miércoles, 19 de marzo de 2014
CAPITULO 43
Esta noche fue una mala idea. Por supuesto Pedro se dio cuenta demasiado tarde. Cesar, Carolina, Monica, la buena amiga de Carolina, y Paula, todos se sentaron alrededor de la mesa disfrutando de bebidas y bromeando. Bueno, todo el mundo disfrutaba de esas cosas. La postura de Paula era rígida, con los brazos cruzados sobre el pecho y su expresión fue aplastante.
El plan era celebrar el nuevo trabajo de Paula. El plan de Pedro no incluyó a Monica mirando maliciosamente a Paula y frotando su muslo bajo la mesa. Maldita sea, ¿no podía un hombre disfrutar de una cerveza en paz? Ya estaba a la espera de más tarde, sólo él y Paula, en la tranquila soledad de su casa.
La mirada de Paula se quedó sospechosamente en Monica, la muy bonita amiga rubia de Carolina, que coqueteaba con él, comiendo sin piedad lentamente la aceituna de su Martini mientras sus ojos seguían fijos en los de Pedro, seductoramente meneando las caderas cuando ella cruzó la habitación, inclinándose, susurrando mientras elevaba su mano alrededor de su bíceps.
Después de varios minutos, Paula se excusó, huyendo de la mesa, como si su vida dependiera de ello.
—Discúlpenme. —Pedro corrió tras ella. Alcanzó a Paula en la barra, donde se encontraba de espaldas a él. Se tensó cuando el calor de su cuerpo invadido su espacio, sintiendo que se encontraba cerca.
—¿Has dormido con ella? —preguntó, su voz débil.
Mierda. —¿Monica?
Se volvió hacia él y asintió.
—Sí. Hace mucho tiempo.
—¿Más de una vez?
Pedro asintió.- Un par de veces. Borracho.
Paula se volvió alejándose de él.
Pedro se encontró con ella cerca de los baños y la agarró del codo. Si pensaba que podía escapar de él, se equivocaba. Conocía todos los rincones del bar de Cesar, y no se oponía a entrar en la habitación de las chicas, si eso es lo que hacía falta. —Paula, espera. ¿Por qué estás enojada?
Respiró temblorosamente, con el pecho agitado por el esfuerzo.
Nunca la había visto enfadada antes, pero parecía tener problemas para mantenerse bajo control. —Dime —ordenó.
Lágrimas inundaron sus ojos, pero no corrió, no trató de escapar de nuevo. —¿Puedo, por favor, estar cerca de una sola mujer que no has tocado? ¿Es eso mucho pedir? —Su voz estaba llena de ira, sus ojos ardiendo en la suyos.
—Está Carolina. —Asintió con la cabeza en dirección a su hermana, que los miraba con cansancio, como si hubiera estado esperando esto para hacer estallar en su cara.
Paula suspiró, exasperada. —Correcto, Carolina, la única persona que va a compartir contigo emocionalmente.
La frente de Pedro se arrugó por la confusión. —Paula. —Su nombre en sus labios era una súplica rota. ¿Sabía que no necesitaría mucho para convencerlo antes de rendirse a lo físico, sino en un verdadero compromiso emocional? No, no podría—. Lo siento, no puedo cambiar el pasado, y con quien me he acostado. Lo siento, ¿de acuerdo?
—¿Qué estamos haciendo, Pedro? —La pregunta lo empujó contra la pared cuidadosamente construida. Y cuando la miró a los ojos, como un trueno a través de un cielo vacío, lo comprendió. La vio a ella y todas sus travesuras con nuevos ojos. ¿Paula lo quiere? No podía. No es así. ¿Qué sabe sobre estar con un hombre? ¿Especialmente un hombre como él? Trabajo primero, segundo las relaciones, no amar quizá en lo absoluto.
Pedro volvió a mirar a su mesa. Cesar, Carolina y Monica los miraban boquiabiertos. Mierda. —Ven aquí. —Tomó la mano de Paula y la llevó hacia el final de la entrada trasera que conducía a los baños. No era privada, pero al menos no tenían una mesa de espectadores. Una vez que eran sólo dos de ellos en el vestíbulo débilmente iluminado, Pedro podía sentir el calor de su piel, sentir el olor de su champú y ver el pulso rasguear en su cuello. Tal vez la intimidad era una idea mala.
Apenas estaba fuera de la vista, y Paula en sus brazos. No quiso necesitarle así —usarlo para su comodidad— pero tenía poca opción.
—Paula... —Desprendió las manos de su cintura, sosteniéndola con el brazo extendido—. Dime lo que estás pensando.
