jueves, 6 de marzo de 2014

CAPITULO 14




La casa de Pedro no era lo que Paula había pensado. No estaba segura de qué esperaba, pero el gran y moderno apartamento del tercer piso con ventanas de piso a techo y muebles elegantes fue inesperado. Se encontraba demasiado exhausta para explorar, estando agotada y luchando contra un ataque de pánico. Obedientemente siguió a Pedro. Haciendo su mejor esfuerzo en escuchar mientras le señalaba cosas. El pequeño rincón de desayuno dio paso a una gran sala de estar con un sofá color café frente a un gran televisor de pantalla plana.
Ella ya amaba la inmaculada cocina, con sus electrodomésticos de acero inoxidable y su rústica isla de madera, incluso si la vista de ello inicialmente provocó una punzada de tristeza en su pecho. Pensando en cocinar, recordó el recinto, lo cual la hacía pensar en los niños.
Estaba preocupada por donde se encontraban y si estaban bien cuidados. Especialmente la pequeña Brissa. La niña de cinco años era muy lista y dura, la niña más resistente que conocía y sin embargo, se veía tan triste cuando se la llevaron en la furgoneta con los otros niños. Esperaba que ella estuviera bien. Deseaba encontrarla… pero había dejado eso de lado mientras trabajaba en hacer una receta básica de fettuccine Alfredo. No podía decir que jamás haría ese plato en particular a las tres de la mañana, pero sus opciones habían sido limitadas con una cocina tan pobremente equipada.
Se encontró preguntándose cómo cuidar de Pedro y pensó que era extraño que no estuviera casado. Él estaba a finales de los veinte, era amable y atractivo, pero tan rápido entraron esos pensamientos en su cabeza, ella los ahuyentó. No tenía por qué preguntarse acerca de su vida amorosa.
Siguió a Pedro por el corredor, donde señaló un gran baño de invitados con piso de mármol y el dormitorio, que ella ya había visto, antes de detenerse en la otra puerta al lado de la suya.
Aclaró su garganta. —Esta es la habitación de huéspedes. —Le hizo una seña para que entrara.
Ella paso a su lado, entrando en la espaciosa habitación decorada en colores cremas y blanco. La acogedora cama en el centro de la sala la hizo continuar. Cuando llevo una mano hacia el centro de la afelpada cama, no había manera en la que volviera a dormir en ese duro y manchado catre. La cama tenía las sabanas más suaves que había sentido. Recorrió la sala, pasando la mano por las suaves curvas de la cómoda de madera oscura y luego se volvió hacia Pedro. Se preguntó si podía quedarse. Había algo en él, lo sintió desde el primer momento en que lo vio en el recinto. A pesar de que probablemente debería haberle temido, se sintió reconfortada por su presencia.
—Tu puedes, mm, dormir aquí. —Se pasó una mano por la parte trasera su cuello. Flexionando los bíceps. Marcándose a través de la playera que usaba. Tenía unos largos y poderosos músculos en la espalda, hombros y brazos, pero por alguna razón Paula sabía que no la lastimaría. No le parecía del tipo violento.
—Gracias —murmuró. Trataba de imaginarse viviendo en un lugar tan lindo, pero era muy grande y muy vacío para sentirse cómoda. Acostumbraba a dormir en una habitación compartida con otras mujeres y niños, relajándose con el sonido de la respiración o los suaves ronquidos. Aun así, apreciaba que le prestara la habitación, donde por lo menos estaría a salvo. Ya había notado que la puerta tenía su propio cerrojo.
Se quedaron uno frente al otro, sin hablar, pero estudiándose. Paula cambió su peso, bajando la mirada a sus pantalones vaqueros holgados y sudadera. No tenía ropa para cambiarse, o una pijama ni cepillo de dientes, pero no le preguntaría a Pedro por nada más. Él ya había sido muy amable y no quería aprovecharse de su recibimiento o causarle alguna objeción a su estancia.

