miércoles, 12 de marzo de 2014

CAPITULO 25



Paula llevó las bolsas de las compras hasta el baño de huéspedes. Tomó cada artículo para inspeccionarlo. Un par de jeans oscuros gastados, un suéter gris jaspeado súper suave y fino, y ropa interior de algodón blanca. Acercó las prendas a su rostro e inhaló. Mmm. Olían a nuevo, como a tienda. Raramente le compraban ropa, teniendo ropas de segunda mano la mayoría de su vida. Rápidamente se cambió y lanzó la ropa sucia dentro del cesto del baño.
Cuando se giró frente al espejo, miró su reflejo, incrédula. La ropa le quedaba perfectamente, los jeans colgaban de sus caderas, ajustándose en esa zona junto con su trasero, y el suéter era tan fino y suave que no podía evitar abrazarse a sí misma. Se sentía bonita por primera vez en un largo tiempo, y se lo debía a Pedro. La conciencia de su creciente deuda con él le cosquilleó en el fondo de la mente. Le debía por Renata, y ahora por las ropas nuevas.
Se peinó el cabello con los dedos y observó su reflejo una última vez antes de ir en busca de Pedro. Se encontraba sentado en un taburete en la cocina, bebiendo cerveza. Con sólo su perfil a la vista, Pedro aún no la había visto. Paula se tomó un momento para estudiarle ininterrumpidamente. Había llegado a amar simplemente mirarlo cuando sabía que no miraba. Su espalda y hombros eran poderosos, con músculos que se agrupaban bajo su camiseta. Incluso sus antebrazos eran masculinos. Podía ver dónde había doblado las mangas y gruesas venas se tensaban contra sus brazos. Era hermoso, pero aun así toscamente masculino. Era su seguridad, su confort. Le debía todo. Pero no tenía ni idea de cómo pagarle.
Ensanchó sus hombros y aclaró su garganta. Pedro se giró hacia ella, la botella de cerveza suspendida a mitad de camino frente a sus labios. Sus ojos comenzaron en los tobillos de los vaqueros , y lentamente se movieron por sus caderas, su chato estómago, hasta sus pechos, dónde se detuvieron por un momento, antes de, finalmente, llegar a sus ojos. No intentó ocultar el hecho de que le echaba una ojeada, y no se disculpó por su comportamiento. Paula se retorció bajo su mirada. Estaba sorprendida de que una simple mirada pudiera hacerla sentir caliente y femenina al mismo tiempo. Sin cortar el contacto visual, atrajo la botella a sus labios y tomó un gran trago, moviendo su garganta con esfuerzo.
—Gracias por las ropas —ofreció Paula, necesitando cortar el pesado silencio que se encontraba entre ellos.
—Sirvieron —murmuró, sus ojos aun rehusándose a dejar los de ella.
se sonrojó y bajó su mirada, dándose cuenta de pronto de que él había ido de compras por ella, que había escogido aquellas ropas, incluso la ropa interior que ahora parecía acentuar la palpitación en su entrepierna. Respiró profundo y se encaminó hacia la cocina, incapaz de seguir de pie. Tomó su botella de cerveza y la enjuagó en el lavabo antes de botarla en la papelera de reciclaje que se encontraba debajo.
Pedro se encontraba detrás de ella cuando se dio vuelta, atrapándola contra el mostrador con su gran figura. Paula nunca le tuvo miedo, sino intriga. Pero siempre estuvo consciente de dónde se encontraba él en relación a ella, y lo grande y masculino que era físicamente. Y en este preciso momento, vistiendo ropas agradables que él había escogido para ella, se sentía femenina, suave y bonita al lado de su cruda masculinidad.
—¿Pedro? —Levantó la mirada, encontrándose con sus ojos oscuros.
—Maldición, Paula, cuando te vi hablando con Patricio… —dijo desvaneciéndose poco a poco, descansando una pesada mano en su cadera. El peso de su mano la sorprendió, y sus pulmones se rehusaron a cooperar—. No me gustó —admitió, mirándola sin remordimientos.
Su estómago se hundió. Paula no haría nada para molestarlo. No podía. Era todo lo que tenía en ese momento. —Lo.. lo siento —balbuceó.
—No. —Pedro dio un paso más cerca, hasta que sus piernas tocaban las de ella, y sus rostros se encontraban a centímetros. Se habían tocado varias veces, pero no de esta forma, no cuando Pedro estaba enojado y tosco, su mirada llena de intensidad. Campanas de advertencia se encendieron en la cabeza de Paula. Se sostuvo del mostrador detrás de ella—. Deberías ser capaz de hablar con quién quieras sin que yo me vuelva posesivo.
—Oh. —Paula no sabía qué hacer, habiendo nunca experimentado este tipo de relación con un hombre antes. Lucía enojado, pero más consigo mismo que con ella. No estaba segura de qué debía hacer, así que se quedó completamente quieta. Su mano se ajustó a su cadera, acercándola a él, y su otra mano acunó su mejilla mientras se acercaba. Por un segundo Paula creyó que la besaría y su corazón saltó hasta su garganta. Contuvo el aliento, esperando, pero simplemente le acarició su mandíbula cariñosamente. —Luces bien —suspiró él antes de dejar caer sus manos y alejarse.
La pérdida de su cuerpo cerca del suyo fue casi dolorosa. De alguna forma, en las últimas semanas, Paula había comenzado a anhelar su contacto físico, y cuando no estaba cerca, dejaba un dolor que se esparcía por su piel y pecho. Pero antes de que tuviera tiempo de analizar algo de eso, Pedro la guío hasta la puerta, paso a paso hacia afuera.

