domingo, 23 de marzo de 2014

CAPITULO 52



Ella escuchó su conversación telefónica unilateral mientras él conducía. Había llamado a alguien llamado Roberto quien creía era su jefe en el FBI. Se sentía extraño escucharlo hablar de ella, sin embargo, no se sentaba a su lado, pero sabía que él trataba de ayudar. Paula estaba más interesada en escuchar como explicaba su presencia en su vida, pero no reveló mucho sobre su relación, simplemente diciendo que Paula de la investigación Jorge era una amiga suya y que necesitaba su ayuda.
¿Amiga?
Sorprendida por enterarse que esta no era la primera nota que Lucas había dejado. Aparentemente habían sido dejadas otras en su parabrisas hace un par de semanas. Pedro informó a Roberto que estaban en el cajón de su escritorio de trabajo, dentro de una bolsa plástica, y que la había espolvoreado por huellas. La voz de Pedro aumentaba y la vena en su cuello palpitaba, pero después de algunos momentos tensos de ida y vuelta con Roberto, Pedro parecía complacido.
—Sí, vamos a atrapar a ese hijo de puta. Está bien, gracias Roberto. —Pedro terminó la llamada y colocó su teléfono en el centro de la consola entre ellos.
Paula tragó, manteniendo sus ojos en el camino. —¿Todo está bien?
Él se inclinó y agarró su mano. —Sí. Lo estará. Roberto dice que enviará a alguien para detener a Lucas. El caso aún no ha sido cerrado oficialmente, así que no hay problema con llevarlo para un interrogatorio, a pesar de lo poco definido, la conexión está entre él y esas notas. Pero al menos ellos pueden hablar con él… ver lo que dirá. Dejarle saber que todavía está en nuestro radar.
—Bueno. —Levantó sus piernas, doblándolas debajo suyo en el asiento, e intentó no preocuparse. Lucas era inofensivo. ¿No?
Estacionaron en el carril privado del camino que llevaba de vuelta al bosque. El sol comenzaba a descender, iluminando el campo y el hotel de dos pisos de madera en un brillo de rosas, naranjas y dorados.
—Guau. —Paula se sentó derecha en su asiento y sonrió con gratitud—. Esto es hermoso.
Pedro estaba contento de que ella era la primera y la única chica que había llevado ahí. Y desde lo que recordaba, las fotos en línea no le hacían justicia a este lugar. Tenía un toque solitario, rústico. Era perfecto.
La condujo dentro, sus bolsos una vez más descansando en su hombro. Huyendo del peligro o no, fue criado en Texas, y eso quería decir modales, abrir puertas para las damas y ser todo un caballero.
Cuando descubrió que Paula nunca antes se había quedado en un hotel, reservó una suite, completa con un balcón privado con vista al lago. La suite estaba constituida de una sala de estar con un sofá y un sillón reclinable tílburi en frente de una chimenea de piedra, una habitación aparte con una cama gigante adornada con un edredón esponjoso blanco, y un gran cuarto de baño con una ducha vidriada y separada de la bañera grande, pero era espaciosa y bien equipada. Miró a Paula explorar las habitaciones, terminando su recorrido en el balcón. Los últimos rayos de sol se deshacían en el lago azul oscuro. Llegó detrás de ella, enjaulándola contra la valla de metal y acurrucándose contra su cuello, respirando su aroma. Era tan suave, tan adorable, que provocaba en él no el empedernido agente del FBI necesitando justicia, sino un hombre en necesidad de una mujer. Era fácil perderse a sí mismo en ella, y casi no podía creer que se había resistido por tanto tiempo.
La conversación con Roberto había ido bien, y confiaba que ahora que había agarrado el toro por los cuernos e involucró al FBI, ese idiota de Lucas sería cuidadoso. Sin embargo sabía que las cosas nunca eran así de simples, y sintió que sin duda tendría que sincerarse con Roberto el lunes a la mañana. Lo que sea que iba a suceder ahora estaba fuera de su control, así que era inútil preocuparse sobre ello. Disfrutaría de su salida secreta con Paula antes que fueran obligados a enfrentar la realidad y lo que sea que venga.
Ordenaron una cena sencilla y comieron en el sofá con los platos balanceados sobre sus rodillas. Pedro también había pedido una botella de vino, imaginando que necesitarían la relajante ayuda. Paula no hizo más que picotear con desgano la comida en su plato, y el apetito de Pedro no era mucho mejor. Lavó sus platos y discretamente comprobó su teléfono en la cocina. Todavía nada de Roberto.
Regresó a la sala de estar, volviendo a llenar dos copas. —¿Quieres sentarte en el balcón?
