domingo, 9 de marzo de 2014

CAPITULO 20


Si el médico consideró que esto era necesario, le compraría una planta, pero no veía cómo regar un cactus, una vez a la semana ayudaría. Por no hablar de que disfrutaba de que Paula canalizara su energía de crianza en él. —¿Tiene algún consejo para mí? —preguntó Pedro, se cambió al sillón de cuero rígido. No le gustaba admitir que no tenía ni idea de lo que hacía, pero necesitaba el consejo y desde que Paula ya le había dicho al médico acerca de él, no tenía sentido fingir que no estaba involucrado.
El Dr. Leonardo Gomez entrelazó sus dedos delante de su redondeado estómago. —Tenga cuidado con los comportamientos impulsivos o autodestructivos. Ella no tuvo la experiencia de un adolescente normal, a pesar de que es madura para su edad, es posible que pudiera pasar por una etapa rebelde tardía, eso significa que quiera experimentar las cosas típicas de adolescentes en las que no pudo participar.
—Está bien... —Pedro no estaba seguro de lo que quería decir, pero pensó en sus propios años rebeldes... ir a fiestas a escondidas, beber demasiado, meterse en peleas y tontear con las chicas que no tenían intención de citas. No podía ver a Paula comportarse así. Parecía demasiado dulce, demasiado inocente.
—Y hay una cosa más... —El doctor tragó saliva y miró a los ojos—. Ella no está preparada para cualquier tipo de relación romántica, físicas o de otro tipo. No sé cuáles son sus intereses con ella, pero...
Pedro levantó una mano y lo detuvo allí. —No tengo ningún interés en iniciar una relación con ella. Y en cuanto a nada físico... ella es sólo una niña.
El médico frunció el ceño.
—Yo no diría eso. Tendrá veinte en un par de meses, más de la edad suficiente para una relación, pero no creo que esté lista todavía. Tiene una gran cantidad de cosas que sanar primero.
Pedro asintió.
—Escuche, como he dicho, no estoy interesado en eso con ella.
—Es una chica atractiva. Tuve que sacar el tema.
Pedro no respondió. No pudo. Su voz, junto con su confianza, habían desaparecido. La verdad era que no tenía idea de lo que hacía con Paula. Ni la más mínima idea. Pero sabía una cosa, sintió una necesidad imperiosa de mantenerla a salvo. Sólo tendría que apagar cualquier atracción que sentía por ella.
Aceptó una pila de libros de autoayuda del Dr. Gomez, sin saber si eran de Paula o para él, y salió de la oficina.
—¿Te importaría si prendemos la televisión? —preguntó Paula —Es que está muy tranquilo aquí y estoy acostumbrada a tener sonidos ambientales. —Seguro. —Pedro le pasó el control remoto, y ella lo miró curiosamente como si fuera un objeto extraño—. Aquí. —Apretó el botón de encendido, prendiendo la pantalla. Estaba sintonizada en uno de los canales Premium, que afortunadamente mantenía la programación limpia durante el día. Raramente veía televisión, pero cuando lo hacía, era normalmente cuando no podía dormir y daba lo mismo ver pornografía suave en ese canal o infomerciales. Y un hombre no necesita tantas aspiradoras Shark ni aparatos para hacer abdominales. Paula estudió la televisión por un momento, haciendo una mueca por la cantidad de palabrotas que vinieron del grosero personaje de la pantalla. Pedro rápidamente cambió de canal. El canal del clima. Esa era una opción segura. Paula sonrió hacia él en apreciación y volvió a la cocina.
Un momento después, dudó en el umbral de la sala de estar, con una cacerola en la mano. —Hice Filete Wellington, ¿quieres un poco? No podría saber que era su favorito y que su madre solía hacerlo para él en ocasiones especiales. —¿Hiciste Wellington? Asintió. —Es mi favorito. —El mío también.
Toda esa semana Paula había hecho platos elaborados para él. Huevos benedictinos para el desayuno, sándwiches para la comida, y esa tarde había horneado y decorado seis docenas de galletas de azúcar, y ahora era Wellington. No sabía cómo hacer las porciones correctas para ellos dos, así que las sobras se encontraban apiladas tanto en el refrigerador como en el congelador. Tendría comidas para el próximo año a este ritmo.
Las palabras de Leonardo repicaban en su cabeza… Paula es del tipo maternal… necesita estar en una rutina saludable… no estaba seguro si todo esto de cocinar contaba como una rutina saludable. Ella raramente dejaba la cocina, y cuando lo hacía, no sabía qué hacer.
Pedro todavía estaba lleno del almuerzo, pero se forzó a pasar algunos bocados de la deliciosa comida, alabando a Paula por sus esfuerzos. Notó que raramente comía algo de lo que cocinaba, como si lo estuviera haciendo para su beneficio. Decidió que era momento de actuar.
Pedro regresó una hora después, preguntándose si había tomado la decisión correcta. El cachorro se retorcía en sus brazos, ansioso por bajar y jugar. Mierda. ¿Y si ni siquiera le gustan los perros?, o ¿y si es alérgica? Decidiendo que era muy tarde para retractarse, abrió la puerta y entró a la casa.
Sin ver a Paula, cargó el cachorro Bulldog Frances hacia la habitación y tocó la puerta. —¿Paula?
Escuchó que sorbía la nariz. —Un segundo.
El cachorro dejó escapar un gemido y extendió una pata hacia la puerta arañándola para entrar, como si de alguna manera supiera que su madre se encontraba dentro. Paula abrió la puerta. Una sonrisa iluminó su rostro bañado en lágrimas. —¿Pedro? —Parpadeó y una pregunta no formulada se formó en sus labios.
—Es para ti. Tiene 14 semanas. Una familia la compro en una tienda de mascotas, luego cambiaron de opinión y la dejaron en el refugio de animales. Es tuya. Si la quieres.
—Oh, Pedro —Paula se levantó en la puntas de sus pies y le dio un beso en la mejilla—. Gracias, es muy linda.
Pedro le entregó la cosa que se retorcía a Paula, que rápidamente besó la parte superior de su cabeza y la acunó en su regazo como un bebe. Captó su atención y la retuvo. Los labios de Pedro se elevaron de satisfacción al ver el conmovedor espectáculo.
No había duda de que el perro era lindo. Pedro quería adoptar un pastor alemán, o algún otro perro más masculino, pero cuando vio esta pequeña cosa, que parece más un gremlin que un perro, supo que sería el que Paula podría querer. Y la forma en que Paula enterraba su rostro en el piel del cachorro y murmuraba en lenguaje infantil ininteligible, era una indicación de que había hecho lo correcto. Su corazón se apretó en su pecho, una sensación desconocida y sorprendente. Pero se recordó a si mismo que solo hacía esto para quitarse al doctor de encima. Terapia animal o alguna mierda llamada así.
—¿Cómo vas a llamarla? —preguntó.
Los labios de Paula se curvaron en una sonrisa. Dios, era hermosa cuando sonreía. —¿Tengo que ponerle un nombre?
Asintió y vio como sus ojos se iluminaron.
—Tengo que pensarlo —sonrió, sosteniendo a la cachorra con el brazo extendido para obtener un buen vistazo.
Pedro la dejó otra vez con la excusa de que necesitaba recoger un collar, correa y comida para perros. Pero más que nada, necesitaba escapar de los sentimientos profundos que generaban los murmullos dulces de Paula al cachorro.