martes, 11 de marzo de 2014

CAPITULO 24


Ya recuperado de la gripe de veinticuatro horas, Pedro estaba de vuelta en el trabajo al día siguiente. Había pasado la semana trabajando en un nuevo caso, pero había alcanzado un momento de calma. Se estiró en su escritorio, su cuello sonando por el movimiento y decidió comprobar el caso del culto para ver si había algo nuevo. También quería aprender más acerca de Lucas.
Escribió la búsqueda en la base de datos y pulsó enter. Se enteró de que los catorce niños habían sido reunidos con sus madres —ninguno de los cuales fueron acusados en el caso. Sabía que haría feliz a Paula. Pensó en volver a casa al mediodía para ver cómo se encontraba, pero se convenció a sí mismo de ello.
No había nada sorprendente sobre Lucas. Lo habían seguido a Amarillo donde hacía trabajo manual. Le había dado la noticia de la muerte de su padre y también fue interrogado en ese momento, pero la entrevista no reveló mucho.
Pedro siguió hojeando el archivo y se topó con una foto de Lucas. Era una foto de cámara oculta de su tiempo en el recinto, y también Paula estaba en la foto, sentada en su rodilla delante de un fogón rústico —con una amplia sonrisa en su rostro. La imagen lo devoró. Tal vez ella realmente era feliz viviendo allí. Claro, ella parecía estar adaptándose bien a quedarse con él, pero al ver la felicidad pura en su cara —bajo un cielo oscuro, lleno de estrellas, sentada con amigos y familiares a su lado—comenzó a darse cuenta que había más de su vida en el recinto de locos de Jorge.
Estudió la imagen más de cerca. Las manos de Lucas descansaban en la cadera de Paula y su rostro estaba cubierto con una estúpida sonrisa idiota. Si este bastardo siquiera puso un dedo en Paula, iba a castrar personalmente al hijo de puta. Consideró como crió Lucas a Paula para obtener más información acerca de su relación, pero decidió proceder con cautela. Lo hacía tan bien, él no quería molestarla. Paula había parecido un poco preocupada y dubitativa para discutir
sobre Lucas, así que al menos por ahora, lo había dejado pasar. Paula estaba a salvo. Eso es todo lo que importaba.
Sabía que no podía mantenerla encerrada en el apartamento, incluso si lo quisiera. Notó que en las semanas en que Paula había estado quedándose con él, aún no salía de la casa, además de sus sesiones de terapia y pasear al perro. Era viernes por la noche, y decidió que esa noche eso iba a cambiar. Si Paula realmente iba a estar viviendo con él, quería hacer todo lo posible para ayudarla a volver a aclimatarse a su nueva vida. El primer paso para ganar algo de su confianza y la independencia era salir de su casa regularmente. Sus paseos para sacar a Renata tres veces al día no contaban, a pesar de que suponía que era un comienzo.
La llevaría a cenar —le daría un descanso de la cocina. Por supuesto que iba a necesitar algo de ropa, aunque sus sudaderas de gran tamaño y camisetas, en ella parecían cómodas.
Mirando hacia arriba desde la pantalla de su ordenador por un crujido a su lado, vio a la agente Catalina Morales arrastrando los pies a través de su cajón del escritorio. Realmente nunca le había prestado mucha atención antes. Rara vez trabajaron juntos, aunque sabía que era buena en su trabajo.
—Pedro Alfonso —lo regañó—. ¿Estabas mirando mi trasero? —Se volvió hacia él, poniendo las manos en sus caderas. Sus ojos se dirigieron a ella. Lo había hecho, pero no por la razón que parecía pensar.
Parecía ser del mismo tamaño que Paula. —¿De qué talla eres?
Su sonrisa juguetona al instante se evaporó. —Nunca se pregunta a una chica su talla. Dios mío, no me extraña que todavía estés solo.
No estaba seguro de cómo conocía ese hecho de él, o exactamente qué, quería decir con la declaración —bueno, en realidad lo sabía— que era insensible. Y él no podía discutir eso. Pero la cosa era, que sabía que Paula lo cambiaba poco a poco. —Tengo que comprar un regalo, y te ves de la talla adecuada. ¿Puedes ayudarme con esto?
—Está bien. —Frunció el ceño—. Talla cuatro pequeña de pantalones. Una pequeña o mediana en la parte superior.
Pedro garabateó la información sobre un trozo de papel y lo metió en el bolsillo.
Cuando Pedro llegó del trabajo, la casa se encontraba extrañamente silenciosa. Dejó las bolsas debajo de la mesa y buscó a Paula. Al no encontrarla a ella o a Renata, se aventuró a salir, sin molestarse en cambiarse la ropa de trabajo. Encontró a Paula, pero en absoluto
como había esperado. Aunque supuso que sabía que no debía esperar nada normal de ella.
Estaba sentada con las piernas cruzadas sobre el césped al lado del hombre de la unidad 4D,Patricio algo u otro. Tenía la cabeza echada hacia atrás y el dulce sonido de su risa caía de sus labios.
¿Qué carajo?
Patricio se apoyaba casualmente en su codo, tirando de una hoja del césped. Pedro no podía oír lo que Patricio decía, pero fuera lo que fuera, estaba seguro que nunca había visto tan despreocupada a Paula o reírse con tal abandono. Algo dentro de él se apretó con celos. Paula era suya. No sabía de dónde había venido ese pensamiento, pero ahí estaba, insistente y posesivo.
La cabeza de Patricio se levantó cuando Pedro se acercó, y la risa de Paula murió en sus labios cuando vio su expresión. Estaba seguro de que parecía a punto de matar a alguien. Pues no sólo alguien —al imbécil del 4D, en particular.
—Tranquilo, hombre FBI. —Patricio se rió entre dientes, enderezando su columna vertebral con la amenaza implícita en la postura de Pedro.
—¿Paula? —Su voz era baja, más áspera de lo que pretendía.
Paula se puso de pie. —¿Pedro?
Cerró sus ojos y respiró hondo, obligándose a calmarse. Paula se acercó con cuidado y le puso una mano en el antebrazo, lo que hizo que se relajara.
—No estabas adentro —le espetó en tono cortante.
—Renata necesitaba ir al baño. —Ella levantó al perro en su cadera, sus ojos llenos de preocupación.
Asintió. —Todo está bien. —Le dio una palmadita en la coronilla a Renata, y frotó el pulgar por la mejilla de Paula. Viéndola reír y mirar a Patricio había desencadenado algo en su interior. —Ve adentro. Tengo una sorpresa para ti esta noche. Las bolsas en el mostrador son para ti. Cámbiate. Vamos a salir.
—¿Afuera? —Se atragantó con la palabra.
Asintió. —Adelante. Estaré arriba en un segundo. —No podía calmar su mente acerca de salir por el momento, primero tenía tratar con Patricio. Olfateaba a Paula como un maldito perro y estaba a punto de enterarse que eso no era correcto
Lo único que sabía sobre Patricio era que tenía veinte años de edad, fue a la universidad de la comunidad local y vivía con su madre, una mujer divorciada de cuarenta y tantos que había venido a Pedro en más de una ocasión.
Una vez que Paula desapareció en el interior, Pedro se volvió hacia Patricio, dando un paso más cerca hasta que estuvieron pecho contra pecho.
La intensa mirada de Pedro penetró a Patricio y él negó con la cabeza lentamente. —Ella está fuera de los límites.
Patricio no vaciló. —Es un poco joven para ti, ¿verdad?
—Eso no es asunto tuyo. Sólo voy a decir esto una vez. Mantente alejado de ella.
Patricio se pasó una mano por la mandíbula cubierta de rastrojos. —Lo que digas hombre, relájate. Sólo hablábamos.
Pedro soltó un bufido y se dirigió hacia el interior. Mierda. Tal vez no debería haber asustado a Patricio. Paula podía tener amigos, después de todo. Pero había algo que no le cayó bien ante la idea de que tenga amigos varones. Sin embargo, sabía que no tenía derecho a estar enojado con Paula. Tendría que trabajar en eso.

