lunes, 24 de marzo de 2014
CAPITULO 53
La situación con Lucas había sido manejada mejor de lo que podía haber esperado. El nuevo trabajo por el que había dejado el recinto para continuar era tráfico de drogas. Idiota. Cuando Roberto envió a los chicos a recogerlo para interrogarlo, lo encontraron con suficiente marihuana en su coche para encerrarlo por un tiempo. Eso no significaba que su obsesión con Paula había terminado, pero por lo menos no sería capaz de llegar cerca de ella por un tiempo. Y cuando llegue el momento, Pedro estaría allí para mantenerla a salvo. Su mano apretó la suya y Pedro sonrió a la hermosa chica a su lado.
—Casi en casa —dijo. Casa. Se había sentido como un hogar desde que Paula se había instalado.
—No puedo esperar para ver a Renata.
Pedro se detuvo en el estacionamiento de su complejo de apartamentos y sus ojos no podían procesar la escena frente a él. Julieta estaba de pie en la acera, con los brazos cruzados sobre su pecho mirando el enfoque de su camioneta. Sus ojos brillaron con el reloj en su tablero. Mierda. Una maldición rasgó desde su pecho al verla allí. Había perdido su cita del domingo y ahora ella estaba aquí. Aquí. En su casa. Casa de Paula.
Consideró encender el motor y salir del aparcamiento, pero no tenía fuerzas para mentirle más a Paula. Su pasado estaba aquí —contemplando su futuro, rompiendo su corazón en un millón de diminutos pedazos.
Mirando a la frágil chica de cabello oscuro correr hacia Pedro y lanzarse a sus brazos dejó sin aliento el pecho de Paula. Puso una mano contra el capó de la Tahoe para apoyarse a sí misma. Pedro puso sus
manos en los hombros de la chica, suavemente moviéndola lejos de su cuerpo. Sus ojos destellaron los de Paula, el pánico escrito por todo su rostro.
—Esta es Julieta —dijo, pero no ofreció nada más.
Paula odió la familiaridad entre ellos —la forma en la que el cuerpo de Julieta se inclinó hacia él y la forma en que sus dedos se habían calmado, a sabiendas bajo sus brazos mientras la apartaba. Julieta se volvió para examinar a Paula, sus brillantes ojos azules ardiendo con curiosidad. Julieta era delgada y bonita, con rasgos delicados. Estaba vestida casualmente en un par de jeans gastados y un top rosa que era demasiado grande en su pequeño cuerpo.
—¿Es ella? —le preguntó Julieta.
Pedro asintió. —Esta es Paula.
La mirada de Julieta encontró la de Pedro, pidiendo permiso, antes de tender una mano a Paula. Había cicatrices estropeando su muñeca interna y cuando la mirada de Paula se quedó en la arrugada carne blanca, Julieta retiró su mano y la metió en su bolsillo. —Hola —ofreció Julieta, sonriendo con cuidado—, Pedro me habló mucho de ti.
Paula se quedó muda. Se sintió enferma. Humillada.
Julieta se volvió hacia Pedro, suavizando su expresión. —No te presentaste hoy, me preocupé. ¿Te molesta que venga aquí? —Llevó una mano a la mejilla de él, pero Pedro agarró su muñeca.
Sus ojos brillaron de vuelta a Paula. Se estremeció, abrió la boca, luego volvió a cerrarla. No había nada que pudiera decir. La piel de Paula hormigueaba mientras la conciencia la inundaba. ¿Esta era con quien pasaba todos los domingos?
Las cicatrices en las muñecas de Julieta, la forma necesitada en la que miraba a Pedro como un niño separado de su madre, la golpearon como un porrazo en la cabeza —todas las veces que él la había mirado como si fuera inestable, el miedo en sus ojos que había vencido y perdido. ¿Tenía alguna extraña vocación para salvar a niñas necesitadas? Ella no era como esta chica, y resentía su cuidadosa vigilancia más que nunca ahora, porque significaba que los recuerdos de Julieta todavía estaban allí en la superficie.