CAPITULO 19




Pedro se sentó de golpe en la cama y maldijo. La habitación se hallaba a oscuras y en silencio. Instó a su corazón para disminuir la velocidad antes de levantarse y golpear algo.
—¿Pedro? —Paula se frotó los ojos y se sentó a su lado.
Mierda. Se había olvidado de Paula. Pero al parecer, su subconsciente no. Los sueños eran un inquietante recordatorio de cómo la conoció.
Ella puso una mano en su espalda, descansando entre los omóplatos.
—¿Estás bien?
—No me toques.
Se encogió saliendo de su alcance. Sabía que intentar dormir no tendría sentido ahora que había soñado con ella. Pedro se levantó de la cama. Se puso pantalones cortos, despojándose de sus pantalones de pijama en la oscuridad, y añadió una camiseta. Paula se levantó y salió de la cama detrás de él, envolviendo sus brazos alrededor de su espalda por lo que sus manos se cerraron en torno a su cintura. Sus pechos se rasparon a través del fino algodón de la camiseta que llevaba y se presionan contra su espalda.
—Maldita sea, Paula. —Se quitó las manos de encima y se volvió hacia ella—. Suéltame. —No necesitaba su ternura en estos momentos. Sólo empeoraría las cosas una vez que ella entendiera—. Hay cosas que no sabes sobre mí.
Se quedaron mirándose el uno al otro a la luz de la madrugada, la sorpresa y un toque de miedo llenando su mirada. Él sabía que nunca había visto este lado de él, que ni siquiera había imaginado que existía. Dios, deseaba que no lo hiciera. Pero la triste verdad era que lo había jodido a lo grande. Sólo esperaba que ella nunca supiera el alcance de eso. Le sorprendió lo poco que cada uno sabía del otro, pero la facilidad con que habían caído juntos en la rutina.
Extendió su brazo y le apretó la mano para demostrarle que no estaba loco.
—Sólo tienes que ir a la cama. Voy al gimnasio.
Ella miró el reloj al lado de la cama. Eran las cuatro de la mañana, pero no discutió; se limitó a asentir y se metió de nuevo en la cama, acurrucándose en el calor del lugar que acababa de abandonar.

—De acuerdo, no preguntas, no objeciones. Tú vas a ir —presionó Carolina.
Pedro arrastró el teléfono de su oreja, suspirando. —No sé, Carolina, he estado muy ocupado con el trabajo estos últimos días. —Ella no necesitaba saber que estaba actualmente de vacaciones.
—Oh, Pepe, vas a amarla. Conocí a Sara en mi clase de yoga. Es hermosa, divertida. Cerca de tu edad. Realmente creo que te va a gustar. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que has estado en una cita?
Mierda. La última cosa que quería hacer era ir a alguna cita a ciegas, pero aún más que eso, no quería que Carolina se enojara con él porque si lo hacía, era probable que viniera a darle problemas y luego se iba a encontrar con Paula.
Carolina le estuvo insistiendo en usar sitios web de citas, pero se había negado rotundamente. Preferiría conseguir un rápido polvo que ir a sentarse y escuchar a una chica parlotear acerca de cómo su última manicura se descascaraba después de sólo dos días —no es broma— esa fue la conversación de su última cita.
Pero con su último amigo soltero se casó el verano pasado, Pedro empezaba a darse cuenta de que podría ser el momento de sentar cabeza. Sólo que no era bueno en citas. No parecía responder a las expectativas mujeres tenían. Era olvidadizo, no era romántico, y trabajaba mucho. No sabía de muchas chicas que estarían con él conforme a eso, pero no quería ser el proyecto de alguien. No iba a cambiar. Demonios, incluso Carolina estaba molesta son él y era de la familia —se suponía que tenía que amarlo.
—Me las arreglé para que ustedes pudieran reunirse en lo de Cesar —dijo Carolina—. Tú estás allí cada fin de semana de todos modos, así que ¿cuál es el problema?
Carolina tenía razón. Su mejor amigo Cesar poseía un pub irlandés cerca de su apartamento. —Está bien, voy a ir —murmuró en el teléfono.
Desde que Carolina amenazaba con crearle un perfil de citas en línea, de vez en cuando tenía que mantener su promesa de salir para sacársela de encima—. Sali, ¿eh?
—¡Sí! Bueno, bueno ya arreglé todo. Ustedes tienen una cita en dos semanas, el sábado a las siete para tomar unos tragos. Eso es todo. Simple, ¿no?
—Está bien.
—¿Te mataría darle las gracias a tu hermana?
—Gracias, Caro. —Rodo los ojos antes de terminar la llamada. Faltaban todavía un par de semanas, tal vez podría encontrar una manera de zafarse de ella

