lunes, 17 de marzo de 2014
CAPITULO 38
Pedro creía que el yoga debía relajarte, razón por la cual no podía entender por qué Paula había llegado a casa más enojada que un nido de avispas.
Lanzó su tapete de yoga en el closet y luego se retiró a la cocina. Pedro se imaginó que se uniría a él en la sala para contarle todo sobre su día, a hablar emocionadamente como hacía cada vez que vivía una nueva experiencia. Miró su reloj. Hora de la cena… tal vez estaba ansiosa por comenzar a cocinar. Pero no sonaba como si estuviera cocinando, más bien castigaba a la vajilla.
—¿Paula? —Pedro se asomó a la cocina, donde el estruendo de ollas y cacerolas comenzaron a alarmarlo.
—¿Qué? —Se giró rápidamente, sosteniendo un gran cuchillo de cocina.
—Woah. —Levantó las manos—. Sólo quería saber cómo había ido el yoga.
Ella entrecerró los ojos, rehusándose a bajar el cuchillo. —Bien —soltó en un tono cortante.
Él dio un paso atrás. —¿Pasó… um, algo? —Sus cejas se arrugaron con preocupación.
—Nop. —Cortó a un tomate maduro con tanta fuerza que un salpicón de semillas y jugos mancharon la encimera.
—¿Estás segura? —Se atrevió a dar un paso adelante—. ¿Te… divertiste?
Aún estaba vestida para ejercitarse, un par de pantalones ajustados negros que apretaban su trasero de una manera que lo distraía completamente. Dios bendiga a quién inventó los pantalones de yoga. Su camiseta sin mangas blanca estaba algo arrugada, mostrando un línea de su piel desnuda en su cintura y espalda. Imágenes de él acariciando aquel trasero con sus palmas, junto con los recuerdos del sabor de su piel, bailaron a través de su subconsciente.
Dios santo, la deseaba.
Demasiado.
Había intentado evitar estar a solas con ella desde que se había rendido y dado placer. Por más que quisiera repetirlo, no se había atrevido a hacerlo. Durante toda la semana pasada, trabajó hasta tarde, iba al gimnasio después del trabajo, iba al pub de Cesar por una bebida, entonces llegaba a casa y se metía en la cama mientras ella dormía. Claro, eso no había hecho que dejara de enredar su cuerpo alrededor del suyo, soltando un pequeño suspiro de felicidad sobre su pecho, o envolviendo sus brazo alrededor de ella para que pudieran dormir de lado. Ciertamente no tenía vergüenza de tomar lo que necesitaba cuando de afecto físico se hablaba, pero ninguno había hablado sobre su relación, o lo que fuera esa cosa entre ellos.
Dejó caer el cuchillo, dejándolo sonar fuertemente contra la tabla de picar, olvidando su tarea momentáneamente. —¿Divertirme? Hmm, veamos. ¿Fue divertido ver a la chica que trajiste a casa doblar su cuerpo en poses imposibles durante noventa minutos? No. Supongo que no lo fue.
—Paula. —Su tono era seco, ella lo miró a los ojos.
—¿Qué, Pedro? ¿Qué?
Él tragó y examinó el suelo entre ellos acercándose otro paso. —Primero, entrégame el cuchillo. —Su agarre se cerró alrededor de su muñeca y con su mano libre, deslizó el cuchillo lejos de ella, por si acaso. Nunca la había visto tan exaltada. Estaban parados a unos pocos centímetros y Pedro podía sentir el calor irradiando de su cuerpo. Podía oler las dulces notas florales de su champú violando su resolución. Se imaginaba inclinándose y poseyendo su boca con un beso. Quería sentir sus llenos labios separándose para él, aceptándolo, y recordar la forma en que su pequeña lengua se acariciaba contra la suya hizo que sus bolas dolieran. Pero incluso mientras procesaba todo eso, en lo que toma dos pálpitos de corazón, él sabía que no la besaría. En vez de hacerlo, cerró los ojos con fuerza, obligando a su erección a ceder—. Dime qué es lo que realmente te molesta.
Paula bajó la mirada, peleando consigo misma sobre qué decir a continuación. ¿Qué podía decirle al hombre que la hizo sentir que le importaba un minuto y la puso tan furiosa al otro? No quería parecer desagradecida, pero alguien tenía que ceder. Ella necesitaba entender qué era lo que pasaba por su cabeza. Había tenido problemas durante la lección de yoga de esa noche, odiando tener que ver a la instructora con la que se había acostado, mover su flexible cuerpo en todo tipo de posiciones. ¿Por qué la había traído a casa, la había traído aquí a vivir con él en primer lugar? ¿Por qué pasar por todo eso si en realidad no la quería? —Si no me quieres, ¿por qué simplemente no me dejaste donde estaba? —Bajó la mirada, incapaz de mirarlo a los ojos, pero aun así buscando desesperadamente una reacción.
—¿Dejarte allí? ¿Estás loca? Aquél imbécil de Jorge estaba loco. Deberías estar agradeciéndome por sacarte de allí.
—¿Agradecerte por destruir la única familia que conocía? ¿Por traerme aquí donde no puedo hacer nada más que sentarme, preocuparme y reflexionar sobre todo lo que perdí? —Una simple lágrima se deslizó por su mejilla antes de atraparla con el dorso de su mano.
—Tenía que sacarte de allí, y no me arrepiento de haberte traído aquí, tampoco. —Suspiró—. Sé que debe haber cosas… personas, que extrañas.
Ella tragó el nudo de su garganta, un nuevo ataque de emoción cubriéndola. —Estaba así de cerca de lograr entrenar a Camila para que usara su orinal. —Sostuvo sus dedos a un centímetro de distancia. Extrañaba a aquella luchadora niña de dos años con una maraña de rizos rubios—. Y Cata, el miembro más viejo, era mi única fuente de cordura. Era la única que podía hacer que Jorge entrara un poco en razón. Su pastel de arándanos era mi favorito. Tenía la teoría de que solamente con su pastel podía resolver la mayoría de los problemas del mundo.
Pedro sonrío y tomó su mano. —Recuerdo leer sobre Cata en el archivo del caso. Vive con su hija adulta en Denver ahora.
El corazón de Paula saltó en su pecho. Cata y su hija se habían peleado hace años. La puso feliz saber que se habían reunido. Sabía que todos seguían con sus vidas, y necesitaba hacerlo, también. Pero era tan duro. Odiaba no saber qué vendría para ella y Pedro.
Lo miró desafiante, incitándolo a que dijera algo, cualquier cosa que pudiera explicar lo que sucedía entre ellos, pero él permaneció en silencio, su expresión cansada e insegura.Perdido sin saber qué decirle a Paula para hacerla sentir mejor, Pedro dejó caer su mirada y deslizó una mano por su nuca. —Ve a ducharte. Ordenaré la cena esta noche. —La dejó ir, y Paula se tambaleó, alejándose con piernas temblorosas, por el entrenamiento de yoga o por el deseo intensificándose entre ellos, no lo sabía con seguridad.
