miércoles, 12 de marzo de 2014

CAPITULO 25



Paula llevó las bolsas de las compras hasta el baño de huéspedes. Tomó cada artículo para inspeccionarlo. Un par de jeans oscuros gastados, un suéter gris jaspeado súper suave y fino, y ropa interior de algodón blanca. Acercó las prendas a su rostro e inhaló. Mmm. Olían a nuevo, como a tienda. Raramente le compraban ropa, teniendo ropas de segunda mano la mayoría de su vida. Rápidamente se cambió y lanzó la ropa sucia dentro del cesto del baño.
Cuando se giró frente al espejo, miró su reflejo, incrédula. La ropa le quedaba perfectamente, los jeans colgaban de sus caderas, ajustándose en esa zona junto con su trasero, y el suéter era tan fino y suave que no podía evitar abrazarse a sí misma. Se sentía bonita por primera vez en un largo tiempo, y se lo debía a Pedro. La conciencia de su creciente deuda con él le cosquilleó en el fondo de la mente. Le debía por Renata, y ahora por las ropas nuevas.
Se peinó el cabello con los dedos y observó su reflejo una última vez antes de ir en busca de Pedro. Se encontraba sentado en un taburete en la cocina, bebiendo cerveza. Con sólo su perfil a la vista, Pedro aún no la había visto. Paula se tomó un momento para estudiarle ininterrumpidamente. Había llegado a amar simplemente mirarlo cuando sabía que no miraba. Su espalda y hombros eran poderosos, con músculos que se agrupaban bajo su camiseta. Incluso sus antebrazos eran masculinos. Podía ver dónde había doblado las mangas y gruesas venas se tensaban contra sus brazos. Era hermoso, pero aun así toscamente masculino. Era su seguridad, su confort. Le debía todo. Pero no tenía ni idea de cómo pagarle.
Ensanchó sus hombros y aclaró su garganta. Pedro se giró hacia ella, la botella de cerveza suspendida a mitad de camino frente a sus labios. Sus ojos comenzaron en los tobillos de los vaqueros , y lentamente se movieron por sus caderas, su chato estómago, hasta sus pechos, dónde se detuvieron por un momento, antes de, finalmente, llegar a sus ojos. No intentó ocultar el hecho de que le echaba una ojeada, y no se disculpó por su comportamiento. Paula se retorció bajo su mirada. Estaba sorprendida de que una simple mirada pudiera hacerla sentir caliente y femenina al mismo tiempo. Sin cortar el contacto visual, atrajo la botella a sus labios y tomó un gran trago, moviendo su garganta con esfuerzo.
—Gracias por las ropas —ofreció Paula, necesitando cortar el pesado silencio que se encontraba entre ellos.
—Sirvieron —murmuró, sus ojos aun rehusándose a dejar los de ella.
se sonrojó y bajó su mirada, dándose cuenta de pronto de que él había ido de compras por ella, que había escogido aquellas ropas, incluso la ropa interior que ahora parecía acentuar la palpitación en su entrepierna. Respiró profundo y se encaminó hacia la cocina, incapaz de seguir de pie. Tomó su botella de cerveza y la enjuagó en el lavabo antes de botarla en la papelera de reciclaje que se encontraba debajo.
Pedro se encontraba detrás de ella cuando se dio vuelta, atrapándola contra el mostrador con su gran figura. Paula nunca le tuvo miedo, sino intriga. Pero siempre estuvo consciente de dónde se encontraba él en relación a ella, y lo grande y masculino que era físicamente. Y en este preciso momento, vistiendo ropas agradables que él había escogido para ella, se sentía femenina, suave y bonita al lado de su cruda masculinidad.
—¿Pedro? —Levantó la mirada, encontrándose con sus ojos oscuros.
—Maldición, Paula, cuando te vi hablando con Patricio… —dijo desvaneciéndose poco a poco, descansando una pesada mano en su cadera. El peso de su mano la sorprendió, y sus pulmones se rehusaron a cooperar—. No me gustó —admitió, mirándola sin remordimientos.
Su estómago se hundió. Paula no haría nada para molestarlo. No podía. Era todo lo que tenía en ese momento. —Lo.. lo siento —balbuceó.
—No. —Pedro dio un paso más cerca, hasta que sus piernas tocaban las de ella, y sus rostros se encontraban a centímetros. Se habían tocado varias veces, pero no de esta forma, no cuando Pedro estaba enojado y tosco, su mirada llena de intensidad. Campanas de advertencia se encendieron en la cabeza de Paula. Se sostuvo del mostrador detrás de ella—. Deberías ser capaz de hablar con quién quieras sin que yo me vuelva posesivo.
—Oh. —Paula no sabía qué hacer, habiendo nunca experimentado este tipo de relación con un hombre antes. Lucía enojado, pero más consigo mismo que con ella. No estaba segura de qué debía hacer, así que se quedó completamente quieta. Su mano se ajustó a su cadera, acercándola a él, y su otra mano acunó su mejilla mientras se acercaba. Por un segundo Paula creyó que la besaría y su corazón saltó hasta su garganta. Contuvo el aliento, esperando, pero simplemente le acarició su mandíbula cariñosamente. —Luces bien —suspiró él antes de dejar caer sus manos y alejarse.
La pérdida de su cuerpo cerca del suyo fue casi dolorosa. De alguna forma, en las últimas semanas, Paula había comenzado a anhelar su contacto físico, y cuando no estaba cerca, dejaba un dolor que se esparcía por su piel y pecho. Pero antes de que tuviera tiempo de analizar algo de eso, Pedro la guío hasta la puerta, paso a paso hacia afuera.

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