Al día siguiente, antes de ir al gimnasio, Pedro dejó Paula en su cita de terapia que había sido pre-programada por el coordinador del centro. Después de un entrenamiento vigoroso y una ducha rápida, Pedro estaba vestido y de vuelta en su camioneta, para recoger a Paula.
Entró en el consultorio del médico, se sentó en la zona de recepción, y comenzó a hojear una revista. Unos minutos más tarde, la puerta de la oficina se abrió y Paula salió con los ojos hinchados. Pedro saltó a sus pies.
El médico se dio la vuelta hacia Pedro. —¿Este es él?
Paula asintió con la cabeza, con los ojos fijos en los de Pedro.
Cristo, esto no era bueno. Podría tener problemas con el Departamento incluso por estar aquí con ella. El médico, a mediados de los cuarenta con pelo canoso en las sienes, se dirigió hacia Pedro y le tendió la mano. —Soy el doctor Gomez, pero me llaman Leonardo. ¿Te importa si tenemos una charla, Pedro?
Pedro asintió. Era lo único que podía hacer, a pesar de que estaba confundido y nervioso. ¿Qué le había dicho Paula al terapeuta acerca de él? Tan pronto como se hubieron sentado en su oficina grande, Leonardo decidió cortar por lo sano—: Ella me dijo qué eras. Pero no te preocupes, confidencialidad paciente/doctor y todo eso. Además, no me importa para quién trabajas. Me da la sensación de que usted quiere ayudar a Paula, así que quería ofrecer alguna orientación.
Pedro se inclinó hacia delante, con las manos sobre las rodillas, dispuesto a escuchar lo que el médico tenía que decir. Parecía que estaban en la misma página. Esto era sobre Paula.
—Estas sesiones ayudarán, pero son sólo una vez a la semana. Paula tiene que entrar en una rutina regular. Necesita cierta apariencia de normalidad en su vida.
Pedro asintió con la cabeza. No jodas, doc. ¿Ese es el consejo brillante por el que tenía que pagar trescientos dólares la hora?
—Parece tener un espíritu maternal.
Pedro reconocía eso, le encantaba cocinar y parecía feliz de darle de comer y quedarse en casa. Pero esperó, preguntándose a dónde se dirigía esta conversación.
—Necesita a alguien o algo a quien cuidar. ¿Tiene animales domésticos, plantas, cualquier cosa?
—Ah, no. —Pedro se pasó una mano por la nuca.—Así que parece que en este momento lo que está poniendo su energía de cuidado es en usted. Eso me preocupa.—Leonardo frunció el ceño—. Paula podría llegar a ser muy unida en este punto vulnerable de su vida.Tendrá que tener cuidado.