Paula seguía parada en el centro de la habitación, sus pies desnudos en la afelpada alfombra. Pedro de pronto se encontró agradecido con su hermana Carolina por su ayuda con la decoración. Se había resistido al principio pero ella lo había llevado poco a poco a cabo, recordándole que probablemente el seguía siendo soltero, pero ya no tenía más veintidós años y que ganaba bien. Dijo que ya era tiempo que viviera como adulto. Así que había conseguido un nuevo juego de dormitorio para sí mismo, o mejor dicho fue junto con Carolina a la tienda de muebles, y le entregó su tarjeta de crédito una vez que había elegido todo.
Ella redecoró su lugar cuarto por cuarto, terminando con la habitación de invitados en la que Paula se encontraba. Le había dicho a Carolina que era un desperdicio de dinero, esta habitación jamás había tenido a un huésped en los tres años que llevaba viviendo aquí. Era donde guardaba la tabla de planchar que raramente usaba, un juego de maletas y una bicicleta de montaña. Pero ahora viendo a Paula caminar junto a la cama y presionar su mano en el centro de la afelpada colcha, silenciosamente elogió la intervención de Carolina, no es que alguna tuviera que admitírselo.
—Espera aquí. Regresaré. —Pedro regresó un momento después con un par de chándales y una vieja camiseta, entregándoselas a Paula—. Si sirve de algo puedes usar esto.Paula aceptó la ropa agradecida, y Pedro dejó la habitación para que pudiera cambiarse. Minutos después, llamo a la puerta con los nudillos. —¿Estás aceptable?
Abrió la puerta y se paró enfrente de él. Las ropas flojas parecían tragársela.
—Vamos a resolverlo todo por la mañana. Sólo descansa un poco, ¿de acuerdo? Paula asintió, bostezando. Pedro la observó arrastrarse hacia la cama, su pecho se tensó al verla vestida con su ropa, viéndose tan pequeña e indefensa en la gran cama. —Buenas noches —pronunció con una voz sorprendentemente firme.

CAPITULO 13



Comieron en silencio por algunos minutos. Pedro no quería presionarla, estaba feliz con que estuviera cómoda hablando de todo.
—Esto está delicioso, por cierto. —Clavó un tenedor lleno de pasta y logró otro bocado, a pesar de que se llenó hace cuatro bocados. Tenía un apetito saludable, pero Paula había hecho lo suficiente para alimentar a un ejército, si el plato lleno de pasta en la mesa entre ellos era alguna indicación.
—Obviamente sabes mucho de mí —dijo Paula, enredando un largo mechón de cabello en su dedo—. Pero si voy a estar aquí, debería conocer más de ti.
Él se encogió. —¿Qué quieres saber?
Lo pensó un momento, continuó jugando con su cabello. La atención de Pedro fue de sus brillantes ojos verdes a su boca y la forma en la que distraídamente jugaba con un mechón de su cabello.
—¿Esposa, novia?
—Soy solo yo.
—¿Cómo es eso?
Pensó en cómo responder, pero no el por qué —no quería la responsabilidad, el dolor que venía con la pérdida del ser amado. Pero él se tomó su tiempo, considerando que respuesta darle.
—Así es como lo quiero.
Paula frunció el ceño ligeramente. —¿No te sientes solo? ¿Qué hay con tu familia? ¿Están cerca?
Pedro se quedó quieto, observando la forma en que su mano se detuvo cuando estuvo insegura de sí misma, preguntándose si había sobrepasado un límite con esa pregunta.
—Esa es otra cosa que tenemos en común.
Sus ojos buscaron los de él, tratando de entender —Tus padres…
—Murieron, hace algunos años. Solo somos mi hermana Carolina y yo. Ella es tres años mayor y un dolor en el trasero —añadió, con la esperanza de agregar un poco de ligereza de nuevo al momento que, de pronto se había vuelto más pesado de lo que había contado.
—Lo siento —susurró. Sus ojos nunca dejando los de él.
La comprensión surgió entre ellos y sus miradas quedaron enganchadas. Los ojos de ella se suavizaron y empujaron la obscuridad en la mirada de él hasta que ya no fueron desconocidos, sino dos personas que se conectaban por una perdida que dejó una herida muy profunda, que nunca sanó.
Él tomo una lenta y temblorosa respiración. Esto no era parte del trato. No podía ablandarse ahora. Solo por que trajo trabajo a casa, por así decirlo, no quería decir que tuviera que ponerse todo sentimental. Dios,¿Qué venía después? ¿Llorar en el hombro del otro? ¿Tejer una maldita manta?
De ninguna jodida manera. Haría lo que tuviera que hacer para ayudar a Paula. No estaba de acuerdo con ver a una mujer sufrir, eso era todo. No debía involucrarse emocionalmente. No podía. No otra vez. Tenía un gabinete lleno de medicinas, que era el resultado de haberse involucrado anteriormente en algo que no debía.
—Gracias —espetó. Más que listo para cambiar de tema.
Los restos de comida que se encontraban entre ellos se habían enfriado, y Paula lucía muy exhausta. Se desplomó en su silla, su cabeza apoyada en la mano.
—Vamos, te llevaré a la cama. —Colocó los platos en el fregadero y llevó a Paula a la habitación de invitados.