Paula elevó sus ojos hasta los suyos como si el sonido de su voz interrumpió algún pensamiento personal. —¿Mmm? Oh, por supuesto. — Aceptó la mano tendida y se puso de pie, obedientemente siguiéndolo al banco acolchonado en el balcón. El anticuado candelabro de la pared proporcionaba un suave resplandor de luces parpadeantes, y debajo el agua golpeando la orilla del lago era el perfecto telón de fondo. Pedro colocó las copas en la mesa y empujó a Paula a su regazo, necesitando toda la distracción que el contacto corporal le ofrecía. Quería tranquilizarla, prometer que todo estaría bien, pero no podía. Así que en su lugar la abrazó.
Se rió suavemente, permitiéndose a sí misma ser maniobrada y estrechada en sus brazos. Se volvió así que estaba enfrente de él y colocó sus palmas contra sus mejillas.
—¿Por qué no me contaste sobre la primera nota?
Él tragó y removió sus manos, dejándolas sobre su regazo. —Lo había manejado. No quería preocuparte a menos que sea necesario. Sólo quería protegerte tanto tiempo como podía.
—Hubiera querido que me cuentes en su lugar. No puedes protegerme de todo por siempre.
—Lo sé. Lo siento. —Presionó un suave beso en sus labios—. ¿Me perdonas?
Tomó su tiempo antes de contestar, y Pedro temía que el otro secreto que le había estado ocultando estuviera flotando por su mente.
—Perdonado —murmuró, inclinándose por otro beso. Se había vuelto más segura de sí misma en iniciar su contacto físico, lo cual Pedro apreciaba muchísimo. Su ritmo cardíaco se aceleró, dándose cuenta que estaban completamente solos con nada que hacer excepto disfrutar su romántica salida fingida. Él profundizó el beso, mordisqueando su labio inferior. Sus manos encontraron el trasero de Paula y lo apretó, tirándola más cerca ante su gemido. Un gemido de frustración borboteó profundo en su garganta y agarró con fuerza sus bíceps. Era como si ambos necesitaran estar más cerca. Ahora.
Se puso de pie, levantándola mientras entraban. Ella envolvió sus piernas alrededor de su cintura y los brazos rodearon su cuello, todavía sin romper su beso. Sin preocuparse por encender las luces de la habitación, Pedro acostó a Paula en la cama, inclinándose sobre ella para plantar un beso tierno en su boca antes de levantarse para admirarla, extendida sobre la cama. Su cabello oscuro era un halo de rizos en la almohada, y sus brazos, de mala gana, cayeron de su cuello, como si estuviera reacia a liberarlo —Dios, eres perfecta —exhaló. Sus ojos quedaron fijos en los suyos, rehusándose a desviarse, rehusándose a romper su conexión silenciosa—. ¿Sabes cuán difícil era resistirme a ti?
—Apenas me notabas. ¿Sabes cuántas veces paseé por tu dormitorio en sólo mis bragas intentando tentarte?
—Sí. Cuarenta y siete.
—¿Qué? —Ella se rió por lo bajo.
—Estoy bromeando. No llevé la cuenta. Pero estás equivocada sobre no notarte. Me di cuenta cada maldita vez. —Y también lo hizo su polla. Había tenido un caso constante de bolas azules prácticamente desde el día que se mudó—. Eres asombrosa, Paula. Hermosa, inteligente, cariñosa. ¿Cómo podría no notarte? —¿Y enamorarme de ti?
Una pequeña sonrisa de satisfacción tiró en su boca y sabía que la necesitaba, necesitaba mostrarle que era suya. Sus manos encontraron su cinturón y rápidamente desabrochó la hebilla antes de desprender el botón y bajar la cremallera. Paula siguió sus movimientos, sus ojos más abiertos y curiosos. Él sacó su camiseta sobre su cabeza y la dejó caer en el piso. Paula se estremeció en la cama, todavía mirándolo. Cuando él bajó sus vaqueros y bóxers de sus caderas, ella se lamió sus labios. Y cuando su mano encontró y acarició perezosamente su longitud, ella exhaló lentamente.
—Pedro… —Su voz era una súplica rota en el silencioso dormitorio.
—¿Sí, nena? —Continuó sus movimientos lentos a lo largo de su vara hinchada, su mano sujetando la base y deslizándola arriba hasta el punto sensible.
Su mirada se precipitó hacia abajo a su entrepierna y ella mordió su labio otra vez. —¿Tú… mmm, hacías esto… cuándo pensabas en mí?
