domingo, 23 de marzo de 2014

CAPITULO 51



A la mañana siguiente, Pedro ató los cordones de sus zapatos. En su camino a las pistas de atletismo, pasó por su SUV y vio un trozo de papel blanco escondido bajo su limpiaparabrisas.
Una sensación de hundimiento en su instinto le dijo que esto no era una advertencia como la que los notarios a veces dejan, cubriendo todos los coches. Su entrenamiento pateó. Miró a su alrededor, pero no había nada fuera de lo común. Cogió el trozo de papel y lo desdobló.

Te llevaste algo mío y voy a estar de vuelta por ella.

Mierda. Escalofríos se arrastraron por su espina y sus músculos se tensaron. Había estado temiendo por semanas que Lucas reapareciera. Metió el papel en su bolsillo y retrocedió por las escaleras hacia Paula.
Se quitó los zapatos de correr en el vestíbulo, agradecido de que a Paula le gustara dormir en las mañanas de domingo. Debatió qué le diría cuando se despertara. Al menos el edificio necesitaba una llave para entrar. Pasó una mano por su cabello. No quería alarmar a Paula, pero ¿era aún seguro para ella ir a trabajar mañana? Se paseó por la cocina para evitar golpear la pared. Necesitaba conseguir recomponerse y tener su cara de juego al momento en que se despertara. Presionó la palma de su mano contra su corazón. El maldito pecho estaba apretado de nuevo.
Hizo una taza de café y se la llevó a la barra con las manos temblorosas. Estaba demasiado excitado para sentarse, así que se quedó allí, tragando sorbos del muy caliente café. No le diría a Paula. No aún. Mañana iría a trabajar, reuniría todo lo que podía encontrar sobre Lucas y tendría a Paula haciendo lo mismo. La acompañaría a su coche, la enviaría a trabajar como algo normal y luego se dedicaría a rastrear a este imbécil.


La semana pasó sin otra nota o alguna señal de que Lucas había regresado, pero el sentido de alerta de Pedro no se había calmado. No del todo. Él todavía no le había dicho nada a Paula, pero estaba más alerta que nunca, acompañándola a su coche, llamando para comprobarle en el trabajo, insistiendo en pasear a RenataRoberto él mismo. Comenzaba a sospechar que ella sabía que pasaba algo, pero era casi como si no quisiera saber qué, rehusándose a hacer algunas preguntas, y en su lugar dejarlo ser el macho alfa sobreprotector que necesitaba ser.
Buscando en la base de datos de la Oficina no había encontrado mucho, y había debatido consigo mismo toda la semana sobre conseguir que la policía se involucre, y tal vez incluso a su jefe Roberto. Si lo hacía, sabía que tendría muchas explicaciones que dar sobre por qué un fugitivo de la secta vivía en su casa. También sabía que había poco que la policía podría hacer con una nota manuscrita imprecisa y solamente una corazonada de quien la escribió.
Así que en su lugar él era súper minucioso y observador y se mantenía cerca de Paula, lo mejor que podía hacer bajo las circunstancias.
Pero el viernes a la noche cuando llegó a casa del trabajo y encontró otra nota, esta vez dejada en su puerta principal, su modo pasivo-agresivo de tratar con esto había terminado. El bastardo había violado de alguna forma la seguridad del edificio y entregó la nota directamente en su puerta. ¿Que si Paula hubiera estado en casa? ¿Qué si le hubiera dejado entrar? Y el sucio mensaje escrito en el papel envió a su corazón a correr en una furia asesina.

Tú tomaste mi corazón. Ahora tomaré el suyo.

Llamó a Paula y resultó que ella regresaba a casa desde el trabajo. Puso su pistola en la parte trasera de sus vaqueros, bloqueó la puerta detrás de él y fue a esperarla en el estacionamiento. Ella sonrió cuando lo vio y trotó desde su coche hacia su lado. Pero su sonrisa cayó cuando asimiló la tensa postura de sus hombros y el ceño tirando en su boca. —¿Pedro?
Él colocó un beso en su boca y la atrajo más cerca. —Anda, vamos adentro.
Permitió que la lleve a su lado en pasos bruscos mientras él miraba a su entorno.
Una vez dentro, señaló la nota en la isla de la cocina. —¿Reconoces esa letra?
Su mirada preocupada encontró la suya y cruzó la habitación cuidadosamente, como si hubiera un tigre vivo en la cocina en vez de un trozo de papel. Se estiró por el papel, y Pedro le agarró la muñeca. —Sin huellas digitales —advirtió.
Ella asintió y se inclinó sobre la encimera para leerlo. Su mano voló a su boca. —¿Dónde encontraste esto?
—Fue metida en la rendija de la puerta principal.
Todo el color se drenó de su rostro y las manos de Pedro en su muñeca fueron la única cosa manteniéndola sobre sus pies.
—¿Sabes de quién podría ser? —investigó, esperando su honesta valoración en el asunto sin sus sospechas coloreando su visión.
—Es de Lucas. —Su voz era confiada y segura—. Él acostumbraba a decir siempre que yo había capturado su corazón. Y también luce como su letra. —Ella se volvió en su pecho, enterrando su rostro.
Los brazos de Pedro rodearon su espalda, abrazándola cerca. —Vamos a salir de aquí por el fin de semana. Vamos a quedarnos en algún lugar más mientras resuelva esto. No me gusta que sepa dónde estamos.
Paula asintió. —Está bien.
Él le dio un beso rápido. —Ve a empacar. Se rápida.
—¿Qué sobre Renata?
Mierda. Maldito perro. Consideró arrojar la cosa en lo de Carolina, pero si por alguna casualidad Lucas seguía sus movimientos, no quería a su hermana involucrada. —Veremos si Patricio y Lorena pueden cuidarlo por el fin de semana.
Arrojó algunas prendas en un bolso de lona, agregó su arma y un cargador extra, luego encontró a Paula en la cocina donde vertía alimento para perro en una bolsa de plástico. Él arrojó los bolsos sobre su hombro y se aventuraron al pasillo hacia el piso de Patricio con un despreocupado cachorro trotando al lado de ellos.
Cuando Lorena contestó la puerta, Renata colisionó pasándolos.
—Lo lamento por eso. ¡Renata! —llamó Paula después del animal travieso.
—Oh, eso está bien. ¿Qué pasa? —Lorena observó los bolsos sobre el hombro de Pedro.
Él pasó un brazo alrededor de la cintura de Paula y la apretó más cerca. —Vamos a salir por el fin de semana. ¿Te importaría cuidar al perro por un par de días?
La boca de Lorena se curvó en una sonrisa. —Sabía que había algo entre ustedes. Seguro. ¿Por qué no?
Paula le dio a Lorena la bolsa de comida, el juguete favorito de Renata, y le proporcionó instrucciones además de lo que al perro le gusta y lo que no. Un par de minutos después, se alejaba en su camioneta, Pedro mirando por el espejo retrovisor constantemente hasta que estuvo seguro que no los seguían. Paula se estiró y encontró su mano. Su agarre de muerte en el volante amainó sólo ligeramente. —Lo siento —murmuró ella.
—¿Por qué?
—Por desencadenar esta locura en ti… dudo que quisieras pasar tu fin de semana huyendo conmigo.
Él apretó su mano, pasando dedos por sus nudillos. —Esto no es tu culpa. No quiero que te preocupes por nada. Voy a encargarme de esto. Lo prometo. Y quise decir lo que le dije a Lorena. Tú y yo vamos a disfrutar de una salida de fin de semana romántico. Eso es… ¿si estás dentro?
Ella lanzó un suspiro. —Quieres decir, ¿cómo fingir que todo esto no está pesando en nosotros?
Él se encogió de hombros. —¿Por qué no? Prometo que me haré cargo de esto. Y tú y yo vamos a relajarnos, de una forma o de otra.
—Está bien. —Pero la profunda arruga en su frente permaneció.
Pedro giró al sur en la autopista y salió dos veces, girando alrededor para asegurarse que no lo seguían antes de instalarse en el viaje de dos-horas adelante de ellos. Sabía a dónde la llevaba. Era un hospedaje en un lago privado que él había reservado hace varios años cuando las cosas con su novia en ese entonces se habían vuelto serias. Aunque nunca llegaron al hospedaje. Ella lo había engañado el fin de semana antes que planeó llevarla allí. Pedro empujó los pensamientos de su mente y enlazó sus dedos con los de Paula, haciendo su mejor esfuerzo para calmarla.