miércoles, 5 de marzo de 2014

CAPITULO 12


Cuando se despertó poco tiempo después. Tardó un momento en darse cuenta que el cuerpo caliente presionado contra él pertenecía a Paula. Levantó la cabeza, sondeó su cuerpo y también el de ella. Habían cambiado de posición al dormir así que él se estiraba sobre su espalda, ella recostada con la mitad del cuerpo encima de él y la otra mitad encima del sofá. Paula se despertó cuando él se movió y sus ojos rápidamente se encontraron.
Él murmuró una disculpa y se desenredó de su agarre.
Se pasó una mano a través de la mandíbula. Jamás se había sentido tan fuera de lugar en su casa. El sonido del estómago de Paula lo hizo sonreír y romper un poco de la tensión. Ella colocó una mano sobre su vientre. —¿Tienes hambre? —Se rio entre dientes.
—Sí —asintió.
—Ven, Vamos a ver que encontramos en la cocina. —La guió dentro de la gran cocina de su apartamento—. Creo que tengo que advertirte, no cocino.
—Yo sí. —La mano en su antebrazo lo detuvo y le indicó que tomara asiento en un taburete escondido debajo de la isla de la cocina—. Permíteme.
—¿Estas segura que quieres hacerlo?
—Me hará sentir mejor, más normal. Solía cocinar todo el tiempo en el recinto.
Pedro se suavizó, hundiéndose en el asiento. La hora parpadeaba desde el reloj del microondas. Eran las tres de la mañana. Repentinamente se sintió agradecido de no tener que ir a trabajar en pocas horas, y a pesar de la hora, no estaba exhausto como esperaba. Observaba a Paula moverse por su cocina, revisando los tristes contenidos del refrigerador, tomando artículos de la despensa y el armario mientras iba.
—Disculpa no tengo mucho.
—Tienes huevos —dijo colocando el cartón en el mostrador
El frunció el ceño, incapaz de recordar cuando fue la última vez que compró comida. —Tal vez quieras checar la fecha de caducidad de esos.
Ella levantó el cartón para revisar la fecha impresa debajo. —Hmm. No tenemos huevos.
Sacó una caja de la despensa. —Pasta, entonces.
No escapó a su atención que ella dijo tenemos, implicando que había dos de ellos juntos contra toda la mierda que había sufrido hasta ahora. No supo cómo tomar el comentario, pero asintió.
—Bien. —Ella lo llevaba sorprendentemente bien, a pesar de la locura de la situación.
Echó pasta dentro de una olla con agua salada hirviendo. Pedro miraba sus movimientos y decidió que le gustaba tenerla en su cocina. Una pequeña sonrisa tiraba de su boca mientras ella se movía sin esfuerzo.
Una vez sentados en un pequeño hueco de la cocina, probando la pasta con una rica salsa que ella hizo con leche, mantequilla y queso parmesano, se aventuró a preguntar sobre su pasado.
—¿Puedo hacerte unas preguntas acerca del recinto… y de cómo creciste? —Él sabía algunos detalles por leer los archivos del caso, pero quería oír la historia contada por Paula.
