viernes, 21 de marzo de 2014

CAPITULO 48



El teléfono de Pedro sonó con un nuevo mensaje. Desenredó su brazo de Paula y marcó su código de seguridad para desbloquearlo. Mierda. Era un texto de Sara.
¿Listo para salir más tarde?
Paula levantó la cabeza de su pecho y dejó caer el teléfono sobre la mesa de café delante de ellos. Cuando se atrevió a mirar hacia a Paula, podría haber jurado que vio lágrimas nadando en sus ojos, pero parpadeó y el efecto se había ido, haciéndole preguntarse si sólo se las había imaginado. Habían estado en un estado de felicidad durante semanas, teniendo relaciones sexuales con regularidad y durmiendo juntos en la cama de Pedro todas las noches. Maldita sea si dejaba a Sara arruinarlo.
Ahuecó su mejilla en su palma. —Oye, me voy a quedar esta noche. Sólo tú y yo.
Ella esbozó una sonrisa y se inclinó para besarla. —Está bien —suspiró.
Guió la cabeza de nuevo a su lugar en el hueco entre el hombro y su cuello. Sara le había enviado mensajes de texto un par de veces el último par de semanas, y había tratado de dejarla con cuidado, pero al parecer, era el momento de brutal honestidad. No estaba interesado. Pero no quería responder en esos momentos. Ver el dolor en los ojos de Paula era demasiado.
Todavía no sabía lo que era esta cosa con Paula, pero sabía que las últimas semanas con ella, lo habían cambiado. Le había dado su vida de manera voluntaria; ella era tan vulnerable y dedica, que lo rasgó hasta abrirlo. Estaba esperando ver a través de él. Hubo momentos en que ella lo miraba, realmente lo miraba, y se preguntaba si veía su necesidad de mantener a todos en condiciones de igualdad, incapaz de amar después de tanta pérdida. Todavía tenía que tener algún tipo de discusión sobre la relación, pero Pedro no tenía intenciones de salir con alguien más en este momento. Y aunque su cabeza seguía en guerra con su corazón,justificó su relación con Julieta. No fue realmente un engaño ya que no se acostaba con ella. ¿Lo era? Joder.
Sabía que Paula era demasiado joven para él, que ella tenía la necesidad de extender sus alas y explorar, pero por ahora, estaba feliz de que fuera parte del crecimiento. Y más que eso, cuando se acercaba demasiado, lastimaba a las personas. Julieta era el ejemplo perfecto de ello. No podría vivir consigo mismo si le hacía a Paula lo que le hizo a Julieta. Haría todo en su poder para proteger a Paula de su pasado, incluso si eso significa ocultarle la verdad. Por ahora. Tampoco sabía cómo iba a reaccionar Julieta con él teniendo a alguien más en su vida, y no tenía ganas de tener esa conversación en particular. ¿Cuándo su vida se había vuelto tan complicada?
Acercó a Paula y trató de empujar todo lo demás fuera de su mente. Persistentes temores sobre ese loco Lucas lo mantuvieron en el borde, pero la dulce presencia de Paula en su vida alivió algo de su tensión. No quería preocuparse en ese momento. Pasó una mano por los brazos de Paula, acariciándola suavemente. Se ocuparía de ella y la mantendría a salvo de una manera u otra. Tenía que hacerlo.
—Pedro —Ella levantó la cabeza.
—Hmm. —Pasó distraídamente los dedos por su brazo.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
El pelo en la parte trasera de su cuello se levantó. Mierda. Sabía que la conversación iba a ser algo más que la que película que iban a ver después. —Por supuesto.
—¿Qué va a pasar con nosotros?
No estaba preparado para la pregunta. A pesar de cualquier otro tema era un juego justo entre ellos, se había negado a hablar sobre el futuro, fiel a temas no más allá de lo que harían para la cena, los planes del próximo fin de semana, o en el futuro, cuándo eran las fechas de las próximas vacunas de Renata. Habían vivido en su propia burbuja, disfrutando del cuerpo del otro y viviendo cómodamente juntos. Pero no se perdía las conversaciones susurradas en el teléfono de Paula con Carolina sobre la decoración de su apartamento. Se preguntó si ella todavía pensaba en mudarse, a pesar de la intimidad de su nueva relación. Lo que era lo mejor, se dijo. No se hacía ilusiones de amor verdadero, almas gemelas, matrimonio o niños. Era más fácil, y un infierno mucho más seguro, estar por su cuenta. No podía admitir que Paula podía ser la única que cambiaría su opinión.
—¿Qué quieres decir? —le preguntó, tratando de ganar más tiempo.
—Sólo que a veces me pregunto qué… quieres —Su expresión era tan abierta, tan honesta, que podía leerla como a un libro.
Se volvió hacia ella, sosteniéndole la mandíbula en la mano. —No voy a ninguna parte, Paula. —Presionó un suave beso en su boca. Sabía que no era exactamente la declaración de amor y compromiso que probablemente quería, pero era lo más cerca que podía conseguir. Todavía había mucho que no sabía de él, demasiado que no entendería. Eso era lo que tenía para ofrecer —protección, devoción y sexo alucinante. Esperaba que fuera suficiente. Porque, maldita sea, no podía ofrecerle más. No con su espectacular historial de arruinar sus relaciones.
Ella asintió, como si aceptara su no-respuesta, y se inclinó para otro beso. Si lo físico era lo único que compartirían, ninguno parecía desear desperdiciarlo. Sus besos se volvieron calientes, y la empujó sobre su regazo, su boca moviéndose por su garganta mientras sus manos se abrían camino debajo de su camisa, masajeando con ternura los músculos de la espalda y llegando a su alrededor para correr por sus tensos abdominales. Tiró de su camisa por encima de su cabeza y el sujetador la siguió rápidamente, aterrizando en el suelo entre el sofá y la mesa de centro. Ella sacudió sus caderas contra él, descubriendo que ya estaba duro. Viendo su confianza crecer, la mirada de deseo reflejado en sus ojos, despertó su propia necesidad. Agarró sus brazos, sujetándolos a sus costados. Había descubierto que por mucho que le gustaba hacerse cargo, Paula disfrutaba siendo manejada. Ella cruzó los brazos detrás de su espalda, entrelazando los dedos y empujó su pecho hacia fuera. Sostuvo sus manos con una de las suyas y trabajó la otra en la parte delantera de sus vaqueros. Se dio un festín con la punta caliente de cada pecho hasta que Paula lloraba y habían conseguido liberar sus manos para tirar de su cabello.
Pedro la movió en su regazo, poniendo suficiente espacio entre ellos para sacar sus vaqueros y liberarse. Paula se agachó delante de él y se quitó los vaqueros. Pedro la ayudó, tirando del material por sus piernas hasta que ella pudo patear sus vaqueros en el suelo. Lo observó mientras se ponía rápidamente un condón, luego se hundió en él sin dudarlo, rindiéndose mientras la llenaba.
—Dios, estás apretada. —Presionó un beso en su boca. Ella se aferró a sus hombros, sus uñas clavadas en su piel, y empezó a mecerse contra él.
Verla moverse encima de él, probando y encontrando su ritmo, era la cosa más caliente que podría haber imaginado. Su tenso cuerpo cabalgándolo era demasiado. Su cabeza cayó contra el sofá y sus ojos se cerraron. Ella puso una mano a ambos lados de su rostro y abrió los ojos. Se inclinó para darle un beso, sus lenguas colisionaron y sus respiraciones se mezclaron.—Pedro… —gruñó, apoyando sus manos sobre sus muslos mientras subía y bajaba sobre él.
—Te sientes demasiado malditamente bien. ¿Cómo es incluso posible?
—Porque somos nosotros —dijo simplemente.
Creía en su evaluación. Sinceramente. Pero no podía negar el hecho de que lo asustaba como la mierda. Nunca había conocido a una mejor amante, lo que no tenía sentido, considerando la falta de experiencia de Paula. Sus cuerpos encajaban juntos como dos mitades. No había habido ningún indicio de torpeza, la difícil etapa que había conocido con amantes anteriores. Sus cuerpos estaban tan en sincronía, que parecían anticipar los movimientos del otro y responder a su vez, conduciendo a un placer que no había sabido que podía existir antes de Paula llegara.
Su carne lo empuñó desde adentro hacia fuera, y la sintió comenzar a temblar. Lo montó más rápido y fuerte mientras alcazaba su orgasmo, gimiendo una serie de pequeños gemidos, luego cayó sobre su pecho, completamente agotada. Ver a Paula teniendo un orgasmo rápidamente lo llevó a su propio clímax. Ya no parecía capaz de moverse contra él; por lo que la agarró por la cintura y la movió arriba y abajo unas cuantas veces hasta que la siguió hacia el borde.