sábado, 22 de marzo de 2014

CAPITULO 50



La sola lágrima rodando por la mejilla de Paula lo mantuvo inmóvil por un momento. —¿Paula? —Dio un paso más cerca, guiándola por el codo hacia el sofá—. Dime que pasó.
Ella cayó al sofá, curvó sus piernas debajo de ella y dejó escapar un profundo suspiro. —Hablé con Carolina hoy.
—Está bien… —se preparó, sin saber lo que venía.
—Me habló de la chica… que murió.
—Oh. —Pedro temía que fuera algo mucho peor, algo que él había mantenido enterrado lejos de todos. Pero incluso mientras su pulso se disparaba, sabía que no podía ser. Porque eso era algo que ni siquiera Carolina sabía. Y esperaba que nunca lo hiciera.
Con voz temblorosa, Paula admitió a Pedro que temía que eso significara que lo que había entre ellos no fuera real.
Nunca había considerado la conexión, pero cuando confrontó la información, el vínculo era evidente. Por supuesto que lo que sentía por Paula estaba en una liga completamente diferente, sus sentimientos por ella mucho más intensos. Cristo, había estado compartiendo su casa con ella por meses ahora.
—¿Eso es todo lo que soy para ti? ¿Alguien para salvar, ya que no pudiste salvar a la última chica? —las lágrimas fluyeron libremente, y se enroscaron en ella, abrazando sus rodillas contra su pecho.
—Paula... eso no es...
—Necesitaba ser salvada una vez, pero ya no… no ahora. Ahora solo necesito… —Hizo una pausa, tomando aliento temblorosamente.
—Dime —él la atrajo más cerca, forzándola a separarse de su posición en el sofá.
—Que me amen. Que me acepten.
El profundo nudo que se había sentado en su pecho se rompió, y soltó una profunda respiración, como si fuera la primera. Su resolución se apartó y tiró a Paula a su pecho. —Shh. Todo va a estar bien. Te lo prometo, eres mucho más para mí que una niña perdida por salvar. Tal vez todo esto fue al principio, pero no ahora. —Era lo máximo que podía darle. No podía prometerle un futuro, o amor eterno y devoción. Su corazón era poco más que un trozo de carne en su pecho. Había sido borrado y destruido en diminutos pedazos demasiadas veces. Y su sucio pequeño secreto, la razón por la que se va todos los domingos, iba a ser la gota final para que ella se alejara. Si declararan su amor el uno al otro, solo haría su eventual caída mucho peor.
Las lágrimas calientes de Paula humedecieron su cuello y devoró su control. Ella dio un suspiro tembloroso en un intento de controlar sus emociones.
—Pedro. Eso no fue tu culpa. Tienes que dejarlo atrás. Superar el miedo de perder a alguien porque no pudiste salvar a esa chica.
Un tímido gesto tiró de sus labios. Odiaba la forma en que ella lo miraba. Como si él fuera el que estaba dañado. —Dios, Paula, debes estar con alguien que te enseñe cómo vivir la vida, no alguien que tiene miedo de vivirla, también.
—Así que vamos a enseñarnos. Vamos a tomar las cosas un día a la vez, estar allí, descubrir nuevas pasiones y sueños juntos. Vamos a abrazamos en la noche cuando los temores intenten reaparecer.
La miró con angustia. Si pudiera darle el mundo, lo haría. Pero no la tendría conforme. No por él. No cuando se merecía mucho más. No creía que alguna vez hubiera dos personas más adecuadas para el otro, pero algo dentro de él se paralizó y no podía decir las palabras. No podía decirle que todo estaría bien, no podía prometerle por siempre. No con todo su equipaje.
Lágrimas silenciosas corrían por sus mejillas, y Pedro las secó. —No llores. Te tengo. Estoy aquí. —Le acarició la espalda, y ella dejó que las lágrimas viniesen. Pedro continuó frotándole la espalda, murmurando palabras tranquilizadoras, cariñosas, cerca de su oído, y sobre todo, solo abrazándola y dejándola romperse. Estaba seguro de que su caída era más que solo por la información que Carolina había compartido con ella. Había estado esperando que todo la golpeara desde hacía algún tiempo. Y parecía que finalmente pasó. Eventualmente, sus sollozos se convirtieron en pequeños hipos, y Pedro la empujó de la curva de su cuello que había reclamado como suyo.
Se cubrió la cara con las manos. —No me mires. Estoy horrible.
Él se rió y le quitó las manos. —No eres horrible. —Sus ojos estaban hinchados y rojos, su piel manchada—. Necesitas un pañuelo, tal vez, pero nunca podrías ser horrible.
Ella sonrió y juguetonamente le dio un manotazo a sus manos. —Lo siento, soy una chica.
Él se inclinó y la besó en la frente. —Nunca te disculpes por eso, nena. Confía en mí, estoy muy feliz de que eres una chica. —Puso los pulgares por debajo de sus ojos, capturando algo del rímel negro agrupado allí—. Ve a la cama. Voy a conseguir los pañuelos.
Ella asintió y se dirigió por el pasillo.
Pedro se unió a ella en la cama, sus manos con Renata metido bajo un brazo y una caja de Kleenex en la otra. —Entrega especial —sonrió, colocando al sobreexcitado cachorro en la cama. Rápidamente salto sobre Paula y comenzó a lamer su cara.
Paula se rió y puso el cachorro en su pecho, acariciando su espalda. —Gracias.
Pedro colocó las mantas a su alrededor. —Solo descansar un poco, yo voy a encargarme de ordenar la cena. ¿Alguna petición especial?
Ella negó con la cabeza. —Cualquier cosa está bien. Pero no pizza. Oh, y tal vez algún postre.
Él se rió entre dientes. —Cualquier cosa, siempre y cuando no sea pizza e incluya postre. Ya lo tienes. —Apagó las luces y se fue, la pesada sensación una vez más asentándose en su pecho. Viendo la reacción de ella esta noche trajo rotunda claridad a su excursión de domingo; nunca jamás podría decirle acerca de Julieta. La rompería.