Ella asintió de mala gana. Sus ojos estaban inquietos, mirando cualquier cosa menos a él.
—Solo déjame saber si hay algo con lo que no te sientas cómoda respondiendo. Y no hablaremos de ello. —No pretendía presionarla mucho esta noche. Había pasado por mucho, pero pensaba que si ella se iba a quedar en su casa, había cierta información básica que necesitaba saber, aunque sólo sea para asegurarse de que se sentía lo más cómoda como fuese posible.
—¿Cómo fue crecer ahí?
Tomó una respiración profunda y comenzó reiterando algo de lo que había leído en los archivos del caso. Jorge quería crear una comunidad perfecta: Cultivaban su propia comida, que vendían en los mercados de agricultores y eran totalmente autónomos. Él les enseñaba que el mundo era un lugar peligroso, que las personas eran obscenas y nada confiables. Les enseñaba que los gérmenes y las enfermedades difundidas por contacto sexual, eventualmente matarían a la mayoría de la población y no serían capaces de procrear, así que los seguidores de Jorge debían separarse del resto para vivir limpios.
—¿Cómo es que tu mamá quedó involucrada? —preguntó Pedro
Paula cruzo las manos en su regazo. —Se enamoró de él. Era encantador, tenía mucha labia, un buen confidente. Capaz de convencer fácilmente a la gente de seguirlo.
Pedro conocía mucho de eso por la información que la Oficina había colectado en el archivo.
—Él podía ser muy persuasivo. Cuando hablaba la gente escuchaba —explico Paula
—¿Qué hay de ti? ¿Creías en lo que enseñaba?
Ella asintió. —Al principio no conocía nada más. Pero conforme fui creciendo, comencé a cuestionarme. Tenía este deseo de verlo por mí misma, eso me inquietaba a veces.
Cuando el plato de ella estuvo vacío, Pedro le sirvió otra porción de pasta antes de instarla a continuar.
Ella tomó un bocado de fideos, perdida en sus pensamientos. —Más que nada, yo quería ir a la escuela, Jorge no pudo entenderlo. Trató de convencerme que no era seguro. Los chicos de afuera… —Se detuvo de pronto, sus ojos cayendo en su plato.
—¿Qué? Puedes decirme.
—Él dijo que los chicos solo querrían una cosa de mí, llegar a mis bragas.
¿Había estado alguien en sus bragas? ¿Y por qué ese pensamiento lo hacía querer golpear a alguien? No tenía el derecho a hacerle ningún reclamo, sin embargo, no pudo evitar la racha posesiva que surgió dentro de él. —Bueno. ¿Entonces lo tomo como que no fuiste a la escuela?
—No. Pero me rehusé a ceder y finalmente conseguí que Jorge contratara un tutor para mí, así que pude obtener mi diploma de secundaría. Nos reuníamos en la biblioteca local dos veces por semana durante el último año. Yo era de los pocos que tenían permiso para dejar el recinto.
Guau. Él tuvo razón acerca de su determinación.

