miércoles, 12 de marzo de 2014
CAPITULO 27
El sábado por la mañana Carolina irrumpió en el apartamento de Pedro sin esperar que la invitara a entrar. Había estado esquivando sus llamadas y evitando sus peticiones para visitarlo por semanas, lo cual era extraño. Normalmente, cuando se trataba de su hermana, Pedro hacia prácticamente todo lo que quería.
—¿Dónde están? —preguntó severamente, pasando junto a él.
—¿Dónde están qué?
—Los cuerpos sin vida. —Pasó por alto la cocina, entrando en la sala de estar y mirando alrededor.
—¿Los qué? —Pedro fue detrás de ella, mirando nerviosamente a la puerta de la habitación de Paula, donde estaba seguro que se escondía.
—O las prostitutas. Lo que sea que estas escondiendo de mí. Dios, realmente debería haberte animado a tener más citas. Me preocupo por ti, sabes.
Se rio entre dientes. —Bien, como puedes ver, no hay cuerpos sin vida, no hay prostitutas. Todo está bien Caro. —
Un ruido en la habitación de huéspedes atrajo su atención. —¿Qué fue eso?
Pedro se movió incómodo y maldijo en voz baja mientras Carolina se dirigía a la habitación. No tenía idea de cómo explicar lo de Paula.
—Pedro, ¿mi cronometro se apagó? —Secándose las manos en el delantal que tenía atado a la cintura- Paula salió de la habitación y se dirigió a la cocina—. Ah. Hola. —Se detuvo repentinamente, frente a Carolina.
Carolina frunció el ceño, mirando entre Pedro y Paula, y finalmente se volvió hacia él. —¿Quién es ésta?
—Esta es… ah… —tartamudeó Pedro.
Paula dio un paso al frente, ofreciéndole su mano a Carolina. —Soy Paula, la nueva cocinera de Pedro.
—¿Cocinera? —La cara de Carolina estaba llena de duda.
—Sí. —La mirada de Paula permaneció impasible. No se veía ni de cerca tan nerviosa como se sentía Pedro. Pero el supuso que, al menos en parte, era cierto. Paula era su cocinera… más o menos—. ¿Supongo que eres su hermana? —preguntó Paula retorciendo sus manos en el delantal.
Carolina asintió, observando a Paula con curiosidad.
—Bueno, es un placer conocerte. Si me disculpan, sólo necesito sacar esos bollitos del horno.
—¿Hiciste bollitos?
—Sí.
—¿Caseros? —Las cejas de Carolina se levantaron.
—Por supuesto.
—No creo haber comido nunca bollitos caseros —comentó Carolina bajo su aliento.
—¿Te gustaría uno?
—No, no me gustaría uno. ¡Amaría jodidamente uno!
Pedro se rio entre dientes, mirando a las dos mujeres en la cocina, Paula sacando la bandeja del horno mientras Carolina miraba pasmada por encima del hombro los abultados bollitos. Era tan fanática de los productos horneados como él.
Paula sirvió café y bollitos calientes de frambuesa antes de corretear a su habitación nuevamente. Pudo haber mostrado valor al conocer a Carolina, pero Pedro sabía que no se sentiría cómoda participando en la charla o respondiendo preguntas sobre sí misma. Conseguir que se abra era un proceso lento.
La sonrisa de Carolina era tan ancha y sospechosa como la del maldito gato de Cheshire. —Así que es tu cocinera, ¿eh? —Hizo un punto estirando el cuello para mirar por el pasillo, hacia la habitación en la que Paula había desaparecido—. ¿Cocinera con cama adentro?
Pedro logró no derramar el café, colocando la taza sobre la mesa con las manos temblorosas. —Si cocinera, y ah, ama de casa.
Carolina desprendió un pequeño bocado del bollito y se lo metió en la boca. —Oh, Dios mío. Son increíbles.
Pedro se relajó en su asiento. Paula era una cocinera asombrosa, lo que le daba cierta cantidad de credibilidad a su historia.
—Así que, ¿es ella por lo que te has estado escondiendo?
—No me he estado escondiendo, Carolina. Sólo ocupado es todo.
—Uh, huh.
Esconder algo de Carolina era algo casi imposible. Lo sabía por experiencia propia, había descubierto su escondite porno cuando tenía catorce años, y la marihuana cuando tenía dieciséis y, por supuesto, las dos veces lo había delatado con sus padres. Siempre había sido como una segunda madre para él, a pesar de que sólo era tres años mayor.
Continuaron con una pequeña charla, Carolina quejándose del último percance de su cita, una cita a ciegas que conoció en línea y que le había entregado su resumen clínico y los resultados de su último análisis en la primera cita. —Te juro que atraigo a los hombres más extraños.
Pedro gruñó en respuesta. Descubrió que si asentía con la cabeza de vez en cuando, sus conversaciones eran más suaves.
—¿Puedo usar el baño?
Pedro se irguió. —Ah, sí, sólo que usa el que está en mi habitación. No estoy seguro dónde está Paula.
—De acuerdo. —Carolina se paseó hacia su habitación.
Volvió un minuto después, con su rostro iluminado con una sospecha juguetona. —Cocinera y ama de casa ¿eh?
La frente de Pedro se frunció. —¿Qué?
—¿Y por eso sus bragas están en el piso de tu baño?
Maldición. Pedro había olvidado que ella había tomado un baño en el jacuzzi en la mañana. Había dejado un pequeño par de bragas color rosa tirado en la alfombra de baño, ante el cual se había parado y observado por unos buenos diez minutos, sin saber qué hacer con ellos. Finalmente los había dejado ahí, pensando que tal vez regresaría a buscarlos.