CAPITULO 47



Pedro se había deshecho de Carolina y Cesar después del desayuno, y luego había llevado a Paula de vuelta a la cama. Ella le había pedido que la dejara ducharse primero, y él finalmente la había liberado.
—Trata de hacerlo rápido.
Mientras estaba de pie frente al gran espejo esperando para que el agua se caliente,Paula miró al reflejo desnudo frente a ella. Su pecho era alto y alegre, su estómago suave, pero en su mayoría plano, sus muslos un poco más grandes de lo que le hubiera gustado, pero no podía negar que por primera vez —tal vez— se sentía hermosa.
Siempre que Pedro la miraba, cierto rubor causaba que sus mejillas brillen, su estómago revolotee, y se sienta completamente querida y deseable. Pero anoche fue la primera vez que había actuado en el deseo que sintió arder dentro de él también. Estaba feliz y aliviada de ver que la áspera luz de la mañana, y las miradas mordaces de Carolina, no habían hecho nada para desalentar su interés. Tan pronto como la puerta delantera se había cerrado en sus invitados de la noche, Pedro había tirado su boca a la suya, sus manos asentándose en sus caderas. Se habían besado suavemente, profundamente, a diferencia de la tormenta desenfrenada de la última noche, mientras él la acompañaba de espaldas por el pasillo hacia su dormitorio. Entonces la había levantado, como si no pesara nada en absoluto y la colocó cuidadosamente en el centro de la cama y sólo la miró.
Paula escondió el recuerdo del hambre abrasador en su mirada oscura y se metió bajo el chorro de agua.
El dichoso rocío caliente caía sobre su cuerpo y a pesar de que quería estar allí y disfrutar de la calidez, se encontró corriendo, si sólo Pedro volviera un poco más rápido. Se enjabonó el cabello con el champú rosa de toronja y luego inclinó la cabeza para enjuagar la espuma. Después de pasar el acondicionador en los largos mechones, salió del rocío directo del agua para enjabonar su cuerpo de la cabeza a los pies. Una vez que estuvo segura de que estaba limpia, se enjuagó el cabello y cortó el agua.
Sólo entonces noto una gran figura al otro lado del cristal. Su corazón voló a su garganta.
—Pedro. —Agarró una toalla del gancho y rápidamente la envolvió alrededor de sí misma—. Me asustaste, ¿Cuánto tiempo has estado mirándome?
Bajó la mirada tímidamente. La mirada de Paula siguió la suya. Oh mi… Su gran erección presionaba contra los finos pantalones de algodón.
—Lo suficiente —murmuró, su voz gruesa.
Ella sonrió y su corazón comenzó a aflojar el paso. Tomó una segunda toalla para envolverla alrededor de su cabello chorreando.
—Sólo voy a entrar rápido —Pedro le dio un beso y luego se quitó los pantalones del pijama y entró en la ducha.
La idea de ver a Pedro ducharse era más atractiva que ir a vestirse, y se quedó de pie ahí momentáneamente distraída por las corrientes de agua corriendo por su cuerpo delgado, sobre las líneas de su paquete de seis, y se estremeció. Su mirada vagó hacia abajo. Todavía estaba medio duro y ella se sentía cada vez más caliente por todas partes.
Queriendo dar un paso bajo el agua con él, se obligó a huir del baño y se lanzó hacia la habitación de invitados. Se vistió en bragas y una camiseta y parcialmente se secó el cabello por lo que no se convirtió en un lío rizado. Luego esperó por él en su cama.
Tiró de las sabanas alrededor de su cuerpo y se acurrucó en su almohada, inhalando su aroma con cada respiración. Pedro salió unos minutos más tarde, su piel aún húmeda y brillante con pequeñas gotas de agua y una toalla blanca sujeta alrededor de la cintura.
—Mejor que no te hayas vestido ahí abajo —susurró, inclinándose para plantar un beso en su boca.
Tragó saliva.
—Vas a tener que venir a averiguarlo. —Si esto es como el coqueteo era, inscríbanla. Pedro la hacía sentir viva y delirantemente feliz, como si todos sus sentidos se agudizaran y ella nunca dejaría de sonreír. Pero no tuvo mucho tiempo para examinar sus sentimientos, porque él dejó caer la toalla de sus caderas y se paró delante de ella, completamente duro y terriblemente caliente. Paula cedió, echando hacia atrás las mantas y arrastrándose a través de la cama hasta que estuvo cara a cara con su virilidad. Arrodillándose en cuatro patas, alineo su boca con su polla esperando. Él bajó la mirada y acarició su mandíbula. Paula colocó dulces besos a lo largo de la cabeza y eje, pero cuando su lengua salió a probar la punta, sus caderas se sacudieron hacia delante y dejó escapar un gemido. Disfrutando de tenerlo completamente a su merced, Paula envolvió una mano alrededor de su base y deslizó su boca alrededor de él, deslizándose hacia atrás y adelante.
Maldijo y enterró las manos en su cabello. Ella comenzó a perderse a sí misma en su placer, meciendo sus caderas y agregando pequeños gemidos por su cuenta.
La mano de Pedro se movió de su cabello, arrastrándose bajo su espalda y acarició su culo. Sus dedos encontraron su camino dentro de sus bragas a su centro húmedo. Masajeó ese lugar que parecía instintivamente saber le traía placer. Se quedó sin aliento y se meció contra su mano, mientras continuaba dándole placer con su boca.
Paula estaba rápidamente empapada y lista, la firme mano de Pedro en su mandíbula la trajo de vuelta a la realidad, aunque sea por un segundo. Levantó los ojos hacia él, su boca aún llena de él.
—Mierda, esa es una hermosa vista. —Le acarició la mejilla con su pulgar, y observó con reverencia mientras seguía sus lentos y firmes movimientos. El deseo grabado en su rostro iba a deshacerla.
Paula de repente la levantó, situándola, así ella estaba sobre su espalda tan rápido que ni siquiera estuvo segura de lo que había pasado. Le quitó las bragas y luego se cernía sobre ella, levantando su camiseta para besar sus pechos.
—¿Estás segura de que no estás demasiado adolorida? —Sus ojos se movieron hasta los de ella mientras plantaba besos húmedos a lo largo de su tórax y entre sus pechos.
Sabía lo que quería, y no iba discutir eso. Envolvió una pierna alrededor de su cadera, atrayéndolo más cerca.
—Pedro. Condón. Ahora.
Él se rió entre dientes contra su garganta y la soltó sólo el tiempo necesario para buscar a tientas en la mesita de noche. Escuchó el sonido de un paquete crujiendo y luego volvió a besarla. Sus bocas se movían juntas en un choque frenético de lenguas deslizándose y gemidos sutiles.
Pedro se levantó lo suficiente como para llegar entre ellos. Sus ojos se quedaron fijos en los de ella mientras se colocaba en su entrada y suavemente empujó hacia delante. Ella envolvió las piernas alrededor de su espalda, bloqueando sus tobillos e inclinándose hacia arriba para encontrar sus cuidadosas embestidas.
Él plantó un suave beso en su boca y empujó de nuevo hacia delante, deslizándose en su interior en una deslumbrante sensación de calor y plenitud. Su espalda se arqueó en la cama y metió su cara contra su cuello, besando y murmurando cosas dulces… lo bien que se sentía... lo hermosa que era.
Paula apretó sus ojos y emparejó el paso, obligando a sus caderas a subir de la cama para inclinarlas hacia las de él.
Su boca estaba en todas partes —cerca de su oído así ella podía oír sus jadeos guturales, en su cuello, besando y mordisqueando contra su sensible carne, cubriendo los suyos en un abrasador caliente beso. Se retorció debajo de él, dirigiéndose cada vez más cerca del éxtasis con cada golpe brutal, cada beso dulce.
—Pedro —gimió, levantando sus caderas a su última vez mientras ola tras ola de placer se disparó a través de su centro.
Él aminoró el paso, pareciendo entender su necesidad de salir de la intensa explosión de placer durante todo el tiempo que a le fuera posible. Ella lanzó un gemido final y clavó sus uñas en su espalda mientras se agarraba a algo, algo que apretó.
Pedro tomo sus manos, sujetándolas sobre su cabeza y aumentó su ritmo, golpeando en su interior a un ritmo constante hasta que sintió que todo su cuerpo se tensó y sacudió, y supo que había encontrado su liberación, también.
Se dejó caer a su lado en una pila, tirando de su cuerpo al suyo de modo que su espalda se presionaba contra su frente. Colocó un pesado brazo alrededor de su cintura, sujetándola contra su pecho. Paula cerró los ojos y soltó un suave suspiro, sintiéndose segura y más feliz de lo que recordaba.