CAPITULO 23



El lunes por la mañana llegó demasiado rápido después de pasar un fin de semana agradable con Pedro. Paula bostezó y se alisó el cabello hacia atrás, manteniéndolo en una coleta baja en la nuca. Lo menos que podía hacer para agradecer era ayudar en la casa, por no hablar de si querían comer, la responsabilidad parecía descansar sobre ella. —El café está listo —le gritó a Pedro. Entró en la cocina con el ceño fruncido. —No estoy de humor. Siempre bebía café. Siempre. —¿Qué pasa? —preguntó, dirigiéndose a verlo abrocharse los últimos botones de su camisa de vestir. Le ayudó con los gemelos porque sus dedos siempre trastabillaban—. Aquí. Déjame. —Gracias. —Él sonrió débilmente. —¿Estás enfermo? —preguntó, notando los círculos oscuros bajo sus ojos. —Es sólo un malestar estomacal. Voy a estar bien.
Lo miró fijamente, ya que nunca lo había visto pachucho, y se sentía totalmente inútil. —¿Puedo conseguirte un poco de ginger ale y galletas saladas? Asintió. —Ah, claro. Tal vez eso ayude. —Se puso los mocasines mientras Paula sirvió un vaso de la bebida de color ámbar, burbujeante—. Mi mamá me daba lo mismo. —Ten. —Observó mientras comía las galletas y luego bebió el refresco.
—Mira, estoy bien, Paula. —Se rió, pasándole de nuevo el vaso vacío.
—Está bien —dijo a regañadientes, aceptándolo. Había hecho mucho por ella, lo menos que podía hacer era estar allí para él. Paula se dirigió a la cocina y apagó la máquina de café, sin haber desarrollado un gusto por las cosas, y vio por el rabillo de su ojo mientras Pedro metió su teléfono celular, cartera y las llaves en los bolsillos de sus pantalones. Era un hombre de rutina, eso era muy cierto. Mantuvo todos sus elementos esenciales, además de unas monedas, y un reloj rara vez usado en una pequeña caja de caoba en la mesa de la entrada, y repetía el mismo ritual cada mañana. Paula continuaba inspeccionándolo, apreciando la forma en que se veía vestido con su ropa de trabajo, cuando Pedro de repente se precipitó desde la entrada, pasando por ella cuando él se lanzó por el pasillo.
Pedro... —Lo siguió hacia el baño, pero los sonidos la detuvieron en el umbral. Se quedó con su espalda apoyada contra la pared justo fuera de la puerta del baño, preguntándose si debía ir con él.
Oyó correr el agua y a él haciendo gárgaras. —¿Pedro? —Llamó suavemente a la puerta—. ¿Estás bien?
—Saldré en un minuto —gritó. Su voz era tensa y más áspera de lo habitual, haciendo que el estómago de Paula se anudara con preocupación.
Salió un segundo más tarde, sin lucir peor por el desgaste y continuó hacía a la puerta principal. —Nos vemos esta noche.
—¡Pedro! —Lo enfrentó en la puerta—. ¿Todavía vas a trabajar?
Asintió, haciendo una pausa en la puerta entreabierta. —Sí.
—¡Pero estas enfermo!
—¿Y? Soy un chico grande. Voy a estar bien.
—Tienes gripe, tienes que ir a la cama.
Una expresión de sorpresa cruzó el rostro de Pedro y corrió hacia el baño, maldiciendo entre dientes. Escuchó los signos reveladores de que se enfermaba de nuevo.
Unos minutos más tarde, Paula se dirigió a la habitación de Pedro, negándose a aceptar un no por respuesta, y le ayudó a salir de sus pantalones de vestir, los bolsillos todavía llenos y el cinturón colgando libremente.
—Necesito mi celular. —Lucía adorablemente lindo parado ahí haciendo una mueca en tan sólo sus bóxers cortos negros y camiseta blanca.
Un poco exasperada porque iba a ser un paciente difícil, Paula ancló las manos en sus caderas, dispuesta a hacer lo necesario para obligarlo a ser un paciente obediente. —No hay teléfonos. No hay trabajo. No.
—Sólo voy a enviar un mensaje a Roberto y decirle que hoy me voy a quedar en casa.
Mordió su labio, decidiendo si podía creerle. —Está bien. —Le entregó su teléfono celular y fue a colgar sus pantalones en el armario. Desde el interior del armario, le oyó murmurar para sí mismo que los delincuentes no toman un día libre y él tampoco debería hacerlo.
Volvió a su cama y estaba dispuesta a retirar por la fuerza el teléfono de sus manos, pero como prometió, envió un mensaje rápido, luego dejó el teléfono en la mesita de noche. Se dio la vuelta sobre su lado, abrazó una almohada contra su pecho y cerró sus ojos.
Le apartó el pelo de la frente, buscando la fiebre. Amaba en secreto cómo su cabello se veía la primera vez que se despertó, como un joven libertino que había estado fuera toda la noche provocando problemas, o disfrutando de un revolcón. Presionó la palma de su mano contra su mejilla y sus ojos se abrieron. —Te sientes caliente —susurró.
—Mmm —se quejó.
—¿Crees que puedes no vomitar un poco de agua?
Él asintió.
Paula volvió con un vaso de agua fría y dos calmantes para el dolor, los que puso en la mesita de noche para más tarde una vez que estuviera segura de que hubiera terminado de enfermar. La mirada confusa de Pedro encontró la de ella, observando mientras arreglaba las mantas a su alrededor y se preocupaba por él. Inclinó el vaso de agua a sus labios y él tragó un pequeño sorbo, antes de arrojar su cabeza sobre la almohada de nuevo.
—Gracias —masculló, su voz cruda—. ¿Te acuestas conmigo? —preguntó en voz baja. Nunca había solicitado su presencia antes, nunca actuó como si le importara. Se habían abrazado y acostado juntos muchas veces, pero siempre fue porque ella lo instó. El corazón le latía con fuerza en su pecho al oírle pedir por ella de esa manera. Era sólo porque estaba enfermo. Pero eso no significaba que no se permitiera disfrutar de todo lo mismo.
Apartó las mantas, uniéndose a él en medio de las sábanas donde podía acurrucarse correctamente. Pedro entreabrió un ojo y levantó su brazo, instándola a acercarse.
—Acércate más, tengo frío —susurró.
Su piel estaba caliente al tacto, pero Paula no discutió, envolviendo su brazo alrededor de su pecho y una pierna sobre su cadera mientras envolvía su cuerpo.
Suspiró un sonidito de satisfacción y presionó un beso sobre su cabello. —Gracias, Paula.
Paula se despertó con un intenso calor que irradiaba a su alrededor. Se sacó las mantas de encima, sin aliento. Dios, él ardía. —¿Pedro? —Sacudió sus hombros tratando de despertarlo—. Pedro, despierta.
Abrió un ojo perezosamente y dejó escapar un leve gemido. —Necesito a Paula. —Levantó su mano y luego la dejó caer pesadamente contra el colchón.
—Soy Paula. Siéntate para que puedas tomar algún analgésico.
—No... quiero a Paula —gimió, sus ojos todavía cerrados.
Alcanzó las pastillas, husmeando los labios abiertos de Pedro y las colocó en su lengua, luego acarició sus mejillas y le hizo tomar un sorbo de agua. Lo hizo, apáticamente, antes de caer contra su almohada.
—Paula... —dijo en voz baja una vez más.
Alisó con las manos su pelo. —Shh. Sólo descansa. Estoy aquí. —Le frotó su cuello y sus hombros, encontrándolos tensos incluso mientras dormía.
La esperanza surgió en su pecho. Sentirse necesaria y vital era un sentimiento que extrañaba tanto que trajo lágrimas a sus ojos. Las parpadeó y llevó una palma a la mejilla rugosa de Pedro, deslizando su pulgar de un lado al otro. Sólo te necesita porque está delirando por la fiebre. Hizo caso omiso de la sensación de vacío en su pecho y continuó alisándole el pelo hacia atrás y acariciándolo suavemente, haciendo todo lo posible para calmar a ambos de sus dolores.