CAPITULO 49


Pedro metió los pies en sus zapatos y se dirigió a la cocina. —Tengo que salir por un rato. —Le puso una mano en la cadera y se inclinó para darle un beso.
Los ojos de ella volaron hacia el reloj sobre la cocina. Él sabía que sus citas del domingo se convertían en un punto de discordia en su relación y una fuente de curiosidad ardiente para Paula. Ella abrió la boca, la pregunta justo ahí en su lengua, pero se detuvo. ¿Qué diría él si finalmente tuviera el valor de preguntar? Cerró la boca y asintió. —Está bien.
Salió a los pocos minutos. Estaba cansado de sentir que prácticamente tenía que salir a hurtadillas de su casa en las tardes del domingo. Odiaba el sentimiento de culpa que lo seguía mientras conducía. No le gustaba dejar a Paula. No le gustaba tener que hacer esto. Pero esto era lo que tenía que hacer si quería corregir sus errores del pasado. Y le debía mucho más que esto —que una hora de su tiempo. Y sabía que Paula nunca lo entendería.


Paula obedientemente siguió a Carolina de tienda en tienda, hasta que la espalda le dolía y sus brazos temblaban de llevar todas las bolsas de compras. Terminaron en el bar de Cesar para tomar una copa. Cesar sirvió a cada una copa de vino blanco frío y colocó un tazón de almendras saladas frente a ellas. Paula notó que sus ojos se desviaron hacia Carolina cada pocos minutos, sin importar a quién le servía.
Paula tomó un sorbo de vino. Mmm. Dulces toques de pera y albaricoque fresco se encontraron con su lengua. Su mente vagó por enésima vez en Pedro y sus salidas apresuradas de los domingos. Consideraba preguntar a Carolina al respecto, pero decidió no hacerlo, ya que no estaba segura de poder manejar la información. —¿Puedo preguntarte sobre Pedro? —Paula se mordió el labio, las mariposas tomando vuelo en su interior.
—Por supuesto. —Carolina se encogió de hombros, haciendo estallar una almendra en su boca.
—Un tipo como Pedro... —Ella frunció el ceño luchando por las palabras adecuadas.— ¿Es difícil llegar a conocer? ¿Es cerrado?
—¿Emocionalmente atrofiado? —ofreció Carolina.
Paula exhaló, dejando escapar una pequeña risa entrecortada. —Sí.
Carolina asintió y sonrió débilmente. —Te preocupas por él.
Esa no era una pregunta así que Paula no se molestó en contestar. ¿Era tan obvio?
Carolina contempló el contenido de su copa de vino, girando el tronco con las manos. —Hay algo que quiero decirte.
La sensación de que los próximos minutos iban a cambiar las cosas considerablemente latía bajo en el estómago de Paula.
Carolina confirmó que desde hace varios meses, Pedro confío en ella acerca de sus terrores nocturnos. No quiso hablar de ello durante mucho tiempo, pero Carolina fue implacable después de que comenzó perdiendo peso y con círculos oscuros grabados bajo sus ojos. Había confiado en Carolina sobre un caso donde una chica inocente fue atrapada en el fuego cruzado y acabó recibiendo una bala antes de que pudiera tirar abajo al sospechoso. Carolina lo obligó a ir a un médico, consiguió una prescripción de medicamentos contra la ansiedad y píldoras para dormir que tomó varios meses después de que ella murió. Pero él en realidad nunca trató adecuadamente las cosas, o aceptó que la muerte de ella no fue su culpa.
—¿Pero nunca se involucraron… románticamente?
—No. Literalmente acababan de conocerse. Pedro estaba allí cuando ella murió y se culpó a sí mismo porque no pudo protegerla.
Aturdida en el silencio, Paula asintió. Él la estaba rehabilitando, no porque sintiera algo por ella, sino por su sentimiento de culpa por la muerte de otra chica.
—¿Estás bien? Estás pálida —dijo Carolina.
Las orejas de Paula retumbaron con la repentina avalancha de sangre, pero consiguió asentir. —Estoy bien. Es solo que no lo sabía.
Carolina le palmeó la rodilla. —Me lo imaginaba. —Luego despachó el resto de su vino, y agitó su copa a Cesar por su oferta de otra más—. Mi hermano se está enamorando de ti. Solo que no lo sabe todavía. Sé paciente con él, ¿de acuerdo?
Paula asintió, con la boca seca y el estómago dando saltos mortales. —¿Podemos irnos? —Sabía que Pedro regresaría de lo que fuera que hacía el domingo y ellos necesitaban hablar.
Carolina asintió, dejó una buena propina para Cesar y luego condujo a su casa.
Después de luchar con las bolsas de ropa que ya ni siquiera recordaba haber comprado, Paula cogió a Renata en sus brazos y se salió, no muy lista para enfrentar a Pedro. Cuando volvió a entrar en el apartamento lo encontró en la cocina, hurgando en los menús de comida para llevar. —Oye, no sabía cuándo estarías en casa, así que pensé que me gustaría ordenar esta noche.
Paula soltó a Renata retorciéndose en el suelo y miró a sus pies.
—¿Qué está mal?
Lágrimas calientes y saladas picaban en sus ojos. —Tenemos que hablar.