jueves, 20 de marzo de 2014

CAPITULO 46



Paula y Pedro habían dormido abrazados juntos, exhaustos y agotados después de pasar la noche haciendo el amor.
Pedro extendió sus brazos sobre su cabeza, su cuello crujiendo con el esfuerzo. Paula murmuró algo en su sueño y luego rodó para encontrarlo, atrayendo su cuerpo apretadamente contra el suyo. Él pasó una mano a lo largo de su cadera, empujándola incluso más cerca. Estaba contento de ver eso en la sobriedad, en las simples luces de la mañana, las cosas no se sentían incómodas entre ellos. De hecho, era lo opuesto. Esto se sentía increíblemente natural.
Paula sonrió somnolientamente y se acurrucó contra su cuello. —Buenos días —respiró contra su piel.
—Buenos días. —De repente fue consciente de que usaba una de sus camisetas con nada debajo, y que él había dormido desnudo por primera vez desde que Paula se había mudado. Los recuerdos de la noche anterior se reprodujeron en los límites de su mente, la determinación de Paula para complacerlo, sus diminutos gemidos y su piel ruborizada, la forma en que sujetó sus bíceps cuando él se hundió en ella. Su polla despertó a la vida.
Él trazó con la punta del dedo su cadera, subiendo la camiseta y sacándola de su camino. Paula se estremeció mientras la yema de su dedo con suavidad la acariciaba. Su mano se movió abajo para cubrir su hueso púbico, y dejó salir un gemido. Rodó sobre sí mismo, para que estuvieran enfrentados el uno con el otro en el centro de la cama, las sábanas dispersadas sobre ellos, proporcionándoles un capullo de calor.
Bajó su boca a la suya, besándola suavemente al principio. Paula, siempre receptiva, gimiendo en voz baja contra sus labios. Enganchó su pierna alrededor de su cintura, y se empujó más contra su cuerpo.
—No estás muy dolorida, ¿verdad?
—Creo que no.
No se había levantado y salido de la cama todavía, pero Pedro asintió. —Bien. —Su mano encontró su polla y él la acarició lentamente, golpeando contra su muslo con cada caricia. Los ojos de Paula se abrieron más y luego los lanzó abajo para ver sus movimientos. Se mordió el labio inferior y gimió, sus manos bajaron para unírsele.
Una vez que sus manos calientes lo acariciaban, Pedro llevó sus manos al rostro de Paula. Sujetó su barbilla y la besó profundamente, succionando su lengua en su boca.
Un sonido más allá de la puerta de su dormitorio capturó su atención y se alejaron, respirando irregularmente.
—¿Qué demonios? —murmuró él—. Espera aquí. —Saltó de la cama y se puso un par de pantalones de pijama antes de ir a investigar.
Carolina estaba en su cocina, tratando torpemente con la máquina de café.
—¿Que estás haciendo aquí? —Se apuró para atar la cuerda de su pantalón, el pánico ascendiendo porque Carolina sabría que durmió con Paula. Pero a menos que hubiera comprobado el dormitorio y lo encontrara vacío, tal vez su secreto se encontraba todavía a salvo.
Colocó el café para preparar y se volvió para enfrentarlo. —Cesar y yo dormimos aquí anoche. Espero que eso esté bien. Estábamos muy borrachos para conducir.
Él giro alrededor de la sala de estar y encontró a Cesar todavía durmiendo en su sofá.
¿Dónde había dormido Carolina?
—Ambos dormimos en el sofá. No fue gran cosa.
Carolina no sabía. El alivio inundó su sistema. Él aún no procesaba que Cesar y su hermana compartieron el sofá.
—Sí, no hay problema. —Pasó una mano por su cabello en un intento de alisarlo.
Paula salió del dormitorio, vestida en vaqueros y una de sus sudaderas que colgaban cerca de sus rodillas.
—Tenía frío —explicó a las miradas de Carolina y de él. Pedro la estudió por pistas sobre cómo se sentía acerca de anoche. No podía creer que él había permitido que las cosas fueran tan lejos. Pero la sonrisa de Paula mientras revoloteaba a su lado y entraba en la cocina lo calmó ligeramente. Si ella no se arrepentía, él tampoco lo haría. Además era difícil arrepentirse del mejor sexo de su vida.
Pedro escapó de la cocina, necesitando una ducha fría y tiempo para reunir sus pensamientos.
Regresó quince minutos después, no más lejos de entender que sucedía entre él y Paula. El olor de tocino friéndose deshizo sus preocupaciones por el momento.
Como de costumbre, Paula había cocinado lo suficiente para alimentar a veinte personas. Todavía no había dominado el control de las porciones, habiendo cocinado para un recinto completo de personas en su pasado. Ella colocó una fuente con muffins de arándanos caseros, una bandeja que conservaba el calor que contenía huevos revueltos, y un plato lleno con tocino frito en el centro de la isla, antes de dirigirse a verter el café de Pedro.
La mirada de Pedro fue a Carolina. Sus ojos seguían los movimientos de Paula, mirándola mimar a Pedro, agregando leche a su café, y colocando su iPad en la encimera a su lado. Y también había estado observando cuando Pedro se había encargado del deber matutino, sacando a Renata para hacer su asunto, y luego agregar un cucharada de comida en su cuenco en la cocina. Ellos se movieron cerca del otro fácilmente, aún con obvio cuidado y reverencia.
—Pedro, ¿puedo hablar contigo? —preguntó Carolina.
Levantó la mirada de su iPad, una tira de tocino a mitad de camino a su boca, y suspiró. —Por supuesto. —Sus ojos viajaron entre el cuerpo de Carolina y el de Cesar, estirándose en su sofá, luciendo malditamente engreído. Necesitaba llegar al fondo de eso más tarde. Su hermana estaba fuera de los malditos límites y Cesar debería haberlo sabido mejor. Pero Pedro se puso de pie y siguió a Carolina al cuarto de lavado fuera de la cocina. Ella cerró la puerta corrediza detrás de ellos.
—¿Quiero saber que sucedió entre tú y Cesar anoche?
Sus labios se contrajeron mientras ella luchaba contra una sonrisa. —Probablemente no.
—Mierda, Caro. —Cruzó sus brazos sobre su pecho y la miró.
—Eso no es por lo que te traje aquí para discutir. —Sus manos volaron a sus caderas—. Quiero hablar sobre lo que está pasando entre tú y Paula.
Él sacudió su cabeza. No iría ahí con Carolina. Incluso no iría allí en su propia mente, y no tenía sentido hablar sobre algo que incluso él no entendía. —No hay nada que hablar. Necesitaba un lugar para quedarse, y le di uno. Ya sabes eso. Fin de la historia.
—Pedro, nunca has sido bueno en las relaciones.
—Exactamente. ¿Entonces cuándo vas a dejar de intentar establecerme una?
Ella negó con su cabeza. —Eso no es lo que estoy diciendo.
Él esperó con impaciencia, golpeando un pie desnudo contra el piso de madera.
—No puedes negar que eres diferente con Paula. Estás sintonizado con sus emociones, sus necesidades. Nunca te he visto de esa forma.
Abrió su boca para responder, pero se encontró a sí mismo sin habla. No podía negar que estaba en sintonía con Paula; conocía los anhelos de su cuerpo, leía sus emociones mejor que las propias. Pero era solamente porque ella estaba a su cuidado, y tomó esa responsabilidad seriamente. Quizás se había ablandado en los últimos años observando a sus amigos casarse y tener hijos. Y luego teniendo a Paula en su vida lo había empujado al límite. Tomó una profunda respiración. —Escucha, Paula tiene un trabajo ahora, y está ahorrando para su propio apartamento. La estoy ayudando, claro, pero esto es una situación temporal entre nosotros. —Incluso cuando dijo las palabras, parte de él esperaba que no fueran ciertas.
Carolina frunció el ceño y negó con su cabeza. —Eso es lo que me temía. —Le dio un golpecito en su pecho—. Tú, hermano, eres un idiota.
Pedro permaneció sin habla en el centro del cuarto de lavado cuando Carolina abrió la puerta y salió tranquilamente. Sacudió su cabeza y la siguió de regreso a la cocina.