lunes, 10 de marzo de 2014

CAPITULO 22


Desesperada por aire, Paula se desenredó a sí misma de las sábanas y luchó por mantener su respiración bajo control. Fue sólo un sueño. Lucas no se encontraba allí. Jorge se había ido. Y ella estaba a salvo. Que se lo digan a su corazón, tronando en su pecho como si acabara de correr una maratón.
—¿Paula? ¿Qué pasa? —Pedro se sentó en la cama, pasándose una mano por la cara.
—Lo siento, no es nada. Sólo un mal sueño —murmuró—. No quise despertarte.
Pedro se acercó y encendió la lámpara de la mesita pequeña. Paula parpadeó contra el cálido resplandor, encontrando los rasgos de Pedro llenos de preocupación y el pelo revuelto por el sueño.
Colocando su cálida mano en el centro de la espalda, frotó círculos lentos, intentando calmarla. Paula dejó escapar un aliento lento y tembloroso e intentó sonreír, tratando de mostrar que no estaba tan rota como se sentía.
—¿De qué era el sueño? —preguntó, con la voz ronca por el sueño.
Parpadeando un par de veces, sus ojos se acostumbraron a la luz y Paula se dio cuenta de la forma sin camisa de Pedro. Su amplio pecho desnudo era suficiente distracción, y se centró en él en lugar de los recuerdos que se arremolinaban en su cabeza. —Fue algo que sucedió un par de semanas antes de la redada. Lucas me sentó y me explicó que su padre le había prometido que yo podría ser suya. Ese era el por qué tenía que irse a trabajar, a ahorrar dinero para nuestro futuro.
La frente de Pedro se frunció y su mano quedó inmóvil sobre su espalda. —¿Qué quieres decir con prometió que tú podrías ser suya?
Paula se encogió de hombros. Ella sabía que no quería pertenecer a nadie. Quería ser su propia mujer, ser amada y apreciada por derecho propio, pero libre de ir y venir, tomar sus propias decisiones. Viviendo con Jorge, o Lucas para el caso, eso no sería posible. Razón por la cual estaba muy agradecida por Pedro. Mantuvo la mayor parte de estos recuerdos sombríos para sí misma, prefiriendo en su lugar centrarse en las cosas buenas —como los niños y los pocos amigos que había tenido allí. Pero no podía controlar su subconsciente y los sueños de los locos desvaríos de Jorge y lucas tenían que detenerse.
—¿Podrías sólo abrazarme esta noche? —le susurró a Pedro.
Su expresión era cautelosa, pero asintió y mantuvo sus brazos abiertos. Paula se arrastró más cerca, situándose a sí misma en el hueco de su brazo y él los bajó a ambos hacia la cama, apagando de nuevo la luz. Paula inhaló su cálido aroma masculino y apoyó la cabeza contra su pecho firme. Tan loco como era, se sentía completamente segura y cómoda con Pedro. Respiró hondo y cerró los ojos, cayendo en un sueño reparador en los brazos sólidos de Pedro.