viernes, 21 de marzo de 2014

CAPITULO 48



El teléfono de Pedro sonó con un nuevo mensaje. Desenredó su brazo de Paula y marcó su código de seguridad para desbloquearlo. Mierda. Era un texto de Sara.
¿Listo para salir más tarde?
Paula levantó la cabeza de su pecho y dejó caer el teléfono sobre la mesa de café delante de ellos. Cuando se atrevió a mirar hacia a Paula, podría haber jurado que vio lágrimas nadando en sus ojos, pero parpadeó y el efecto se había ido, haciéndole preguntarse si sólo se las había imaginado. Habían estado en un estado de felicidad durante semanas, teniendo relaciones sexuales con regularidad y durmiendo juntos en la cama de Pedro todas las noches. Maldita sea si dejaba a Sara arruinarlo.
Ahuecó su mejilla en su palma. —Oye, me voy a quedar esta noche. Sólo tú y yo.
Ella esbozó una sonrisa y se inclinó para besarla. —Está bien —suspiró.
Guió la cabeza de nuevo a su lugar en el hueco entre el hombro y su cuello. Sara le había enviado mensajes de texto un par de veces el último par de semanas, y había tratado de dejarla con cuidado, pero al parecer, era el momento de brutal honestidad. No estaba interesado. Pero no quería responder en esos momentos. Ver el dolor en los ojos de Paula era demasiado.
Todavía no sabía lo que era esta cosa con Paula, pero sabía que las últimas semanas con ella, lo habían cambiado. Le había dado su vida de manera voluntaria; ella era tan vulnerable y dedica, que lo rasgó hasta abrirlo. Estaba esperando ver a través de él. Hubo momentos en que ella lo miraba, realmente lo miraba, y se preguntaba si veía su necesidad de mantener a todos en condiciones de igualdad, incapaz de amar después de tanta pérdida. Todavía tenía que tener algún tipo de discusión sobre la relación, pero Pedro no tenía intenciones de salir con alguien más en este momento. Y aunque su cabeza seguía en guerra con su corazón,justificó su relación con Julieta. No fue realmente un engaño ya que no se acostaba con ella. ¿Lo era? Joder.
Sabía que Paula era demasiado joven para él, que ella tenía la necesidad de extender sus alas y explorar, pero por ahora, estaba feliz de que fuera parte del crecimiento. Y más que eso, cuando se acercaba demasiado, lastimaba a las personas. Julieta era el ejemplo perfecto de ello. No podría vivir consigo mismo si le hacía a Paula lo que le hizo a Julieta. Haría todo en su poder para proteger a Paula de su pasado, incluso si eso significa ocultarle la verdad. Por ahora. Tampoco sabía cómo iba a reaccionar Julieta con él teniendo a alguien más en su vida, y no tenía ganas de tener esa conversación en particular. ¿Cuándo su vida se había vuelto tan complicada?
Acercó a Paula y trató de empujar todo lo demás fuera de su mente. Persistentes temores sobre ese loco Lucas lo mantuvieron en el borde, pero la dulce presencia de Paula en su vida alivió algo de su tensión. No quería preocuparse en ese momento. Pasó una mano por los brazos de Paula, acariciándola suavemente. Se ocuparía de ella y la mantendría a salvo de una manera u otra. Tenía que hacerlo.
—Pedro —Ella levantó la cabeza.
—Hmm. —Pasó distraídamente los dedos por su brazo.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
El pelo en la parte trasera de su cuello se levantó. Mierda. Sabía que la conversación iba a ser algo más que la que película que iban a ver después. —Por supuesto.
—¿Qué va a pasar con nosotros?
No estaba preparado para la pregunta. A pesar de cualquier otro tema era un juego justo entre ellos, se había negado a hablar sobre el futuro, fiel a temas no más allá de lo que harían para la cena, los planes del próximo fin de semana, o en el futuro, cuándo eran las fechas de las próximas vacunas de Renata. Habían vivido en su propia burbuja, disfrutando del cuerpo del otro y viviendo cómodamente juntos. Pero no se perdía las conversaciones susurradas en el teléfono de Paula con Carolina sobre la decoración de su apartamento. Se preguntó si ella todavía pensaba en mudarse, a pesar de la intimidad de su nueva relación. Lo que era lo mejor, se dijo. No se hacía ilusiones de amor verdadero, almas gemelas, matrimonio o niños. Era más fácil, y un infierno mucho más seguro, estar por su cuenta. No podía admitir que Paula podía ser la única que cambiaría su opinión.
—¿Qué quieres decir? —le preguntó, tratando de ganar más tiempo.
—Sólo que a veces me pregunto qué… quieres —Su expresión era tan abierta, tan honesta, que podía leerla como a un libro.
Se volvió hacia ella, sosteniéndole la mandíbula en la mano. —No voy a ninguna parte, Paula. —Presionó un suave beso en su boca. Sabía que no era exactamente la declaración de amor y compromiso que probablemente quería, pero era lo más cerca que podía conseguir. Todavía había mucho que no sabía de él, demasiado que no entendería. Eso era lo que tenía para ofrecer —protección, devoción y sexo alucinante. Esperaba que fuera suficiente. Porque, maldita sea, no podía ofrecerle más. No con su espectacular historial de arruinar sus relaciones.
Ella asintió, como si aceptara su no-respuesta, y se inclinó para otro beso. Si lo físico era lo único que compartirían, ninguno parecía desear desperdiciarlo. Sus besos se volvieron calientes, y la empujó sobre su regazo, su boca moviéndose por su garganta mientras sus manos se abrían camino debajo de su camisa, masajeando con ternura los músculos de la espalda y llegando a su alrededor para correr por sus tensos abdominales. Tiró de su camisa por encima de su cabeza y el sujetador la siguió rápidamente, aterrizando en el suelo entre el sofá y la mesa de centro. Ella sacudió sus caderas contra él, descubriendo que ya estaba duro. Viendo su confianza crecer, la mirada de deseo reflejado en sus ojos, despertó su propia necesidad. Agarró sus brazos, sujetándolos a sus costados. Había descubierto que por mucho que le gustaba hacerse cargo, Paula disfrutaba siendo manejada. Ella cruzó los brazos detrás de su espalda, entrelazando los dedos y empujó su pecho hacia fuera. Sostuvo sus manos con una de las suyas y trabajó la otra en la parte delantera de sus vaqueros. Se dio un festín con la punta caliente de cada pecho hasta que Paula lloraba y habían conseguido liberar sus manos para tirar de su cabello.
Pedro la movió en su regazo, poniendo suficiente espacio entre ellos para sacar sus vaqueros y liberarse. Paula se agachó delante de él y se quitó los vaqueros. Pedro la ayudó, tirando del material por sus piernas hasta que ella pudo patear sus vaqueros en el suelo. Lo observó mientras se ponía rápidamente un condón, luego se hundió en él sin dudarlo, rindiéndose mientras la llenaba.
—Dios, estás apretada. —Presionó un beso en su boca. Ella se aferró a sus hombros, sus uñas clavadas en su piel, y empezó a mecerse contra él.
Verla moverse encima de él, probando y encontrando su ritmo, era la cosa más caliente que podría haber imaginado. Su tenso cuerpo cabalgándolo era demasiado. Su cabeza cayó contra el sofá y sus ojos se cerraron. Ella puso una mano a ambos lados de su rostro y abrió los ojos. Se inclinó para darle un beso, sus lenguas colisionaron y sus respiraciones se mezclaron.—Pedro… —gruñó, apoyando sus manos sobre sus muslos mientras subía y bajaba sobre él.
—Te sientes demasiado malditamente bien. ¿Cómo es incluso posible?
—Porque somos nosotros —dijo simplemente.
Creía en su evaluación. Sinceramente. Pero no podía negar el hecho de que lo asustaba como la mierda. Nunca había conocido a una mejor amante, lo que no tenía sentido, considerando la falta de experiencia de Paula. Sus cuerpos encajaban juntos como dos mitades. No había habido ningún indicio de torpeza, la difícil etapa que había conocido con amantes anteriores. Sus cuerpos estaban tan en sincronía, que parecían anticipar los movimientos del otro y responder a su vez, conduciendo a un placer que no había sabido que podía existir antes de Paula llegara.
Su carne lo empuñó desde adentro hacia fuera, y la sintió comenzar a temblar. Lo montó más rápido y fuerte mientras alcazaba su orgasmo, gimiendo una serie de pequeños gemidos, luego cayó sobre su pecho, completamente agotada. Ver a Paula teniendo un orgasmo rápidamente lo llevó a su propio clímax. Ya no parecía capaz de moverse contra él; por lo que la agarró por la cintura y la movió arriba y abajo unas cuantas veces hasta que la siguió hacia el borde.