CAPITULO 45



Necesitaba sentir el calor de su mano contra su piel antes de solo llegar a pensar en ello. Le dio un suave beso en la boca a Paula y alcanzó su mano. Tomó cuidadosamente su considerable longitud en la palma, como si no supiera qué hacer con ella.
—Tócame, bebé —alentó, guiando su mano por su virilidad. Cerró el puño alrededor del suyo y le demostró, jalando su mano arriba de su longitud y apretándola sobre la cabeza. Una maldición retumbó a través de su pecho, saliendo de sus labios en un grito desesperado.
Su mano se quedó inmóvil, y por un momento su palma revoloteó sobre la de ella, listo para animarla, para mostrarle lo que a le gustaba, pero cuando vio su mirada incierta, se detuvo y enredó los puños a sus costados. —Está bien. No tienes que hacer nada para lo que no estés lista.
—No es eso. —Llevó su dedo índice a él y frotó la gota de fluido caliente en la punta sin saber lo increíble que un simple toque se sentía para él—. Quiero probarte —murmuró.
El corazón le dio un puntapié a su confesión. La necesidad honesta en su voz era la cosa más erótica que Pedro había escuchado nunca. Que alguna vez volvería a oír, estaba seguro. —Mierda, Paula. —Ella permaneció inmóvil, con sus ojos todavía en los de él—. Lo siento —murmuró una disculpa por la palabrota. Nunca se dio cuenta de la boca sucia que tenía hasta que llegó Paula, pero a ella parecía no importarle.
—Está bien —sonrió. Se arrastró hacia abajo por su cuerpo hasta que estuvo cara a cara con su increíblemente dura polla sobresaliendo por delante de él, como si buscara a Paula, rogando por su atención. Ojos verdes decididos encontraron los suyos—. Dime si hago algo mal.
Dudaba que eso pasara. Podía ver prácticamente a su polla en este momento y le encantaría. —No te preocupes por eso. —No podía hacer nada malo. Bueno, él suponía que no era del todo exacto. Consideró, advertirle que tuviera cuidado con sus dientes, pero decidió no hacerlo. Iba a corregirla suavemente si era un problema, pero hasta entonces, iba a dejarla explorarlo sin ningún temor o timidez.
Paula se sentó sobre sus talones, levantó la polla y luego bajó su cabeza. Con los ojos inmovilizados en él, le dio un tierno beso en la cabeza de la polla. Ya goteaba fluido perlado, y su escroto se apretaba contra su cuerpo. Estaba preparado y listo para explotar.
Lo llevó dentro de las profundidades de su boca caliente. Las caderas de él se dispararon hacia delante en la cama, pero ella recibió la intrusión, succionando su piel más sensible. —Mierda, bebé. Si. Justo así... —Le acarició la mandíbula, le apartó el pelo de la cara, y palmeó su mejilla. Observó a Paula besar y lamer su longitud y se perdió en la felicidad de adormecer la mente en el momento.
Era tan educada, que se entregaba en todo lo que hacía, y el placer de él no era la excepción. Dejó todo sobre la mesa, lamiéndolo, besándolo y acariciándolo como si su único propósito fuera complacerlo.
Pronto Paula apretaba los muslos y gemía por su propia liberación, y ni siquiera la había tocado todavía. Se liberó de la boca de Paula y la arrastró arriba de su cuerpo. —Mi turno —explicó hacia la sorpresa en su rostro.
Pedro la colocó contra la almohada por lo que yacía tumbada junto a él. Dejó un beso a sus labios, luego deslizó su dedo medio en la boca de ella, mojándolo. Lo chupó sin preguntar, girando su lengua contra su piel.
—Necesitamos asegurarnos de que estás lista para mí —explicó.
Miró hacia su larga polla, apoyándose pesadamente contra su cadera y luego de regreso hacia él. —¿Me hará daño?
—Al principio, sí, pero voy a hacer mi mejor esfuerzo para ir despacio.
Asintió, confiando en él.
Cuando su dedo se deslizó dentro de ella lentamente, cuidadosamente, la boca de Paula quedó boquiabierta. Y cuando lo sacó y comenzó a follarla con la mano, un poco más rápido con cada golpe, las rodillas de Paula se desarmaron y dejó caer la cabeza sobre la almohada. Su otra mano se unió a la diversión, frotando círculos lentos sobre su piel, renuente a correr con ella. Pronto estaba empapada y gimiendo su nombre, y segundos más tarde, con la cabeza echada hacia atrás en éxtasis, se vino para él. Pedro plantó besos húmedos a lo largo de la garganta, negándose a aflojar hasta que hubiera ordeñado hasta el último gramo del placer de ella.
Después de varios minutos acariciándole el cuello y besándola hasta acabar con todas las pequeñas réplicas de su liberación, Paula se arrastró en su regazo a horcajadas sobre él, poniendo una rodilla a cada lado de sus muslos.
—¿Pedro?
No respondió. Sabía lo que preguntaba, e incapaz de negárselo, alcanzó la mesilla y cogió un condón. Lo observó mientras se lo puso, con su mirada vacilante de ida y vuelta entre sus ojos y su virilidad. Podía leer su expresión como si la hubiera escrito. Trataba de entender exactamente dónde iba a encajar eso.
Paula, no tenemos que hacerlo.
Sus ojos capturaron los suyos. —Quiero. —Plantó sus manos en los músculos de su tenso estómago, y se levantó a sí misma, tratando de encontrar el ángulo correcto.
—Ven aquí. —Pedro tiró de ella hacia abajo sobre su pecho, necesitaba besarla. Plantó dulces besos a lo largo de su boca y su garganta. Entendió la gravedad de este momento, de lo que le daba, y no iba a precipitarse. No cuando estaban tan cerca. Merecía ser adorada y cuidada en su primera vez. Haría todo lo posible para hacer lo que ella se merecía—. Solo relájate, cariño. Déjame. —Paula se relajó en sus brazos y Pedro la besó profundamente cuando llegó por detrás de ella, manteniéndose en su lugar hasta que Paula empezó a relajarse de nuevo, tomándolo.
Pasó las manos sobre su pecho y cerró los ojos, una mirada de concentración se fijó sobre sus rasgos. Luego bajó sobre él, descendiendo sus caderas y así se hundió dentro de ella, cuidando de estrellarse lentamente. Un placer fantástico se disparó a través de él. Joder, estaba apretada. Se balanceó contra él, metiéndolo más profundo en pequeños incrementos.
—Mierda.... —Se tragó un gemido.
Los ojos de Paula se agrandaron y lo encontraron, parpadeando hacia él. Maldición se veía tan inocente, casi cuestionó lo que hacía. Casi. Pero habían ido demasiado lejos para dar marcha atrás ahora. Estaba dentro de su dulce coño rosa, resbaladizo por la humedad y el calor. No quiso convencerla de esto, no ahora.
—¿Todo está bien? —preguntó en cambio, necesitaba oírle decir que todo estaba bien para continuar.
Ella asintió, y se inclinó hacia adelante para besarlo, deslizando su lengua contra la suya. El placer se disparó directamente a sus bolas, levantándolas. La estrechó cerca e interrumpió cada beso por levantar sus caderas para facilitar el ir más profundo dentro de ella.
Los suaves gruñidos y gemidos suyos coincidieron con las embestidas de él, devorando su autocontrol. Sabía que no iba a durar mucho.
—¿Se siente bien? —preguntó, aminorando su paso.
Paula abrió los ojos, su brillante mirada verde parpadeando hacia él con asombro. —Sí.
Sus mejillas estaban ruborizadas de color rosa y no podía resistir mirar su disfrute. Había dejado de moverse contra él y le permitió sujetar sus caderas mientras empujaba en ella. El sexo era un acto físico, así que ¿por qué él debería sentir más? Pero no podía negar que nunca había sentido más cerca de nadie. Paula traspasó todas sus barreras. Era pobre pero regalaba, sensual pero inocente, confiada y tímida. Había puesto para ambos su placer, toda la experiencia, entre sus manos y la gravedad del momento no pasó desapercibido para él.
Se deslizó de nuevo, exquisitamente despacio hasta que estuvo enterrado profundamente otra vez. La respiración de ella se detuvo, atrapada en su garganta.
—¿Te duele?
—Sólo un poco.
Maldición, esperaba que no le doliera, pero era de suponer. Era su primera vez después de todo. —¿Quieres que me venga? —suspiró contra su boca.
—Sí.
La jaló y la situó para que estuviera recostada de nuevo sobre las almohadas. Prefería estar arriba —siendo el que tiene el control— y era una forma segura de conseguir venirse rápidamente. Agarró sus caderas, sus dedos aferrándose a ella para jalarla hacia él con cada embestida.
Los gemidos de ella aumentaron ruidosamente, menos contenidos, y Pedro se encontró siendo mucho más ruidoso que de costumbre. —Dios, eres hermosa... —Unos pocas embestidas más—. Oh, joder...
Deslizó su mano entre ellos para darle placer a ella, frotándola, moviéndose en círculos, usando su humedad para enviarla sobre el borde de nuevo, y verla venirse otra vez lo envió en caída precipitadamente después de ella, maldiciendo y jadeando mientras que ordeñó su apretado canal hasta dejarlo seco.