Respiró profundamente, intentando calmar sus agotados nervios. Si las cosas se volvían más calientes, él echaría a arder. Buscó por su teléfono móvil y ordenó comida china.
Cuando Pedro fue a la cama esa noche, Renata se encontraba desparramada en el medio. No podía evitar preguntarse si Paula había colocado al perro en la cama para crear una pared física entre ellos. Levantó las sábanas y tiró de la manta hacia él, sin ser generoso de no despertar al perro. Parte de él esperaba que la maldita cosa caminara de vuelta a su caseta en el dormitorio de huéspedes donde normalmente dormía. La bestia era una pequeña aguafiestas.
CAPITULO 37
Por mucho que Paula quería admitir que Pedro no le afectaba como él no parecía afectado por ella, no podía. Sobre todo porque al mirarlo con esa otra mujer le había roto el corazón en mil pedazos pequeños. Había empezado a enamorarse tontamente de él, sus demostraciones amables, su carácter bondadoso, su fuerte ética de trabajo, todo en él y desde que le vio hacer el amor con esa mujer , su cuerpo había unido fuerzas con el corazón, el dolor abarcaba todo, poseyéndola de adentro hacia afuera.
Lo echaba de menos cuando se encontraba en el trabajo. Extrañando su olor, su calor y el tener a alguien para compartir pequeñas cosas. Como cuando Renata saltó en el sofá, por primera vez, confundida en cómo había llegado hasta allí, o cuando por fin pudo lograr la receta de su pastel favorito que su amiga Cata hacía para ella.
Prácticamente lo atacaba cuando llegaba a casa del trabajo, desesperada por el contacto y la atención. Y él siempre lo permitió, pero nunca animó algo más entre ellos. Paula sabía que era hora de encontrarse un trabajo, tener algo a lo que dedicar su tiempo y atención, valdría la pena, más que cuidar de Pedro hasta la muerte. A pesar de que nunca se quejaba.
Pero incluso mientras planeaba el futuro, no pudo evitar que sus pensamientos vagaran hacia Pedro. La forma en que sus intensos ojos oscuros se sentían en su piel, sus roces casuales... dudaba que él tuviera alguna idea de lo loca que eso la ponía. La forma en que sonreía cuando tomaba el primer bocado de comida que había cocinado, el aspecto que tenía con la camisa arremangada al llegar a casa del trabajo. Ella encontró casi todo lo hacía sexy. Y no quería comenzar con su olor, cuando llegaba a casa del gimnasio, la piel brillante y los pantalones cortos que colgaban sueltos en las caderas. Le tomó toda la fuerza que poseía para no saltar sobre él.
Nunca había tenido sentimientos como estos antes, y no se trata de cualquier persona, finalmente, había reunido el coraje de hablar con su terapeuta al respecto la semana pasada. Él le había asegurado que sus sentimientos hacia el sexo opuesto era completamente normales y de esperarse, ya que vivía en un lugar cerrado con alguien a quien se siente atraída. Pero le había advertido acerca de cómo involucrarse con Pedro, diciéndole que si él no sentía lo mismo, saldría lastimada.
Paula se había desnudado para Pedro, y no había terminado tan bien. Claro que le había tentado lo suficiente como para darle un beso en todos los lugares correctos hasta que se disolvió en placer, pero luego le había colocado las bragas en su lugar y se fue como si nada hubiera pasado entre ellos. Parecía que nada de lo que hacía lograba que la viera como una verdadera mujer. Aún veía a la chica asustada, la de vida cansada que había rescatado. Cuando por fin la besó —un beso lleno, sensual de boca abierta, pudo decir que eso si le afectó, sin embargo, no se dejaba ir con ella. Brevemente se había preguntado si tal vez era gay, pero sabía que aceptó los placeres simples del contacto entre ellos, incluso si eso era todo lo que era —el calor de otro cuerpo. Así que fue a una cita con Patricio, y luego esta mañana habló con Pedro para obtener su licencia de conducir y su propio trabajo. Había llegado el momento de pensar en su futuro, aunque podría ser bastante aterrador, no sólo porque significaba confiar sólo en sí misma, sino porque la idea de estar lejos de Pedro se sentía como una pérdida que no podría manejar. Había estado enamorándose de él desde el primer momento en que lo había visto con el arma apuntando, y sus oscuros e inteligentes ojos arrasando la habitación donde ella se escondía.
Cuando Pedro se fue a trabajar esa mañana, ella limpió la cocina, pulió las encimeras de granito negro, y luego se colocó en la mesa del comedor con su ordenador portátil. Comenzó a buscar trabajo y averiguar el costo de los apartamentos. Ya era hora de hacer un plan. No podía confiar en la generosidad de Pedro para siempre.
domingo, 16 de marzo de 2014
CAPITULO 36
Pedro se despertó con un sobresalto en la oscura habitación. Miró hacia el reloj. Dos de la mañana. Restregó una mano en su rostro y echó un vistazo a Paula. Dormía pacíficamente junto a él. Habían pasado ocho meses desde que había tenido una de esas pesadillas. Pero la chica que no había sido capaz de salvar se había filtrado hacia el fondo de su subconsciente, probablemente provocado por el rescate de Paula. Los sueños no eran lo suficientemente malo para obligarlo a tomar las pastillas contra la ansiedad en su armario de aseo, pero eran lo suficientemente malos para mantenerlo al borde de ser demasiado acogedor con Paula. Necesitaba estar centrado en su trabajo, y eso incluía ayudar a Paula a seguir adelante. Nada más.
No todo era una jodida historia de amor como Carolina pensaba. No todos obtenían sus finales felices. Sabía eso de primera mano —miren a sus padres o vayan y abran cualquier caso en su escritorio en el trabajo.
Todavía no podía de dejar de reproducir miles de escenarios en su mente aunque todos eran con él siendo incapaz de llegar a Paula a tiempo y presenciando su última respiración, como ocho meses antes con la otra chica. Después de su muerte, había investigado todo lo que podía sobre la chica que había estado en el lugar equivocado en el momento equivocado. Sólo tenía diecisiete, estaba en el centro porque había discutido con sus padres. Cerró sus ojos y acercó a Paula, enterrando su rostro en su cuello, respirando su aroma y trató de escapar de la visión de la chica en su mente.
Pedro se reunió con Carolina en el bar de Cesar, después del trabajo para tomar una cerveza. Ella había estado molestándolo desde que conoció a Paula, y sospechaba que su visita no era una reunión de hermanos amistosa. Más bien una oportunidad de enterarse de los detalles sin interrupciones. Cesar le llevó automáticamente una cerveza y a Carolina una copa de vino blanco.
—Gracias hombre. —Levantó la botella a Cesar antes de llevársela a la boca.
—Así que... —Carolina comenzó a hablar, sonriéndole—. ¿Qué hay de nuevo?
—Nada.
—¿Cómo está Paula?
—Bien.
