miércoles, 19 de marzo de 2014

CAPITULO 41



Esto fue una idea estúpida.
Pedro miró por encima de Paula, preguntándose si podía sentir su estado de ansiedad, pero no parecía sospechar nada. Observó el tráfico por la ventanilla y tarareó la canción de la radio.
Había conseguido sacarla de la casa con el pretexto de llevarla a una comida de cumpleaños. No era una mentira completa. La comida estaría involucrada, pero esto no era el tema principal.
Cuando aparcó frente a la pista de patinaje, miró a Paula. Ella se enderezó y miró fijamente el edificio. —¿Pedro?
Pedro saltó de la camioneta y abrió la puerta. —Solo vamos.
Aceptó su mano, dejando que la sacara del coche. —¿Pero que estamos haciendo aquí?
—Ya verás. —Apretó la boca en una línea cuando el abrumador deseo de sonreír como un idiota le golpeó. Pagó su entrada y llevó a una muy confusa Paula con los ojos muy abiertos.
Las luces en el interior de la pista estaban apagadas, y flashes azules y verdes brillaban por el suelo de madera pulido, bañando a los patinadores en color mientras giraban. Música pop ahogaba todas las conversaciones, manteniendo a Paula tranquila mientras miraba a su alrededor. Había dejado de caminar para ver una línea de patinadores volar junto a ella en el camino hacia la pista. Pedro la tomó de la mano para instarla a moverse. Dirigió a Paula a la fiesta en la sala trasera que había alquilado. Carolina había coordinado la mayor parte de los detalles, pero era su idea lanzarla a la fiesta. Cuando Carolina mencionó la fiesta de patinaje que tuvo cuando tenía diez años, Pedro se aferró a la idea. Le gustaba que pudiera darle una experiencia de la infancia de la que se había perdido, y tal vez incluso enseñarle a patinar. También pensaba que era el lugar perfecto para reunir a Paula con los niños en quienes pensaba diariamente. No sabía si Paula se vendría abajo al ver a todos, pero esperaba que al menos fuesen lágrimas de felicidad.
Quería que disfrutase su cumpleaños, no tener una sollozo-fiesta en sus manos. Pero su vacilación y un repentino silencio le hicieron preguntarse si había tomado la decisión correcta.
Con una mano todavía sosteniendo la de Paula, abrió la puerta de la habitación privada. Fueron recibidos por una explosión de color rosa. Globos, serpentinas de papel crepé, carteles de feliz cumpleaños colgados del techo, y un plato de color rosa con panques glaseados sobre la mesa.
—¡Sorpresa! —Una docena de voces gritaron al unísono.
Paula se quedó boquiabierta, ningún sonido escapó mientras miraba las pequeñas caras frente a ella. Luego se dejó caer de rodillas y soltó una exhalación, como si hubiera estado conteniendo la respiración por semanas.
Los niños corrieron hacia ella, abrumándola y tocando su espalda mientras trepaban en sus brazos abiertos. La sonrisa de Paula era tan grande como nunca la había visto y lágrimas silenciosas se filtraban por la comisura de sus ojos.
Sabía que era un poco arriesgado rastrear a las familias de los niños, enviándoles una invitación a la fiesta de cumpleaños de Paula, pero el riesgo había valido la pena, especialmente para ver a Paula tan feliz. Había prometido pagarles su admisión y alquiler de patines, y casi todo el mundo había aceptado venir. Ver su reunión hizo que el costo valiese la pena.
Una vez que Paula fue liberada de la pila en el suelo, se lanzó a los brazos de Pedro, abrazándolo fuerte, tan fuerte que no podía respirar. No había palabras que pudiesen expresar adecuadamente lo mucho que significaba para ella ver a los niños.
Él besó suavemente su sien. —Feliz cumpleaños, Paula.
Su boca se curvó en una sonrisa y todos sus temores de que esta idea fuese mala, se disolvieron.
Pasaron la tarde patinando, bueno, tambaleándose por el suelo resbaladizo en patines, los cuales, ninguno de los niños habían usado antes, tampoco sus madres, y comiendo pizza y pastelitos. Pedro trató de enseñar a Paula a patinar, una tarea que se hizo más difícil con los niños envueltos alrededor de sus piernas.
Al final del día, una Paula con mejillas rosadas se despidió, e intercambió direcciones de correo electrónico con varias de las mujeres antes de seguir a Pedro al coche. Parecía que hoy le había dado algunos cierres que necesitaba, la capacidad de ver con sus propios ojos que todo el mundo estaba vivo y bien. La profunda satisfacción que brillaba intensamente en sus rasgos era el “gracias, Pedro” que necesitaba

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