Pedro caminó a la habitación, agarrando las bragas de donde yacían en el suelo y las metió en el cajón del cuarto de baño. Maldición. No tendría a Carolina haciendo un gran escándalo sobre eso. No quería que Paula se avergonzara, o peor, se abochornara. No había hecho nada malo. Pero sabía que, tarde o temprano, Carolina se daría cuenta de la verdad —bueno tal vez no la verdad actual— que Paula era refugiada de una secta, pero probablemente llegaría a la conclusión de que eran novios y acribillaría a Paula con preguntas. No podía dejar que eso pasara.
Volviendo a la sala de estar, apartó a Carolina a un lado. —Escucha. No es mi cocinera o mi ama de llaves.
Su boca se curvó en una sonrisa. —No me digas. Bueno, ¡era la maldita hora de que comenzaras a salir con alguien! ¿Cómo voy a ser tía si nunca encuentras a una chica? Quiero decir, quiero mis propios hijos, pero sabes que la mejor cosa siguiente sería…
—Alto. —Pedro levantó una mano—. No es mi novia tampoco. Paula sólo tiene diecinueve años.
Las manos de Carolina volaron hacia sus caderas. —Demonios. Un poco joven, ¿no crees? Y si no lo has olvidado, tu cita con mi amiga Sara es la próxima semana. Quiero asegurarme que no estas involucrado con otra mujer. Chica. Lo que sea.
—Escucha, voy a explicarte todo, pero necesito que confíes en mí.
Su mirada se suavizó. —Confío en ti, Pepe. Lo sabes.
Él asintió. —Entonces ven, siéntate. —La llevó hasta el sofá y se sentó frente a ella.
Afortunadamente, no tenía que preocuparse de que Paula oyera, porque justo entonces salió de su habitación, diciendo que necesitaba sacar a Renata. Carolina, por supuesto, tenía que conocer a Renata, lo que dio lugar a hablar un montón como bebé y acurrucar a la pequeña bestia. Pedro se esfumó, sirviéndoles otra taza de café y tomando más bollitos.
Una vez que Paula estuvo afuera, le explicó toda la historia sobre encontrar a Paula en el recinto, rescatarla de esa mala casa y que había estado viviendo con él durante tres semanas en secreto. Sabía que en la Oficina enloquecería si se enteraban, pero no podía enviarla lejos. Dejó de lado la parte en que Paula invadía su cabeza prácticamente a cada hora del día, haciéndole difícil concentrarse en el trabajo, en el gimnasio, y sobre todo en casa.
Carolina permaneció en silencio mientras hablaba, asintiendo con la cabeza y luciendo preocupada. —Guau. Esa es una gran historia. Dime la verdad, Pedro, ¿son ustedes dos… amantes? —Tragó duramente.
Pedro sabía que la respuesta equivocada le ganaría un golpe en la cabeza, pero respondió con sinceridad, que ni siquiera la había tocado. No sexualmente al menos.
—Bien. Es demasiado joven para ti.
—Y demasiado dañada —señaló Pedro—. Aunque está viendo a un terapeuta y parece estar haciéndolo mejor.
—¿Y el perro?
—Idea del terapeuta. Terapia de animales o algo por el estilo.
—Hmm —asintió Carolina—. ¿Estás seguro que sabes lo que estás haciendo, Pepe?
—Sí. —No.
—Bueno, no te olvides de la cita con Sara. Todavía iras, ¿verdad?
—Claro. —Mierda. Había esperado salirse de eso—. Iré a la cita, si me haces un favor. —Pedro se volvió en su mejor sonrisa por favor hazlo por tu hermano pequeño—. ¿Llevarías a Paula al centro comercial? —Sacó la tarjeta de crédito de su bolsillo y se la entregó—. Necesita ropa, zapatos, casi de todo.
Agarró la tarjeta de sus manos con una sonrisa. —Ahora, eso puedo hacerlo.
Paula regresó unos minutos más tarde con Renata situada en sus brazos como si fuera el trono personal de la maldita cosa. Resistió el impulso de rodar los ojos y bajar al perro fuera de su alcance. —Voy a cuidar a Renata. Quiero que vayas con Carolina a comprar ropa nueva, y lo que sea que necesites, ¿de acuerdo?
Estudió su expresión por un segundo antes de que su rostro estallara en una enorme sonrisa. —De acuerdo. —Se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla—. Gracias.
—Ahora ve —ordenó.
Una vez que Paula y Carolina se fueron, Pedro fue arrastrado nuevamente a su baño principal como un imán. Abrió el cajón en el que se encontraban las bragas de Paula y miró la pequeña pieza de tela ilícita. Bragas de encaje de color rosa pálido. Hubiera pensado en Paula más como el tipo de chica de bragas de algodón blanco. Las levantó para inspeccionarlas. Eran de corte alto, probablemente mostrando generosas porciones de su culo perfecto.Demonios. Tiró las bragas en el tocador y abrió la ducha.Mientras vapores humeantes flotaban perezosamente hacia el techo, no pudo resistir más. Trajo la ropa interior a su nariz y aspiró el picante aroma femenino. Su polla saltó a la vida ante el perfume. Había estado fantaseando con Paula durante demasiado tiempo y si no conseguía un alivio pronto iba a entrar en combustión.
Con una mano aún aferrando las bragas, la otra trabajó para liberarlo de los confines de sus vaqueros. Ya estaba duro como una roca, su polla hinchada y lista. Se acarició fuerte y rápido, se bombeó sin piedad mientras el olor de Paula llenaba sus sentidos. Su piel suave, su preferencia de estar sostenida en sus brazos, y la ligera fragancia femenina de su piel. Se bombeó más rápido, rezando para que el alivio llegara. Sus piernas temblaron, y con una mano alcanzó la barra para soportar su peso mientras su orgasmo golpeó.
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