sábado, 8 de marzo de 2014

CAPITULO 18



Pedro se despertó de repente con el sonido de un grito ahogado.
¿Qué demon…?
En un instante estuvo fuera de la cama alcanzando la pistola que guardaba en el cajón junto a la cama, pero entonces recordó a Paula. Corrió por el pasillo y la encontró sacudiéndose en la cama, con sus brazos luchando contra un oponente imaginario, suaves sollozos escapando de sus labios.
—¡No! ¡No! —gritaba—. No me dejes. No puedes dejarme.
Su voz contenía tanta emoción, tan febril, que preocupó a Pedro.
Durante el corto instante que le llevó cruzar la habitación, no estuvo seguro de si le hablaba a él, o si seguía soñando. Pero al llegar a la cama y ver el resplandor de la luna llena atravesando su rostro, vio que sus ojos seguían cerrados. Estaba teniendo una pesadilla.
—Paula. —Sacudió sus hombros—. Paula, despierta. Es sólo un sueño.
Sus ojos se abrieron y se fijaron en él. —¿Pedro?
—Sí, soy Pedro cariño. Estoy aquí.
La chica llevó sus brazos hasta su cuello, y tiró de él de manera que quedó por encima de ella. Las calientes lágrimas contra su cuello le impedían alejarse, como la lógica le exigía hacer. En cambio, sus brazos serpentearon alrededor de su cuerpo y la atrajo aún más cerca.
—Shh. Está bien. Te tengo.
Dejó escapar un débil sollozo y se aferró con más fuerza, como si se aferrara a la vida. Después de varios minutos, su llanto cesó, pero el apretón de muerte en torno a él no. Sabiendo que ninguno de los dos conseguiría dormir a estas alturas, Pedro se acostó junto a ella, doblándose suavemente contra su cuerpo —la espalda de ella contra su parte delantera—, y la envolvió en sus brazos
Ella giró la cabeza y lo miró a sus ojos, en silencio rogándole que no le hiciera daño. Esa mirada casi lo aplasta. La tranquilizó pasando la mano por su mejilla, alejándole el cabello enredado de la cara. Se preguntó si su sueño estaría relacionado con Lucas, ese chico por el que había estado preocupada.
—Estás a salvo. Duerme ahora.
Su tercer día fuera del trabajo pasó igual que los otros; pasó el día con Paula. Ella cocinaba. Él comía. Era una rutina agradable la que desarrollaban. Por supuesto que aún no tenía ni idea de lo que hacía dejándola quedarse con él. Y cuanto más tiempo se quedara, más probable era que descubriera los muertos del pasado de Pedro, que estaban mejor en el armario. Pero esos pensamientos eran empujados hasta el fondo de su mente con la dulce inocencia de Paula para distraerlo.
Después de una cena de bistec, papas al horno y brócoli al vapor, Paula hizo palomitas de maíz y se acurrucó en el sofá a ver una película. Era una comedia romántica. Paula se inclinaba hacia adelante, curiosa por las partes empalagosas, observando a la pareja en la pantalla besarse y caer en la cama como si nunca hubiera visto algo así antes. Demonios, tal vez no lo había hecho.
Pedro hizo todo lo posible para tratar de mantener cierta distancia entre ellos, pero Paula se acercó más y más hasta que estuvo apretada contra su costado con la cabeza apoyada en su hombro. No quería nada más que tirar de ella en sus brazos y abrazarla, pero la idea era tan inoportuna, tan poco típica de él, que se obligó a sentarse inmóvil, e hizo lo posible por dejar de notar a la hermosa chica a su lado. Como si eso fuera posible.
Cuando terminó la película, Pedro cambió a las noticia. La primera historia era sobre el desmantelaje del recinto. Sus ojos se posaron en Paula para medir su reacción pero se había quedado dormida, con el rostro tranquilo y hermoso. Alternó entre robar miradas a su forma de dormir y ver la cobertura sobre el recinto, pero no aprendió nada nuevo. Esperó a que la noticia acabara, y sacudió su hombro para despertarla.
—Paula, vamos. Vamos a llevarte a la cama.
Se despertó, sus ojos soñolientos parpadeando hacia él.
—No, todavía no. Quiero quedarme aquí contigo —susurró, su voz ronca por el sueño.
Confiaba demasiado en él. Tenía que ir a su habitación y, probablemente, cerrar la maldita puerta porque la forma en que la camiseta se aferraba a sus senos y se arrastraba hacia un lado dejando al descubierto un burlesco parche de piel, empujaba su mente al borde. Se imaginaba quitándole la camiseta sobre la cabeza y mordisqueando su suave carne, explorando sus pechos con suaves lamidas y besos hasta que gimiera su nombre en esa dulce voz somnolienta.
Tragó ásperamente. —Tienes que ir a la cama. Estás cayéndote dormida.
Ella lo miró a los ojos.
—No quiero estar sola —admitió.
Sabía que probablemente había cometido un error al dormir en la cama con ella la noche anterior, y ciertamente no tenía la intención de sentar un precedente pero, sabiendo que no podía rechazar su petición, simplemente asintió y se la llevó a su habitación. Su cama era más grande.
—¿Quieres dormir en mi habitación?
—¿Contigo? —preguntó ella, alzando la voz en incertidumbre. Él asintió—. Sí.
En cuanto subieron a la cama, Pedro corrió las mantas y Paula se arrastró en ella y se acurrucó en sus almohadas inhalando.
—Huele a ti.
No le preguntó si eso era bueno o malo, pero la sonrisa somnolienta en sus labios confirmó su opinión sobre el asunto. Él no sabía muy bien cómo procesar el hecho de que sus sábanas perfumadas de almizcle —que era probablemente debido al lavado—, fueran agradables para ella. Sin embargo, le gustaba su olor también. Tal vez sólo fuera natural sentirse atraído por el olor del sexo opuesto.
Pedro sabía que era un terreno peligroso. No sólo porque estaba sin duda atraído por ella, sino porque tenía miedo de estar haciéndose demasiado importante en la vida de ella. Desde luego no podía quedarse allí a largo plazo pero, ¿y luego qué? Nunca quiso que ella se volviera tan unida a él. Sin embargo, eso era exactamente lo que parecía estar ocurriendo. Pedro se cambió en el baño, quitándose la camisa y entrando en los pantalones de pijama que había comenzado a usar por Paula.
Cuando se metió en la cama en la habitación con poca luz, Paula avanzó hacia él y se acurrucó contra su pecho desnudo. La suave curva de su pecho presionado contra la llanura de su pecho y sus piernas enredadas con las suyas. En un instante estuvo duro. Mierda.
Se sentó y quitó su dominio sobre él.
—No, Paula. No puedes hacer eso. Puedes dormir aquí si quieres, pero necesito mi espacio.
Se mordió el labio y miró hacia abajo, al parecer herida por haber sido regañada.
—Oye, está bien. No has hecho nada malo. Es sólo que no estoy acostumbrado a dormir acompañado.
Era la verdad, pero no del todo. No quería nada más que tomarla en sus brazos y abrazarla toda la noche. Demonios, si se lo admitía a sí mismo quería hacer mucho más que eso con su pequeño y tentador cuerpo, aunque nunca lo dejaría actuar en consecuencia. No se aprovecharía de esa manera, pero sobre todo no quería que ella descubriera que estaba excitado.
La mirada torturada de Paula capturó la luz de la luna.
—¿Estás enojado conmigo?
No pudo resistirse a acariciar su mejilla. —No has hecho nada malo. Sólo descansa un poco, ¿de acuerdo?
Asintió y se recostó, esta vez en el otro lado de la cama. Encontró su mano bajo las mantas y le dio un apretón.
—Gracias, Pedro.
Le frotó el pulgar sobre la palma de su mano, disfrutando del simple contacto entre ellos.
—Buenas noches, Paula, duerme bien.
Unos momentos después, su respiración se hizo más profunda y regular, y supo que se había quedado dormida. Estaba demasiado excitado para hacer lo mismo.
Su erección pedía atención; y tener suaves curvas femeninas allí junto a su lado presionaba todos sus botones. Echó un vistazo a la puerta del baño principal, preguntándose si podría salir de la cama en silencio e ir a masturbarse. Pero si Paula se despertaba y lo llamaba, ¿entonces qué? Respiró hondo y soltó el aire lentamente, sabiendo que no conseguiría ningún alivio esta noche.