miércoles, 19 de marzo de 2014

CAPITULO 44



Una vez dentro del dormitorio de Pedro, el aire entre ellos se llenó de expectación. A pesar de que había compartido su cama durante varias semanas, esto se sentía como algo completamente distinto. Algo premeditado. Pedro dio un paso incómodo. La idea de llevar su fácil relación a algún lugar nuevo le daba miedo, y no sabía por qué. Pero cuando Paula se mordió el suave labio inferior y su mirada cayó a la hebilla de su cinturón, todos los pensamientos coherentes escaparon. Había deseado esto durante mucho tiempo, y ahora se ofrecía a sí misma a él.
Esperó a ver qué iba a hacer. Era la única promesa que se haría a sí mismo. Tendría que ser ella. Tendría que dar el primer paso si realmente lo quería. Pero entonces se supone que ya lo quería. ¿No era esto sobre lo que había sido la noche con Sara? Observó desde la puerta, y cuando fue a su habitación..., para decirle, sin palabras lo que quería. Había escuchado, en algún nivel primitivo, y obedeció lo suficiente como para darle lo que el momento requería, pero nada más. No la tomó entonces. Y no iba a hacerlo ahora a menos que supiera que era exactamente lo que quería.
Cuando Paula se aventuró un paso más cerca y sus ojos recorrieron su cuerpo, perdió todo control de sí mismo. —Ya he terminado, Paula. Ya he terminado de resistirme a ti. Ya he terminado fingir que no quiero esto.
Ella gimió suavemente y lo miró a los ojos. Los suyos se abrieron por el miedo... o la curiosidad, no sabía cuál. No les importó. Necesitaba estar dentro de ella.
—Quítate la parte de arriba —ordenó.
Paula levantó la camisa sobre su cabeza y la depositó en el suelo a sus pies. Lo siguiente que se quitó fue el sujetador, dejándolo en el suelo junto a su camisa. Su pecho era exquisito, un palma completa, pero
suave piel cremosa, y los pezones de color rosa pálido, tuvo el gusto de probarlos.
—Y ahora la falda.
Sus dedos tantearon el botón, y una vez que estuvo libre, comenzó a empujar hacia abajo las caderas.
—Despacio —susurró.
Paula atrapó sus ojos y su movimiento se desaceleró. Se apartó con cuidado el material sobre su trasero y por sus piernas, dobló la cintura mientras sus ojos miraban los suyos.
Sus labios se separaron y respiró profundo. —Al igual que eso, nena. Agradable y lento. He estado esperando esto mucho tiempo, para recorrerte.
Una vez que se encontraba de pie frente a él, vistiendo sólo sus bragas, Pedro la atrajo hacia su pecho y la sostuvo, su forma femenina moldeada a su cuerpo masculino. La abrazó por momentos, necesitaba sentir el calor de su piel apretando contra el suyo, y el golpe constante de su corazón contra su pecho. Alzó la barbilla con un dedo y se inclinó para besarla, para adorar a su boca como merecía. Ella abrió los labios, aceptándolo, frotando su lengua contra la suya. La necesidad cruda en su beso lo empujó sobre el borde, y se alejó, sin aliento.
—Deshazte de mis pantalones —gruñó entre besos.
Paula miró a la hebilla del cinturón como si fuera algún artilugio extraño. Bajó la cabeza para besarla de nuevo y sintió que sus manos trabajan para liberar el cierre, antes de pasar al botón de sus pantalones vaqueros. Con una mano sosteniendo su mandíbula, bajo la otra para ayudar, bajando la cremallera, y empujando sus pantalones hasta los muslos. Paula rompió el beso para mirar hacia abajo y vio cómo conoció a su erección por primera vez. Aún vestido con calzoncillos negros, apenas se contuvo, ahuecando el material más impresionante. Paula se agachó y con un dedo, lo tocó. Su pene saltó.
Con su rostro inundado de deseo, extendió la mano para tocarlo de nuevo, agarrando su longitud a través del material.
Joder. El agarre de su diminuta mano era una cosa mágica. Luchó consigo mismo, bloqueando las rodillas y luchando por mantenerse a raya. Quería bajar los bóxers de golpe y dejarla explorar, pero su necesidad de tocarla ganó. La levantó y la colocó cuidadosamente en la cama. Dejó escapar un grito ahogado de sorpresa, pero se quedó en el centro de la cama.
Pedro se unió a ella, acostado sobre su lado. La luz de la luna filtrada y la luz débil del vestíbulo echando un gran brillo para mirarse el uno al otro. Realmente viéndose por primera vez. Conociendo que este momento estaba a punto de cambiar todo entre ellos, Pedro se tomó su tiempo, obligando a su ritmo cardíaco a disminuir. Admiraba la hermosa chica en su cama. Había pasado las noches con ella desde hace varias semanas, pero generalmente hacía lo imposible por evitar la atracción hacia ella. Ahora, no se contuvo. Sus ojos recorrieron su piel —las suaves y hermosas curvas de sus pechos, sus hombros suaves, y el valle en su estómago que llevó a las caderas bien formadas. Sus ojos recorrieron su físico también, una pequeña sonrisa en los labios mientras miraba por encima de su torso. Colocó una mano en el centro del estómago, dejando que suba y sobre sus pectorales, luego hacia abajo sobre su abdomen una vez más —pero no yendo más abajo. Podía ver su pulso zumbando incesante en su cuello, casi oír el irregular latido del corazón en el pesado silencio de la habitación. Pero no parecía asustada, si no más curiosidad acerca de lo que sucedería a continuación.
Pedro dejó que lo tocara, permaneciendo quieto y en silencio. Piel de gallina estalló como el deseo y la necesidad se agolpaba en su sistema. Su mano encontró la cinturilla de sus calzoncillos antes deslizándose lejos para retroceder hasta el pecho. Su palma se apoderó de su corazón, que fue jodidamente golpeando contra sus costillas. Sonrió suavemente, alejando su mano como si estuviera diciendo, está bien, yo también lo siento.
Él exploró su cuerpo a continuación. Había resistido durante mucho tiempo. Sus dedos trazaron su hueso de la cadera, su piel cálida y muy suave. Arrastró su dedo índice hasta el centro de su estómago para el parche de la piel entre los pechos, con ganas de tenerlos en sus manos, infiernos, con ganas de llevarlos a la boca, pero se detuvo y apoyó la palma de la mano contra su pecho. Lo miró a los ojos, buscando la aprobación, buscando... garantías, asegurándose sobre lo que sentía. Pero en lugar de responder a su pregunta no formulada, lo que esto significaba entre ellos, se inclinó y le dio un suave beso en la boca. —¿Estás segura?
Sus ojos se abrieron, buscando en los suyos. —Sí.
Recordó cómo respondió cuando había sido la única vez que se había permitido tocarla, y no podía esperar a verla deshacerse de nuevo, para ver el arco de la espalda y oírla llamar a su nombre. Se levantó sobre un codo y besó profundamente a Paula, las bocas se fusionaron en una masa caliente de lenguas húmedas y labios buscando... buscando siempre. Con la boca firmemente sobre la de ella, la mano de Pedro se movió por sí misma, necesitaba clamar su interior fuerte y seguro. Palmeó sus pechos, su pulgar rozando su pezón. Ella inhaló bruscamente ante el contacto, pero su mano siguió su camino al sur, sin detenerse hasta que fue ahuecando el montículo de carne sensible entre sus piernas, sus dedos empujando sus bragas para rozar suavemente sobre su piel desnuda. Su boca se quedó inmóvil en la suya, cayendo abierta cuando sus dedos se deslizaban sobre su vagina, separando para acariciar el nudo sensible. Sus dedos buscaron y frotaron, toques suaves diseñados sólo para darle placer. Sus ojos permanecieron en él, un poco de líneas recubriendo su frente, como si estuviera luchando en silencio consigo misma. Su cuerpo quería esto —ya estaba mojada— pero podía decir que su mente corría.