Odiaba la manera en que su cuerpo la traicionó cuando Pedro se encontró cerca. Sobre todo porque era tan ajeno a ella. Lo liberó de su agarre, abrazando sus manos delante suyo. —Lo siento, esto es duro para mí. Simplemente odio saber que la tocabas. —Bajó la mirada, incapaz de mirarlo a los ojos, demasiado nerviosa para ver su reacción. Había luchado toda la noche para averiguar cuál era su motivación. ¿Por qué llevarla a su casa en el primer lugar? ¿Por qué planear esta celebración?
—Lo siento —suspiró—. Eso ocurrió antes de que te conociera. Fue hace mucho tiempo y no volverá a ocurrir.
Ella se tragó un nudo en la garganta, tratando de librarse de la sensación emocional, pero no sirvió de nada. Quería más de Pedro. Necesitaba más. Y no tenía idea de cómo decirle. Tendría que enseñarle. No podía seguir viviendo así.
Abrió los brazos, pareciendo sentir el cambio en su estado de ánimo. —Ven aquí.
Su ritmo cardíaco aumento y se metió en sus brazos, permitiéndole que la abrazara. Y todo estaba bien en el mundo. Cerró los ojos y apoyó la cabeza en su pecho.
¿Por qué él seguía jodiendo con ella? Tenía que mantener su cuerpo bajo control, no permitir que reaccionara cuando se hallara cerca. Era dulce e inocente y necesitaba consuelo —eso era todo. Lo que ella no necesitaba era que se pusiera cada vez se encontraban en la misma habitación. Cristo, ¿Cuántos años tenía, diecisiete? Sus manos acariciaron los brazos desnudos. Era tan suave, tan encantadora y se sentía tan familiar para él, moldeado a su cuerpo de esta manera.
—Sólo llévame a casa... —murmuró suavemente, aun apoyando la cabeza contra su pecho.
No quiso presionar sobre quedarse. Esta noche iba a ser suya —una celebración para demostrarle que estaba orgulloso, pero se dio cuenta de que era demasiado y demasiado rápido. No estaba preparada. —Dime lo que está mal en primer lugar. —Luchó para mantener su pulso bajo control y esperó su respuesta. Sabía que todo lo que Paula quería, se lo daría. Y eso lo aterrorizaba jodidamente.
—Quiero todo esto, lo hago. Mi propia vida, un trabajo, un apartamento. Quiero vivir, Pedro. Vivir plenamente. No me has observad buscando señales de que estoy a punto de perderlo. Quién sabe, tal vez lo haga en algún momento pero, todos lo hacemos a veces, ¿verdad? —No sabía si eso era un golpe contra él, y sus propias pesadillas. Levantó la mano para detenerla, pero Paula lo apartó, y continuó—. Y te necesito, Pedro.
—Me tienes —murmuró, llevando una mano a su cintura—. Lo sabes, ¿verdad? Cristo, Paula, dame un respiro. Este es un territorio desconocido para mí, pero tienes que saber que haría cualquier cosa por ti. Haré lo que sea para mantenerte segura y protegida.
—Pedro... —Su voz era una súplica suave—. Necesito más que eso. Debes saber lo que siento por ti...
Su confesión lo derribó. ¿Cómo habían llegado hasta allí? Entonces se acordó de las comidas que amorosamente había preparado para él, el perrito que había traído a casa para ella, el nuevo guardarropa, pasando los baños de burbujas. Mierda. Nunca tuvo la intención de leer más en ello. Se merecía cuidarla, sobre todo en el frágil estado que había estado.
Cerró los ojos, preparándose para explicarle por qué no podría suceder, sin embargo, al no encontrar las palabras, al no encontrar una sola razón por la que no debería llevarla a casa ahora mismo y desnudarla. No podía entender las locuras que se arremolinaban en su cabeza, lo difícil que era para él resistir a todas estas semanas.
Ella se acercó, poniendo a prueba su determinación. —Por favor, Pedro.
Ya no podía negar la sensación convincente de que se suponía que debía ser suya. Sintió la primera punzada cuando la encontró en esa habitación sucia. Era la cosa más brillante en ese lugar —una luz extraña que emanaba de sus ojos verdes, incluso ese día mientras bebía. Y lo más fuerte que había luchado contra él, todos los días que pasó con Paula sólo aseguró el lugar en su corazón un poco más. —Si hacemos esto... será bajos mis términos, Paula.
Asintió, a pesar de que sus ojos traicionaban su confusión. Pero fue suficiente acuerdo para él. Podría terminar en cualquier momento. Sería la última palabra. —Vamos. —Tomó su mano, entrelazando sus dedos y casi la arrastró hacia la salida.
—¿Qué pasa con...? —Hizo un gesto hacia la mesa.
—Voy a enviarle un mensaje a Carolina y diciéndole que no te sentías bien.
Asintió con la cabeza y le permitió guiarla hacia la puerta.
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