Ella hizo un mohín. Sabía que sus respuestas de una sola palabra no lo ayudaban, pero no le importaba. Ni siquiera entendía lo que pasaba entre él y Paula, y mucho menos iba a tratar de explicárselo a otra persona.
—¿Cómo estuvo tu cita con Sara?
—Estuvo bien. —Lo único que recordaba de su cita con Sara fue lo que pasó después con Paula. Los ardientes ojos oscuros que lo miraban follar a otra mujer fue probablemente la experiencia más erótica de su vida. Una oleada de calor se arrastró hasta el cuello por el recuerdo.
—¿Crees que volverás a verla?
¿A Sara? —No.
Carolina puso los ojos en blanco. —Pedro. Habla conmigo. ¿Qué está pasando entre tú y Paula? ¿Tienes la intención de seguir manteniéndola, o va a conseguir un trabajo? No lo tomes a mal, porque me gusta mucho Paula, pero tú eres mi hermano. Es mi trabajo cuidar de ti.
Pedro casi se echó a reír ante lo absurdo de su pregunta. —Paula no es así. No está detrás de mi dinero, no es que tenga mucho de todos modos; y sí, tengo planes de ayudarla durante el tiempo que lo necesite. —Tomó otro sorbo de su cerveza, con la agitación creciendo hacia dónde se dirigía la conversación. Esperaba que Carolina investigara sobre su vida amorosa, como solía hacerlo, no una advertencia para que se alejara de Paula.
—Eso es mucho para ti, Pedro.
—Ella no es una carga, Caro. —Todo lo contrario, de hecho—. Me gusta tenerla allí.
Una sonrisa cómplice se extendía a través de sus labios. —¿Qué es lo que realmente está pasando entre ustedes dos?
—Estaba completamente destrozada cuando la encontré. No voy a tomar ventaja de ella. Solo olvídalo.
Carolina se echó a reír. —Eres tan ciego como un maldito murciélago. He visto la forma en que te mira, Pedro. No creo que se pueda tomar ventaja de la voluntad.
¿Qué significaba eso? ¿Cómo lo miraba Paula? —No me mira de ninguna manera. —¿O lo hacía?
Carolina volvió a reír, y tomó otro sorbo de su vino. —Te mira como si te quisiera probar. Y no me hagas que empiece a hablar de cómo cocina y limpia para ti, básicamente atiende todas tus necesidades.
—Estás yendo muy lejos con esto. —Paula hizo esas cosas porque le dieron algo que hacer, le permitía sentirse útil. Eso no tenía nada que ver con él, ¿verdad?
—Tú me llamaste en estado de pánico cuando tuvo esos calambres. ¿Tú no encontrarías eso... extraño?
Se encogió de hombros, negándose a contestar y se concentró en su cerveza. No había pensado que era extraño en ese momento, pero podía ver cómo probablemente pareció algo que un novio haría.
—Maldita sea Pedro, ella no es la única que está destrozada, tú también lo estás. Juro que podrías estar enamorado de ella y con esa cabezota tuya ni siquiera lo sabes.
No lo creo. Pedro pretendió reírse e ignorar el comentario, pero su boca se había secado completamente. Se tomó otro sorbo de su cerveza,rezando para que el líquido helado despejara su mente de todos los pensamientos imposibles.
—¿Qué piensas acerca de que consiga mi licencia de conducir? —preguntó Paula durante el desayuno de la mañana siguiente.
El café caliente se deslizó penosamente por el conducto equivocado. Pedro luchó por despejar sus vías respiratorias, incapaz de hablar durante casi un minuto.
Paula puso la espátula al lado de la sartén con huevos, y con una mano en la cadera, le lanzó a un discurso. —He conducido antes. Un montón de veces. Aprendí en una vieja camioneta que teníamos en el recinto.
Poniendo su taza en la mesa y aclarándose la garganta, Pedro asintió. —Está bien, Paula. Voy a hacer la cita para el curso de conducir.
Con las palabras de Carolina de la noche anterior animándolo, y el tema de su futuro ya abordado, Pedro consideró cómo sobrellevar la idea de que Paula consiguiera un trabajo. No sabía si era lo correcto, infiernos, podría pagarle para cocinar y limpiar la casa, pero sabía que ese no era el por qué había hecho todas esas cosas y no quería lastimarla. Sabía que era buena con los animales, cocinando y horneando. Es cierto que había cosas que podía hacer, y tal vez incluso ir a la escuela si le interesaba. —Una vez que obtengas tu licencia, serás capaz de salir cuando yo esté en el trabajo. —Tomando la segunda rebanada de pan de plátano que Paula había puesto delante de él—. ¿Has pensado en lo que te gustaría hacer? —Se atrevió a lanzarle una mirada.
—Me gustaría trabajar con niños. Quizás de niñera, o tal vez en una guardería.
—Esa es una gran idea. —Se sorprendió Pedro con la facilidad con que la conversación había ido. Quizás Paula estaba lista para más, algo más fuerte de lo que él había dado crédito. Se dirigió a su dormitorio para continuar preparándose para el trabajo, sintiéndose de alguna manera incómodo con la conversación que acababan de tener.
CAPITULO 35
Para el final de la comida, Pedro estaba listo para salir de allí. Entre deshacerse de Lorena y después de observar a Paula, se hallaba al borde. Nunca había tenido una mesa que le molestara tanto, pero porque no podía ver dónde se encontraban las jodidas manos de Patricio. Y el principio de un dolor de cabeza perforaba su sien.
Pagó la cuenta por la comida y se puso de pie. —¿Listos?
Lorena se enfurruñó y bebió el resto de su margarita. —Bien.
Una vez que llegaron a casa, caminó a través del pasillo con Lorena, delante de Paula y Patricio, permitiéndoles algún tiempo antes de llevarla a casa. Lo que debería estar haciendo. No esperar y ver como Patricio trataba de besarla. Sobre su cadáver.
Una vez que estuvieron solos, Pedro cerró la puerta mientras Paula cogía a Renata y enterraba su rostro en su pelaje, balbuceando. Pedro se paró allí con una sonrisa satisfecha, observándola. Paula se quedó inmóvil, luego bajó a Renata al suelo. Su mirada era intensa, y el aire entre ellos crujía con la misma intensidad que la última noche. Se preguntó si ella recordaba la manera en la que la había devorado, golpeando su lengua en su rosada carne hinchada.
Murmuró algo sobre pasear a Renata por ella, y cogió el perro para alejarlo del agarre de Paula. Cuando regresó, Paula se había cambiado a un pantalón de chándal y una holgada camiseta y se encontraba recostada en el sofá, acurrucada en una bola, abrazando una almohada entre sus piernas.
—¿Qué está mal?
—Mi estómago… — gimió.
—¿Es algo que comiste? Tal vez la comida mexicana no es lo tuyo.
—No. No es eso. Creo que son calambres.
—¿Calambres? —Oh. Calambres.