—Pedro... —Le agarró la muñeca, impidiéndole a su mano ir más cerca del punto donde ella lo quería.
—¿Paula? —Su voz estaba llena de deseo—. Lo siento. Yo no debería... ¿Necesitas que me detenga?
—Solo dame un segundo... —Cerró los ojos con fuerza, necesitaba pensar. La primera vez que la había tocado, estaba borracha por el alcohol y muy desesperada por contacto después de observar la escena erótica con Sara. La voz áspera de Jorge había estado decididamente ausente durante su primer encuentro con Pedro. Pero ahora, aturdidamente sobria, con él mirándola como si quisiera comérsela viva, su caliente y gruesa erección presionando contra su cadera, necesitaba un minuto para ordenar sus pensamientos. O más acertadamente, para apagar los pensamientos no deseados girando dentro de su cabeza.
Se movió en la cama, levantándose sobre un codo para mirarla. —Dime lo que estás pensando. —Sus rasgos fueron blanqueados con la luz de la luna azul pálido y sus ojos se oscurecieron con preocupación.
Tragó saliva y dejó escapar un suspiro. —No lo sé. Jorge siempre decía que los hombres sólo querían una cosa de una mujer, los placeres de la carne. Y una vez que tenían lo que querían, se iban. Siempre se iban. —Retorció las manos en su regazo, odiando su desnudez en este momento, deseando poder sacar el peso de su pecho sin parecer demasiado tensa—. Quiero... pero estoy tan... asustada.
Respiró profundo, su pecho se levantaba cuando sus pulmones se expandían. —¿Tienes miedo de que es todo lo que quiero de ti? ¿O que te dejaré después?
—Ambas, supongo... y si no me quieres aquí después de esto, no tengo lo suficiente para un apartamento todavía…
Paula —se quejó—. Esto no es todo lo que quiero de ti. He estado luchando conmigo constantemente, no quería esto en absoluto. Me convencí de que todo lo que quería y necesitaba de ti era la oportunidad de cuidarte como te merecías. Para mantenerte a salvo. Para ayudarte a ser feliz. Y luego me sorprendiste totalmente. Estabas segura y determinada cuando la mayoría se habría aterrorizado. Tú me enseñabas. Te negaste a desmoronarte, tienes la fuerza que yo no tengo.
—Por supuesto que eso no es cierto. Eres increíblemente fuerte —se burló.
Bajó la mirada y sacudió su cabeza. —Te prometo que no lo soy. Pero nos estamos saliendo del tema. —Sujetó ambas manos entre las suyas—. Lo que Jorge te dijo era una mierda. Algunos hombres son idiotas, seguro, pero no todos. Y tienes mucho más para ofrecer de lo que ese bastardo te atribuyó.
Retorcía sus manos, tratando de procesar las palabras. Si era completamente honesta, sabía que sus temores eran algo más que lo que Jorge le había enseñado. Había sido testigo de la trayectoria de Pedro con las mujeres, su actitud relajada hacia el sexo, y esto no era sólo un acto físico para ella. Era mucho más. —No es sólo lo que dijo Jorge... He conocido a algunas de las mujeres que se han acostado contigo, Pedro. No quiero ser parte de ese patrón.
—Lo siento, no estoy haciendo esto bien. No soy bueno con los sentimientos y las declaraciones emotivas... pero te quiero aquí, Paula. Y no tenemos que hacer... esto. Me gusta tenerte conmigo. Hueles bien. Cocinas para mí, tarareas cuando llevas a Renata alrededor de la casa, que es el peor nombre usado alguna vez, por cierto y después de tenerte viviendo aquí conmigo, estoy aterrado de que no seré capaz de volver a vivir solo. Así que mejor no te vayas a ninguna parte.
Se atrevió a mirar a sus ojos de nuevo. Su frente estaba arrugada en concentración y su mirada era decidida y segura. Le decía la verdad. Sentía algo por ella. Incluso si no era amor... sabía que estaba cerca. Y lo tomaría. Lo tomaría a él y todo lo que tenía para ofrecerle. Se dio cuenta que Jorge se equivocaba, por lo menos sobre cómo este hombre hizo estrujar su pecho. —Pedro. —La palabra se rompió atravesando sus labios. No había palabras para describir cómo se sentía en ese momento.
—Yo siempre te querré aquí. Y no es por esto... —Suavizó una mano a través de su cuerpo desnudo, dándole un apretón en el hombro.
Sus palabras le dieron el coraje para continuar. Jorge no la privaría de esta experiencia. No iba a dejar que su pasado contaminara esto. No podía citar las palabras para decirle lo que quería, pero sabía que podría mostrarle. Paula se arrastró encima de Pedro, la solución en contra de su longitud. Sus brazos la rodearon automáticamente, jalándola hacia su pecho y frotando su espalda. Paula podía sentir que su erección se había ablandado, y temía que el momento hubiera pasado. No quería ser responsable por arruinar su primera vez. Ladeó su boca para encontrarse con él y presionó un beso suave en su mandíbula, la comisura de su boca,su labio inferior. Respondió lentamente, con cuidado, besándola tiernamente de nuevo, pero mucho más delicadamente que antes. Sus dedos se entrelazaron en su pelo, su otra mano ahuecó su mandíbula. Quería mostrarle que estaba lista para más, pero no sabía qué hacer, cómo recuperar el momento. Le separó los labios con los suyos y sintió un ruido bajo en la parte posterior de su garganta cuando sus lenguas se encontraron. Sintió su espesa virilidad y volvió a la vida bajo la tela de sus calzoncillos.
Rompió el beso, necesitando más, queriendo estar más cerca. —¿Pedro?
—¿Sí, bebé? —Su respiración era irregular, como si estuviera haciendo todo lo posible para dejarla ir lento. Lástima que se hacía con lentitud. Se mordió el labio y estiró una mano vacilante entre ellos como si buscara su permiso. —¿Paula?
—Quiero que tu... —murmuró suavemente, rastrillando sus uñas a lo largo de su pecho—. Quiero tocarte.
Él gimió de alivio y empujó sus calzoncillos por sus caderas. Se movió junto a él, permitiéndole eliminar la última prenda de ropa entre ellos. Su mano se movió por su cuenta, con la necesidad de tocar el vello fino arrastrándose al final de la parte baja de su estómago. Su aliento atrapado en su garganta cuando las yemas de sus dedos se encontraron en su piel y ella sonrió, agradándole el efecto que tenía sobre él.
Llegó más bajo, probando el peso de su gruesa longitud en la mano. —Pedro... muéstrame... —Ella respiró contra su boca.
Sus ojos se clavaron en los suyos. Las profundidades de color café, que siempre mantenían la promesa de protección ahora se arremolinaban con algo mucho más. La promesa de satisfacción sexual total y completa. Paula sabía que la poseería si así lo elegía. Y no quería nada más. Quería perderse en Pedro, para experimentar todo lo que podía. Para disfrutar de este momento como si fuera el último.