Ese domingo, Pedro se cambió y se preparó a sí mismo para una conversación difícil. Se aventuró hacia la sala y encontró a Paula en el sofá, pequeños recortes de revistas sobre la mesa de café frente a ella como si estuviera en medio de algún proyecto.
—Tengo esta cosa que hago los domingos —empezó él.
Paula lo miró con curiosidad, Renata dormitaba cerca de su cadera. —Está bien. —Se volvió hacia sus recortes de revistas… fotos de cachorros, bebés, y otras cosas sin sentido.
—Voy a, um, estar de vuelta antes de la cena.
Ella asintió.
Se deslizó en sus zapatos, a la espera de sus preguntas, pero nunca llegaron.
Paula no dijo nada. Ni siquiera levantó una ceja acerca de a dónde iba los domingos. ¿Qué le diría si lo hacía? ¿Cómo iba a explicar su relación con Julieta? Tal vez lo mejor era proteger a Paula de toda la situación, incluyendo su conflictiva relación. Las cosas eran manejables ahora. Dos horas un domingo era todo lo que necesitaba para mantener las cosas funcionando sin problemas. Y hasta ahora, Paula no había hecho una sola pregunta. Tal vez fue una de esas cosas que era mejor dejarlas desconocidas. Más fácil para todos los involucrados. Él trataba de hacer lo correcto por Julieta. Por supuesto, ahora que Paula estaba en su vida, las cosas se habían vuelto mucho más complicadas. Normalmente no hacía las cosas complicadas.
Pedro siempre se había sentido seguro de su decisión de mantener su relación con Julieta. Hacía lo correcto para ayudar a una amiga que lo necesitaba —simple como eso. Entonces, ¿por qué de repente se sentía como una mierda? El hecho de que Paula no sabía nada de ella, lo convertía en un secreto sucio. Tenía suficientes esqueletos en su armario, y particularmente no disfrutaba de agregar otro más. Pero respiró hondo y sacudió la tensión construyéndose entre los omóplatos. Sólo porque tenía a Paula en su vida, no significaba que pudiera alejarse de sus otras responsabilidades.
Pedro se pasó las manos por la cara, presionando las palmas sobre sus ojos. Por qué las mujeres no venían con un manual de instrucciones estaba más allá de él.