Él se volvió hacia Paula, entregándole las llaves. —¿Puedes ah, darnos un minuto?
Paula deseaba tener un lugar a donde ir —cualquier lugar excepto dentro de su casa. Quería huir a algún lugar lejos de aquí, pero aceptó las llaves y se aventuró por las escaleras, demasiado aturdida para llorar, demasiado sorprendida para procesar lo que acababa de enterarse.
Pedro se había librado de Julieta y se aventuró en el interior para hablar con Paula. Necesitaba decir la verdad acerca de todo —toda la verdad— sin evitar ningún detalle.
Encontró a Paula escondida debajo de la colcha en la habitación de invitados, susurrándole a una masa retorciéndose debajo con ella. La había defraudado y se refugió en el perro por consuelo. Era un pensamiento aleccionador.
Se sentó en silencio en el borde de la cama. Sus murmullos se detuvieron tan pronto como el colchón se sumergió con su peso.
—No tienes que hablarme. Sólo escucha, ¿de acuerdo? —Él lanzó un profundo suspiro, sabiendo que esta conversación era de hace mucho tiempo—. Conocí a Julieta justo después de la universidad. Estaba rota, un proyecto para mí, alguien en quien podía enfocar mi energía ya que había sido tan impotente para evitar la muerte de mis padres. —Pedro restregó sus manos sobre su cara. Era más difícil de lo que pensó que sería admitir todo esto en voz alta—.Julieta se cortaba, lo que descubrí más tarde. Fue abusada cuando era niña. Era una ruina cuando empezamos a salir. Nuestra relación estaba llena de dudas, celos, y en ocasiones intensa pasión. —Pedro deseaba poder ver la expresión de Paula, tener una idea de cómo lo tomaba. Pero la maldita colcha la cubría de la cabeza a los pies—. Salimos por dos años y eventualmente mejoró. Más tarde me di cuenta de que no estaba enamorado de ella, sólo había estado enamorado de la idea de salvar a alguien. Una vez que Julieta estuvo bien, la intensidad detrás de nuestra relación casi desapareció.
Paula dejó caer las sabanas, su cara haciéndose visible. Esperaba que esté llorando, pero sus ojos se encontraba secos, curiosamente mirándolo, su cara se relajó.
—Traté numerosas veces terminar las cosas con ella, pero Julieta se marginaría. Así que me quedé. Nosotros estuvimos en esa forma por otros seis meses, hasta que no pude soportar más el ciclo. Lo terminé para bien.
Renata retorció su camino fuera de las mantas y lamió la nariz de Paula. Ella recogió al cachorro a su lado y murmuró—: Sigue hablando.
—Rompí con ella y pensaba que había terminado. Por supuesto, no había esperado que Julieta tratara de acabar con su vida. Pero ese mismo día, se había cortado las muñecas. Su compañera de cuarto la encontró y la llevó inmediatamente al hospital, y me llamó en el camino. Cuando vi lo verdaderamente rota que estaba, pálida y débil en esa cama de hospital, tubos corriendo por todos lados, sabía que era mi culpa. Me había prometido salvarla, y ahora estaba peor de lo que nunca había estado. Por mí. Me devoró, y sabía que no podía correr el riesgo de nuevo. No cuando ella era tan increíblemente frágil.
Julieta se quedó en el hospital durante unos días, había perdido mucha sangre, y cuando se recuperó físicamente del intento de suicidio, fue llevada a un centro psiquiátrico. Se quedó allí durante más de un año antes de que vuelva a su propio apartamento. Nunca reavivamos nuestra relación romántica, pero todo este tiempo, cerca de cinco años ahora, la he fielmente visitado cada semana, como un amigo, y como su manta de seguridad, supongo.
Las lágrimas comenzaron a llenar los ojos de Paula mientras se sentaba estoicamente.
—¿Paula? Por favor, di algo —suplicó.
Paula agarró las llaves de su coche y se fue.
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