CAPITULO 43



Esta noche fue una mala idea. Por supuesto Pedro se dio cuenta demasiado tarde. Cesar, Carolina, Monica, la buena amiga de Carolina, y Paula, todos se sentaron alrededor de la mesa disfrutando de bebidas y bromeando. Bueno, todo el mundo disfrutaba de esas cosas. La postura de Paula era rígida, con los brazos cruzados sobre el pecho y su expresión fue aplastante.
El plan era celebrar el nuevo trabajo de Paula. El plan de Pedro no incluyó a Monica mirando maliciosamente a Paula y frotando su muslo bajo la mesa. Maldita sea, ¿no podía un hombre disfrutar de una cerveza en paz? Ya estaba a la espera de más tarde, sólo él y Paula, en la tranquila soledad de su casa.
La mirada de Paula se quedó sospechosamente en Monica, la muy bonita amiga rubia de Carolina, que coqueteaba con él, comiendo sin piedad lentamente la aceituna de su Martini mientras sus ojos seguían fijos en los de Pedro, seductoramente meneando las caderas cuando ella cruzó la habitación, inclinándose, susurrando mientras elevaba su mano alrededor de su bíceps.
Después de varios minutos, Paula se excusó, huyendo de la mesa, como si su vida dependiera de ello.
—Discúlpenme. —Pedro corrió tras ella. Alcanzó a Paula en la barra, donde se encontraba de espaldas a él. Se tensó cuando el calor de su cuerpo invadido su espacio, sintiendo que se encontraba cerca.
—¿Has dormido con ella? —preguntó, su voz débil.
Mierda. —¿Monica?
Se volvió hacia él y asintió.
—Sí. Hace mucho tiempo.
—¿Más de una vez?
Pedro asintió.- Un par de veces. Borracho.
Paula se volvió alejándose de él. 
Pedro se encontró con ella cerca de los baños y la agarró del codo. Si pensaba que podía escapar de él, se equivocaba. Conocía todos los rincones del bar de Cesar, y no se oponía a entrar en la habitación de las chicas, si eso es lo que hacía falta. —Paula, espera. ¿Por qué estás enojada?
Respiró temblorosamente, con el pecho agitado por el esfuerzo.
Nunca la había visto enfadada antes, pero parecía tener problemas para mantenerse bajo control. —Dime —ordenó.
Lágrimas inundaron sus ojos, pero no corrió, no trató de escapar de nuevo. —¿Puedo, por favor, estar cerca de una sola mujer que no has tocado? ¿Es eso mucho pedir? —Su voz estaba llena de ira, sus ojos ardiendo en la suyos.
—Está Carolina. —Asintió con la cabeza en dirección a su hermana, que los miraba con cansancio, como si hubiera estado esperando esto para hacer estallar en su cara.
Paula suspiró, exasperada. —Correcto, Carolina, la única persona que va a compartir contigo emocionalmente.
La frente de Pedro se arrugó por la confusión. —Paula. —Su nombre en sus labios era una súplica rota. ¿Sabía que no necesitaría mucho para convencerlo antes de rendirse a lo físico, sino en un verdadero compromiso emocional? No, no podría—. Lo siento, no puedo cambiar el pasado, y con quien me he acostado. Lo siento, ¿de acuerdo?
—¿Qué estamos haciendo, Pedro? —La pregunta lo empujó contra la pared cuidadosamente construida. Y cuando la miró a los ojos, como un trueno a través de un cielo vacío, lo comprendió. La vio a ella y todas sus travesuras con nuevos ojos. ¿Paula lo quiere? No podía. No es así. ¿Qué sabe sobre estar con un hombre? ¿Especialmente un hombre como él? Trabajo primero, segundo las relaciones, no amar quizá en lo absoluto.
Pedro volvió a mirar a su mesa. Cesar, Carolina y Monica los miraban boquiabiertos. Mierda. —Ven aquí. —Tomó la mano de Paula y la llevó hacia el final de la entrada trasera que conducía a los baños. No era privada, pero al menos no tenían una mesa de espectadores. Una vez que eran sólo dos de ellos en el vestíbulo débilmente iluminado, Pedro podía sentir el calor de su piel, sentir el olor de su champú y ver el pulso rasguear en su cuello. Tal vez la intimidad era una idea mala.
Apenas estaba fuera de la vista, y Paula en sus brazos. No quiso necesitarle así —usarlo para su comodidad— pero tenía poca opción.
Paula... —Desprendió las manos de su cintura, sosteniéndola con el brazo extendido—. Dime lo que estás pensando.
Odiaba la manera en que su cuerpo la traicionó cuando Pedro se encontró cerca. Sobre todo porque era tan ajeno a ella. Lo liberó de su agarre, abrazando sus manos delante suyo. —Lo siento, esto es duro para mí. Simplemente odio saber que la tocabas. —Bajó la mirada, incapaz de mirarlo a los ojos, demasiado nerviosa para ver su reacción. Había luchado toda la noche para averiguar cuál era su motivación. ¿Por qué llevarla a su casa en el primer lugar? ¿Por qué planear esta celebración?
—Lo siento —suspiró—. Eso ocurrió antes de que te conociera. Fue hace mucho tiempo y no volverá a ocurrir.
Ella se tragó un nudo en la garganta, tratando de librarse de la sensación emocional, pero no sirvió de nada. Quería más de Pedro. Necesitaba más. Y no tenía idea de cómo decirle. Tendría que enseñarle. No podía seguir viviendo así.
Abrió los brazos, pareciendo sentir el cambio en su estado de ánimo. —Ven aquí.
Su ritmo cardíaco aumento y se metió en sus brazos, permitiéndole que la abrazara. Y todo estaba bien en el mundo. Cerró los ojos y apoyó la cabeza en su pecho.
¿Por qué él seguía jodiendo con ella? Tenía que mantener su cuerpo bajo control, no permitir que reaccionara cuando se hallara cerca. Era dulce e inocente y necesitaba consuelo —eso era todo. Lo que ella no necesitaba era que se pusiera cada vez se encontraban en la misma habitación. Cristo, ¿Cuántos años tenía, diecisiete? Sus manos acariciaron los brazos desnudos. Era tan suave, tan encantadora y se sentía tan familiar para él, moldeado a su cuerpo de esta manera.
—Sólo llévame a casa... —murmuró suavemente, aun apoyando la cabeza contra su pecho.
No quiso presionar sobre quedarse. Esta noche iba a ser suya —una celebración para demostrarle que estaba orgulloso, pero se dio cuenta de que era demasiado y demasiado rápido. No estaba preparada. —Dime lo que está mal en primer lugar. —Luchó para mantener su pulso bajo control y esperó su respuesta. Sabía que todo lo que Paula quería, se lo daría. Y eso lo aterrorizaba jodidamente.
—Quiero todo esto, lo hago. Mi propia vida, un trabajo, un apartamento. Quiero vivir, Pedro. Vivir plenamente. No me has observad buscando señales de que estoy a punto de perderlo. Quién sabe, tal vez lo haga en algún momento pero, todos lo hacemos a veces, ¿verdad? —No sabía si eso era un golpe contra él, y sus propias pesadillas. Levantó la mano para detenerla, pero Paula lo apartó, y continuó—. Y te necesito, Pedro.
—Me tienes —murmuró, llevando una mano a su cintura—. Lo sabes, ¿verdad? Cristo, Paula, dame un respiro. Este es un territorio desconocido para mí, pero tienes que saber que haría cualquier cosa por ti. Haré lo que sea para mantenerte segura y protegida.
—Pedro... —Su voz era una súplica suave—. Necesito más que eso. Debes saber lo que siento por ti...
Su confesión lo derribó. ¿Cómo habían llegado hasta allí? Entonces se acordó de las comidas que amorosamente había preparado para él, el perrito que había traído a casa para ella, el nuevo guardarropa, pasando los baños de burbujas. Mierda. Nunca tuvo la intención de leer más en ello. Se merecía cuidarla, sobre todo en el frágil estado que había estado.
Cerró los ojos, preparándose para explicarle por qué no podría suceder, sin embargo, al no encontrar las palabras, al no encontrar una sola razón por la que no debería llevarla a casa ahora mismo y desnudarla. No podía entender las locuras que se arremolinaban en su cabeza, lo difícil que era para él resistir a todas estas semanas.
Ella se acercó, poniendo a prueba su determinación. —Por favor, Pedro.
Ya no podía negar la sensación convincente de que se suponía que debía ser suya. Sintió la primera punzada cuando la encontró en esa habitación sucia. Era la cosa más brillante en ese lugar —una luz extraña que emanaba de sus ojos verdes, incluso ese día mientras bebía. Y lo más fuerte que había luchado contra él, todos los días que pasó con Paula sólo aseguró el lugar en su corazón un poco más. —Si hacemos esto... será bajos mis términos, Paula.
Asintió, a pesar de que sus ojos traicionaban su confusión. Pero fue suficiente acuerdo para él. Podría terminar en cualquier momento. Sería la última palabra. —Vamos. —Tomó su mano, entrelazando sus dedos y casi la arrastró hacia la salida.
—¿Qué pasa con...? —Hizo un gesto hacia la mesa.
—Voy a enviarle un mensaje a Carolina y diciéndole que no te sentías bien.
Asintió con la cabeza y le permitió guiarla hacia la puerta.