CAPITULO 11


Captando su reflejo en el espejo, Pedro, en contraste, era todo masculino. Su quijada estaba cubierta con una obscura barba de pocos días, su cuerpo magro y esculpido con músculos, que él había trabajado arduamente para mantenerlo. Comparado con Paula, él era todo llanuras duras y bordes afilados, todos a excepción de su boca sensual. Más de una exnovia había halagado sus labios, y lo que podía hacer con ellos. Cuando estaba con una mujer, usaba cada arma de su arsenal de seducción —su boca, lengua, manos, incluso su fuerza— a menudo le gustaba la sensación de poder, la cruda masculinidad de recoger a una mujer y cargarla mientras la follaba. Había pasado varios meses desde que había tenido una amante y su cuerpo crecía con un inquietante deseo.
Una vez que Paula estuvo limpia, Pedro dio un paso atrás y encontró sus ojos. Ellos seguían nadando en lágrimas y su respiración era poco más que jadeos de aire. Él podría decir que la más mínima cosa la pondría al borde de nuevo. Mierda. Tanto para relajarse.
Paula era un desastre. Era de esperarse. Probablemente había pasado por el infierno en estos últimos días y el haber sido golpeada antes, la habían mandado al borde. Una chica como Paula, que había crecido tan abrigada con una extraña educación, no tenía defensas para protegerse del caos puro que este mundo repartía. Él sabía por los archivos del FBI que los niños y las mujeres eran raramente vistos fuera del recinto.
Pedro, por otro lado, estaba curtido, amargado, y ciertamente no demasiado ilusionado en creer en el felices-por-siempre. Había visto mucho trabajando para el FBI en estos seis años, y experimentado el dolor de primera mano cuando sus padres fueron golpeados y asesinados por un adicto a la metanfetamina ebrio y drogado en el momento del accidente. Sin embargo, él lo sentía por Paula, se compadecía por ella. No era de las que les va bien por su cuenta, eso era obvio.
Le levantó la barbilla y trazó un lento círculo sobre su quijada. —Te tengo. Todo va a estar bien.
Ella asintió pesadamente y sus ojos sombríos encontraron los suyos. —¿Qué pasa ahora?
Pedro pudo notar la aprehensión en su rostro. La realidad era que él no sabía qué pasaría después. Pero sabía que una cosa era segura; no la llevaría a su casa. Necesitaban dormir, y ya podrían pensar que hacer después. —Ahora dormir. Vamos. Te voy a mostrar todo.
Le ayudo a bajar del mostrador, y la guió por el apartamento, dándole un breve tour. La llevó a la sala y la animó a sentarse en el sofá.
Estaba a punto de darse la vuelta y dirigirse a la cocina a buscar un poco de agua y un analgésico. Pero silenciosamente tomó su mano y la sostuvo entre las suyas, sus ojos suplicándole que se quedara.
Se sentó a su lado y ella sin decir nada bajó la cabeza para descansarla sobre su muslo, encajándose en él. Pedro no podía respirar. No podía pensar. No se atrevió a moverse con su cabeza clavada en su muslo cubierto de mezclilla. Ella subió y doblo sus piernas en el sofá, curvándose en posición fetal, y cerró sus ojos. No supo qué hacer con sus manos, se conformó haciendo un puño a un lado y colocó la otra cuidadosamente sobre el hombro de Paula. La dejó dormir, renuente de rozarla desde el lugar que ella había escogido.