La miró fijamente por unos cuantos minutos, preguntándose qué podía hacer para aliviar su malestar, pero por una vez, estaba totalmente fuera de su liga. Sacó su móvil de su bolsillo y llamó a Carolina, escabulléndose al baño. —Hola, Caro.
—Hola. ¿Fueron a su cita doble, chicos?
—Sí, funcionó bien; pero escucha, necesito un consejo. Paula está recostada en el sofá y dice que tiene calambres. Creo que tal vez fue la comida mexicana, pero dice que no es eso.
Carolina se rio. —Ella tiene calambres… como síndrome premenstrual. Probablemente va a comenzar su período, Pedro. ¿Cuánto tiempo ha estado contigo?
—Como un mes.
—Eso es lo que creí. Bien, esto es lo que tienes que hacer. Primero, pon algunas almohadillas y tampones en su baño, y asegúrate de que sepa que están allí.
Pedro escuchó, caminando de un lado a otro en su habitación mientras Carolina utilizaba palabras como compresas de calor, tabletas para el dolor de cabeza, baños tibios, películas románticas y helado.
—¿Tienes todo eso?
—No realmente —admitió.
—Sé bueno con ella, Pedro. Ser una mujer en este momento del mes apesta.
—Maldición, Carolina. No. Tú habla con ella.
Rió de nuevo. —No. Puedes manejar esto.
—Carolina —Su advertencia cayó en oídos sordos mientras la línea moría—. Joder. —Lanzó el móvil en su cama.
Pedro recogió todos los suministros y los dejó en la mesita delante de ella. —Aquí. Analgésicos, botella de agua, compresa de calor, uh… estas cosas. —Empujó la caja de tampones y almohadillas hacia ella—. Esto debería cubrirlo. —Se levantó y se alejó como si fuera un salvaje e impredecible animal.
Sus ojos escanearon la pila de suministros en la mesa. —¿Qué es todo eso?
—Para tú… situación —murmuró, frotando la parte trasera de su cuello.
—Oh, gracias. No tenías que hacerlo, Pedro.
Su postura se relajó. —Está bien. Voy a ir a prepararte un baño tibio; Carolina dijo que ayudaría.
—¿Llamaste a Carolina?
Asintió.
—Oh. —Sus amplios ojos lo siguieron hasta la habitación.
Llenó su amplia bañera con agua y parte de su cuerpo quería hacer burbujas. Paula se unió a él unos pocos minutos después,observándolo mientras probaba la temperatura del agua y ponía una fresca toalla en la encimera.
—Gracias. —Plantó un húmedo beso contra su mejilla.
Aún seguía allí cuando Paula se deslizó fuera de su pantalón de chándal y luego de sus bragas. Pedro se volvió para darle algo de privacidad cuando sus manos cogieron el dobladillo de su camiseta, pero incluso mirando en la dirección contraria, su reflejo llenaba el gran espejo. Mantuvo sus ojos en los suyos mientras se quitaba la camiseta, y luego su sujetador, dejando que toda la ropa cayera al suelo.
Estaba secretamente contento de que tuviera calambres; eso significaba que no podría tocarla esa noche, por más que quisiera hacerlo. Pero se desvestía delante de él como si no se imaginara cuán pequeño era el control que tenía.
Paula se metió cuidadosamente en la bañera y se hundió a sí misma en el agua hasta que estuvo sumergida hasta los hombros.
Sus pies se reusaron a moverse mientras se desvestía, pero ahora que se hallaba en el agua, con sus ojos cerrados y luciendo feliz, se sintió como si fuera un intruso. Soltó un profundo suspiro de frustración contenida y dejó a Paula sola para que se relajara.
Pedro estaba recostado en su cama con el cálido cuerpo de Paula acurrucado contra él, con la mirada clavada en el techo. No podían seguir viviendo así. Lo sabía, sin embargo no quería cambiar nada. Tenía a Paula allí, a salvo con él, pero sabía que la sostenía. Ella necesitaba a alguien que la ayudara a sentir todo lo que la vida ofrecía, ayudarla a crecer, no alguien que la quisiera toda para sí mismo. La respiración se Paula subió y enroscó su tenso cuerpo contra él. Se preguntó si aún tenía calambres, y distraídamente frotó una mano a lo largo de su espalda, amasando sus rígidos músculos.
Pedro tomó una decisión en ese momento. Si era lo suficientemente egoísta para quedarse con Paula, la ayudaría a vivir su vida, darle todas las experiencias que nunca había tenido. Sabía que si realmente quería ayudarla, significaba que debía prepararla para ser capaz de vivir por sí misma. Y finalmente mantenerse, incluso si no le gustaba la idea de que lo dejara. Quería que tuviera una opción. Pedro cerró sus ojos y soltó una profunda respiración, relajándose en su cálido abrazo y sintiéndose seguro de alguna manera.
sábado, 15 de marzo de 2014
CAPITULO 34
Ese domingo, como todo domingo, Pedro se preparó para visitar a Julieta. No era tanto como si él quisiera ir, era más como que estaba obligado. No rompería su cita semanal simplemente porque no sentía que quería ir. Su relación era demasiado complicada.
Se vistió informalmente, con vaqueros y un polo. Pero añadió colonia a su cuello sólo porque sabía que la haría sonreír.
—Paula, tengo que salir por un rato. ¿Estarás bien?
Paula cruzó sus brazos sobre su pecho y lo observó mientras se deslizaba en un par de desgastados mocasines. —Por supuesto. Estaré bien.
—No tardaré mucho.
Ella echó un vistazo alrededor del silencioso y vacío apartamento con el ceño fruncido. Pedro sabía que probablemente no era posible para ella sentirse en casa en su escueto apartamento de soltero. Estaba acostumbrada a la ruidosa y constante compañía de vivir con cuarenta personas. El silencio se extendió entre ellos y cada uno se rehusó a romper el contacto visual. Estaba feliz de que no preguntara hacia dónde se dirigía. No disfrutaría mintiéndole. —Estaré fuera por una hora o así.
Una vez afuera, la luz del sol brillaba intensamente, repartiendo excesivamente alegres halos para la ocasión. El viaje sólo le tomó diez minutos y Pedro aparcó delante del edificio, con un nudo familiar de ansiedad situándose en su estómago. Siempre se sentía sucio cuando llegaba allí, pero sabía que cuando se marchara, sentiría el alivio que tanto ansiaba, aunque fuera breve.
Cuando regresó por la tarde, Pedro encontró a Paula en su habitación con ropa cubriendo toda su cama y Renata posado en una almohada supervisando. —¿Qué estás haciendo?
Paula miró hacia arriba pero continuó su tarea. —Sólo escogiendo un atuendo para nuestra cita. Quiero decir, mi cita con Patricio esta noche.
¿Ella aún quería ir a su cita con Patricio? ¿Incluso después de que la había tocado? Si pensaba que había cambiado cualquier cosa entre ellos, se equivocaba. Era extraño darse cuenta de eso, pero suponía que ella solo necesitaba la liberación física igual que él. Tan simple como eso. —¿Es esto lo que quieres, Paula?