CAPITULO 47



Pedro se había deshecho de Carolina y Cesar después del desayuno, y luego había llevado a Paula de vuelta a la cama. Ella le había pedido que la dejara ducharse primero, y él finalmente la había liberado.
—Trata de hacerlo rápido.
Mientras estaba de pie frente al gran espejo esperando para que el agua se caliente,Paula miró al reflejo desnudo frente a ella. Su pecho era alto y alegre, su estómago suave, pero en su mayoría plano, sus muslos un poco más grandes de lo que le hubiera gustado, pero no podía negar que por primera vez —tal vez— se sentía hermosa.
Siempre que Pedro la miraba, cierto rubor causaba que sus mejillas brillen, su estómago revolotee, y se sienta completamente querida y deseable. Pero anoche fue la primera vez que había actuado en el deseo que sintió arder dentro de él también. Estaba feliz y aliviada de ver que la áspera luz de la mañana, y las miradas mordaces de Carolina, no habían hecho nada para desalentar su interés. Tan pronto como la puerta delantera se había cerrado en sus invitados de la noche, Pedro había tirado su boca a la suya, sus manos asentándose en sus caderas. Se habían besado suavemente, profundamente, a diferencia de la tormenta desenfrenada de la última noche, mientras él la acompañaba de espaldas por el pasillo hacia su dormitorio. Entonces la había levantado, como si no pesara nada en absoluto y la colocó cuidadosamente en el centro de la cama y sólo la miró.
Paula escondió el recuerdo del hambre abrasador en su mirada oscura y se metió bajo el chorro de agua.
El dichoso rocío caliente caía sobre su cuerpo y a pesar de que quería estar allí y disfrutar de la calidez, se encontró corriendo, si sólo Pedro volviera un poco más rápido. Se enjabonó el cabello con el champú rosa de toronja y luego inclinó la cabeza para enjuagar la espuma. Después de pasar el acondicionador en los largos mechones, salió del rocío directo del agua para enjabonar su cuerpo de la cabeza a los pies. Una vez que estuvo segura de que estaba limpia, se enjuagó el cabello y cortó el agua.
Sólo entonces noto una gran figura al otro lado del cristal. Su corazón voló a su garganta.
—Pedro. —Agarró una toalla del gancho y rápidamente la envolvió alrededor de sí misma—. Me asustaste, ¿Cuánto tiempo has estado mirándome?
Bajó la mirada tímidamente. La mirada de Paula siguió la suya. Oh mi… Su gran erección presionaba contra los finos pantalones de algodón.
—Lo suficiente —murmuró, su voz gruesa.
Ella sonrió y su corazón comenzó a aflojar el paso. Tomó una segunda toalla para envolverla alrededor de su cabello chorreando.
—Sólo voy a entrar rápido —Pedro le dio un beso y luego se quitó los pantalones del pijama y entró en la ducha.
La idea de ver a Pedro ducharse era más atractiva que ir a vestirse, y se quedó de pie ahí momentáneamente distraída por las corrientes de agua corriendo por su cuerpo delgado, sobre las líneas de su paquete de seis, y se estremeció. Su mirada vagó hacia abajo. Todavía estaba medio duro y ella se sentía cada vez más caliente por todas partes.
Queriendo dar un paso bajo el agua con él, se obligó a huir del baño y se lanzó hacia la habitación de invitados. Se vistió en bragas y una camiseta y parcialmente se secó el cabello por lo que no se convirtió en un lío rizado. Luego esperó por él en su cama.
Tiró de las sabanas alrededor de su cuerpo y se acurrucó en su almohada, inhalando su aroma con cada respiración. Pedro salió unos minutos más tarde, su piel aún húmeda y brillante con pequeñas gotas de agua y una toalla blanca sujeta alrededor de la cintura.
—Mejor que no te hayas vestido ahí abajo —susurró, inclinándose para plantar un beso en su boca.
Tragó saliva.
—Vas a tener que venir a averiguarlo. —Si esto es como el coqueteo era, inscríbanla. Pedro la hacía sentir viva y delirantemente feliz, como si todos sus sentidos se agudizaran y ella nunca dejaría de sonreír. Pero no tuvo mucho tiempo para examinar sus sentimientos, porque él dejó caer la toalla de sus caderas y se paró delante de ella, completamente duro y terriblemente caliente. Paula cedió, echando hacia atrás las mantas y arrastrándose a través de la cama hasta que estuvo cara a cara con su virilidad. Arrodillándose en cuatro patas, alineo su boca con su polla esperando. Él bajó la mirada y acarició su mandíbula. Paula colocó dulces besos a lo largo de la cabeza y eje, pero cuando su lengua salió a probar la punta, sus caderas se sacudieron hacia delante y dejó escapar un gemido. Disfrutando de tenerlo completamente a su merced, Paula envolvió una mano alrededor de su base y deslizó su boca alrededor de él, deslizándose hacia atrás y adelante.
Maldijo y enterró las manos en su cabello. Ella comenzó a perderse a sí misma en su placer, meciendo sus caderas y agregando pequeños gemidos por su cuenta.
La mano de Pedro se movió de su cabello, arrastrándose bajo su espalda y acarició su culo. Sus dedos encontraron su camino dentro de sus bragas a su centro húmedo. Masajeó ese lugar que parecía instintivamente saber le traía placer. Se quedó sin aliento y se meció contra su mano, mientras continuaba dándole placer con su boca.
Paula estaba rápidamente empapada y lista, la firme mano de Pedro en su mandíbula la trajo de vuelta a la realidad, aunque sea por un segundo. Levantó los ojos hacia él, su boca aún llena de él.
—Mierda, esa es una hermosa vista. —Le acarició la mejilla con su pulgar, y observó con reverencia mientras seguía sus lentos y firmes movimientos. El deseo grabado en su rostro iba a deshacerla.
Paula de repente la levantó, situándola, así ella estaba sobre su espalda tan rápido que ni siquiera estuvo segura de lo que había pasado. Le quitó las bragas y luego se cernía sobre ella, levantando su camiseta para besar sus pechos.
—¿Estás segura de que no estás demasiado adolorida? —Sus ojos se movieron hasta los de ella mientras plantaba besos húmedos a lo largo de su tórax y entre sus pechos.
Sabía lo que quería, y no iba discutir eso. Envolvió una pierna alrededor de su cadera, atrayéndolo más cerca.
—Pedro. Condón. Ahora.
Él se rió entre dientes contra su garganta y la soltó sólo el tiempo necesario para buscar a tientas en la mesita de noche. Escuchó el sonido de un paquete crujiendo y luego volvió a besarla. Sus bocas se movían juntas en un choque frenético de lenguas deslizándose y gemidos sutiles.
Pedro se levantó lo suficiente como para llegar entre ellos. Sus ojos se quedaron fijos en los de ella mientras se colocaba en su entrada y suavemente empujó hacia delante. Ella envolvió las piernas alrededor de su espalda, bloqueando sus tobillos e inclinándose hacia arriba para encontrar sus cuidadosas embestidas.
Él plantó un suave beso en su boca y empujó de nuevo hacia delante, deslizándose en su interior en una deslumbrante sensación de calor y plenitud. Su espalda se arqueó en la cama y metió su cara contra su cuello, besando y murmurando cosas dulces… lo bien que se sentía... lo hermosa que era.
Paula apretó sus ojos y emparejó el paso, obligando a sus caderas a subir de la cama para inclinarlas hacia las de él.
Su boca estaba en todas partes —cerca de su oído así ella podía oír sus jadeos guturales, en su cuello, besando y mordisqueando contra su sensible carne, cubriendo los suyos en un abrasador caliente beso. Se retorció debajo de él, dirigiéndose cada vez más cerca del éxtasis con cada golpe brutal, cada beso dulce.
—Pedro —gimió, levantando sus caderas a su última vez mientras ola tras ola de placer se disparó a través de su centro.
Él aminoró el paso, pareciendo entender su necesidad de salir de la intensa explosión de placer durante todo el tiempo que a le fuera posible. Ella lanzó un gemido final y clavó sus uñas en su espalda mientras se agarraba a algo, algo que apretó.
Pedro tomo sus manos, sujetándolas sobre su cabeza y aumentó su ritmo, golpeando en su interior a un ritmo constante hasta que sintió que todo su cuerpo se tensó y sacudió, y supo que había encontrado su liberación, también.
Se dejó caer a su lado en una pila, tirando de su cuerpo al suyo de modo que su espalda se presionaba contra su frente. Colocó un pesado brazo alrededor de su cintura, sujetándola contra su pecho. Paula cerró los ojos y soltó un suave suspiro, sintiéndose segura y más feliz de lo que recordaba.