CAPITULO 10



Paula insistió en que podía caminar sola, pero Pedro aseguró un brazo alrededor de su cintura y la ayudó a entrar. Luego dejó las llaves en la mesa, todavía sosteniéndola.
Sabía que no debería llevarla ahí. Dios, Roberto y los chicos tendrían un maldito día de campo con esto. Aunque él muchas veces llevó el trabajo a casa, esto era muy diferente.
Ella podía quedarse en su cuarto de invitados esta noche, ya mañana podría llevarla a otra casa segura. Pero por el momento, . solo buscaba que se sintiera tranquila. Si se necesitaba colocar una cerradura más grande en la puerta de su habitación para hacerla sentir segura, así lo haría. Podría darle algo de gas pimienta también.
Pedro tomó una respiración profunda, tratando de calmar sus nervios. El pánico que tenía en su voz cuando lo llamó, lo tenía preguntándose qué había pasado exactamente una vez que él se fue, pero no quería presionarla. Tenía una buena idea por el coordinador que probablemente ella tenía pánico de estar sola. Si el modo de vida en el recinto era alguna evidencia, había crecido rodeada de gente en todo momento. Tenía casi decidido llevar a Paula a salvo en su cama y olvidarse del protocolo.
Ella movía sus ojos alrededor de su apartamento, parecía disfrutar de su entorno. —Ven. —La guió a través del corredor—. Vamos a limpiarte.
Pasó por el baño de invitados, sabiendo que no estaba equipado con lo que necesitaba. En su habitación, ella se detuvo brevemente, sus pies deteniéndose en el umbral, los ojos fijos en la enorme cama. —Está bien —Insistió—. Solo vamos al baño principal.
Sus ojos se movieron a la puerta abierta a través de la habitación y asintió, permitiéndole que la lleve. Los músculos de su cara se tensaron, pero sus pies comenzaron a moverse de nuevo.
Él prendió la luz y maldijo su falta de limpieza. Varias botellas y jarras llenas del mostrador —crema de afeitar, loción para después de afeitarse, desodorante, pasta dental— todo a su alcance ya que se preparaba para el trabajo en piloto automático. Limpió un lugar en el mostrador tirándolo todo dentro de un cajón y después colocó a Paula en el mostrador, delante de él.
El mojó un paño y cuidadosamente le limpió la cara, frotando los rastros de sangre seca.
Su pecho se alzaba y caía con cada respiración superficial y sus grandes ojos verdes observaban cada movimiento que él hacía. Eran inquisitivos y brillaban con determinación. Se sintió atraído hacia ella, queriendo descubrir todo lo que pudiera acerca de esta misteriosa, hermosa chica que creció en un culto, ella se froto sus manos sobre sus brazos en un esfuerzo por calmarse y recobrar un poco de control de la situación. Él pudo sentir la desesperación que sentía, su perspectiva parecía bastante deprimente. Se esforzó en encontrar palabras para tranquilizarla, para calmarla, pero se quedó corto y en su lugar siguió en silencio limpiando sus heridas lo mejor que pudo,
Una vez que estuvo limpia. Le aplico bálsamo con pequeños toques y un hisopo.
—¿Cómo es que sabes hacer esto? —preguntó.
Sus ojos se fijaron rápidamente en los de ella. Se encontraban tan cerca que él podía inclinarse y besarla. —¿Hmm? Ciertamente me han golpeado antes. No es gran cosa. Estarás como nueva en unos días. —Frunció el ceño.
—¿Golpeado? ¿Por qué tu trabajo es peligroso?
Él tapo el bálsamo y consideró su pregunta. —Sí, a veces, otras veces no, pero de hecho pensaba en mi adolescencia. Yo era un poco problemático. Mis papás me mandaron a una escuela militar en mis últimos dos años de escuela secundaria.
—Oh. —Los ojos de ella eran grandes e inquisitivos, como si quisiera preguntar más, pero en lugar de eso se miró las manos—. ¿Cuántos años tienes?
—Veintisiete —contestó. Muy viejo para ti.
Los ojos de él captaron su reflejo en el espejo y la expresión seria en su rostro lo distrajo, su frente lucía concentrada y su boca en una fina línea. Hizo su mejor esfuerzo por relajar sus hombros, sabiendo que necesitaba estar calmado si es que quería que Paula se relajara.
Unos latidos después, ella se relajó, su respiración se suavizó, y sus manos se desenroscan en su regazo. Sus rasgos eran enteramente femeninos. Desde su larga cabellera negra que se riza en las puntas, sus almendrados ojos rodeados de obscuras pestañas, hasta su delicada y suave piel. Paula era una belleza natural.

