencia de conducir y su propio trabajo. Había llegado el momento de pensar en su futuro, aunque podría ser bastante aterrador, no sólo porque significaba confiar sólo en sí misma, sino porque la idea de estar lejos de Pedro se sentía como una pérdida que no podría manejar. Había estado enamorándose de él desde el primer momento en que lo había visto con el arma apuntando, y sus oscuros e inteligentes ojos arrasando la habitación donde ella se escondía.
Cuando Pedro se fue a trabajar esa mañana, ella limpió la cocina, pulió las encimeras de granito negro, y luego se colocó en la mesa del comedor con su ordenador portátil. Comenzó a buscar trabajo y averiguar el costo de los apartamentos. Ya era hora de hacer un plan. No podía confiar en la generosidad de Pedro para siempre.

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