CAPITULO 21




—Ven aquí, Renata —Paula recogió a la bola de pelos del suelo y equilibró al perro en su cadera—. Eso es, buena chica. No muerdas a Pedro.
El maldito perro había resultado ser un mordedor de tobillos —a menudo le mordisqueaba los talones a Pedro mientras caminaba por el apartamento.
—Maldita sea, eso dolió pequeña bestia. —Pedro distraídamente frotó su delicado tendón de Aquiles.
Paula no regañó al perro, sólo lo recogió y amorosamente le acarició la espalda. No es de extrañar que la cosa fuera tan traviesa. Ella la dejaba salirse con la suya. Por supuesto, sólo era traviesa con Pedro. Renata trataba a Paula como si caminara sobre el agua. Probablemente, porque era la que la alimentaba y la sacaba a pasear. Pedro por lo general la miraba con recelo y desconfianza.
Ahora que Paula tenía a Renata y empezaba a amoldarse, Pedro decidió que sus vacaciones forzadas habían terminado. Iba a regresar a trabajar. Roberto tendría que lidiar con el hecho de que era dos días antes. Paula se había adaptado mejor de lo que podía haber esperado, y el perro había ayudado mucho.
Pedro le había mostrado el césped vallado en la zona donde los inquilinos podían pasear a sus perros. Le mostró las bolsitas para limpiar después, y le dio una llave extra de su casa, diciéndole que se asegurara de mantener la puerta cerrada. No parecía demasiado molesta por la idea de que él fuera a trabajar, lo cual era bueno. Ella le preguntó si podía tomar un baño de burbujas en la bañera de su baño principal, y también dijo que quería leer algunos de los libros que el Dr. Gomez le había dado.
Cuando llegó a la oficina a la mañana siguiente, Roberto masculló algo ininteligible y varios de los chicos se quejaron, y luego comenzó el intercambio de dinero. ¿Qué d…?
En lugar de ordenarle que regresara a las vacaciones, como él sospechaba que sucedería, Roberto le dio una palmada en la espalda. —Buen trabajo. Te quedaste fuera más tiempo de lo que pensé que harías.
Miró a su alrededor a las caras sonrientes de sus compañeros de trabajo. —¿Hicieron apuestas sobre mí?
—La mayoría apostó que volvías el martes. Yo dije que hoy, lo que significa que acabo de ganarme cincuenta dólares. —Roberto sonrió—. Ahora todos vuelvan al trabajo. —Empujó un expediente de impresiones hacia Pedro—. Es un nuevo caso para ti.
Independientemente de sus burlas, Pedro sabía que estar de vuelta en el trabajo era algo bueno. Le ayudaría a darle un poco de perspectiva muy necesaria y ocuparía su mente, esperando forzar los pensamientos de Paula a un lado, aunque sólo fuera por ocho horas.
Cuando llegó a casa del trabajo, se encontró con Paula sentada en el piso de la sala de estar abrazando a Renata sobre su pecho, con lágrimas corriendo libremente por sus mejillas.
Dejó caer el bolso en la puerta de entrada y fue a toda velocidad hacia la sala de estar, cayendo de rodillas delante de ella. —Paula, ¿qué es? ¿Qué pasó? —Le acunó la mandíbula en sus manos, mirándola a los ojos llenos de lágrimas.
Ella lo miró y luego volvió a la TV. —Oh Pedro, es muy triste.
Miró la pantalla para ver lo que había estado observando. Era uno de esos malditos programas de entrevistas que contaba con un elenco mediocre —este episodio parecía ser de una chica que no sabía quién era el padre de su bebé. Un hombre tatuado se pavoneaba por el escenario, gritando obscenidades a la audiencia después de enterarse de que no era el padre. La madre no se quedaba atrás, gesticulaba salvajemente y gritaba, casi cada palabra era censurada.
Pedro lo apagó. —No deberías estar viendo esa basura.
—Ella no sabía quién era el padre de su hijo, y él era tan cruel... —Sorbió por la nariz, respirando hondo—. Y el pobre bebé...
Pedro la atrajo hacia su pecho. —Shh, no es real. Es sólo televisión. —No sabía si eso era del todo cierto, pero Paula no necesitaba saberlo. Era demasiado vulnerable, demasiado impresionable, al no haber crecido en el mundo real. Si pudiera protegerla incluso de algunas de esas duras realidades, lo haría.
Tras sostenerla durante unos minutos, hasta que las lágrimas cesaron, Pedro frotó círculos suaves en su espalda. Ella se apartó y lo miró a los ojos. Aún roja e hinchada, pero sin lágrimas frescas. —¿Estás bien?
Ella asintió, incapaz de apartar los ojos de él. —Gracias por... todo. Por cuidar de mí.
Sus labios estaban a pocos centímetros de los suyos. El deseo de besarla era una necesidad imperiosa, aspirando el aire de sus pulmones. Su respiración se volvió superficial y asintió, aún mirándola a los ojos.
Ella sonrió suavemente y se puso de pie, dejando a Pedro sentado en la alfombra de su sala de estar, solo. Después de apartar los locos pensamientos en su cabeza, todo desde una feroz ola de proteccionismo a la atracción, se levantó y se unió a Paula en la cocina.
Se dejó caer en un taburete mientras ella comenzaba la cena. Al tiempo que cocinaba, Paula le preguntó acerca de su día en el trabajo. Le habló de su nuevo caso, investigar a un hombre que se cree que está trabajando con un conocido terrorista. Ella escuchó con interés mientras preparaba el pollo y las verduras para saltear. No podía dejar de notar lo cómodo que se sentía volver a casa en la noche con Paula, en lugar de su apartamento vacío. ¿Y una comida caliente, también? Sabía que podría acostumbrarse a esto —y eso era malo, muy malo.