Lo estudió por un momento, abandonando su tarea con los vaqueros y mallas. —Carolina pensó que sería lo mejor para mí, nunca he estado en una cita antes.
Oh, Carolina pensaba que estaba bien. Maldita Carolina entrometida. Aunque suponía que estaba bien para ella hacer cosas que cualquier chica de diecinueve años haría. Asintió, estaba de acuerdo.
El resto de la tarde transcurrió con una pequeña conversación. Si hubiera podido gruñir y apuntar, lo habría hecho. Si Paula no reconocía lo que sucedía entre ellos, él tampoco lo haría. Debió haber estado más borracha de lo que debía esa noche. Había sido un error tocarla como lo hizo, tomar ventajas. No sucedería de nuevo, no importaba lo que su polla insistentemente pedía cada vez que ella se encontraba cerca.
Más tarde se reunieron con Patricio y Lorena, su madre excesivamente hambrienta sexualmente, en su apartamento para un trago antes de su cita. Lorena lo saludó con un beso en ambas mejillas y un apretón en el trasero. Sabía que estaría alejando sus manos de él toda la noche. No es como si le molestara un apretón por allí o allá, sólo no quería poner a Paula en una posición incómoda. Porque estaba seguro como la mierda de que él no iba a estar bien con las manos de Patricio sobre Paula. Sólo pensarlo enviaba su humor hacia el sur. Patricio era de su edad; Pedro sería feliz si fueran amigos. Pero el pensamiento de otro hombre tocándola lo hacía estremecerse.
Patricio miró a Paula de arriba abajo, y Pedro maldijo a su hermana una vez más por el provocativo y pequeño atuendo que le había escogido. No había esperado que su hermana comprara tanta ropa sexy para Paula. Y con fragrantes gel de ducha y loción, su maldito baño olía como una chica. No estaba acostumbrado a eso. Aunque inspeccionándola más de cerca, vestía unos oscuros vaqueros ajustados y una blusa turquesa de seda que se hinchaba en su esbelta figura, suponía que no era del todo provocativa. Era sólo Paula. Era preciosa. Seguiría siendo preciosa si solo vistiera un saco de arpillera.
Paula se movió nerviosamente, tirando el dobladillo de su blusa bajo la inspección de Patricio. Pedro no dudaba que desconocía su belleza, el poder que tenía sobre un hombre. Pero había florecido en una hermosa joven, y odiaba que nadie le hubiera dicho eso.
Lorena estaba excesivamente maquillada, vistiendo un muy ajustado vestido negro que apenas cubría su trasero y tacones tan altos que se balanceaba cuando caminaba. Se esforzaba mucho. Después del intercambio de saludos, y Lorena adulando a Paula, se dirigieron a la cocina.
—¿Qué puedo servirles, chicos? Tengo cervezas, vino…
—Paula no tiene veintiuno —puntualizó Pedro.
Lorena lo despidió con un ademán de su mano. —Oh, relájate, todos vamos a tener un poco de diversión esta noche —Lorena le tendió a Paula un vaso con vino—. ¿Siempre estás así de tenso? —preguntó, tendiéndole a Pedro una cerveza—. Tendremos que trabajar en ello.
—Recuerdas que trabajo en el FBI, ¿cierto?
Lorena soltó una risita, sacudiendo su cabeza y descartando su comentario. Paula bajó la mirada y aceptó el vino, pero Pedro podía ver el indicio de una sonrisa en su rostro.
Le dio un sorbo a su cerveza en silencio, sus ojos siguiendo los movimientos de Paula. Le contó todo sobre Renata y su reciente compra impulsiva con Carolina. El pobre Patricio no tenía idea de cómo conseguir entrar en la conversación, y Pedro no lo ayudaba. Cabrón. Sólo se recostó y disfrutó escuchando a Paula. Se sentía más a gusto, un poco más segura con cada día que pasaba, su rostro iluminándose como un rayo.
Después de que bebieran, se dirigieron al aparcamiento. El Tahoe de Pedro era lo suficientemente grande para viajar juntos. Antes de llegar al coche, Paula se inclinó cerca de su oído. —¿Vas a invitar a Lorena más tarde?
Se volvió para estudiarla. —No. No haré eso de nuevo, Paula. Seremos sólo tú y yo está noche.
Sus hombros se relajaron visiblemente, y subió al asiento trasero junto a Patricio. Pedro estaba agradecido de que pudiera mantener un ojo en las cosas por el espejo retrovisor, y se dio cuenta de que Paula atrapaba su mirada más de una vez.
Comieron en un restaurante mexicano, los cuatro apretujados en una cabina. Tenía que aplaudir a Patricio; abrió la puerta, fue atento y amable con Paula hasta cierto punto. Lo que estaba mal, porque Pedro esperaba la oportunidad de arrastrar y patear su trasero. Aunque suponía que si hacía eso, obtendría una reprimenda de Carolina por arruinar la primera cita de Paula. Siempre y cuando Patricio no cruzara la línea, no tendría que preocuparse por eso.
Cenaron tacos, guacamole y salsa. Lorena ordenó una jarra de margarita y empujó un vaso con la mezcla cubierta de hielo hacia Paula. Después de unos cuantos sorbos se reía más de lo que la había visto reír y sabía que el tequila surtía efecto. Patricio utilizó la oportunidad para acercarse a ella. Pedro mantuvo un ojo en ella mientras cenaba, y encontró que su mirada atrapaba la suya cada pocos segundos también.
Sus vigilantes ojos estaban en ella, calmándola, proporcionándole confianza.
Trataba de prestarle atención a Patricio, lo hacía, pero Pedro, tratando de comer delicadamente su taco a la parrilla de camarón, era demasiado distractor. Nunca había sabido que era realmente importante, pero se encontró a sí misma notando y apreciando los buenos modales en la mesa de Pedro. Patricio, en comparación, lucía como si estuviera compitiendo por el título de comer rápido, embutiéndose un gran burrito en su boca y tratando de entablar una conversación con ella al mismo tiempo.Pedro se tomaba su tiempo, deteniéndose para participar en la conversación con Lorena, dando toquecitos a su boca con una servilleta. Paula no estaba segura de porqué, pero ver a Pedro fuera de casa le fascinaba.
Lorena se inclinó cerca de Pedro, robando un nacho de su plato. Se inclinó una segunda vez, rozando su cuello y diciéndole que olía bien. Mío. El pensamiento saltó en su mente, espontáneamente. Paula trató de centrarse en su comida, pero su mente seguía deambulando a lo que pasaría más tarde, cuando tuviera a Pedro todo para ella. Se preguntaba si tendrían una repetición de la última noche. No podía dejar de admirar su boca, recordando cuán suaves se habían sentido contra la suya.