CAPITULO 17



En el supermercado su rutina habitual era tomar sólo lo esencial y hacer malabarismos con todo en sus brazos. Esta vez, sin embargo, vagó por cada pasillo y prácticamente tomó algo de todo, tirando las cosas en el carro a su antojo. Se aventuró a la sección alfombrada del supermercado donde había bastidores de ropa. Paula probablemente necesitaba algunos elementos esenciales, pero no sabía su tamaño, o lo que tal vez le gustaría, así que siguió caminando. Se puso de pie en un pasillo, mirando a los envases de plástico de la ropa interior. Pero, maldita sea, comprar las bragas parecía ir demasiado lejos. Huyó, sintiéndose extraño incluso de pie en el pasillo.
Sabía que si se quedaba más tiempo, tendrían que cruzar ese puente y conseguirle más ropa, pero no hoy. No por sí mismo. Tendría que traerla la próxima vez para que ella pudiera decirle el tamaño. No permitía que sus amantes se quedaran, así que no tenía ni siquiera un cepillo de dientes de repuesto en el baño de invitados, por lo que decidió coger un cepillo de dientes, algo práctico, y aún así impersonal. También arrojó botellas de color rosa de champú y acondicionador en su carro antes de dirigirse a las cajas registradoras.
Cuando llegó a casa, Paula no estaba en ninguna parte a la vista. La puerta de su habitación se encontraba cerrada, así que se fue a guardar todos los alimentos, encontrando que los armarios se hallaban más llenos de lo que había estado nunca.
Cuando Paula salió quince minutos más tarde, se duchó, y una vez más, vestida con sudaderas y la camiseta que le había dado la noche anterior, se arrepintió de no comprarle ropa. Se preguntó si aún tenía las bragas o sujetador debajo de ellos. La vio avanzar hacia la cocina y mirar dentro de los armarios y nevera.
—¿Cómo lo he hecho? —preguntó, venía detrás de ella, pero apoyándose contra la isla para mantener una barrera física entre ellos.
—Muy bien. Puedo hacer lasaña, pastel de carne, hacer algo horneado. Esto es perfecto.Pedro sonrió, contento de haberla complacido. —Tengo esto para ti también. Empujó el cepillo de dientes, champú y acondicionador hacia ella.
Los ojos de Paula se iluminaron mientras cogía las botellas en sus manos. —Gracias. —Se podría pensar que le había dado algún regalo elaborado. Claro, derrochó un poco y compró una marca más cara que su propio champú barato, pero pensó que se merecía algunas comodidades básicas en estos momentos. Toda su vida había dado un vuelco.

Paula vio a Pedro por el rabillo del ojo, tratando de entender su motivación. Sólo te quiere por lo que hay entre tus piernas. La áspera voz de Jorge en su cabeza no era bienvenida, pero familiar al mismo tiempo. ¿Qué quería Pedro de ella? Pensamientos como ese se habían arremolinado en su mente desde que había llegado por primera vez aquí. ¿Quería tocarla? ¿Sería tosco con eso, o le susurraría y acariciaría con dulzura mientras la tocaba? ¿Lo detendría si lo intentaba? ¿Gritaría, patearía y correría del apartamento? ¿Qué haría entonces? Tal vez sólo le permitiría hacer lo que quería, tomar lo que quería. Tenía las manos callosas, pero había sido amable cuando había limpiado sus heridas, así que tal vez no sería tan malo. Ella sólo pudo cerrar los ojos con fuerza y pensar en otra cosa.
Pero ahora parecía menos probable, ya que aún no había intentado tocarla, no le había puesto un dedo encima. Y no sabía qué hacer con él. Su cabeza se sentía mareada con la espera. En este punto, sólo quería que haga su movimiento, para seguir adelante con esto. La espera y no saber cuándo atacaría era agotador. Y también lo era no saber cómo iba a responder.
Estar cerca de Pedro agudizaba sus sentidos y la dejó tambaleándose. Nunca había sentido esto por Lucas, a pesar de sus avances evidentes, y encontró interesante que incluso en la presencia a distancia relativa de Pedro, se despertó su curiosidad y su cuerpo ante toda la atención.
Miró la botella de color rosa de champú en sus manos. Abrió la tapa e inhaló. Notas florales y el aroma delicioso de los melocotones maduros satisficieron sus sentidos, y sonrió. Había usado el champú de Pedro que olía a menta verde e hizo que su cuero cabelludo hormiguera, lo que le gustaba mucho, pero era agradable tener algo propio. Su boca se curvó en una sonrisa lenta ante la idea de que Pedro haya escogido esto para ella. Y disfrutaba con el acondicionador también. Su cabello parecería un nido de pájaros.
Después de colocar las botellas en el baño de visitas, se reunió con Pedro en la cocina para ver lo que podría hacer para la cena. Y tal vez podría incluso hacer algo horneado.
 Mientras Paula se movía por la cocina, Pedro la miró con desconfianza, como si estuviera seguro de que estaba a punto de romperse, o enloquecer en cualquier momento. Ya no sentía ganas de llorar. No sentía casi nada más. Sólo quería asegurarse de que los niños estaban bien y descubrir su nueva vida, tomando un día a la vez. Se sintió aliviada, más que nada, por estar libre de Jorge y el recinto donde se había sentido tan fuera de lugar. Y agradecida a Pedro por darle una segunda oportunidad en la vida. Pero no poder entender sus intenciones la carcomía. No podía decir que tenía miedo de él, sabía que no era así. Más como curiosidad sobre sus motivos. Se sintió lo suficientemente cómoda, vestida con su ropa suave y gastada, poniéndose cómoda en la cocina de su casa, y lo más extraño, poniéndose cómoda en sus brazos. Era un consuelo que necesitaba, y no se lo negaría a sí misma. Y después de que Pedro había fallado en realizar algún tipo de movimiento la noche anterior, ella se había puesto más cómoda, enterrándose en sus fuertes brazos en el sofá y permitiéndose la apariencia más pequeña de seguridad, aunque no iba a durar para siempre