CAPITULO 42



Paula volvió de su primer día de trabajo para encontrar a Pedro en casa más temprano que de costumbre, y ubicado en la cocina, con una olla de espaguetis.
—Hola. —Sonrió, limpiándose las manos en un paño de cocina antes de venir a saludarla—. ¿Cómo te fue? —preguntó inclinando la cabeza en alto, escrutando su expresión.
Ella le echó los brazos alrededor de su cintura, enterrando la cara en su pecho. —Fue increíble. Estaba muy nerviosa al principio, incluso con una pequeña charla con las otras chicas que trabajan allí, pero estar con los niños todo el día, cambiar pañales, meciéndolos, dándoles biberones, jugar... ¡fue tan divertido!
Pedro se balanceó sobre los talones y le sonrió. —Qué bueno —dijo y le metió un mechón de pelo detrás de la oreja—. Estoy orgulloso de ti, Paula.
Sus palabras hicieron más para calmar su alma de lo que él podía saber. Nunca nadie le había dicho eso antes. Se quedó inmóvil, mirando a los ojos oscuros, absorbiendo la atención. Después de varios segundos, sin embargo, Pedro no había apartado la mirada, y se puso nerviosa bajo la intensa mirada. Se humedeció los labios y dio un paso atrás, con los ojos como dardos clavados en la cocina, porque necesitan estar en cualquier parte, menos en él. —¿Sabes tú, um, cocinar? —preguntó ella, completamente confundida.
Se echó a reír, fácil y sin preocupaciones. —Sí, lo intenté. Es tú primer día de trabajo, así que, uh, quería darte una sorpresa.
—Oh.
Guió el camino a la cocina y Paula lo siguió obedientemente. —Es sólo pasta y salsa de tomate, no te emociones demasiado.
—Huele muy bien. Creo que tenemos pan de ajo en el congelador. Y podría preparar una ensalada —dijo dirigiéndose a la nevera.
Sus manos en su cintura la detuvieron. —No. Este es mi plan. Fuera. —Le dio un empujón juguetón hacia el comedor—. Yo me encargo.
Paula se rió, pero obedeció. —Está bien. —Levantó las manos—. Iré a cambiarme, si te parece bien. Tengo vomito de al menos tres bebés diferentes en mi camisa.
Pedro se rió entre dientes mientras ella se dirigía al dormitorio de invitados. Una vez dentro, se despojó de los pantalones vaqueros y una camiseta de manga larga que se había puesto para trabajar, y después de un vistazo a su armario, se decidió por una ducha rápida. La pasta todavía hervía, así que tenía unos pocos minutos por lo menos.
Se retorció el pelo en un moño desordenado y sintió la temperatura del agua. Era cálida y acogedora. Paula se metió en la ducha con mampara de cristal, agarró la esponja, y echó en todo su cuerpo un jabón corporal con olor a jazmín. Frotó su cuerpo dos veces, disfrutando del agua. Sonrió ante el recuerdo de ser la única capaz de calmar a la inquieta Isabel y la salida de sus dientecitos, hoy en el trabajo. Siempre tuvo un don especial con los niños. Se sentía tan cómoda mientras estaba con ellos. Paula se lavó la cara, alejando ese día, antes de volver a sentir el ritmo del agua entre sus omóplatos. Mmm. Eso se sintió bien. Resultó que, sostener y arrullar bebés durante todo el día fue un trabajo duro, pero satisfactorio.
Paula cerró el agua, se secó con una de las sabanas de baño de gran tamaño que Pedro utilizaba como toallas y se vistió con su pijama favorita, un pantalón corto y una de las camisetas de Pedro.
Volvió a la cocina después de desenredar su pelo y peinarlo. —Mmm. Huele muy bien aquí.
Pedro servía la pasta y gruesas rebanadas de pan de ajo, cuando se acercó a la mesa del comedor. No siguió la sugerencia de una ensalada, pero estaba bien, esto era más que suficiente. —Siéntate. —Hizo un gesto, sacando su asiento.
Paula obedeció, facilitando el acceso a su asiento. —Gracias por cocinar —murmuró, examinando la comida delante de ella. Se veía deliciosa y olía incluso mejor.
—Espera. Una cosa más. —Pedro regresó con una botella de vino tinto en el hueco de su codo y dos copas de vino. Paula lo miró con curiosidad, pero él sólo se encogió de hombros—. ¿Qué? Es una ocasión especial.
Su boca se torció en una sonrisa mientras servía a cada uno una copa de vino de color rubí. —Para ti —dijo mientras puso el vaso en frente de ella.
—Gracias. —Se sentía sofisticado y elegante, tener a Pedro esperándola, y se rió de placer en este momento.
Sus ojos brillaron hacia ella. —¿Qué?
—Nada —respondió, ocultándose en una cara seria.
Pedro estaba tentado a responder, sus ojos oscuros se clavaron en los suyos por un momento demasiado largo, antes de que finalmente sacara su silla y se sentara a su lado. —Así que, ¿te gustó la guardería? —le preguntó mientras tomaba un bocado de pan de ajo.
—Me encantó. Es tan divertido verlos aprender y jugar a esa edad. Y luego cuando se hacen mayores, verlos crecer y descubrir cosas nuevas. Creo que este es el trabajo perfecto para mí. Es básicamente lo que hice en el recinto, pero nunca me pagaron por ello.
Él asintió con la cabeza, tomando un sorbo de vino. —Entonces me alegro por ti.
¿Por qué sonaba tan frío? ¿Y por qué la sonrisa no llegó a sus ojos? Había sido el único en animarla a conseguir un trabajo, y ahora que tenía uno que le gustaba, actuaba extraño. Se metió un gran bocado de pasta en la boca, dándose cuenta de que tenía hambre y no tan preocupada por actuar como dama a su alrededor. Un sorbo de saludable vino tinto siguió. Mmm. Más dulce de lo que esperaba. ¿Así que había cocinado, y abierto una botella de vino? Una gran cosa. Pero eso no era lo que le hacía actuar raro.
Ignoró su extraño estado de ánimo y le dio los detalles de su día, el horario reglamentado en la guardería: 9 a.m. desayuno, luego un cambio de pañal, seguido de una siesta por la mañana, luego tiempo de juego hasta el almuerzo, y entonces el programa se repitió hasta la comida, los pañales, siesta, jugar, antes de que los padres los recogieran. Se echó a reír de sólo pensarlo. Había sido un día completo y ocupado. Pero divertido.
—¿Quieres hijos? —preguntó ella, colocando su tenedor junto a su plato limpio.
Sus ojos brillaron con alarma. —Nunca había pensado en ello, ¿por qué?
Frunció el ceño y se mordió el labio. —Tienes veintisiete; ¿Cómo que nunca has pensado en ello?
—Suenas como Carolina —murmuró en voz baja mientras se llevaba los platos al fregadero.
Paula se quedó sentada en la mesa, con la cara ardiendo como si alguien la hubiera abofeteado. ¿Qué le pasaba esta noche? Se terminó el vino, tratando de recuperar la compostura antes de unirse a él
en la cocina. Echó un vistazo a su vaso vacío y volvió a llenarlo. —Ve a relajarte. —Actuaba dulce, pero sus palabras... las palabras se sentían frías y abrasivas.
—Está bien. Prefiero ayudar —respondió ella, con la voz suave y segura.
Se detuvieron en el fregadero uno al lado de otro, Paula pasaba a Pedro cada plato para poner el lavavajillas. Era súper-consciente de él: sus antebrazos tonificados, su aroma masculino y el físico muscular que se alzaba sobre ella.
Después de terminar los platos en silencio, se retiraron al sofá y Pedro volvió con una película. Era todo para lo que tenía ánimo, descansaba en el sofá, ya que la combinación de trabajar todo el día y el vino tenía la sensación de vacío, pero en el buen sentido. Pedro se sentó a su lado, manteniendo su distancia, pero continuamente llenando los vasos de vino. Por el final de la película estaba un poco borracha. Y querido Dios ayúdala, también se calentó.
Dejó el vaso vacío sobre la mesa y apoyó la cabeza en el regazo de Pedro. Sus manos encontraron su camino bajo el cabello, masajeando su cuello. —Estás tensa —susurró.
Se sentó de repente, cara a cara con él. —Estás actuando raro esta noche. —Se encogió, no había tenido intención de dejarlo escapar de esa manera.
—Lo siento. No te mereces esto.
Quería preguntarle por qué, qué le pasaba, pero llevó la mano a su mejilla, y sus ojos se cerraron ante el toque. Su pulgar le acarició suavemente la cara, el áspero callo le acariciaba la piel de la manera más tierna imaginable. Y todo fue perdonado.
—Para que conste, estoy feliz por ti —susurró, su boca a escasos centímetros de la de ella.
Paula se movió, con una desesperada necesidad de acercarse se revolvió hasta quedar en su regazo. A horcajadas sobre él, puso sus manos en el respaldo del sofá, sujetando el cuero de esté para evitar pasar las manos por su cabello.Paula se lamió el labio inferior, en silencio pidiendo que la besara. Los ojos de Pedro siguieron el movimiento y la mirada se centró en su boca. Exactamente donde lo quería. Sus manos subieron alrededor de su caja torácica, sin atraerla, pero tampoco apartándola, solo manteniéndola cerca de él. Su pulgar se deslizó en un lado suavemente sobre su camiseta, tan cerca de su pecho, pero todavía demasiado lejos Sus ojos se encontraron y Paula pensó que podría disolverse en un charco si seguía mirándola así. Sus ojos se oscurecieron por el deseo, que sólo alimentaba su desesperada necesidad de él. Si no la besaba pronto, se iba a quemar. De eso estaba segura. —Pedro... —Su nombre en sus labios era una súplica silenciosa, una desesperación pidiendo algo que sólo puede ser contestado de una manera.
Pedro agarró la parte posterior de su cuello con una mano, la otra seguía plantada en su cintura y tiró de su boca a la suya. Ese beso no era nada como la última vez, su boca encontró la de ella en una carrera desesperada, sin perder tiempo separando sus labios, su lengua deslizándose a lo largo de la de ella, y la inclinación de la mandíbula para tomar lo que necesitaba. Fue necesitado y sin piedad, mordiendo su labio inferior y ajustando sus caderas con las de ella. Sus ojos se cerraron de pura felicidad y volvió a su mente a un solo pensamiento, Pedro.
Él retiro las manos en sus hombros de mala gana, con los labios aún húmedos y el hormigueo de la pasión detrás de sus besos. Ella luchó para recuperar el aliento, y entender por qué se había detenido.
—Lo siento, Pedro. No puedo —susurró con la voz llena de tensión.
Sus palabras no eran necesarias, la mirada lejana en sus ojos confirmaron lo que había pasado. Se alejaba. Una vez más. Con el corazón encogido, se desenredó a sí misma de su regazo y se dirigió a la habitación de invitados. Se hizo un ovillo en el centro de la cama, tirando a Renata contra su cuerpo y lanzó un profundo suspiro. Luchó para entender su complicada relación, dividiendo sus sentimientos en diferentes compartimentos para poder examinar cada uno, así como el doctor Gomez le había enseñado. Primero fue la admiración, a continuación, la atracción, luego decepción. Lo que sumaron, no tenía ni idea. Pero cada vez que Pedro mostraba un poco de interés, sólo era para alejarse, y finalmente iba a arruinarla. De eso estaba segura.