miércoles, 12 de marzo de 2014

CAPITULO 26


Condujeron hasta el restaurante con la música sonando levemente. Pedro encendió la radio y comenzó a buscar, pidiéndole que le dijera dónde detenerse. Ella le frunció el ceño al heavy metal, el fuerte country y al hip hop, pero cuando escuchó la conmovedora voz de una mujer, se inclinó en su asiento y le pidió a Pedro que la dejara. Era alguien llamada Lana del Rey, le dijo él. La escucharon cantar sobre vaqueros azules, grandes sueños y un amor que duraba un millón de años. Paula escuchó las palabras, rezando silenciosamente que un amor como ese fuera real y la encontrara en este alocado mundo.
Llegaron al restaurante, uno tipo bistró que servía las mejores pizzas a la pala, según Pedro.
Entraron y Paula notó que era pequeño, pero de buena calidad, decorado en tonos rojos, cafés y cremas. Estaba levemente iluminado y tenía un aire acogedor y rústico.
La entrada estaba llena de gente esperando por mesas. Paula no estaba acostumbrada a estar entre multitudes de extraños, pero el toque que la punta de los dedos de Pedro en su espalda baja la tranquilizaba. Cruzó la habitación hacia una larga barra negra, iluminada por pequeñas lámparas cada pocos pasos.
—¿Te parece bien aquí? —Le indicó que tomara asiento en un taburete que movió para ella—. Usualmente vengo solo y me siento aquí. No tienes que esperar, y además puedes ver la acción en la cocina. —Indicó hacia el gran horno de madera que se parecía más a una estufa. Tomando asiento entendió inmediatamente por qué le gustaba sentarse allí. Mirar a los cocineros trabajar, amasando pizza, y añadiendo salsa y aderezos como si estuvieran en algún tipo de carrera era divertido. Además, era estupendo ver los ingredientes que usaban. Su boca se hacía agua por una de esas pizzas después de observar durante unos segundos.
—Tienen ensaladas y pastas, también. —Pedro le alcanzó un menú mientras un camarero les servía dos vasos de agua—. Ordena lo que quieras.
—Ordenaré lo que sea que tú pidas —contestó ella.
Su ceño se frunció. —Pensé que tal vez podrías practicar estar afuera, ya sabes, ordenar por ti misma y ese tipo de cosas.
Oh. Así que esto no era sólo una salida agradable, él le estaba dando una lección. Enseñándole como ser una persona normal. Bajó la cabeza, avergonzada de repente por pensar que podría simplemente mezclarse con él, disfrutar de su tiempo juntos. En vez de eso, estaba siendo analizada, necesitando ganar su aprobación.
Abrió el menú y comenzó a estudiarlo. Todo sonaba delicioso, pero sabía que quería probar una de esas pizzas.
—Hola, ¿han estado aquí antes? —Una burbujeante camarera se apareció frente a ellos.
—Yo sí —contestó Pedro—, pero Paula no.
—Oh, bueno, bienvenida. ¿Quieren escuchar los especiales o ya han decidido qué ordenar? —preguntó, mirándolos.
—¿Paula? —Pedro esperó su respuesta.
—Um, creo que sé lo que quiero, pero sí, me gustaría escuchar los especiales.
Una sonrisa tiró de las esquinas de la boca de Pedro, claramente encantado con la respuesta de Paula. La camarera tomó una libreta de notas y leyó los especiales. —De acuerdo, la pizza del chef de esta noche es de higo y alcachofa. La entrada es pan de cuatro quesos a la plancha servido con salsa marinera. ¿Qué puedo servirle?
Paula lo pensó por un momento. —Ordena lo que quieras —susurró Pedro, colocando su mano en su rodilla.
Su toque la tranquilizó, incluso si la forma en que su gran mano encajaba en su rodilla le distraía un poco. —Me gustaría la pizza vegetariana con salsa, y té dulce por favor.
La camarera miró su libreta. —¿Quieres carne en tu pizza vegetariana?
—Sí. Y quisiera una orden de ese pan de cuatro quesos también.
Pedro río entre dientes. —Suena bien. Haz dos órdenes. Oh, y una cerveza, por favor.
Luego de chequear la identificación de Pedro, la camarera se escabulló. Pedro quitó su mano de la rodilla y casualmente la dejó caer en el respaldo de su asiento.
—¿Lo hice bien? —preguntó ella, resistiendo la urgencia de recostarse contra él.
—Perfectamente.
Paula se iluminó con su halago, jugueteando con su servilleta mientras la colocaba sobre su falda.
Sus bebidas llegaron, y mientras ella tomaba su té, Pedro se giró para estudiarla, su ceño se arrugó como si estuviera pensando intensamente en algo. —¿Cómo te sientes sobre quedarte conmigo? —preguntó tomando un sorbo de su cerveza.