domingo, 9 de marzo de 2014

CAPITULO 20


Si el médico consideró que esto era necesario, le compraría una planta, pero no veía cómo regar un cactus, una vez a la semana ayudaría. Por no hablar de que disfrutaba de que Paula canalizara su energía de crianza en él. —¿Tiene algún consejo para mí? —preguntó Pedro, se cambió al sillón de cuero rígido. No le gustaba admitir que no tenía ni idea de lo que hacía, pero necesitaba el consejo y desde que Paula ya le había dicho al médico acerca de él, no tenía sentido fingir que no estaba involucrado.
El Dr. Leonardo Gomez entrelazó sus dedos delante de su redondeado estómago. —Tenga cuidado con los comportamientos impulsivos o autodestructivos. Ella no tuvo la experiencia de un adolescente normal, a pesar de que es madura para su edad, es posible que pudiera pasar por una etapa rebelde tardía, eso significa que quiera experimentar las cosas típicas de adolescentes en las que no pudo participar.
—Está bien... —Pedro no estaba seguro de lo que quería decir, pero pensó en sus propios años rebeldes... ir a fiestas a escondidas, beber demasiado, meterse en peleas y tontear con las chicas que no tenían intención de citas. No podía ver a Paula comportarse así. Parecía demasiado dulce, demasiado inocente.
—Y hay una cosa más... —El doctor tragó saliva y miró a los ojos—. Ella no está preparada para cualquier tipo de relación romántica, físicas o de otro tipo. No sé cuáles son sus intereses con ella, pero...
Pedro levantó una mano y lo detuvo allí. —No tengo ningún interés en iniciar una relación con ella. Y en cuanto a nada físico... ella es sólo una niña.
El médico frunció el ceño.
—Yo no diría eso. Tendrá veinte en un par de meses, más de la edad suficiente para una relación, pero no creo que esté lista todavía. Tiene una gran cantidad de cosas que sanar primero.
Pedro asintió.
—Escuche, como he dicho, no estoy interesado en eso con ella.
—Es una chica atractiva. Tuve que sacar el tema.
Pedro no respondió. No pudo. Su voz, junto con su confianza, habían desaparecido. La verdad era que no tenía idea de lo que hacía con Paula. Ni la más mínima idea. Pero sabía una cosa, sintió una necesidad imperiosa de mantenerla a salvo. Sólo tendría que apagar cualquier atracción que sentía por ella.
Aceptó una pila de libros de autoayuda del Dr. Gomez, sin saber si eran de Paula o para él, y salió de la oficina.
—¿Te importaría si prendemos la televisión? —preguntó Paula —Es que está muy tranquilo aquí y estoy acostumbrada a tener sonidos ambientales. —Seguro. —Pedro le pasó el control remoto, y ella lo miró curiosamente como si fuera un objeto extraño—. Aquí. —Apretó el botón de encendido, prendiendo la pantalla. Estaba sintonizada en uno de los canales Premium, que afortunadamente mantenía la programación limpia durante el día. Raramente veía televisión, pero cuando lo hacía, era normalmente cuando no podía dormir y daba lo mismo ver pornografía suave en ese canal o infomerciales. Y un hombre no necesita tantas aspiradoras Shark ni aparatos para hacer abdominales. Paula estudió la televisión por un momento, haciendo una mueca por la cantidad de palabrotas que vinieron del grosero personaje de la pantalla. Pedro rápidamente cambió de canal. El canal del clima. Esa era una opción segura. Paula sonrió hacia él en apreciación y volvió a la cocina.
Un momento después, dudó en el umbral de la sala de estar, con una cacerola en la mano. —Hice Filete Wellington, ¿quieres un poco? No podría saber que era su favorito y que su madre solía hacerlo para él en ocasiones especiales. —¿Hiciste Wellington? Asintió. —Es mi favorito. —El mío también.
Toda esa semana Paula había hecho platos elaborados para él. Huevos benedictinos para el desayuno, sándwiches para la comida, y esa tarde había horneado y decorado seis docenas de galletas de azúcar, y ahora era Wellington. No sabía cómo hacer las porciones correctas para ellos dos, así que las sobras se encontraban apiladas tanto en el refrigerador como en el congelador. Tendría comidas para el próximo año a este ritmo.
Las palabras de Leonardo repicaban en su cabeza… Paula es del tipo maternal… necesita estar en una rutina saludable… no estaba seguro si todo esto de cocinar contaba como una rutina saludable. Ella raramente dejaba la cocina, y cuando lo hacía, no sabía qué hacer.
Pedro todavía estaba lleno del almuerzo, pero se forzó a pasar algunos bocados de la deliciosa comida, alabando a Paula por sus esfuerzos. Notó que raramente comía algo de lo que cocinaba, como si lo estuviera haciendo para su beneficio. Decidió que era momento de actuar.
Pedro regresó una hora después, preguntándose si había tomado la decisión correcta. El cachorro se retorcía en sus brazos, ansioso por bajar y jugar. Mierda. ¿Y si ni siquiera le gustan los perros?, o ¿y si es alérgica? Decidiendo que era muy tarde para retractarse, abrió la puerta y entró a la casa.
Sin ver a Paula, cargó el cachorro Bulldog Frances hacia la habitación y tocó la puerta. —¿Paula?
Escuchó que sorbía la nariz. —Un segundo.
El cachorro dejó escapar un gemido y extendió una pata hacia la puerta arañándola para entrar, como si de alguna manera supiera que su madre se encontraba dentro. Paula abrió la puerta. Una sonrisa iluminó su rostro bañado en lágrimas. —¿Pedro? —Parpadeó y una pregunta no formulada se formó en sus labios.
—Es para ti. Tiene 14 semanas. Una familia la compro en una tienda de mascotas, luego cambiaron de opinión y la dejaron en el refugio de animales. Es tuya. Si la quieres.
—Oh, Pedro —Paula se levantó en la puntas de sus pies y le dio un beso en la mejilla—. Gracias, es muy linda.
Pedro le entregó la cosa que se retorcía a Paula, que rápidamente besó la parte superior de su cabeza y la acunó en su regazo como un bebe. Captó su atención y la retuvo. Los labios de Pedro se elevaron de satisfacción al ver el conmovedor espectáculo.
No había duda de que el perro era lindo. Pedro quería adoptar un pastor alemán, o algún otro perro más masculino, pero cuando vio esta pequeña cosa, que parece más un gremlin que un perro, supo que sería el que Paula podría querer. Y la forma en que Paula enterraba su rostro en el piel del cachorro y murmuraba en lenguaje infantil ininteligible, era una indicación de que había hecho lo correcto. Su corazón se apretó en su pecho, una sensación desconocida y sorprendente. Pero se recordó a si mismo que solo hacía esto para quitarse al doctor de encima. Terapia animal o alguna mierda llamada así.
—¿Cómo vas a llamarla? —preguntó.
Los labios de Paula se curvaron en una sonrisa. Dios, era hermosa cuando sonreía. —¿Tengo que ponerle un nombre?
Asintió y vio como sus ojos se iluminaron.
—Tengo que pensarlo —sonrió, sosteniendo a la cachorra con el brazo extendido para obtener un buen vistazo.
Pedro la dejó otra vez con la excusa de que necesitaba recoger un collar, correa y comida para perros. Pero más que nada, necesitaba escapar de los sentimientos profundos que generaban los murmullos dulces de Paula al cachorro.

CAPITULO 19




Pedro se sentó de golpe en la cama y maldijo. La habitación se hallaba a oscuras y en silencio. Instó a su corazón para disminuir la velocidad antes de levantarse y golpear algo.
—¿Pedro? —Paula se frotó los ojos y se sentó a su lado.
Mierda. Se había olvidado de Paula. Pero al parecer, su subconsciente no. Los sueños eran un inquietante recordatorio de cómo la conoció.
Ella puso una mano en su espalda, descansando entre los omóplatos.
—¿Estás bien?
—No me toques.
Se encogió saliendo de su alcance. Sabía que intentar dormir no tendría sentido ahora que había soñado con ella. Pedro se levantó de la cama. Se puso pantalones cortos, despojándose de sus pantalones de pijama en la oscuridad, y añadió una camiseta. Paula se levantó y salió de la cama detrás de él, envolviendo sus brazos alrededor de su espalda por lo que sus manos se cerraron en torno a su cintura. Sus pechos se rasparon a través del fino algodón de la camiseta que llevaba y se presionan contra su espalda.
—Maldita sea, Paula. —Se quitó las manos de encima y se volvió hacia ella—. Suéltame. —No necesitaba su ternura en estos momentos. Sólo empeoraría las cosas una vez que ella entendiera—. Hay cosas que no sabes sobre mí.
Se quedaron mirándose el uno al otro a la luz de la madrugada, la sorpresa y un toque de miedo llenando su mirada. Él sabía que nunca había visto este lado de él, que ni siquiera había imaginado que existía. Dios, deseaba que no lo hiciera. Pero la triste verdad era que lo había jodido a lo grande. Sólo esperaba que ella nunca supiera el alcance de eso. Le sorprendió lo poco que cada uno sabía del otro, pero la facilidad con que habían caído juntos en la rutina.
Extendió su brazo y le apretó la mano para demostrarle que no estaba loco.
—Sólo tienes que ir a la cama. Voy al gimnasio.
Ella miró el reloj al lado de la cama. Eran las cuatro de la mañana, pero no discutió; se limitó a asentir y se metió de nuevo en la cama, acurrucándose en el calor del lugar que acababa de abandonar.