viernes, 7 de marzo de 2014

CAPITULO 16



El pequeño corte en el labio inferior había sanado rápidamente, sólo una línea débil rosada, la vería si la estuviera buscando. Paula alzó la vista y lo miró a los ojos, su boca abierta en una pregunta no formulada.
Tenía que dejar de mirar a su boca o ella iba a tener una idea equivocada. No la trajo aquí para ningún propósito siniestro. No esperaba nada a cambio de dejarla quedarse aquí.
Encontró su voz. —Ven, siéntate y come conmigo.
Paula obedeció, llevando un plato extra y un juego de cubiertos de plata encima de la barra de desayuno para reunirse con él. Se sirvió unos panqueques de la bandeja entre ellos. Pedro se alegró al ver que no parecía demasiado consiente de ella o tímida.
Cortó sus panqueques en pedacitos, pero todavía no había dado un mordisco.
—¿Cómo estás esta mañana? —preguntó, haciendo todo lo posible por jugar un papel de crianza, algo nuevo para él.
Tragó con dificultad y miró por encima de él. —¿Es estúpido que eche de menos allí?
¿El recinto? Suponía que era todo lo que conocía. —No, creo que no. Eran la única familia que tenías.
Asintió. —Hay algunas cosas que no voy a extrañar.
La dejó sola con sus pensamientos, luchando contra el impulso de presionarla para más detalles. Apreciaba su personalidad —no sentía la necesidad de llenar el silencio con la charla sin sentido. Ella era más observadora del mundo que contribuyente directamente, y podría relacionarse. Se acercaba a la mayoría de las cosas con una buena dosis de sospecha, y las relaciones para él no eran diferentes. Aun estaban sintiéndose el uno al otro, cada uno en guardia, pero por razones posiblemente diferentes. Ella era una niña traumatizada vulnerable en la casa de un extraño, y él era un agente del FBI que se había endurecido y experimentó más que su justa parte de la pérdida. Se pasó una mano por la nuca. Cristo, que par.
Después de unos segundos de silencio mordiéndose la uña del pulgar, le preguntó—: ¿Crees que alguien del recinto podría encontrarme aquí?
Dudaba que eso pudiera ser posible. Se suponía que debía estar en la casa de acogida. Aunque si alguien se interesaba lo suficiente y empezaba a hurgar, el coordinador podría recordar a Pedro y podrían rastrearla a través de él, pero ¿por qué alguien se tomaría tantas molestias?
—¿Por qué lo preguntas?
—Había alguien...
—¿Alguien que?
Bajó la mirada, volviendo a estar fascinada con la uña del pulgar.
—Respóndeme. —No tenía intención de usa la fuerza bruta detrás de su voz.
—El hijo de Jorge.
Pedro se devanaba los sesos. El archivo mencionaba que Jorge tenía un hijo veinteañero, Lucas, pero no había estado viviendo en el recinto en el momento de la redada. —Lucas.
Asintió.
—¿Es peligroso?
—No, nada de eso. —Dudó un instante, pero antes de que Pedro pudiera probar de nuevo, lanzó un suspiro y continuó. Lucas había vivido en el recinto hasta el año pasado. Había ido a buscar un empleo mejor remunerado, pero juró que volvería por ella. A pesar de los sentimientos sólo platónicos de Paula por él, estaba convencido de que tenían de casarse algún día. Él eliminó sus dudas, diciéndole que estaban destinados a estar juntos y que iba a cuidar de ella.
Pedro se volvió hacia ella y le cogió las manos, sosteniéndolas entre sus palmas.
—Escucha. No va a encontrarte aquí. Ahora estás a salvo. ¿De acuerdo?
Asintió. —Está bien.
Después del desayuno Pedro anunció que iba a la tienda de comestibles. —¿Hay algo que te gustaría? Puedes hacer una lista —alentó, deslizando su billetera en el bolsillo trasero de sus vaqueros.
—Oh no, compra lo que quieras. No quiero ser una plaga.
—Paula, no lo eres. —Su mirada de sinceridad no dejó lugar a otro argumento, pero ella no le proporcionaría una lista. Él no quería presionarla, porque incluso después de colocar un bloc de papel y un lápiz sobre el mostrador, Paula solemnemente negó con la cabeza. No sabía si su negativa se debía a que ella realmente sentía que sobrepasaba sus límites, o si tal vez no sabía escribir, así que la dejó

CAPITULO 15



Estaba agradecido por tener unos días libres para ayudar a Paula a resolver las cosas. En cuanto a cómo usaría esos días, no tenía idea. Claro, tendría que regresar al trabajo pronto y tenía sus domingos de visita con Julieta, que esperaba que Paula no tuviera que enterarse. Pero una cosa a la vez. Se encontraba a salvo y caliente en la habitación de invitados y eso era suficientemente bueno por ahora.