jueves, 20 de marzo de 2014

CAPITULO 46



Paula y Pedro habían dormido abrazados juntos, exhaustos y agotados después de pasar la noche haciendo el amor.
Pedro extendió sus brazos sobre su cabeza, su cuello crujiendo con el esfuerzo. Paula murmuró algo en su sueño y luego rodó para encontrarlo, atrayendo su cuerpo apretadamente contra el suyo. Él pasó una mano a lo largo de su cadera, empujándola incluso más cerca. Estaba contento de ver eso en la sobriedad, en las simples luces de la mañana, las cosas no se sentían incómodas entre ellos. De hecho, era lo opuesto. Esto se sentía increíblemente natural.
Paula sonrió somnolientamente y se acurrucó contra su cuello. —Buenos días —respiró contra su piel.
—Buenos días. —De repente fue consciente de que usaba una de sus camisetas con nada debajo, y que él había dormido desnudo por primera vez desde que Paula se había mudado. Los recuerdos de la noche anterior se reprodujeron en los límites de su mente, la determinación de Paula para complacerlo, sus diminutos gemidos y su piel ruborizada, la forma en que sujetó sus bíceps cuando él se hundió en ella. Su polla despertó a la vida.
Él trazó con la punta del dedo su cadera, subiendo la camiseta y sacándola de su camino. Paula se estremeció mientras la yema de su dedo con suavidad la acariciaba. Su mano se movió abajo para cubrir su hueso púbico, y dejó salir un gemido. Rodó sobre sí mismo, para que estuvieran enfrentados el uno con el otro en el centro de la cama, las sábanas dispersadas sobre ellos, proporcionándoles un capullo de calor.
Bajó su boca a la suya, besándola suavemente al principio. Paula, siempre receptiva, gimiendo en voz baja contra sus labios. Enganchó su pierna alrededor de su cintura, y se empujó más contra su cuerpo.
—No estás muy dolorida, ¿verdad?
—Creo que no.
No se había levantado y salido de la cama todavía, pero Pedro asintió. —Bien. —Su mano encontró su polla y él la acarició lentamente, golpeando contra su muslo con cada caricia. Los ojos de Paula se abrieron más y luego los lanzó abajo para ver sus movimientos. Se mordió el labio inferior y gimió, sus manos bajaron para unírsele.
Una vez que sus manos calientes lo acariciaban, Pedro llevó sus manos al rostro de Paula. Sujetó su barbilla y la besó profundamente, succionando su lengua en su boca.
Un sonido más allá de la puerta de su dormitorio capturó su atención y se alejaron, respirando irregularmente.
—¿Qué demonios? —murmuró él—. Espera aquí. —Saltó de la cama y se puso un par de pantalones de pijama antes de ir a investigar.
Carolina estaba en su cocina, tratando torpemente con la máquina de café.
—¿Que estás haciendo aquí? —Se apuró para atar la cuerda de su pantalón, el pánico ascendiendo porque Carolina sabría que durmió con Paula. Pero a menos que hubiera comprobado el dormitorio y lo encontrara vacío, tal vez su secreto se encontraba todavía a salvo.
Colocó el café para preparar y se volvió para enfrentarlo. —Cesar y yo dormimos aquí anoche. Espero que eso esté bien. Estábamos muy borrachos para conducir.
Él giro alrededor de la sala de estar y encontró a Cesar todavía durmiendo en su sofá.
¿Dónde había dormido Carolina?
—Ambos dormimos en el sofá. No fue gran cosa.
Carolina no sabía. El alivio inundó su sistema. Él aún no procesaba que Cesar y su hermana compartieron el sofá.
—Sí, no hay problema. —Pasó una mano por su cabello en un intento de alisarlo.
Paula salió del dormitorio, vestida en vaqueros y una de sus sudaderas que colgaban cerca de sus rodillas.
—Tenía frío —explicó a las miradas de Carolina y de él. Pedro la estudió por pistas sobre cómo se sentía acerca de anoche. No podía creer que él había permitido que las cosas fueran tan lejos. Pero la sonrisa de Paula mientras revoloteaba a su lado y entraba en la cocina lo calmó ligeramente. Si ella no se arrepentía, él tampoco lo haría. Además era difícil arrepentirse del mejor sexo de su vida.
Pedro escapó de la cocina, necesitando una ducha fría y tiempo para reunir sus pensamientos.
Regresó quince minutos después, no más lejos de entender que sucedía entre él y Paula. El olor de tocino friéndose deshizo sus preocupaciones por el momento.
Como de costumbre, Paula había cocinado lo suficiente para alimentar a veinte personas. Todavía no había dominado el control de las porciones, habiendo cocinado para un recinto completo de personas en su pasado. Ella colocó una fuente con muffins de arándanos caseros, una bandeja que conservaba el calor que contenía huevos revueltos, y un plato lleno con tocino frito en el centro de la isla, antes de dirigirse a verter el café de Pedro.
La mirada de Pedro fue a Carolina. Sus ojos seguían los movimientos de Paula, mirándola mimar a Pedro, agregando leche a su café, y colocando su iPad en la encimera a su lado. Y también había estado observando cuando Pedro se había encargado del deber matutino, sacando a Renata para hacer su asunto, y luego agregar un cucharada de comida en su cuenco en la cocina. Ellos se movieron cerca del otro fácilmente, aún con obvio cuidado y reverencia.
—Pedro, ¿puedo hablar contigo? —preguntó Carolina.
Levantó la mirada de su iPad, una tira de tocino a mitad de camino a su boca, y suspiró. —Por supuesto. —Sus ojos viajaron entre el cuerpo de Carolina y el de Cesar, estirándose en su sofá, luciendo malditamente engreído. Necesitaba llegar al fondo de eso más tarde. Su hermana estaba fuera de los malditos límites y Cesar debería haberlo sabido mejor. Pero Pedro se puso de pie y siguió a Carolina al cuarto de lavado fuera de la cocina. Ella cerró la puerta corrediza detrás de ellos.
—¿Quiero saber que sucedió entre tú y Cesar anoche?
Sus labios se contrajeron mientras ella luchaba contra una sonrisa. —Probablemente no.
—Mierda, Caro. —Cruzó sus brazos sobre su pecho y la miró.
—Eso no es por lo que te traje aquí para discutir. —Sus manos volaron a sus caderas—. Quiero hablar sobre lo que está pasando entre tú y Paula.
Él sacudió su cabeza. No iría ahí con Carolina. Incluso no iría allí en su propia mente, y no tenía sentido hablar sobre algo que incluso él no entendía. —No hay nada que hablar. Necesitaba un lugar para quedarse, y le di uno. Ya sabes eso. Fin de la historia.
—Pedro, nunca has sido bueno en las relaciones.
—Exactamente. ¿Entonces cuándo vas a dejar de intentar establecerme una?
Ella negó con su cabeza. —Eso no es lo que estoy diciendo.
Él esperó con impaciencia, golpeando un pie desnudo contra el piso de madera.
—No puedes negar que eres diferente con Paula. Estás sintonizado con sus emociones, sus necesidades. Nunca te he visto de esa forma.
Abrió su boca para responder, pero se encontró a sí mismo sin habla. No podía negar que estaba en sintonía con Paula; conocía los anhelos de su cuerpo, leía sus emociones mejor que las propias. Pero era solamente porque ella estaba a su cuidado, y tomó esa responsabilidad seriamente. Quizás se había ablandado en los últimos años observando a sus amigos casarse y tener hijos. Y luego teniendo a Paula en su vida lo había empujado al límite. Tomó una profunda respiración. —Escucha, Paula tiene un trabajo ahora, y está ahorrando para su propio apartamento. La estoy ayudando, claro, pero esto es una situación temporal entre nosotros. —Incluso cuando dijo las palabras, parte de él esperaba que no fueran ciertas.
Carolina frunció el ceño y negó con su cabeza. —Eso es lo que me temía. —Le dio un golpecito en su pecho—. Tú, hermano, eres un idiota.
Pedro permaneció sin habla en el centro del cuarto de lavado cuando Carolina abrió la puerta y salió tranquilamente. Sacudió su cabeza y la siguió de regreso a la cocina.