CAPITULO 9


No podía entender lo que le pedía. Por supuesto que Pedro quería llevarla lejos de este lugar, desde la primera vez que había puesto los ojos en esta casa destartalada. Sin embargo, el protocolo y cruzar los límites profesionales se agitaron en la parte posterior de la cabeza. Se resistió a la tentación de suavizar los mechones enredados de pelo de su cara, pero mantuvo los brazos alrededor de su cintura. El labio ensangrentado de Paula, la hinchazón de la cara, y el agotamiento que podía leer en su rostro le dijeron que este no era el momento para discutir.
—Está bien. Te sacaré.
Mañana resolverían todo.
Levantó a Paula de la silla y la abrazó como si estuviera completo. Y tan fuerte como antes, la necesidad de proteger se encendió dentro de él.
Sacándola a la noche, Pedro abrió la puerta de acompañante y la ayudó a subir. Se inclinó sobre ella para abrocharle el cinturón de seguridad. Cuando sus manos rozaron sus costillas, se sobresaltó, aspirando en un suspiro tembloroso. Tal vez debería revisar su cuerpo por heridas, había soportado probablemente algunos golpes más y moretones, pero su primera prioridad era sacarla de aquí.
Se quedó en silencio dentro del coche, ni siquiera preguntando adónde iban. Ciegamente confiaba en él. La sensación era embriagadora.
Mantuvo el volumen bajo de la radio, dejando a Paula en sus pensamientos, mirando por la ventana mientras conducía. Pedro echó un vistazo en su dirección, preguntándose en que podría estar pensando. El silencio incómodo hizo que su cerebro buscara algo de hablar como un grifo que gotea.
—¿Es tu primera vez en la ciudad? —le preguntó.
Paula mantuvo sus ojos en los edificios que pasaban.
—Nosotros no abandonábamos mucho el complejo.
Por supuesto. Pregunta estúpida. Lo intentó de nuevo.
—¿Te duele la cabeza? ¿Qué hay de tus costillas?
Se pasó los dedos por el pelo enmarañado, por el punto de la protuberancia.
—Creo que están bien.
Al menos había dejado de llorar. Nada lo hacía entrar más en pánico que una mujer llorando.
Cuando aparcó en su espacio de estacionamiento y apagó el motor, un profundo silencio cayó sobre ellos en el espacio confinado. Su ritmo cardíaco derrapo de repente consciente de ella. El aroma ligero y femenino que se aferraba a su piel, su pequeño cuerpo, y el abrumador deseo de protegerla, no podía negar el dolor posesivo que corrió a través de su sistema.
—¿Por qué te desmayaste, Paula?
Ella tragó con dificultad.
—Ese lugar me asustó. Había demasiada gente... demasiados hombres extraños…
Él asintió con la cabeza. No pasó desapercibido para él que era un hombre extraño para ella, sin embargo, aquí estaba sola con él también.
—Este es el lugar donde vivo —dijo finalmente.
Sus ojos se abrieron.
—¿Me trajiste a tu casa?
—¿Está bien?
Ella lo miró con una expresión cansada e insegura y se retorció en su asiento.
—Lo siento, yo no sabía dónde más llevarte. Entra, y si decides no quedarte, te llevaré a donde tú quieras ir.

Aparentemente satisfecha, salió del coche.