Su pregunta lo sorprendió. No había esperado que tenga el coraje para preguntar algo así. —Sí. Lo hacía. —A menudo. Muy a menudo.
Aspiró aire y llegó a su polla, sujetando su mano apretadamente alrededor suyo. Los movimientos de Pedro se calmaron durante un momento, apreciando la sensación de su calor. Pero el deseo reflejado en sus ojos forzó a su mano a deslizarse arriba y sobre su cabeza una vez más. Él exhaló una respiración temblorosa. Introducir su mano suave a la mezcla incrementó la cantidad de placer significativamente. Él la dejó agarrarlo, y la guió, con calma y lento.
—Paula —susurró.
Sus ojos se lanzaron a los suyos. —¿Con que frecuencia… hacías esto antes de que durmamos juntos?
Mierda. ¿De verdad le preguntaba con qué frecuencia se masturbaba? No podía contestar esa pregunta. —Bastante. —A diario.
Ella sonrió, aparentemente satisfecha con su no-respuesta. La mano libre de Paula buscó a tientas el botón de sus vaqueros y Pedro abandonó su demostración para ayudarla. Una vez que sus vaqueros y bragas estuvieron fuera, tomó un momento para simplemente admirarla. Era tan bella, suave donde una mujer debería ser suave, escultural y delicada al mismo tiempo. Dios, incluso sus pies eran malditamente lindos. Quería rendirse y adorar su cuerpo como se merecía, pero se sacó su camisa y se levantó de la cama. Se sentó sobre sus rodillas en el borde, envolviendo sus brazos alrededor de su cuello y levantando su barbilla para besarlo. Su pecho se presionó contra el suyo, calentándose y moldeándose a su cuerpo. Su lengua cálida se deslizó contra la suya y él había perdido todo pensamiento racional. Necesitaba probarla, estar dentro suyo, poseerla…
—¿Pedro? —Paula rompió el beso, sus manos colocadas en su pecho, recorriendo sus tensas abdominales.
—¿Sí? —Acarició con la punta de un solo dedo a lo largo de su mejilla—. ¿Qué pasa?
—No quiero que esto termine. Tú y yo.
Sus hombros se relajaron. Amaba su valentía, su honestidad. Y había estado ligeramente preocupado de si iba a decirle que esto no era una buena idea. —Yo tampoco. —Era la absoluta verdad. No estaba dispuesto a perder a Paula. Lo que sea, lo tomaría. No podía explicar cómo o por qué, pero ella le pertenecía. Ignoró la opresión en su pecho, negándose a admitir como podía posiblemente tener un futuro con Paula con su pasado todavía firmemente agarrándose a él.
Empujó atrás sus hombros, y ella cayó contra la cama, riéndose. Pero su risa murió cuando abrió sus muslos y se posicionó a él mismo en su entrada. Mierda, usar un condón. La necesitaba tan desesperadamente. Tendrían que arriesgarse, algo que nunca había hecho antes. Pero dándose cuenta que la decisión no era solamente suya, se detuvo justo a punto de entrar en ella. Puso su palma plana en su estómago. —Quiero sentirte sin un condón… ¿estás bien con eso?
La expresión de Paula fue seria sólo por un momento, como si estuviera contando los días. —Está bien —murmuró. Ella sujetó sus caderas y lo tiró hacia adelante. Pedro agradecido, tomando la base de su eje y guiándose dentro de su canal increíblemente apretado.
No había nada entre ellos. Las nuevas sensaciones inundaron el sistema de Pedro. —Mierda, Paula —masculló mientras ella se apretaba a su alrededor. Normalmente encontraba difícil alcanzar su liberación, algunas veces tomando casi una hora, pero no con Paula. Estar dentro de ella era una experiencia completamente nueva. Era como un adolescente intentando no venirse muy pronto. Los labios abiertos de Paula y pechos ruborizados solamente lo animaron, y cuando ella emitió una serie de diminutos gemidos agudos, casi se deshizo. Sus dedos agarraron las carnes de sus caderas cuando se conducía más rápido, buscando su alivio.
Las manos de Paula agarraron firmemente sus manos, su estómago, en todas partes que podía alcanzar mientras sus gemidos crecieron.
—¡Pedro! —gimió una última vez en una caída incoherente de sonidos y arrojó su cabeza atrás contra la almohada, su espalda arqueándose mientras se venía.
Su propio orgasmo lo golpeó como un puñetazo en el estómago, estrellándose contra él, causando que sus piernas casi se agoten cuando su cuerpo se tensó y sacudió. Cayó arriba de Paula, encontrando su boca por varios malditos besos mientras se vaciaba a si mismo dentro de ella en una serie de calientes reventones.

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