CAPITULO 45



Necesitaba sentir el calor de su mano contra su piel antes de solo llegar a pensar en ello. Le dio un suave beso en la boca a Paula y alcanzó su mano. Tomó cuidadosamente su considerable longitud en la palma, como si no supiera qué hacer con ella.
—Tócame, bebé —alentó, guiando su mano por su virilidad. Cerró el puño alrededor del suyo y le demostró, jalando su mano arriba de su longitud y apretándola sobre la cabeza. Una maldición retumbó a través de su pecho, saliendo de sus labios en un grito desesperado.
Su mano se quedó inmóvil, y por un momento su palma revoloteó sobre la de ella, listo para animarla, para mostrarle lo que a le gustaba, pero cuando vio su mirada incierta, se detuvo y enredó los puños a sus costados. —Está bien. No tienes que hacer nada para lo que no estés lista.
—No es eso. —Llevó su dedo índice a él y frotó la gota de fluido caliente en la punta sin saber lo increíble que un simple toque se sentía para él—. Quiero probarte —murmuró.
El corazón le dio un puntapié a su confesión. La necesidad honesta en su voz era la cosa más erótica que Pedro había escuchado nunca. Que alguna vez volvería a oír, estaba seguro. —Mierda, Paula. —Ella permaneció inmóvil, con sus ojos todavía en los de él—. Lo siento —murmuró una disculpa por la palabrota. Nunca se dio cuenta de la boca sucia que tenía hasta que llegó Paula, pero a ella parecía no importarle.
—Está bien —sonrió. Se arrastró hacia abajo por su cuerpo hasta que estuvo cara a cara con su increíblemente dura polla sobresaliendo por delante de él, como si buscara a Paula, rogando por su atención. Ojos verdes decididos encontraron los suyos—. Dime si hago algo mal.
Dudaba que eso pasara. Podía ver prácticamente a su polla en este momento y le encantaría. —No te preocupes por eso. —No podía hacer nada malo. Bueno, él suponía que no era del todo exacto. Consideró, advertirle que tuviera cuidado con sus dientes, pero decidió no hacerlo. Iba a corregirla suavemente si era un problema, pero hasta entonces, iba a dejarla explorarlo sin ningún temor o timidez.
Paula se sentó sobre sus talones, levantó la polla y luego bajó su cabeza. Con los ojos inmovilizados en él, le dio un tierno beso en la cabeza de la polla. Ya goteaba fluido perlado, y su escroto se apretaba contra su cuerpo. Estaba preparado y listo para explotar.
Lo llevó dentro de las profundidades de su boca caliente. Las caderas de él se dispararon hacia delante en la cama, pero ella recibió la intrusión, succionando su piel más sensible. —Mierda, bebé. Si. Justo así... —Le acarició la mandíbula, le apartó el pelo de la cara, y palmeó su mejilla. Observó a Paula besar y lamer su longitud y se perdió en la felicidad de adormecer la mente en el momento.
Era tan educada, que se entregaba en todo lo que hacía, y el placer de él no era la excepción. Dejó todo sobre la mesa, lamiéndolo, besándolo y acariciándolo como si su único propósito fuera complacerlo.
Pronto Paula apretaba los muslos y gemía por su propia liberación, y ni siquiera la había tocado todavía. Se liberó de la boca de Paula y la arrastró arriba de su cuerpo. —Mi turno —explicó hacia la sorpresa en su rostro.
Pedro la colocó contra la almohada por lo que yacía tumbada junto a él. Dejó un beso a sus labios, luego deslizó su dedo medio en la boca de ella, mojándolo. Lo chupó sin preguntar, girando su lengua contra su piel.
—Necesitamos asegurarnos de que estás lista para mí —explicó.
Miró hacia su larga polla, apoyándose pesadamente contra su cadera y luego de regreso hacia él. —¿Me hará daño?
—Al principio, sí, pero voy a hacer mi mejor esfuerzo para ir despacio.
Asintió, confiando en él.
Cuando su dedo se deslizó dentro de ella lentamente, cuidadosamente, la boca de Paula quedó boquiabierta. Y cuando lo sacó y comenzó a follarla con la mano, un poco más rápido con cada golpe, las rodillas de Paula se desarmaron y dejó caer la cabeza sobre la almohada. Su otra mano se unió a la diversión, frotando círculos lentos sobre su piel, renuente a correr con ella. Pronto estaba empapada y gimiendo su nombre, y segundos más tarde, con la cabeza echada hacia atrás en éxtasis, se vino para él. Pedro plantó besos húmedos a lo largo de la garganta, negándose a aflojar hasta que hubiera ordeñado hasta el último gramo del placer de ella.