martes, 4 de marzo de 2014

CAPITULO 8


Pedro se detuvo en su aparcamiento subterráneo justo cuando la tormenta iluminó el cielo. La grieta de un rayo enojado atravesó la noche, seguido del ruido sordo de un trueno. Había estado lloviendo sin parar todo su viaje a casa, pero la tormenta parecía duplicar su fuerza en cuestión de segundos, láminas de agua cayendo desde el cielo.
Maniobraba en su espacio de estacionamiento cuando una llamada entró en su teléfono, había sido un fin de semana extrañamente silencioso, ni siquiera Carolina lo había llamado. Y a esta hora en la noche del domingo, no sabía quién podría ser. Pescando el teléfono de su consola, noto el código de área de Dallas, pero no reconoció el número.
No podía entenderla al principio, su voz estaba llena de tensión, y era apenas un susurro, pero pronto se dio cuenta que era Paula. Y ella le pedía que volviera. Puso el cambio y aceleró el motor antes de que sus palabras se terminaran de pronunciar.
Manteniendo la línea mientras conducía, quiso bombardearla con preguntas, para saber si había pasado algo, pero se resistió. A pesar de que todo lo que pasó por su mente, había encontrado la calma, diciendo que estaría allí, y piso más el acelerador para volver a ella. Después de finalizar la llamada, dio un puñetazo contra el tablero. Maldita sea, no debería haberla dejado en ese lugar. Pero ¿qué otra opción le quedaba?
Apretó el volante, esperando a que cambiara el semáforo. Tenía que sacarla de esa casa, probablemente alojarla en un hotel para pasar la noche. Eso sería lo correcto, pero sabía con absoluta certeza lo que realmente quería hacer. Quería llevarla a casa con él, donde podía tenerla bajo el mismo techo y asegurarse tranquilamente de que estuviera a salvo.
Cuando Pedro llegó, pulso el timbre de la puerta de entrada trasera. Fue recibido por un hombre mayor, el guardia de noche, seguramente.
—¿Dónde está Paula?
Irrumpió pasando al hombre, siguiendo el sonido de sollozos suaves hacia el fondo de la casa. Se introdujo a una oficina, donde se encontró con una mujer mayor sentada detrás de un escritorio, y Paula echa un ovillo en la silla frente a ella.
—Paula—dijo con voz áspera.
Ella levantó la vista y Pedro casi se tambaleó hacia atrás.
Cristo.
Parecía que alguien había usado su cara como un saco de boxeo. Su labio hinchado y cortado estaba salpicado con sangre y su ojo izquierdo ya se oscurecía con un moretón. Cuando ella lo miró a los ojos, dejó escapar un suave suspiro, aparentemente consolada por su presencia.
—Shh. Estoy aquí.
Él metió sus dedos debajo de su pelo por la parte posterior de su cuello. Entonces volvió su atención a la mujer detrás del mostrador.
—¿Qué demonios ha pasado aquí?
—Tome asiento, ¿señor....?
—Pedro Alfonso.
Se sentó en la silla junto a Paula. Ella se metió en su regazo, enterrando la cara en su cuello mientras sollozos sacudían su cuerpo. Sus brazos, aferrándose con fuerza, enrollados alrededor de Paula cambiándola a una posición más cómoda en su regazo. Una vez que Paula se acomodó, su entrenamiento se hizo presente y comenzó a disparar preguntas al coordinador del centro.
Explicó que habían perdido la luz brevemente por la tormenta, y cuando subieron a comprobar y asegurarse de todo el mundo estaba seguro, encontraron a Paula inconsciente en el piso del baño, donde aparentemente se había desmayado y se había golpeado la cabeza en el lavabo de porcelana mientras caía. Sus dedos se enroscan automáticamente en su cabello, suavizando el golpe que encontró en la parte posterior de su cabeza.
El coordinador parecía despreocupado, como si hubiera tratado estas situaciones muchas veces. Pero Pedro no lo había hecho, y tampoco Paula. Unos ojos vacíos miraban la pared frente a él. La calmó con su mano yendo de arriba y abajo en su espalda, sin saber muy bien qué hacer para consolarla.
La mujer detrás del mostrador miró por encima de sus gafas, la boca torcida en una mueca de desaprobación. Pedro podría decirle a la mujer que en estos momentos se preguntaba exactamente qué tipo de relación compartía con Paula.
Su tono de voz y las preguntas eran profesionales, pero actualmente el cuerpo de Paula envuelto a su alrededor decía que era algo totalmente distinto. Él optó por no identificarse a sí mismo como un agente, y dejó que la mujer pensara lo que quisiera.
Una vez situada en su regazo, la respiración de Paula volvió a la normalidad, y el golpe constante de los latidos de su corazón contra su pecho le dijo que se estaba recuperando. Ella se encontraba bien. Gracias maldito Dios. No entendía por qué su presencia la calmó —no era como si tuviera mucho que ofrecer— pero él no estaba dispuesto a cuestionarla. No cuando ella se hallaba tan frágil.
La mujer levantó una mano.
—Escucha, sé que esto no es el Ritz , pero si quiere quedarse aquí, puede. Si quiere irse, está bien. Todo depende de ella.
Paula levantó la cabeza de su pecho y se encontró con los ojos de Pedro.
—¿Puedes sacarme de aquí?