domingo, 23 de marzo de 2014

CAPITULO 51



A la mañana siguiente, Pedro ató los cordones de sus zapatos. En su camino a las pistas de atletismo, pasó por su SUV y vio un trozo de papel blanco escondido bajo su limpiaparabrisas.
Una sensación de hundimiento en su instinto le dijo que esto no era una advertencia como la que los notarios a veces dejan, cubriendo todos los coches. Su entrenamiento pateó. Miró a su alrededor, pero no había nada fuera de lo común. Cogió el trozo de papel y lo desdobló.

Te llevaste algo mío y voy a estar de vuelta por ella.

Mierda. Escalofríos se arrastraron por su espina y sus músculos se tensaron. Había estado temiendo por semanas que Lucas reapareciera. Metió el papel en su bolsillo y retrocedió por las escaleras hacia Paula.
Se quitó los zapatos de correr en el vestíbulo, agradecido de que a Paula le gustara dormir en las mañanas de domingo. Debatió qué le diría cuando se despertara. Al menos el edificio necesitaba una llave para entrar. Pasó una mano por su cabello. No quería alarmar a Paula, pero ¿era aún seguro para ella ir a trabajar mañana? Se paseó por la cocina para evitar golpear la pared. Necesitaba conseguir recomponerse y tener su cara de juego al momento en que se despertara. Presionó la palma de su mano contra su corazón. El maldito pecho estaba apretado de nuevo.
Hizo una taza de café y se la llevó a la barra con las manos temblorosas. Estaba demasiado excitado para sentarse, así que se quedó allí, tragando sorbos del muy caliente café. No le diría a Paula. No aún. Mañana iría a trabajar, reuniría todo lo que podía encontrar sobre Lucas y tendría a Paula haciendo lo mismo. La acompañaría a su coche, la enviaría a trabajar como algo normal y luego se dedicaría a rastrear a este imbécil.


La semana pasó sin otra nota o alguna señal de que Lucas había regresado, pero el sentido de alerta de Pedro no se había calmado. No del todo. Él todavía no le había dicho nada a Paula, pero estaba más alerta que nunca, acompañándola a su coche, llamando para comprobarle en el trabajo, insistiendo en pasear a RenataRoberto él mismo. Comenzaba a sospechar que ella sabía que pasaba algo, pero era casi como si no quisiera saber qué, rehusándose a hacer algunas preguntas, y en su lugar dejarlo ser el macho alfa sobreprotector que necesitaba ser.
Buscando en la base de datos de la Oficina no había encontrado mucho, y había debatido consigo mismo toda la semana sobre conseguir que la policía se involucre, y tal vez incluso a su jefe Roberto. Si lo hacía, sabía que tendría muchas explicaciones que dar sobre por qué un fugitivo de la secta vivía en su casa. También sabía que había poco que la policía podría hacer con una nota manuscrita imprecisa y solamente una corazonada de quien la escribió.
Así que en su lugar él era súper minucioso y observador y se mantenía cerca de Paula, lo mejor que podía hacer bajo las circunstancias.
Pero el viernes a la noche cuando llegó a casa del trabajo y encontró otra nota, esta vez dejada en su puerta principal, su modo pasivo-agresivo de tratar con esto había terminado. El bastardo había violado de alguna forma la seguridad del edificio y entregó la nota directamente en su puerta. ¿Que si Paula hubiera estado en casa? ¿Qué si le hubiera dejado entrar? Y el sucio mensaje escrito en el papel envió a su corazón a correr en una furia asesina.

Tú tomaste mi corazón. Ahora tomaré el suyo.