Después de varios minutos acariciándole el cuello y besándola hasta acabar con todas las pequeñas réplicas de su liberación, Paula se arrastró en su regazo a horcajadas sobre él, poniendo una rodilla a cada lado de sus muslos.
—¿Pedro?
No respondió. Sabía lo que preguntaba, e incapaz de negárselo, alcanzó la mesilla y cogió un condón. Lo observó mientras se lo puso, con su mirada vacilante de ida y vuelta entre sus ojos y su virilidad. Podía leer su expresión como si la hubiera escrito. Trataba de entender exactamente dónde iba a encajar eso.
Paula, no tenemos que hacerlo.
Sus ojos capturaron los suyos. —Quiero. —Plantó sus manos en los músculos de su tenso estómago, y se levantó a sí misma, tratando de encontrar el ángulo correcto.
—Ven aquí. —Pedro tiró de ella hacia abajo sobre su pecho, necesitaba besarla. Plantó dulces besos a lo largo de su boca y su garganta. Entendió la gravedad de este momento, de lo que le daba, y no iba a precipitarse. No cuando estaban tan cerca. Merecía ser adorada y cuidada en su primera vez. Haría todo lo posible para hacer lo que ella se merecía—. Solo relájate, cariño. Déjame. —Paula se relajó en sus brazos y Pedro la besó profundamente cuando llegó por detrás de ella, manteniéndose en su lugar hasta que Paula empezó a relajarse de nuevo, tomándolo.
Pasó las manos sobre su pecho y cerró los ojos, una mirada de concentración se fijó sobre sus rasgos. Luego bajó sobre él, descendiendo sus caderas y así se hundió dentro de ella, cuidando de estrellarse lentamente. Un placer fantástico se disparó a través de él. Joder, estaba apretada. Se balanceó contra él, metiéndolo más profundo en pequeños incrementos.
—Mierda.... —Se tragó un gemido.
Los ojos de Paula se agrandaron y lo encontraron, parpadeando hacia él. Maldición se veía tan inocente, casi cuestionó lo que hacía. Casi. Pero habían ido demasiado lejos para dar marcha atrás ahora. Estaba dentro de su dulce coño rosa, resbaladizo por la humedad y el calor. No quiso convencerla de esto, no ahora.
—¿Todo está bien? —preguntó en cambio, necesitaba oírle decir que todo estaba bien para continuar.
Ella asintió, y se inclinó hacia adelante para besarlo, deslizando su lengua contra la suya. El placer se disparó directamente a sus bolas, levantándolas. La estrechó cerca e interrumpió cada beso por levantar sus caderas para facilitar el ir más profundo dentro de ella.
Los suaves gruñidos y gemidos suyos coincidieron con las embestidas de él, devorando su autocontrol. Sabía que no iba a durar mucho.
—¿Se siente bien? —preguntó, aminorando su paso.
Paula abrió los ojos, su brillante mirada verde parpadeando hacia él con asombro. —Sí.
Sus mejillas estaban ruborizadas de color rosa y no podía resistir mirar su disfrute. Había dejado de moverse contra él y le permitió sujetar sus caderas mientras empujaba en ella. El sexo era un acto físico, así que ¿por qué él debería sentir más? Pero no podía negar que nunca había sentido más cerca de nadie. Paula traspasó todas sus barreras. Era pobre pero regalaba, sensual pero inocente, confiada y tímida. Había puesto para ambos su placer, toda la experiencia, entre sus manos y la gravedad del momento no pasó desapercibido para él.
Se deslizó de nuevo, exquisitamente despacio hasta que estuvo enterrado profundamente otra vez. La respiración de ella se detuvo, atrapada en su garganta.
—¿Te duele?
—Sólo un poco.
Maldición, esperaba que no le doliera, pero era de suponer. Era su primera vez después de todo. —¿Quieres que me venga? —suspiró contra su boca.
—Sí.
La jaló y la situó para que estuviera recostada de nuevo sobre las almohadas. Prefería estar arriba —siendo el que tiene el control— y era una forma segura de conseguir venirse rápidamente. Agarró sus caderas, sus dedos aferrándose a ella para jalarla hacia él con cada embestida.
Los gemidos de ella aumentaron ruidosamente, menos contenidos, y Pedro se encontró siendo mucho más ruidoso que de costumbre. —Dios, eres hermosa... —Unos pocas embestidas más—. Oh, joder...
Deslizó su mano entre ellos para darle placer a ella, frotándola, moviéndose en círculos, usando su humedad para enviarla sobre el borde de nuevo, y verla venirse otra vez lo envió en caída precipitadamente después de ella, maldiciendo y jadeando mientras que ordeñó su apretado canal hasta dejarlo seco.