CAPITULO 33
De alguna manera sabía que no era una orden para detenerse, sino un estímulo para ir más lejos. Sabía que no debía hacerlo, pero, joder, estaba tan encendido. Solo un poco más lejos, no se dejaría así mismo hacer lo que no debería. Pero quería tan mal saborear su dulce piel y sentirla retorcerse contra su boca. Arrastró sus manos por la parte posterior de sus muslos, haciéndole cosquillas en la sensible piel detrás de sus rodillas, y cuando llevó las dos manos a lo largo de su culo, dejó que sus dedos se deslizaran justo dentro del elástico, así podía sentir su piel desnuda ininterrumpida por la tela. Fue hasta donde iría sin una señal de que ella quería más. Continuó amasando y masajeando su cuerpo regordete, sus dedos trabajando cada vez más cerca de su pequeño coño. Quería saber si estaba mojada, porque él estaba duro como una roca y ella ni siquiera lo había tocado aún. Ni siquiera tendría que tocarlo; se podría venir probablemente solo pensando en su culo.
La respiración de Paula se volvió más errática y levantó su cadera un poco, como si le diera a sus manos mejor acceso para tocarla más abajo si quería. Con sus dos manos ahora debajo de la tela de sus bragas, se inclinó y la beso en la parte posterior de su pierna, luego la otra, plantando besos con la boca abierta a lo largo de su tierna carne. Cuando su lengua prodigaba la parte de atrás de su rodilla, sus caderas se levantaron de la cama.
—Ah —jadeó.
—Shh, voy a hacerlo mejor —prometió. Besó su camino hasta lo alto de sus piernas, y depositó tiernos besos sobre su trasero, luchando contra el impulso de meter el rostro entre sus nalgas. No quería asustarla, pero le encantaba su culo. Con una mano haciendo a un lado la tela de sus bragas, su otra mano encontró su calor resbaladizo. Joder, estaba empapada, su polla se retorció en contra de los límites de sus vaqueros.
Paula empujó contra su mano, él se deleitaba de la sensación de suavidad de su pequeño coño, sus labios gruesos y el calor resbaladizo que emanaba de ella. Hizo girar un dedo en su apertura, recogiendo la humedad que encontró allí y recorrió su dedo sobre el pequeño clítoris hinchado.
—Pedro —la voz de Paula fue insistente y segura. Sabía que no podía dejarla así, quería hacerla venirse más de lo que quería su próxima respiración. Deslizó sus bragas por las piernas, dejándola todavía acostada sobre su estómago por lo que su culo estaba expuesto. Sus manos masajearon su carne sedosa, agarrando sus nalgas y abriéndolas así podía ver la delicada piel arrugada de color rosa allí y luego más abajo la resbaladiza humedad entre sus piernas. Era increíblemente caliente. Su polla se puso más dura de lo que alguna vez había estado. Sus pulgares acariciaron su trasero. Delineando sobre la carne tierna en su centro y la respiración de Paula se dificultó. Le dio un beso en su espalda baja y luego la impulsó a darse la vuelta.
Quedó frente a él sobre la almohada, sus pechos subiendo y bajando con cada respiración entrecortada que tomaba.
Era perfecta. Su piel estaba en forma sobre su estómago y sus caderas, sus tetas firmes con pezones rosados que rogaban por ser lamidos. Le dio un beso húmedo y dulce en su mejilla, justo en la esquina de su boca, y luego se movió hacia abajo, mordisqueando la carne tierna de su cuello plantando besos a lo largo de su clavícula y sobre su corazón antes de besar cada pecho. Su lengua prodigó atención en sus pezones hinchados, succionando cada uno profundamente en su boca mientras su lengua se movía hacia atrás y delante. Paula gimió alto y se retorció contra la almohada.
Él se movió y de esa manera se recostó a su lado, con su cara al nivel de su vientre. Con la mirada fija en la de ella, le separó las piernas y bajó su boca para probarla. La cabeza de Paula cayó hacia atrás sobre la almohada y sus ojos se cerraron. Estaba demasiado encendido para ir lento y movió su lengua sin piedad sobre ella, chupándola con su boca hasta que gemía y se retorcía gritando su nombre. Unos segundos más tarde sintió cuando se venía, su pequeño coño apretándose como si se estuviera agarrando a algo para llenarlo. Pero eso no iba a pasar, pondría hielo a su polla si tuviera que hacerlo. Paula no estaba lista y además él no estaba destinado a ser el primero.
Besó sus piernas y su vientre hasta que las secuelas de su orgasmo aminoraron y luego cambió su postura en la cama para sentarse a su lado.
—Pepe… —gimió—. Estoy mareada. —Se aferró a las sábanas de la cama intentando apoyarse a sí misma.
Sonrió mientras su orgullo se hinchaba en su interior. Ese debe haber sido un poderoso orgasmo. Se aliso el pelo de la cara disfrutando de la mirada de felicidad que puso ahí.
Lo miró con los ojos desenfocados y nublados —Haz que la habitación deje de girar… —se quejó.
Espera un segundo… Su estómago cayó. ¿Qué diablos? —¿Estás borracha?
Soltó una risita. —Solo un poco.
—Cristo, Paula —Se puso de pie y le subió las bragas por las piernas. Esto no debería haber pasado. Pedro se alejó de ella con las piernas temblorosas y se ajustó la enorme erección que tiraba contra su cremallera. Sus ojos muy abiertos siguieron sus movimientos. Una punzada de decepción coloreó sus rasgos, pero Pedro la ignoró. Salió hacia la cocina y encontró una botella de vodka y el jugo de naranja sobre la isla. Paula había irrumpido en su gabinete de licor como una maldita adolescente rebelde. ¿Era esto lo que su terapeuta le había advertido? Se había emborrachado y al parecer excitado, él había caído en ello sin ninguna duda.
Con la esencia de ella todavía aferrada a sus labios y dedos, Pedro escapó al baño principal. Arrastró sus pantalones hacia abajo lo suficiente para liberar su erección y echo un poco de crema de manos en su palma. La frotó contra su polla, bombeando y empujando sus caderas a tiempo para que coincidan con los movimientos frenéticos de su mano. Luego de uno cuantos golpes se vino con un gemido entrecortado, vaciándose en la palma de su otra mano.
Después de lavarse regresó a su habitación y encontró a Paula sentada en el centro de su cama.
Sus ojos se encontraron el uno al otro y buscó en su mirada signos de que lamentaba lo que habían hecho unos momentos atrás, pero no encontró ninguno.
—Huele a ella aquí. —Paula arrugó la nariz.
Pedro empezó a trabajar para cambiar las sábanas y las fundas de almohadas. Si ella no sacaba el tema de lo que acababan de hacer, tampoco él. Reunió un juego limpio de sábanas y las arrojó sobre el colchón. No haría dormir a Paula donde se acababa de follar a otra mujer, pero tampoco la alejaría ahora. Había estado demasiado vulnerable y bajó la guardia con él por completo. Y si este era el lugar donde quería estar, no iba a negárselo. No podría, ahora no, tal vez nunca.
—¿Pedro? —su voz tenía una cualidad suplicante, como si necesitara tranquilidad sobre donde se encontraban ahora.
—Ve a la cama Paula.