Cuando Pedro despertó a la mañana siguiente, o por la tarde por así decirlo, le tomó un momento ubicar los sonidos que venían del interior de su apartamento. Paula. Su corazón hizo un pequeño baile feliz en su pecho ante la idea de encontrarla en su cocina. Se estiró y fue a investigar. Cuando entró en la cocina, sus pies descalzos hicieron un ruido sordo contra el suelo de madera, Paula levantó la vista y se congeló como si la hubieran sorprendido haciendo algo mal.
—Hola —ofreció, tratando de tranquilizarla.
Sus rasgos se suavizaron. —Hola.
Pedro escaneó los tazones y los ingredientes esparcidos a través del mostrador, y la isla cubierta por una capa de harina. —¿Has dormido bien?
Los ojos de Paula vagaron por la longitud del pecho desnudo de Pedro y se detuvieron donde el pelo fino rozaba la parte baja de su estómago y desaparecía bajo el cinturón. Se aclaró la garganta y miró sus manos. —Mmm hmm —tartamudeó.
Pedro se mordió el labio para no reírse. Su físico musculoso siempre recibió críticas positivas del sexo opuesto. Y se sorprendió al ver que incluso después de todo lo que Paula había pasado, todavía lo notó. Entrenaba duro para mantenerse en plena forma física, kick-boxing tres veces a la semana, levantar de pesas y correr el resto de los días. Echó un vistazo a su pecho y abdomen desnudo. Sus pantalones se habían deslizado ligeramente hacia abajo en las caderas, dejando al descubierto sus abdominales inferiores y las líneas a lo largo de los costados que formaron en sus caderas una profunda V. Apretó el cordón, duplicando el nudo. Tranquilo muchacho. Ahora no era el momento para obtener una erección.
Rara vez vestía algo en la cama, pero se había puesto un par de pantalones de pijama anoche por si acaso Paula necesitaba algo en el medio de la noche. De esa manera no tendría que buscar a tientas su ropa en la oscuridad, o el riesgo de aterrorizar a la pobre chica con su masculinidad al desnudo. No se había molestado con una camisa, encontraba el material malditamente restrictivo. Prefería la sensación de sus sábanas de satén contra su piel desnuda —era el único consuelo que se permitía.
—Estoy haciendo panqueques. Espero que esté bien —dijo Paula en voz baja.
Una caja de mezcla se apoyaba en el mostrador. —Por supuesto que está bien. Gracias. —Pedro cruzó la cocina para hacer una taza de café, pasando a su alrededor y dándose cuenta de lo poco acostumbrado que estaba < tener a alguien en su espacio, a pesar de que no era del todo desagradable.
—Lo siento, no sabía cómo manejar esa cosa. —Paula miró la cafetera como si la hubiera ofendido personalmente.
—Ven aquí, te mostraré.
Una vez que Paula había limpiado sus manos en un paño de cocina y se acercó furtivamente junto a Pedro, no pudo resistirse a guiarla entre él y el mostrador, así estaba más cerca de la máquina de café, se dijo.
Paula contuvo el aliento ante el contacto, pero no protestó, permitiéndole maniobrar su cuerpo a su antojo. Le demostró cómo agregar granos frescos en la amoladora y luego cómo configurar los granos para asar, luego colar. La cafetera estaba más inquieta de lo que estaba acostumbrado, pero había sido un regalo de Carolina la Navidad pasada, y ahora él era adicto a los granos de café asados.
Ninguno de los dos se alejó cuando el café comenzó a gotear en la jarra. Una repentina visión de levantar el cabello de la parte posterior de su cuello e inclinarse para plantar un beso en la suave piel, bailaba por su cabeza. Se encontraba a pocos centímetros de presionarse en ella, moliendo sus caderas en su culo. Sintió un revuelo en su polla y supo que la lección había terminado.
—Vamos a comer —se quejó.
Paula se quedó en silencio, atónita, mientras él salía de la cocina. Cogió una camiseta y la se la tiró encima antes de sentarse en la barra de desayuno. Paula deslizó una pila de panqueques frente a él.
—Gracias. —Lanzó una rápida mirada hacia ella. No se dio cuenta que tener esta hermosa mujer joven en su casa le afectaría de esta manera. Era un profesional. No debería estar afectado por ella.
La vio moverse por el apartamento, doblar la cintura para recoger un montón de cartas que había dejado junto a su sillón, arrastrándolas a la cocina para ordenarlas y se mordió el labio mientras estudiaba un lugar en el mostrador antes de limpiarlo. Sus labios eran carnosos y rosados, y se encontró preguntándose a que sabían antes de rápidamente empujar lejos el pensamiento.
Mientras estaba de pie en el mostrador de la cocina, Pedro apreció su perfil. Pequeño pero alegre pecho, pelo oscuro rizado alrededor de sus hombros, un vientre plano, y un culo bien formado. Apreciaba un culo bien formado y poner sus palmas en esa redondeada parte trasera se reprodujo por su mente como una canción en repetición, no importaba cuántas veces se recordó a sí mismo que eso NO iba a suceder.

