jueves, 6 de marzo de 2014

CAPITULO 14




La casa de Pedro no era lo que Paula había pensado. No estaba segura de qué esperaba, pero el gran y moderno apartamento del tercer piso con ventanas de piso a techo y muebles elegantes fue inesperado. Se encontraba demasiado exhausta para explorar, estando agotada y luchando contra un ataque de pánico. Obedientemente siguió a Pedro. Haciendo su mejor esfuerzo en escuchar mientras le señalaba cosas. El pequeño rincón de desayuno dio paso a una gran sala de estar con un sofá color café frente a un gran televisor de pantalla plana.
Ella ya amaba la inmaculada cocina, con sus electrodomésticos de acero inoxidable y su rústica isla de madera, incluso si la vista de ello inicialmente provocó una punzada de tristeza en su pecho. Pensando en cocinar, recordó el recinto, lo cual la hacía pensar en los niños.
Estaba preocupada por donde se encontraban y si estaban bien cuidados. Especialmente la pequeña Brissa. La niña de cinco años era muy lista y dura, la niña más resistente que conocía y sin embargo, se veía tan triste cuando se la llevaron en la furgoneta con los otros niños. Esperaba que ella estuviera bien. Deseaba encontrarla… pero había dejado eso de lado mientras trabajaba en hacer una receta básica de fettuccine Alfredo. No podía decir que jamás haría ese plato en particular a las tres de la mañana, pero sus opciones habían sido limitadas con una cocina tan pobremente equipada.
Se encontró preguntándose cómo cuidar de Pedro y pensó que era extraño que no estuviera casado. Él estaba a finales de los veinte, era amable y atractivo, pero tan rápido entraron esos pensamientos en su cabeza, ella los ahuyentó. No tenía por qué preguntarse acerca de su vida amorosa.
Siguió a Pedro por el corredor, donde señaló un gran baño de invitados con piso de mármol y el dormitorio, que ella ya había visto, antes de detenerse en la otra puerta al lado de la suya.
Aclaró su garganta. —Esta es la habitación de huéspedes. —Le hizo una seña para que entrara.
Ella paso a su lado, entrando en la espaciosa habitación decorada en colores cremas y blanco. La acogedora cama en el centro de la sala la hizo continuar. Cuando llevo una mano hacia el centro de la afelpada cama, no había manera en la que volviera a dormir en ese duro y manchado catre. La cama tenía las sabanas más suaves que había sentido. Recorrió la sala, pasando la mano por las suaves curvas de la cómoda de madera oscura y luego se volvió hacia Pedro. Se preguntó si podía quedarse. Había algo en él, lo sintió desde el primer momento en que lo vio en el recinto. A pesar de que probablemente debería haberle temido, se sintió reconfortada por su presencia.
—Tu puedes, mm, dormir aquí. —Se pasó una mano por la parte trasera su cuello. Flexionando los bíceps. Marcándose a través de la playera que usaba. Tenía unos largos y poderosos músculos en la espalda, hombros y brazos, pero por alguna razón Paula sabía que no la lastimaría. No le parecía del tipo violento.
—Gracias —murmuró. Trataba de imaginarse viviendo en un lugar tan lindo, pero era muy grande y muy vacío para sentirse cómoda. Acostumbraba a dormir en una habitación compartida con otras mujeres y niños, relajándose con el sonido de la respiración o los suaves ronquidos. Aun así, apreciaba que le prestara la habitación, donde por lo menos estaría a salvo. Ya había notado que la puerta tenía su propio cerrojo.
Se quedaron uno frente al otro, sin hablar, pero estudiándose. Paula cambió su peso, bajando la mirada a sus pantalones vaqueros holgados y sudadera. No tenía ropa para cambiarse, o una pijama ni cepillo de dientes, pero no le preguntaría a Pedro por nada más. Él ya había sido muy amable y no quería aprovecharse de su recibimiento o causarle alguna objeción a su estancia.

Paula seguía parada en el centro de la habitación, sus pies desnudos en la afelpada alfombra. Pedro de pronto se encontró agradecido con su hermana Carolina por su ayuda con la decoración. Se había resistido al principio pero ella lo había llevado poco a poco a cabo, recordándole que probablemente el seguía siendo soltero, pero ya no tenía más veintidós años y que ganaba bien. Dijo que ya era tiempo que viviera como adulto. Así que había conseguido un nuevo juego de dormitorio para sí mismo, o mejor dicho fue junto con Carolina a la tienda de muebles, y le entregó su tarjeta de crédito una vez que había elegido todo.
Ella redecoró su lugar cuarto por cuarto, terminando con la habitación de invitados en la que Paula se encontraba. Le había dicho a Carolina que era un desperdicio de dinero, esta habitación jamás había tenido a un huésped en los tres años que llevaba viviendo aquí. Era donde guardaba la tabla de planchar que raramente usaba, un juego de maletas y una bicicleta de montaña. Pero ahora viendo a Paula caminar junto a la cama y presionar su mano en el centro de la afelpada colcha, silenciosamente elogió la intervención de Carolina, no es que alguna tuviera que admitírselo.
—Espera aquí. Regresaré. —Pedro regresó un momento después con un par de chándales y una vieja camiseta, entregándoselas a Paula—. Si sirve de algo puedes usar esto.Paula aceptó la ropa agradecida, y Pedro dejó la habitación para que pudiera cambiarse. Minutos después, llamo a la puerta con los nudillos. —¿Estás aceptable?
Abrió la puerta y se paró enfrente de él. Las ropas flojas parecían tragársela.
—Vamos a resolverlo todo por la mañana. Sólo descansa un poco, ¿de acuerdo? Paula asintió, bostezando. Pedro la observó arrastrarse hacia la cama, su pecho se tensó al verla vestida con su ropa, viéndose tan pequeña e indefensa en la gran cama. —Buenas noches —pronunció con una voz sorprendentemente firme.

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