Se volvió hacia la puerta, su mano en el codo la detuvo —No, en mi cama, conmigo.
Ella sonrió y se arrastró a su lado, apoyando la cabeza en su pecho una vez que se asentaron en la oscuridad.
—No quiero que bebas, Paula.
—Yo, lo siento ¿estás enojado conmigo?
—No, no estoy enojado contigo. —Enojado consigo mismo se acercaba. No debería haberla tocado, pero ahora que lo había hecho, no quería más que hacerlo una y otra vez—. ¿Todavía estás borracha?
—No estoy borracha, yo solo tomé un poco mientras esperaba a que llegaras a casa. Solo quería ver cómo era.
No podía estar molesto con Paula. La había dejado sola esta noche para salir con otra mujer. Paula se había aburrido. Había hecho lo que muchos de diecinueve casi vente años hacían los fines de semana.
—¿Cómo te sientes ahora? —preguntó, necesitando alguna indicación de lo que pasaba dentro de su cabeza.
—Bien.
—¿Sólo bien? —Sonrió él, volviéndose para mirarla.
Ella sonrió contra su piel y luego bostezó —Soñolienta, te quedaste hasta tarde.
No señaló que muy probablemente estaba agotada por la combinación del alcohol y el poderoso orgasmo que le había dado en su habitación en lugar de la hora tardía. —¿Estuvo bien, lo que pasó en tu habitación?
—Sí, es sólo que…
—¿Sólo qué? —sugirió él, su corazón acelerándose. No quería oírle decir que lo lamentaba, porque seguro como el infierno que él no.
—No me besaste, y no me dejaste tocarte.
—¿Tú querías eso?
Asintió, con la cabeza todavía hacia abajo.
—¿Eres virgen? —susurró.
Los músculos en su espalda se tensaron, y su mano se quedó inmóvil contra su piel.
—Sí.
Alivio inundó su sistema. —Bien. Vas a seguir así.
—Pero Pedro…
—No, no digas nada más en este momento. No vamos a hablar de eso, especialmente no cuando has estado bebiendo.
Dejó escapar un profundo suspiro —¿Puedo decir solo una cosa?
Cerró su puño, sabiendo que sería inútil negar su petición —Una.
Ella respiró hondo como si se preparara para dar un discurso —Cuando estoy con el Dr. Gomez o Carolina, ellos me ven como una chica normal, con deseos y necesidades normales, de ser amada, tener afecto físico, pero a veces no creo que me veas así. Todavía me sigues viendo como si fuera la asustada y llorona chica que sacaste de ese recinto. Solo quiero que sepas que… quiero más.
Le tomó un segundo dejar que sus palabras penetraran. Solo habían pasado unas pocas semanas, ¿de verdad sabía lo que quería? Incluso, ¿era capaz de más en este momento? No quería pensar en ella teniendo citas, de hecho, la idea lo asustaba bastante. Pero era una brillante y hermosa chica. No podía simplemente mantenerla escondida, no importaba lo mucho que pudiera querer. Tal vez el alcohol le había aflojado un poco la lengua, pero era cierto, no parecía borracha. No en absoluto. Parecía confiada y segura. —Eso es bueno Paula. Yo quiero que tengas esas cosas también, te mereces todo eso y más. —Pero sabía que no era el hombre para ella, podría llegar a una lista de miles de razones de por qué; era muy viejo para ella, necesitaba más tiempo para sanar, estaba casado con su trabajo; no buscaba una relación y la lista seguía y seguía. Pero decirle eso a su cuerpo. Él la quería, aunque sabía que era imposible.
—¿Paula? —susurró en la oscuridad, incapaz de detenerse a sí mismo de seguir con su comentario acerca de besarlo.
—¿Si?
—¿Has sido besada antes?
—No.
Cerró sus ojos, justo lo que pensaba. —Está bien, un beso de buenas noches. —Sabía que era una mala idea, que cambiaría irrevocablemente las cosas entre ellos, pero maldición quería probar sus labios. Lo necesitaba como necesitaba su próximo aliento.
Se movió y ella levantó la cabeza de su pecho, permitiéndole moverse sobre la parte superior. Se cernió sobre ella, dejándose caer lentamente hasta que sus cuerpos yacían juntos, sus caderas alineadas, su pecho frotando sus pezones endurecidos y sus bocas a milímetros de tocarse. Se mantuvo arriba en sus codos y acunó su cabeza en las manos, alisando mechones de pelo hacia atrás. Su respiración vino en rápidas y pequeñas bocanadas contra sus labios. Se tomó su tiempo, decidido a no correr con esto. Inclinó su mandíbula hacia ella, y descendió para encontrarse con su boca.
Sus labios eran gruesos y suaves, y presionó profundizando el beso. Incluso si una parte de él sabía que no debería hacerlo, merecía ser besada correctamente en su primer beso. Pedro abrió sus labios y cuando su lengua encontró la de ella, ansiosa y húmeda mientras se arremolinaba contra la de él, su polla se puso dura al instante. No besaba como una principiante. Se apretó en el hueco entre sus piernas y Paula automáticamente envolvió sus piernas alrededor de su cintura y soltó una respiración entrecortada. El calor en su centro lo acunó y apretó sus caderas más cerca, reprimiendo un gemido por la fricción. Su resistencia colgaba de un hilo. Por jodidamente increíble que se sentía, Pedro rompió el beso, sabiendo que no sería capaz de detenerse si seguían adelante. Le dio un casto beso en la frente. —Ahí, ahora has sido debidamente besada.
Ella le sonrió y sus ojos se abrieron perezosamente.
Se rio de lo malditamente linda que se veía, saciada y soñolienta. —Sólo descansa un poco, ¿de acuerdo?
—Está bien. —Rodó a su lado y acarició la almohada.
viernes, 14 de marzo de 2014
CAPITULO 32
Sus ojos estaban fijos en él, ardiendo de curiosidad. Su polla se sacudió dentro de Sara.
—Oh sí. Justo así. —Gimió. Él apretó la mano con más fuerza sobre su boca. Sara seguía completamente en su propio mundo, ni siquiera se había dado cuenta de que no estaban solos, o que toda la atención de Pedro se hallaba en Paula.
La mirada de Paula fue a la espalda de Sara, que levantaba su trasero arriba y abajo de Pedro.
Paula vestía sólo un par de bragas y una camiseta sin mangas. Se veía tan inocente, sin embargo, completa y malditamente sexy, que se puso incluso más duro. Tenía los labios entreabiertos, haciendo respiraciones cortas y sus ojos se oscurecían por el deseo Paula se quedó mirándolos durante varios minutos, sin apartar la mirada de la suya, hasta que Sara dio un pequeño grito y luego se bajó de él. Paula se volvió y corrió hacia su dormitorio.
—¿Terminaste? —preguntó Sara.