Llamó a Paula y resultó que ella regresaba a casa desde el trabajo. Puso su pistola en la parte trasera de sus vaqueros, bloqueó la puerta detrás de él y fue a esperarla en el estacionamiento. Ella sonrió cuando lo vio y trotó desde su coche hacia su lado. Pero su sonrisa cayó cuando asimiló la tensa postura de sus hombros y el ceño tirando en su boca. —¿Pedro?
Él colocó un beso en su boca y la atrajo más cerca. —Anda, vamos adentro.
Permitió que la lleve a su lado en pasos bruscos mientras él miraba a su entorno.
Una vez dentro, señaló la nota en la isla de la cocina. —¿Reconoces esa letra?
Su mirada preocupada encontró la suya y cruzó la habitación cuidadosamente, como si hubiera un tigre vivo en la cocina en vez de un trozo de papel. Se estiró por el papel, y Pedro le agarró la muñeca. —Sin huellas digitales —advirtió.
Ella asintió y se inclinó sobre la encimera para leerlo. Su mano voló a su boca. —¿Dónde encontraste esto?
—Fue metida en la rendija de la puerta principal.
Todo el color se drenó de su rostro y las manos de Pedro en su muñeca fueron la única cosa manteniéndola sobre sus pies.
—¿Sabes de quién podría ser? —investigó, esperando su honesta valoración en el asunto sin sus sospechas coloreando su visión.
—Es de Lucas. —Su voz era confiada y segura—. Él acostumbraba a decir siempre que yo había capturado su corazón. Y también luce como su letra. —Ella se volvió en su pecho, enterrando su rostro.
Los brazos de Pedro rodearon su espalda, abrazándola cerca. —Vamos a salir de aquí por el fin de semana. Vamos a quedarnos en algún lugar más mientras resuelva esto. No me gusta que sepa dónde estamos.
Paula asintió. —Está bien.
Él le dio un beso rápido. —Ve a empacar. Se rápida.
—¿Qué sobre Renata?
Mierda. Maldito perro. Consideró arrojar la cosa en lo de Carolina, pero si por alguna casualidad Lucas seguía sus movimientos, no quería a su hermana involucrada. —Veremos si Patricio y Lorena pueden cuidarlo por el fin de semana.
Arrojó algunas prendas en un bolso de lona, agregó su arma y un cargador extra, luego encontró a Paula en la cocina donde vertía alimento para perro en una bolsa de plástico. Él arrojó los bolsos sobre su hombro y se aventuraron al pasillo hacia el piso de Patricio con un despreocupado cachorro trotando al lado de ellos.
Cuando Lorena contestó la puerta, Renata colisionó pasándolos.
—Lo lamento por eso. ¡Renata! —llamó Paula después del animal travieso.
—Oh, eso está bien. ¿Qué pasa? —Lorena observó los bolsos sobre el hombro de Pedro.
Él pasó un brazo alrededor de la cintura de Paula y la apretó más cerca. —Vamos a salir por el fin de semana. ¿Te importaría cuidar al perro por un par de días?
La boca de Lorena se curvó en una sonrisa. —Sabía que había algo entre ustedes. Seguro. ¿Por qué no?
Paula le dio a Lorena la bolsa de comida, el juguete favorito de Renata, y le proporcionó instrucciones además de lo que al perro le gusta y lo que no. Un par de minutos después, se alejaba en su camioneta, Pedro mirando por el espejo retrovisor constantemente hasta que estuvo seguro que no los seguían. Paula se estiró y encontró su mano. Su agarre de muerte en el volante amainó sólo ligeramente. —Lo siento —murmuró ella.
—¿Por qué?
—Por desencadenar esta locura en ti… dudo que quisieras pasar tu fin de semana huyendo conmigo.
Él apretó su mano, pasando dedos por sus nudillos. —Esto no es tu culpa. No quiero que te preocupes por nada. Voy a encargarme de esto. Lo prometo. Y quise decir lo que le dije a Lorena. Tú y yo vamos a disfrutar de una salida de fin de semana romántico. Eso es… ¿si estás dentro?
Ella lanzó un suspiro. —Quieres decir, ¿cómo fingir que todo esto no está pesando en nosotros?
Él se encogió de hombros. —¿Por qué no? Prometo que me haré cargo de esto. Y tú y yo vamos a relajarnos, de una forma o de otra.
—Está bien. —Pero la profunda arruga en su frente permaneció.
Pedro giró al sur en la autopista y salió dos veces, girando alrededor para asegurarse que no lo seguían antes de instalarse en el viaje de dos-horas adelante de ellos. Sabía a dónde la llevaba. Era un hospedaje en un lago privado que él había reservado hace varios años cuando las cosas con su novia en ese entonces se habían vuelto serias. Aunque nunca llegaron al hospedaje. Ella lo había engañado el fin de semana antes que planeó llevarla allí. Pedro empujó los pensamientos de su mente y enlazó sus dedos con los de Paula, haciendo su mejor esfuerzo para calmarla.

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