—De acuerdo, no preguntas, no objeciones. Tú vas a ir —presionó Carolina.
Pedro arrastró el teléfono de su oreja, suspirando. —No sé, Carolina, he estado muy ocupado con el trabajo estos últimos días. —Ella no necesitaba saber que estaba actualmente de vacaciones.
—Oh, Pepe, vas a amarla. Conocí a Sara en mi clase de yoga. Es hermosa, divertida. Cerca de tu edad. Realmente creo que te va a gustar. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que has estado en una cita?
Mierda. La última cosa que quería hacer era ir a alguna cita a ciegas, pero aún más que eso, no quería que Carolina se enojara con él porque si lo hacía, era probable que viniera a darle problemas y luego se iba a encontrar con Paula.
Carolina le estuvo insistiendo en usar sitios web de citas, pero se había negado rotundamente. Preferiría conseguir un rápido polvo que ir a sentarse y escuchar a una chica parlotear acerca de cómo su última manicura se descascaraba después de sólo dos días —no es broma— esa fue la conversación de su última cita.
Pero con su último amigo soltero se casó el verano pasado, Pedro empezaba a darse cuenta de que podría ser el momento de sentar cabeza. Sólo que no era bueno en citas. No parecía responder a las expectativas mujeres tenían. Era olvidadizo, no era romántico, y trabajaba mucho. No sabía de muchas chicas que estarían con él conforme a eso, pero no quería ser el proyecto de alguien. No iba a cambiar. Demonios, incluso Carolina estaba molesta son él y era de la familia —se suponía que tenía que amarlo.
—Me las arreglé para que ustedes pudieran reunirse en lo de Cesar —dijo Carolina—. Tú estás allí cada fin de semana de todos modos, así que ¿cuál es el problema?
Carolina tenía razón. Su mejor amigo Cesar poseía un pub irlandés cerca de su apartamento. —Está bien, voy a ir —murmuró en el teléfono.
Desde que Carolina amenazaba con crearle un perfil de citas en línea, de vez en cuando tenía que mantener su promesa de salir para sacársela de encima—. Sali, ¿eh?
—¡Sí! Bueno, bueno ya arreglé todo. Ustedes tienen una cita en dos semanas, el sábado a las siete para tomar unos tragos. Eso es todo. Simple, ¿no?
—Está bien.
—¿Te mataría darle las gracias a tu hermana?
—Gracias, Caro. —Rodo los ojos antes de terminar la llamada. Faltaban todavía un par de semanas, tal vez podría encontrar una manera de zafarse de ella

Al día siguiente, antes de ir al gimnasio, Pedro dejó Paula en su cita de terapia que había sido pre-programada por el coordinador del centro. Después de un entrenamiento vigoroso y una ducha rápida, Pedro estaba vestido y de vuelta en su camioneta, para recoger a Paula.
Entró en el consultorio del médico, se sentó en la zona de recepción, y comenzó a hojear una revista. Unos minutos más tarde, la puerta de la oficina se abrió y Paula salió con los ojos hinchados. Pedro saltó a sus pies.
El médico se dio la vuelta hacia Pedro. —¿Este es él?
Paula asintió con la cabeza, con los ojos fijos en los de Pedro.
Cristo, esto no era bueno. Podría tener problemas con el Departamento incluso por estar aquí con ella. El médico, a mediados de los cuarenta con pelo canoso en las sienes, se dirigió hacia Pedro y le tendió la mano. —Soy el doctor Gomez, pero me llaman Leonardo. ¿Te importa si tenemos una charla, Pedro?
Pedro asintió. Era lo único que podía hacer, a pesar de que estaba confundido y nervioso. ¿Qué le había dicho Paula al terapeuta acerca de él? Tan pronto como se hubieron sentado en su oficina grande, Leonardo decidió cortar por lo sano—: Ella me dijo qué eras. Pero no te preocupes, confidencialidad paciente/doctor y todo eso. Además, no me importa para quién trabajas. Me da la sensación de que usted quiere ayudar a Paula, así que quería ofrecer alguna orientación.
Pedro se inclinó hacia delante, con las manos sobre las rodillas, dispuesto a escuchar lo que el médico tenía que decir. Parecía que estaban en la misma página. Esto era sobre Paula.
—Estas sesiones ayudarán, pero son sólo una vez a la semana. Paula tiene que entrar en una rutina regular. Necesita cierta apariencia de normalidad en su vida.
Pedro asintió con la cabeza. No jodas, doc. ¿Ese es el consejo brillante por el que tenía que pagar trescientos dólares la hora?
—Parece tener un espíritu maternal.
Pedro reconocía eso, le encantaba cocinar y parecía feliz de darle de comer y quedarse en casa. Pero esperó, preguntándose a dónde se dirigía esta conversación.
—Necesita a alguien o algo a quien cuidar. ¿Tiene animales domésticos, plantas, cualquier cosa?
—Ah, no. —Pedro se pasó una mano por la nuca.—Así que parece que en este momento lo que está poniendo su energía de cuidado es en usted. Eso me preocupa.—Leonardo frunció el ceño—. Paula podría llegar a ser muy unida en este punto vulnerable de su vida.Tendrá que tener cuidado.