—Sí —dijo ahogado. Dudaba que ella comprobara el condón en busca de evidencia. Se lo quitó y lo envolvió en el pañuelo, con la esperanza de mantener el engaño de que estaba lleno, y lo arrojó en el cesto de basura al lado de su cama. No había manera de que fuera capaz de venirse con Sara. A menos que se sustituyera la imagen de Sara con la de Paula, pero Dios no podía pensar de esa manera. No era correcto.
—Espero que no te importe. —Sara se puso su top—. Pero no me gusta quedarme después, así que envié un mensaje para que me recogieran y ya están aquí. —Levantó su teléfono, con la luz azul indicando que tenía un mensaje nuevo.
Pedro no planeaba convencerla de que se quedara. —Sí, está bien. Bueno, gracias.
—No hay problema, sexy. Fue divertido, ¿cierto? —Sara se deslizó en el resto de su ropa, mientras Pedro se puso un par de vaqueros.
Después de ver a Sara salir, Pedro se encontraba de pie en la entrada oscura completamente desconcertado y fuera de lugar. Maldijo y luchó contra el impulso de golpear la pared. Se vio reflejado en el espejo del pasillo, el pálido y atormentado hombre mirándolo era casi irreconocible. No sabía por qué había pensado que era correcto traer a Sara a la casa, porque sin duda no estaba jodidamente bien. Para nada. Se le había pasado la borrachera en el instante que se encontró con los ojos de Paula.
Respiró hondo y se acercó a la puerta de su dormitorio, que estaba entreabierta. Encontró a Paula sentada en el centro de la cama, todavía vestida con sólo un par de bragas y una camiseta blanca. Su mirada era derrotada, la tristeza de su pose y la caída floja de sus hombros lo golpeó como un dolor físico en el pecho. —Paula —Su voz se quebró y el dolor en el pecho hizo que fuera difícil respirar. No obteniendo ninguna respuesta, se acercó a la cama.
Los ojos de Paula siguieron sus pies a través de la alfombra, hasta que se situaba al extremo de su cama. Ella lo miró mordiéndose el labio inferior. Lo vio como si fuera alguna criatura salvaje, tenía los labios entreabiertos, sus ojos muy abiertos y su respiración superficial.
—¿Estás bien? —preguntó él.
Amplios ojos verdes lo estudiaron. Asintió lentamente. Su mirada bajo persistente sobre su pecho y estómago desnudo, deteniéndose en la banda de la cintura de su pantalón, que había dejado desabotonado en su prisa por sacar a Sara por la puerta.
Sus manos jugueteaban con el borde de su camiseta y los pulmones de Pedro se apretaron. Que estaba ella… Levantó la camiseta dejando al descubierto la suave piel de su vientre y continúo alzándola lentamente hasta que sus pechos se hicieron visibles. Pedro no pudo evitar seguir sus movimientos. Se mordió el labio y bajó la mirada hacia ella, piel lechosa suave y pezones de color rosa pálido apretándose en el aire frío. Mierda, era perfecta, mejor que en su imaginación. Trago ásperamente.
—No puedes hacer eso Paula. —Alcanzó la camiseta tirada y se la devolvió.
Ella aceptó la camiseta, solo para tirarla a través del cuarto. Maldita sea sobreestimaba seriamente su auto control. El daría su próximo aliento sólo para probar sus hermosas tetas.
—Paula —gruñó con los dientes apretados—. Vístete. —Su orden sonó débil incluso para sus propios oídos.
Chupo su labio dentro de su boca, dándose la vuelta con un resoplido, acostándose sobre su estómago y escondiendo su cara en la almohada.
¿Por qué parecía herida? Él curvó sus manos en puños, luego se enderezó y se sentó a su lado en la cama.
Su pequeño culo estaba en plena exhibición en las escasas bragas rosas, que hicieron apariciones en sus sueños. Contuvo la respiración mientras captó en la vista los bien formados globos redondos de su culo, rogando por su atención.
Puso su mano en su espalda desnuda, frotando la piel entre sus omóplatos con su pulgar. Ella giró la cabeza hacia el lado, apoyando la mejilla contra la almohada, así podía mirarlo a los ojos. —Siento que hayas tenido que ver eso, no debería haberla traído a casa.
—¿Entonces por qué lo hiciste? —desafió.
Porque había estado pensando con su polla. Pero no le podía decir eso a Paula, así que no dijo nada y ella no lo presionó. Siguió corriendo la mano a lo largo de su espalda.
—¿Me vas a hacer eso a mí… lo que le hiciste?
—No —su voz salió imposiblemente escasa—. Estas a salvo conmigo,Paula, no voy a hacerte daño.
Ella se mordió el labio —No parecía que le estuvieras haciendo daño —bateó sus pestañas.
—Paula, detente —imploró.
—Al menos que ella te estuviera haciendo daño… —su frente se arrugó. Recordó la forma en la que Sara lo había montado… rápido y fuerte, solo la punta de sus pies en la cama, sus manos apretadas en sus pectorales mientras rebotaba contra él.
—No. —Se ahogó. Dios, ella realmente no sabía nada sobre el sexo.
No pudo resistir correr sus dedos por su espalda, sobre su columna vertebral y hasta el cuello de nuevo. Fue un toque con la intensión de calmarla. Entonces, ¿por qué diablos lo encendía?
Quería preguntarle por qué los había visto, pero se contuvo, no estaba seguro de poder manejar la respuesta —Paula ¿dime que está mal? —La persuadió, cuidadosamente frotando su espalda desnuda, pero permaneció quieta y en silencio. Arrastró los dedos hasta sus hombros y luego de vuelta a donde su espalda baja se sumergía. Dejó que sus manos se aventuraran más lejos, justo hasta el borde de sus bragas, antes de arrastrar los dedos por su espalda de nuevo. Sintió su respiración superficial salir y crecer más rápido.
Dios, cuan malamente deseaba tocar su culo, tomarlo en sus manos y tal vez incluso hacer llover pequeños golpes a través de él. Tenía un culo perfecto, después de todo.
Continuó masajeando su espalda y sintió que lentamente comenzaba a relajarse en el colchón. Pero entonces ella hizo algo que no debería, gimió y movió ese pequeño culo mientras se ponía más confortable. Maldición. Incapaz de resistirse por más tiempo, Pedro llevo ambas manos a su trasero y lo tomó en sus palmas necesitando tocar, masajear cada parte de él. Paula soltó otro gemido entrecortado y pensó que su corazón se detuvo. Levantó su trasero ligeramente como para encontrarse con sus manos. La piel era tan suave, tan delicada y tentadora como el infierno. Quería tirar bajar sus bragas y tocar su culo desnudo pero no se atrevió. En su lugar, siguió frotando su espalda, y dejando que sus manos pasen cada vez más tiempo apretando y ahuecando su culo, mientras sus manos vagaban más abajo. La respiración de Paula se había acelerado, y giró su cabeza, ya no enterrada en la almohada, así podía verlo entero. La agonía en su expresión había desaparecido y fue remplazada por el deseo y la curiosidad ardiente que había visto cuando lo vio con Sara.
—Pedro —susurró.
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