jueves, 6 de marzo de 2014

CAPITULO 14




La casa de Pedro no era lo que Paula había pensado. No estaba segura de qué esperaba, pero el gran y moderno apartamento del tercer piso con ventanas de piso a techo y muebles elegantes fue inesperado. Se encontraba demasiado exhausta para explorar, estando agotada y luchando contra un ataque de pánico. Obedientemente siguió a Pedro. Haciendo su mejor esfuerzo en escuchar mientras le señalaba cosas. El pequeño rincón de desayuno dio paso a una gran sala de estar con un sofá color café frente a un gran televisor de pantalla plana.
Ella ya amaba la inmaculada cocina, con sus electrodomésticos de acero inoxidable y su rústica isla de madera, incluso si la vista de ello inicialmente provocó una punzada de tristeza en su pecho. Pensando en cocinar, recordó el recinto, lo cual la hacía pensar en los niños.
Estaba preocupada por donde se encontraban y si estaban bien cuidados. Especialmente la pequeña Brissa. La niña de cinco años era muy lista y dura, la niña más resistente que conocía y sin embargo, se veía tan triste cuando se la llevaron en la furgoneta con los otros niños. Esperaba que ella estuviera bien. Deseaba encontrarla… pero había dejado eso de lado mientras trabajaba en hacer una receta básica de fettuccine Alfredo. No podía decir que jamás haría ese plato en particular a las tres de la mañana, pero sus opciones habían sido limitadas con una cocina tan pobremente equipada.
Se encontró preguntándose cómo cuidar de Pedro y pensó que era extraño que no estuviera casado. Él estaba a finales de los veinte, era amable y atractivo, pero tan rápido entraron esos pensamientos en su cabeza, ella los ahuyentó. No tenía por qué preguntarse acerca de su vida amorosa.
Siguió a Pedro por el corredor, donde señaló un gran baño de invitados con piso de mármol y el dormitorio, que ella ya había visto, antes de detenerse en la otra puerta al lado de la suya.
Aclaró su garganta. —Esta es la habitación de huéspedes. —Le hizo una seña para que entrara.
Ella paso a su lado, entrando en la espaciosa habitación decorada en colores cremas y blanco. La acogedora cama en el centro de la sala la hizo continuar. Cuando llevo una mano hacia el centro de la afelpada cama, no había manera en la que volviera a dormir en ese duro y manchado catre. La cama tenía las sabanas más suaves que había sentido. Recorrió la sala, pasando la mano por las suaves curvas de la cómoda de madera oscura y luego se volvió hacia Pedro. Se preguntó si podía quedarse. Había algo en él, lo sintió desde el primer momento en que lo vio en el recinto. A pesar de que probablemente debería haberle temido, se sintió reconfortada por su presencia.
—Tu puedes, mm, dormir aquí. —Se pasó una mano por la parte trasera su cuello. Flexionando los bíceps. Marcándose a través de la playera que usaba. Tenía unos largos y poderosos músculos en la espalda, hombros y brazos, pero por alguna razón Paula sabía que no la lastimaría. No le parecía del tipo violento.
—Gracias —murmuró. Trataba de imaginarse viviendo en un lugar tan lindo, pero era muy grande y muy vacío para sentirse cómoda. Acostumbraba a dormir en una habitación compartida con otras mujeres y niños, relajándose con el sonido de la respiración o los suaves ronquidos. Aun así, apreciaba que le prestara la habitación, donde por lo menos estaría a salvo. Ya había notado que la puerta tenía su propio cerrojo.
Se quedaron uno frente al otro, sin hablar, pero estudiándose. Paula cambió su peso, bajando la mirada a sus pantalones vaqueros holgados y sudadera. No tenía ropa para cambiarse, o una pijama ni cepillo de dientes, pero no le preguntaría a Pedro por nada más. Él ya había sido muy amable y no quería aprovecharse de su recibimiento o causarle alguna objeción a su estancia.

Paula seguía parada en el centro de la habitación, sus pies desnudos en la afelpada alfombra. Pedro de pronto se encontró agradecido con su hermana Carolina por su ayuda con la decoración. Se había resistido al principio pero ella lo había llevado poco a poco a cabo, recordándole que probablemente el seguía siendo soltero, pero ya no tenía más veintidós años y que ganaba bien. Dijo que ya era tiempo que viviera como adulto. Así que había conseguido un nuevo juego de dormitorio para sí mismo, o mejor dicho fue junto con Carolina a la tienda de muebles, y le entregó su tarjeta de crédito una vez que había elegido todo.
Ella redecoró su lugar cuarto por cuarto, terminando con la habitación de invitados en la que Paula se encontraba. Le había dicho a Carolina que era un desperdicio de dinero, esta habitación jamás había tenido a un huésped en los tres años que llevaba viviendo aquí. Era donde guardaba la tabla de planchar que raramente usaba, un juego de maletas y una bicicleta de montaña. Pero ahora viendo a Paula caminar junto a la cama y presionar su mano en el centro de la afelpada colcha, silenciosamente elogió la intervención de Carolina, no es que alguna tuviera que admitírselo.
—Espera aquí. Regresaré. —Pedro regresó un momento después con un par de chándales y una vieja camiseta, entregándoselas a Paula—. Si sirve de algo puedes usar esto.Paula aceptó la ropa agradecida, y Pedro dejó la habitación para que pudiera cambiarse. Minutos después, llamo a la puerta con los nudillos. —¿Estás aceptable?
Abrió la puerta y se paró enfrente de él. Las ropas flojas parecían tragársela.
—Vamos a resolverlo todo por la mañana. Sólo descansa un poco, ¿de acuerdo? Paula asintió, bostezando. Pedro la observó arrastrarse hacia la cama, su pecho se tensó al verla vestida con su ropa, viéndose tan pequeña e indefensa en la gran cama. —Buenas noches —pronunció con una voz sorprendentemente firme.