Pensó cómo responder. Montones de palabras aparecieron en su mente. Segura. Aliviada. Pero dijo la primera que vino a sus labios. —Feliz.
Pedro continuó observándola desconcertado, pero no podía distinguir si estaba alegre de escuchar eso o no. Parecía que un poco de los dos. —¿Cómo han ido las cosas con el Dr. Gomez? ¿Sientes que están progresando?
Asintió. —Sí, está ayudando un montón. Hemos hablado de cosas de las que no he hablado con nadie antes, cosas sobre mi pasado. Y hablamos sobre mi futuro, también.
La palabra pareció despertar su curiosidad. —¿Qué quieres en tu futuro, Paula?
Quería lo que toda mujer quiere: pertenecer, ser amada, encontrar un compañero en la vida. Su terapeuta la persuadía para hablar sobre sus sentimientos enterrados hace tanto tiempo, y quería hacerlo. Ahora que lo había aceptado, los pensamientos ocupaban gran parte de su cerebro. Y no sabía cómo separar esos pensamientos de los que tenía sobre Pedro. Él se había quedado con ella, la había cuidado, y nunca había intentado aprovecharse de ella. Sabía que no debía confiar en alguien que no conocía, pero había estado tan desamparada, tan pérdida, que no había tenido otra opción. Y Pedro se había ganado su confianza y respeto, algo que no daba tan fácilmente.
Fue en esta misma conversación que el Dr. Gomez la había sorprendido preguntándole si Pedro había demostrado algún interés romántico en ella, si había indicado que quería algo más que una amistad. Ella dijo que no. No había habido nada inapropiado en su comportamiento, y nada indicaba que quisiera más. Pero desde que esa semilla había sido plantada en su cerebro, se preguntaba por qué no lo había hecho. Estudió su cuerpo en el espejo, preguntándose si era lo suficientemente atractiva para él, y por qué no la notaba. Soñaba despierta con su aspecto sin camisa. Estaba innegablemente curiosa sobre su cuerpo, como se sentiría tocarlo, que la tocara. Nunca había estado tan interesada en un hombre antes, y aun así no podía negar sus sentimientos hacia él.
Antes de que Paula pudiera responder la pregunta de Pedro, la camarera regresó con sus platos. La cantidad de comida era demasiada para dos personas. Seguramente llevarían sobras a casa, pero Paula la disfrutó hasta que casi se encontraba incómodamente satisfecha.
Después de la cena, Pedro la acompañó afuera y la ayudó a subir a la camioneta. Se inclinó hacia adelante y le susurró—: Aún no respondes la pregunta, Paula.
Su piel rompió en escalofríos y apenas asintió. Todo el camino a casa se preguntó si tal vez, solo tal vez, él pensaba en las mismas cosas. Ellos juntos. Realmente juntos, no cruzándose el uno con el otro en su apartamento. Pero ninguno de los dos habló sobre el futuro por el resto de la noche.
Miraron televisión en el sofá hasta que Paula se durmió. Pedro la llevó hasta la cama, y sólo para ver lo lejos que él dejaría que las cosas llegaran, ella se cambió en su habitación, en vez de en la suya propia. En la apenas iluminada habitación, se quitó los vaqueros, luego dándole la espalda se quitó el suéter y sostén. Podía sentir sus ojos en su piel desnuda, su espalda, su trasero, vestido simplemente con su pequeña ropa interior de algodón blanca que le había comprado. Podía sentir su respiración acelerarse y la electricidad surgir entre ellos. Deseaba ser lo suficientemente valiente para enfrentarlo, pedirle que la tocara, que la besara, pero, por supuesto, no lo era. Se puso una de sus camisetas por la cabeza antes de girarse. Su mirada era intensa, quemándola. Viajó desde su rostro hasta sus piernas desnudas, llegando hasta el borde de sus muslos.
—Cúbrete —dijo, su voz áspera.
El primer pensamiento de Paula fue que estaba enojado hasta que notó que la aspereza de su voz y su ardiente mirada no eran de enojo, sino de deseo. Apenas pudo contener un gemido ante la comprensión, pero hizo lo que le ordenó y se metió en la cama, tirando de las sábanas sobre sus piernas.
Pedro se unió a ella. Intentó alcanzarlo, para sentirlo más cerca, para enredar las piernas con las de él, para escucharlo tranquilizarla con palabras gentiles como hacía casi todas las noches, pero se giró alejándose de ella y murmuró—: No esta noche, Paula.
Su voz levantó una pared entre ellos, y a pesar de compartir una cama, se preguntó si alguna vez compartirían algo más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario