martes, 18 de marzo de 2014

CAPITULO 40




Paula se deslizó fuera de la cama dejando a Pedro dormir un poco más. Se veía tan a gusto cuando dormía, tan despreocupado, que no se atrevía a despertarlo a pesar de que ya se le hacía tarde para el trabajo.
Hizo café y huevos revueltos, añadiendo un puñado de queso rallado como a él le gustaba. Justo cuando las tostadas saltaron de la tostadora, Pedro salió de la habitación, su pelo revuelto como un niño pequeño. Provocó cosas raras en el estómago de Paula. Ella quería pasar sus manos a través de su cabello y plantarle un beso en la boca, pero en cambio se quedó mirándolo.
—¿Por qué no me despertaste? —preguntó, pasándose una mano a través de su cabello, aunque su intento de suavizarlo era inútil. Ocho horas de sueño le habían dado ese estilo y ninguno de sus intentos cambiaría eso.
—Estaba a punto de hacerlo, el desayuno está listo.
Se instaló en un taburete en el bar mientras Paula le servía una taza de café y dejó la taza humeante delante de él.
—Gracias —murmuró.
Sabía por experiencia que era inútil hasta que se tomaba al menos la mitad de su taza. Se tomó su tiempo colocando su desayuno permitiéndole disfrutar de su café en silencio. Dejo su servilleta sobre su regazo y se encontró con los ojos de Paula mientras ella dejaba su plato frente a él.
—De nada. —Ocupó sus manos añadiendo algunos huevos a su plato antes de unirse a él en el desayunador. Podía oler su esencia masculina; una mezcla de su crema para después de afeitar, una pizca de jabón y algo que era único de Pedro. Odiaba la forma en la que hizo que su estómago revoloteara y sus dedos se tropezaran en su tarea, pero se las arregló para bajar su plato a la barra con éxito y se sentó a su lado.
Comieron en silencio y Paula estaba agradecida, Pedro fue introspectivo y tranquilo y era en momentos como estos en los que se encontró preguntándose qué otra cosa no sabía acerca de este hombre. Su mente se dirigió a las desapariciones de Pedro los domingos en la tarde. Tenía curiosidad pero no había corrido directo a preguntarle. Estaba agradecida por Pedro y por todo lo ha hecho por ella, y de alguna manera sabía que se lo diría eventualmente, cuando estuviera preparado. Hasta entonces forzaría eso de su mente y seguiría adelante con su vida. No bombardearía a Pedro con preguntas, no cuando él había sido tan gentil y cuidadoso con su pasado, no iba a permitir que su pasado saboteara la oportunidad de un futuro feliz.
Después del desayuno, Paula en silencio recogió a Renata en sus brazos y balanceó el cachorro silenciosamente contra su pecho, indispuesta en ese momento a ir hacia Pedro por consuelo, como instintivamente quería; en lugar de eso se conformó con el consuelo del dulce cachorro. Quería que Pedro la envolviera en sus brazos y la besara hasta que se fuera su pena, pero el permaneció sentado en el desayunador, apuñalando su desayuno como si estuviera pensando tan duro como ella.
Tanto como Paula quería creer que se había sanado, todo de nuevo, sabía que no era cierto. Todavía tenía pesadillas ocasionales acerca de vivir en el complejo, acerca de Lucas persiguiéndola como prometió y todavía soñaba con el aneurisma mortal de su madre despertando con lágrimas y temblando. Había empujado esos pensamientos, enterrando el dolor y situándose más cerca de los brazos de Pedro esas noches. Eso fue el pasado y no dejaría que la hiriera. En sus horas despiertas, su miedo era diferente, tan agudo como si pudiera extender su mano y tocarlo. Tenía miedo de estar sola, quería que Pedro se fijara en ella como un hombre debería, tomarla en sus brazos, hacerla sentirse deseada, todo de nuevo. Pero cada vez que trataba de mostrarle lo que necesitaba, tentándolo doblando su cuerpo alrededor de él como si fuera a darle una pista de lo que anhelaba, él se tensaba como si estuviera sufriendo y ladraba una excusa para remover sus manos. Su rechazo la arruinaba poco a poco, causando que se preguntara por qué no encajaba en ningún lugar, por qué no era querida.
Tal vez si pudiera romper su barrera le podría mostrar a Pedro lo bien que podrían estar juntos. Puede que no cambiara nada, pero puede que sí, tal vez por fin vería lo mucho que se preocupaba por él y admitiría que tenía sentimientos por ella también.

CAPITULO 39



Las siguientes semanas concluyeron en la misma clase de evitación cuidadosa. Continuaron durmiendo juntos en la cama de Pedro cada noche, pero aparte de acurrucarse, nada físico había sucedido. Pedro estaba seguro que Paula no tenía ni idea de lo muchísimo que él la deseaba; especialmente cuando andaba con esas hermosas y pequeñas bragas-cubre trasero frente a él, o cuando salió del baño sólo vistiendo una toalla, todavía húmeda y rosada, producto de su ducha. Tomó cada gramo de auto-control que poseía para no levantarla, quitarle la toalla, y embestirla una y otra vez hasta que se viniera.
Las cosas más pequeñas comenzaban a encenderlo y se autosatisfacía más de lo que lo había hecho cuando era un adolescente. Aun así le brindó poco alivio al deseo reprimido que albergaba por ella. Pero no la follaría. Se merecía mucho más de lo que él estaba preparado para ofrecerle
Incluso con las tentaciones diarias, las semanas habían transcurrido rápido. Paula se había graduado de su curso de conducción, y el sábado pasado la había llevado a recoger su licencia.
Después de escoger un coche para Paula —un sedan plateado de un año de antigüedad que fue capaz de negociar el precio— Pedro firmó los papeles y escribió un cheque para el pago inicial. El coche no era para nada lujoso, pero nadie lo sabría al mirar a Paula. Después de terminar en el interior, la encontró todavía sentada en el asiento del conductor, inspeccionado cada parte del coche —encendiendo las luces, abriendo y cerrando los diferentes compartimentos como si fuera la cosa más magnífica que alguna vez hubiera visto.
Ella miró a Pedro mientras él se aproximaba a abrir la puerta del conductor. —¿Te gusta? —preguntó, a pesar que era obvio que le había gustado.
—No sólo me gusta. Esto es amor. —Recorrió gentilmente con su mano el tablero.
—Bien. Porque tienes que conducirlo a casa.
Sus ojos se llenaron de gratitud y asintió. —¿Podemos parar de camino a casa e ir a comer? ¿Cómo una mini celebración?
Pedro miró su reloj. —De hecho… tengo que ir a un sitio.
Ella frunció el ceño y jugueteó con las llaves. —Oh, claro… es domingo.
Asintió sin decir alguna palabra, su boca se secó. Había estado esperando a que le preguntara sobre el lugar al que iba cada domingo, pero hasta el momento no lo había hecho. Y no había modo de que él ofreciera esa información voluntariamente. Paula no dijo nada más; simplemente cerró la puerta de su pequeño Sedan plateado y encendió el motor.
Pedro se subió a su camioneta y ajustó su espejo retrovisor para poder mirar hacia Paula. Se veía tan pequeña sentada en el coche, asomando su cabeza encima del volante. Una punzada de pánico nervioso lo golpeó como una ola. Resolvería todo esto. Tenía que. Pero primero tenía que ir a ver a su ex. Apretó el volante y salió del estacionamiento.



lunes, 17 de marzo de 2014

CAPITULO 38





Pedro creía que el yoga debía relajarte, razón por la cual no podía entender por qué Paula había llegado a casa más enojada que un nido de avispas.
Lanzó su tapete de yoga en el closet y luego se retiró a la cocina. Pedro se imaginó que se uniría a él en la sala para contarle todo sobre su día, a hablar emocionadamente como hacía cada vez que vivía una nueva experiencia. Miró su reloj. Hora de la cena… tal vez estaba ansiosa por comenzar a cocinar. Pero no sonaba como si estuviera cocinando, más bien castigaba a la vajilla.
—¿Paula? —Pedro se asomó a la cocina, donde el estruendo de ollas y cacerolas comenzaron a alarmarlo.
—¿Qué? —Se giró rápidamente, sosteniendo un gran cuchillo de cocina.
—Woah. —Levantó las manos—. Sólo quería saber cómo había ido el yoga.
Ella entrecerró los ojos, rehusándose a bajar el cuchillo. —Bien —soltó en un tono cortante.
Él dio un paso atrás. —¿Pasó… um, algo? —Sus cejas se arrugaron con preocupación.
—Nop. —Cortó a un tomate maduro con tanta fuerza que un salpicón de semillas y jugos mancharon la encimera.
—¿Estás segura? —Se atrevió a dar un paso adelante—. ¿Te… divertiste?
Aún estaba vestida para ejercitarse, un par de pantalones ajustados negros que apretaban su trasero de una manera que lo distraía completamente. Dios bendiga a quién inventó los pantalones de yoga. Su camiseta sin mangas blanca estaba algo arrugada, mostrando un línea de su piel desnuda en su cintura y espalda. Imágenes de él acariciando aquel trasero con sus palmas, junto con los recuerdos del sabor de su piel, bailaron a través de su subconsciente.
Dios santo, la deseaba.
Demasiado.
Había intentado evitar estar a solas con ella desde que se había rendido y dado placer. Por más que quisiera repetirlo, no se había atrevido a hacerlo. Durante toda la semana pasada, trabajó hasta tarde, iba al gimnasio después del trabajo, iba al pub de Cesar por una bebida, entonces llegaba a casa y se metía en la cama mientras ella dormía. Claro, eso no había hecho que dejara de enredar su cuerpo alrededor del suyo, soltando un pequeño suspiro de felicidad sobre su pecho, o envolviendo sus brazo alrededor de ella para que pudieran dormir de lado. Ciertamente no tenía vergüenza de tomar lo que necesitaba cuando de afecto físico se hablaba, pero ninguno había hablado sobre su relación, o lo que fuera esa cosa entre ellos.
Dejó caer el cuchillo, dejándolo sonar fuertemente contra la tabla de picar, olvidando su tarea momentáneamente. —¿Divertirme? Hmm, veamos. ¿Fue divertido ver a la chica que trajiste a casa doblar su cuerpo en poses imposibles durante noventa minutos? No. Supongo que no lo fue.
—Paula. —Su tono era seco, ella lo miró a los ojos.
—¿Qué, Pedro? ¿Qué?
Él tragó y examinó el suelo entre ellos acercándose otro paso. —Primero, entrégame el cuchillo. —Su agarre se cerró alrededor de su muñeca y con su mano libre, deslizó el cuchillo lejos de ella, por si acaso. Nunca la había visto tan exaltada. Estaban parados a unos pocos centímetros y Pedro podía sentir el calor irradiando de su cuerpo. Podía oler las dulces notas florales de su champú violando su resolución. Se imaginaba inclinándose y poseyendo su boca con un beso. Quería sentir sus llenos labios separándose para él, aceptándolo, y recordar la forma en que su pequeña lengua se acariciaba contra la suya hizo que sus bolas dolieran. Pero incluso mientras procesaba todo eso, en lo que toma dos pálpitos de corazón, él sabía que no la besaría. En vez de hacerlo, cerró los ojos con fuerza, obligando a su erección a ceder—. Dime qué es lo que realmente te molesta.
Paula bajó la mirada, peleando consigo misma sobre qué decir a continuación. ¿Qué podía decirle al hombre que la hizo sentir que le importaba un minuto y la puso tan furiosa al otro? No quería parecer desagradecida, pero alguien tenía que ceder. Ella necesitaba entender qué era lo que pasaba por su cabeza. Había tenido problemas durante la lección de yoga de esa noche, odiando tener que ver a la instructora con la que se había acostado, mover su flexible cuerpo en todo tipo de posiciones. ¿Por qué la había traído a casa, la había traído aquí a vivir con él en primer lugar? ¿Por qué pasar por todo eso si en realidad no la quería? —Si no me quieres, ¿por qué simplemente no me dejaste donde estaba? —Bajó la mirada, incapaz de mirarlo a los ojos, pero aun así buscando desesperadamente una reacción.
—¿Dejarte allí? ¿Estás loca? Aquél imbécil de Jorge estaba loco. Deberías estar agradeciéndome por sacarte de allí.
—¿Agradecerte por destruir la única familia que conocía? ¿Por traerme aquí donde no puedo hacer nada más que sentarme, preocuparme y reflexionar sobre todo lo que perdí? —Una simple lágrima se deslizó por su mejilla antes de atraparla con el dorso de su mano.
—Tenía que sacarte de allí, y no me arrepiento de haberte traído aquí, tampoco. —Suspiró—. Sé que debe haber cosas… personas, que extrañas.
Ella tragó el nudo de su garganta, un nuevo ataque de emoción cubriéndola. —Estaba así de cerca de lograr entrenar a Camila para que usara su orinal. —Sostuvo sus dedos a un centímetro de distancia. Extrañaba a aquella luchadora niña de dos años con una maraña de rizos rubios—.  Y Cata, el miembro más viejo, era mi única fuente de cordura. Era la única que podía hacer que Jorge entrara un poco en razón. Su pastel de arándanos era mi favorito. Tenía la teoría de que solamente con su pastel podía resolver la mayoría de los problemas del mundo.
Pedro sonrío y tomó su mano. —Recuerdo leer sobre Cata en el archivo del caso. Vive con su hija adulta en Denver ahora.
El corazón de Paula saltó en su pecho. Cata y su hija se habían peleado hace años. La puso feliz saber que se habían reunido. Sabía que todos seguían con sus vidas, y necesitaba hacerlo, también. Pero era tan duro. Odiaba no saber qué vendría para ella y Pedro.
Lo miró desafiante, incitándolo a que dijera algo, cualquier cosa que pudiera explicar lo que sucedía entre ellos, pero él permaneció en silencio, su expresión cansada e insegura.Perdido sin saber qué decirle a Paula para hacerla sentir mejor, Pedro dejó caer su mirada y deslizó una mano por su nuca. —Ve a ducharte. Ordenaré la cena esta noche. —La dejó ir, y Paula se tambaleó, alejándose con piernas temblorosas, por el entrenamiento de yoga o por el deseo intensificándose entre ellos, no lo sabía con seguridad.
Respiró profundamente, intentando calmar sus agotados nervios. Si las cosas se volvían más calientes, él echaría a arder. Buscó por su teléfono móvil y ordenó comida china.
Cuando Pedro fue a la cama esa noche, Renata se encontraba desparramada en el medio. No podía evitar preguntarse si Paula había colocado al perro en la cama para crear una pared física entre ellos. Levantó las sábanas y tiró de la manta hacia él, sin ser generoso de no despertar al perro. Parte de él esperaba que la maldita cosa caminara de vuelta a su caseta en el dormitorio de huéspedes donde normalmente dormía. La bestia era una pequeña aguafiestas.

CAPITULO 37



Por mucho que Paula quería admitir que Pedro no le afectaba como él no parecía afectado por ella, no podía. Sobre todo porque al mirarlo con esa otra mujer le había roto el corazón en mil pedazos pequeños. Había empezado a enamorarse tontamente de él, sus demostraciones amables, su carácter bondadoso, su fuerte ética de trabajo, todo en él y desde que le vio hacer el amor con esa mujer , su cuerpo había unido fuerzas con el corazón, el dolor abarcaba todo, poseyéndola de adentro hacia afuera.
Lo echaba de menos cuando se encontraba en el trabajo. Extrañando su olor, su calor y el tener a alguien para compartir pequeñas cosas. Como cuando Renata saltó en el sofá, por primera vez, confundida en cómo había llegado hasta allí, o cuando por fin pudo lograr la receta de su pastel favorito que su amiga Cata hacía para ella.
Prácticamente lo atacaba cuando llegaba a casa del trabajo, desesperada por el contacto y la atención. Y él siempre lo permitió, pero nunca animó algo más entre ellos. Paula sabía que era hora de encontrarse un trabajo, tener algo a lo que dedicar su tiempo y atención, valdría la pena, más que cuidar de Pedro hasta la muerte. A pesar de que nunca se quejaba.
Pero incluso mientras planeaba el futuro, no pudo evitar que sus pensamientos vagaran hacia Pedro. La forma en que sus intensos ojos oscuros se sentían en su piel, sus roces casuales... dudaba que él tuviera alguna idea de lo loca que eso la ponía. La forma en que sonreía cuando tomaba el primer bocado de comida que había cocinado, el aspecto que tenía con la camisa arremangada al llegar a casa del trabajo. Ella encontró casi todo lo hacía sexy. Y no quería comenzar con su olor, cuando llegaba a casa del gimnasio, la piel brillante y los pantalones cortos que colgaban sueltos en las caderas. Le tomó toda la fuerza que poseía para no saltar sobre él.
Nunca había tenido sentimientos como estos antes, y no se trata de cualquier persona, finalmente, había reunido el coraje de hablar con su terapeuta al respecto la semana pasada. Él le había asegurado que sus sentimientos hacia el sexo opuesto era completamente normales y de esperarse, ya que vivía en un lugar cerrado con alguien a quien se siente atraída. Pero le había advertido acerca de cómo involucrarse con Pedro, diciéndole que si él no sentía lo mismo, saldría lastimada.
Paula se había desnudado para Pedro, y no había terminado tan bien. Claro que le había tentado lo suficiente como para darle un beso en todos los lugares correctos hasta que se disolvió en placer, pero luego le había colocado las bragas en su lugar y se fue como si nada hubiera pasado entre ellos. Parecía que nada de lo que hacía lograba que la viera como una verdadera mujer. Aún veía a la chica asustada, la de vida cansada que había rescatado. Cuando por fin la besó —un beso lleno, sensual de boca abierta, pudo decir que eso si le afectó, sin embargo, no se dejaba ir con ella. Brevemente se había preguntado si tal vez era gay, pero sabía que aceptó los placeres simples del contacto entre ellos, incluso si eso era todo lo que era —el calor de otro cuerpo. Así que fue a una cita con Patricio, y luego esta mañana habló con Pedro para obtener su licencia de conducir y su propio trabajo. Había llegado el momento de pensar en su futuro, aunque podría ser bastante aterrador, no sólo porque significaba confiar sólo en sí misma, sino porque la idea de estar lejos de Pedro se sentía como una pérdida que no podría manejar. Había estado enamorándose de él desde el primer momento en que lo había visto con el arma apuntando, y sus oscuros e inteligentes ojos arrasando la habitación donde ella se escondía.
Cuando Pedro se fue a trabajar esa mañana, ella limpió la cocina, pulió las encimeras de granito negro, y luego se colocó en la mesa del comedor con su ordenador portátil. Comenzó a buscar trabajo y averiguar el costo de los apartamentos. Ya era hora de hacer un plan. No podía confiar en la generosidad de Pedro para siempre.

domingo, 16 de marzo de 2014

CAPITULO 36



Pedro se despertó con un sobresalto en la oscura habitación. Miró hacia el reloj. Dos de la mañana. Restregó una mano en su rostro y echó un vistazo a Paula. Dormía pacíficamente junto a él. Habían pasado ocho meses desde que había tenido una de esas pesadillas. Pero la chica que no había sido capaz de salvar se había filtrado hacia el fondo de su subconsciente, probablemente provocado por el rescate de Paula. Los sueños no eran lo suficientemente malo para obligarlo a tomar las pastillas contra la ansiedad en su armario de aseo, pero eran lo suficientemente malos para mantenerlo al borde de ser demasiado acogedor con Paula. Necesitaba estar centrado en su trabajo, y eso incluía ayudar a Paula a seguir adelante. Nada más.
No todo era una jodida historia de amor como Carolina pensaba. No todos obtenían sus finales felices. Sabía eso de primera mano —miren a sus padres o vayan y abran cualquier caso en su escritorio en el trabajo.
Todavía no podía de dejar de reproducir miles de escenarios en su mente aunque todos eran con él siendo incapaz de llegar a Paula a tiempo y presenciando su última respiración, como ocho meses antes con la otra chica. Después de su muerte, había investigado todo lo que podía sobre la chica que había estado en el lugar equivocado en el momento equivocado. Sólo tenía diecisiete, estaba en el centro porque había discutido con sus padres. Cerró sus ojos y acercó a Paula, enterrando su rostro en su cuello, respirando su aroma y trató de escapar de la visión de la chica en su mente.



Pedro se reunió con Carolina en el bar de Cesar, después del trabajo para tomar una cerveza. Ella había estado molestándolo desde que conoció a Paula, y sospechaba que su visita no era una reunión de hermanos amistosa. Más bien una oportunidad de enterarse de los detalles sin interrupciones. Cesar le llevó automáticamente una cerveza y a Carolina una copa de vino blanco.
—Gracias hombre. —Levantó la botella a Cesar antes de llevársela a la boca.
—Así que... —Carolina comenzó a hablar, sonriéndole—. ¿Qué hay de nuevo?
—Nada.
—¿Cómo está Paula?
—Bien.
Ella hizo un mohín. Sabía que sus respuestas de una sola palabra no lo ayudaban, pero no le importaba. Ni siquiera entendía lo que pasaba entre él y Paula, y mucho menos iba a tratar de explicárselo a otra persona.
—¿Cómo estuvo tu cita con Sara?
—Estuvo bien. —Lo único que recordaba de su cita con Sara fue lo que pasó después con Paula. Los ardientes ojos oscuros que lo miraban follar a otra mujer fue probablemente la experiencia más erótica de su vida. Una oleada de calor se arrastró hasta el cuello por el recuerdo.
—¿Crees que volverás a verla?
¿A Sara? —No.
Carolina puso los ojos en blanco. —Pedro. Habla conmigo. ¿Qué está pasando entre tú y Paula? ¿Tienes la intención de seguir manteniéndola, o va a conseguir un trabajo? No lo tomes a mal, porque me gusta mucho Paula, pero tú eres mi hermano. Es mi trabajo cuidar de ti.
Pedro casi se echó a reír ante lo absurdo de su pregunta. —Paula no es así. No está detrás de mi dinero, no es que tenga mucho de todos modos; y sí, tengo planes de ayudarla durante el tiempo que lo necesite. —Tomó otro sorbo de su cerveza, con la agitación creciendo hacia dónde se dirigía la conversación. Esperaba que Carolina investigara sobre su vida amorosa, como solía hacerlo, no una advertencia para que se alejara de Paula.
—Eso es mucho para ti, Pedro.
—Ella no es una carga, Caro. —Todo lo contrario, de hecho—. Me gusta tenerla allí.
Una sonrisa cómplice se extendía a través de sus labios. —¿Qué es lo que realmente está pasando entre ustedes dos?
—Estaba completamente destrozada cuando la encontré. No voy a tomar ventaja de ella. Solo olvídalo.
Carolina se echó a reír. —Eres tan ciego como un maldito murciélago. He visto la forma en que te mira, Pedro. No creo que se pueda tomar ventaja de la voluntad.
¿Qué significaba eso? ¿Cómo lo miraba Paula? —No me mira de ninguna manera. —¿O lo hacía?
Carolina volvió a reír, y tomó otro sorbo de su vino. —Te mira como si te quisiera probar. Y no me hagas que empiece a hablar de cómo cocina y limpia para ti, básicamente atiende todas tus necesidades.
—Estás yendo muy lejos con esto. —Paula hizo esas cosas porque le dieron algo que hacer, le permitía sentirse útil. Eso no tenía nada que ver con él, ¿verdad?
—Tú me llamaste en estado de pánico cuando tuvo esos calambres. ¿Tú no encontrarías eso... extraño?
Se encogió de hombros, negándose a contestar y se concentró en su cerveza. No había pensado que era extraño en ese momento, pero podía ver cómo probablemente pareció algo que un novio haría.
—Maldita sea Pedro, ella no es la única que está destrozada, tú también lo estás. Juro que podrías estar enamorado de ella y con esa cabezota tuya ni siquiera lo sabes.
No lo creo. Pedro pretendió reírse e ignorar el comentario, pero su boca se había secado completamente. Se tomó otro sorbo de su cerveza,rezando para que el líquido helado despejara su mente de todos los pensamientos imposibles.


—¿Qué piensas acerca de que consiga mi licencia de conducir? —preguntó Paula durante el desayuno de la mañana siguiente.
El café caliente se deslizó penosamente por el conducto equivocado. Pedro luchó por despejar sus vías respiratorias, incapaz de hablar durante casi un minuto.
Paula puso la espátula al lado de la sartén con huevos, y con una mano en la cadera, le lanzó a un discurso. —He conducido antes. Un montón de veces. Aprendí en una vieja camioneta que teníamos en el recinto.
Poniendo su taza en la mesa y aclarándose la garganta, Pedro asintió. —Está bien, Paula. Voy a hacer la cita para el curso de conducir.
Con las palabras de Carolina de la noche anterior animándolo, y el tema de su futuro ya abordado, Pedro consideró cómo sobrellevar la idea de que Paula consiguiera un trabajo. No sabía si era lo correcto, infiernos, podría pagarle para cocinar y limpiar la casa, pero sabía que ese no era el por qué había hecho todas esas cosas y no quería lastimarla. Sabía que era buena con los animales, cocinando y horneando. Es cierto que había cosas que podía hacer, y tal vez incluso ir a la escuela si le interesaba. —Una vez que obtengas tu licencia, serás capaz de salir cuando yo esté en el trabajo. —Tomando la segunda rebanada de pan de plátano que Paula había puesto delante de él—. ¿Has pensado en lo que te gustaría hacer? —Se atrevió a lanzarle una mirada.
—Me gustaría trabajar con niños. Quizás de niñera, o tal vez en una guardería.
—Esa es una gran idea. —Se sorprendió Pedro con la facilidad con que la conversación había ido. Quizás Paula estaba lista para más, algo más fuerte de lo que él había dado crédito. Se dirigió a su dormitorio para continuar preparándose para el trabajo, sintiéndose de alguna manera incómodo con la conversación que acababan de tener.

CAPITULO 35



Para el final de la comida, Pedro estaba listo para salir de allí. Entre deshacerse de Lorena y después de observar a Paula, se hallaba al borde. Nunca había tenido una mesa que le molestara tanto, pero porque no podía ver dónde se encontraban las jodidas manos de Patricio. Y el principio de un dolor de cabeza perforaba su sien.
Pagó la cuenta por la comida y se puso de pie. —¿Listos?
Lorena se enfurruñó y bebió el resto de su margarita. —Bien.
Una vez que llegaron a casa, caminó a través del pasillo con Lorena, delante de Paula y Patricio, permitiéndoles algún tiempo antes de llevarla a casa. Lo que debería estar haciendo. No esperar y ver como Patricio trataba de besarla. Sobre su cadáver.
Una vez que estuvieron solos, Pedro cerró la puerta mientras Paula cogía a Renata y enterraba su rostro en su pelaje, balbuceando. Pedro se paró allí con una sonrisa satisfecha, observándola. Paula se quedó inmóvil, luego bajó a Renata al suelo. Su mirada era intensa, y el aire entre ellos crujía con la misma intensidad que la última noche. Se preguntó si ella recordaba la manera en la que la había devorado, golpeando su lengua en su rosada carne hinchada.
Murmuró algo sobre pasear a Renata por ella, y cogió el perro para alejarlo del agarre de Paula. Cuando regresó, Paula se había cambiado a un pantalón de chándal y una holgada camiseta y se encontraba recostada en el sofá, acurrucada en una bola, abrazando una almohada entre sus piernas.
—¿Qué está mal?
—Mi estómago… — gimió.
—¿Es algo que comiste? Tal vez la comida mexicana no es lo tuyo.
—No. No es eso. Creo que son calambres.
—¿Calambres? —Oh. Calambres.
La miró fijamente por unos cuantos minutos, preguntándose qué podía hacer para aliviar su malestar, pero por una vez, estaba totalmente fuera de su liga. Sacó su móvil de su bolsillo y llamó a Carolina, escabulléndose al baño. —Hola, Caro.
—Hola. ¿Fueron a su cita doble, chicos?
—Sí, funcionó bien; pero escucha, necesito un consejo. Paula está recostada en el sofá y dice que tiene calambres. Creo que tal vez fue la comida mexicana, pero dice que no es eso.
Carolina se rio. —Ella tiene calambres… como síndrome premenstrual. Probablemente va a comenzar su período, Pedro. ¿Cuánto tiempo ha estado contigo?
—Como un mes.
—Eso es lo que creí. Bien, esto es lo que tienes que hacer. Primero, pon algunas almohadillas y tampones en su baño, y asegúrate de que sepa que están allí.
Pedro escuchó, caminando de un lado a otro en su habitación mientras Carolina utilizaba palabras como compresas de calor, tabletas para el dolor de cabeza, baños tibios, películas románticas y helado.
—¿Tienes todo eso?
—No realmente —admitió.
—Sé bueno con ella, Pedro. Ser una mujer en este momento del mes apesta.
—Maldición, Carolina. No. Tú habla con ella.
Rió de nuevo. —No. Puedes manejar esto.
—Carolina —Su advertencia cayó en oídos sordos mientras la línea moría—. Joder. —Lanzó el móvil en su cama.
Pedro recogió todos los suministros y los dejó en la mesita delante de ella. —Aquí. Analgésicos, botella de agua, compresa de calor, uh… estas cosas. —Empujó la caja de tampones y almohadillas hacia ella—. Esto debería cubrirlo. —Se levantó y se alejó como si fuera un salvaje e impredecible animal.
Sus ojos escanearon la pila de suministros en la mesa. —¿Qué es todo eso?
—Para tú… situación —murmuró, frotando la parte trasera de su cuello.
—Oh, gracias. No tenías que hacerlo, Pedro.
Su postura se relajó. —Está bien. Voy a ir a prepararte un baño tibio; Carolina dijo que ayudaría.
—¿Llamaste a Carolina?
Asintió.
—Oh. —Sus amplios ojos lo siguieron hasta la habitación.
Llenó su amplia bañera con agua y parte de su cuerpo quería hacer burbujas. Paula se unió a él unos pocos minutos después,observándolo mientras probaba la temperatura del agua y ponía una fresca toalla en la encimera.
—Gracias. —Plantó un húmedo beso contra su mejilla.
Aún seguía allí cuando Paula se deslizó fuera de su pantalón de chándal y luego de sus bragas. Pedro se volvió para darle algo de privacidad cuando sus manos cogieron el dobladillo de su camiseta, pero incluso mirando en la dirección contraria, su reflejo llenaba el gran espejo. Mantuvo sus ojos en los suyos mientras se quitaba la camiseta, y luego su sujetador, dejando que toda la ropa cayera al suelo.
Estaba secretamente contento de que tuviera calambres; eso significaba que no podría tocarla esa noche, por más que quisiera hacerlo. Pero se desvestía delante de él como si no se imaginara cuán pequeño era el control que tenía.
Paula se metió cuidadosamente en la bañera y se hundió a sí misma en el agua hasta que estuvo sumergida hasta los hombros.
Sus pies se reusaron a moverse mientras se desvestía, pero ahora que se hallaba en el agua, con sus ojos cerrados y luciendo feliz, se sintió como si fuera un intruso. Soltó un profundo suspiro de frustración contenida y dejó a Paula sola para que se relajara.
Pedro estaba recostado en su cama con el cálido cuerpo de Paula acurrucado contra él, con la mirada clavada en el techo. No podían seguir viviendo así. Lo sabía, sin embargo no quería cambiar nada. Tenía a Paula allí, a salvo con él, pero sabía que la sostenía. Ella necesitaba a alguien que la ayudara a sentir todo lo que la vida ofrecía, ayudarla a crecer, no alguien que la quisiera toda para sí mismo. La respiración se Paula subió y enroscó su tenso cuerpo contra él. Se preguntó si aún tenía calambres, y distraídamente frotó una mano a lo largo de su espalda, amasando sus rígidos músculos.
Pedro tomó una decisión en ese momento. Si era lo suficientemente egoísta para quedarse con Paula, la ayudaría a vivir su vida, darle todas las experiencias que nunca había tenido. Sabía que si realmente quería ayudarla, significaba que debía prepararla para ser capaz de vivir por sí misma. Y finalmente mantenerse, incluso si no le gustaba la idea de que lo dejara. Quería que tuviera una opción. Pedro cerró sus ojos y soltó una profunda respiración, relajándose en su cálido abrazo y sintiéndose seguro de alguna manera.

sábado, 15 de marzo de 2014

CAPITULO 34


Ese domingo, como todo domingo, Pedro se preparó para visitar a Julieta. No era tanto como si él quisiera ir, era más como que estaba obligado. No rompería su cita semanal simplemente porque no sentía que quería ir. Su relación era demasiado complicada.
Se vistió informalmente, con vaqueros y un polo. Pero añadió colonia a su cuello sólo porque sabía que la haría sonreír.
—Paula, tengo que salir por un rato. ¿Estarás bien?
Paula cruzó sus brazos sobre su pecho y lo observó mientras se deslizaba en un par de desgastados mocasines. —Por supuesto. Estaré bien.
—No tardaré mucho.
Ella echó un vistazo alrededor del silencioso y vacío apartamento con el ceño fruncido. Pedro sabía que probablemente no era posible para ella sentirse en casa en su escueto apartamento de soltero. Estaba acostumbrada a la ruidosa y constante compañía de vivir con cuarenta personas. El silencio se extendió entre ellos y cada uno se rehusó a romper el contacto visual. Estaba feliz de que no preguntara hacia dónde se dirigía. No disfrutaría mintiéndole. —Estaré fuera por una hora o así.
Una vez afuera, la luz del sol brillaba intensamente, repartiendo excesivamente alegres halos para la ocasión. El viaje sólo le tomó diez minutos y Pedro aparcó delante del edificio, con un nudo familiar de ansiedad situándose en su estómago. Siempre se sentía sucio cuando llegaba allí, pero sabía que cuando se marchara, sentiría el alivio que tanto ansiaba, aunque fuera breve.


Cuando regresó por la tarde, Pedro encontró a Paula en su habitación con ropa cubriendo toda su cama y Renata posado en una almohada supervisando. —¿Qué estás haciendo?
Paula miró hacia arriba pero continuó su tarea. —Sólo escogiendo un atuendo para nuestra cita. Quiero decir, mi cita con Patricio esta noche.
¿Ella aún quería ir a su cita con Patricio? ¿Incluso después de que la había tocado? Si pensaba que había cambiado cualquier cosa entre ellos, se equivocaba. Era extraño darse cuenta de eso, pero suponía que ella solo necesitaba la liberación física igual que él. Tan simple como eso. —¿Es esto lo que quieres, Paula?
Lo estudió por un momento, abandonando su tarea con los vaqueros y mallas. —Carolina pensó que sería lo mejor para mí, nunca he estado en una cita antes.
Oh, Carolina pensaba que estaba bien. Maldita Carolina entrometida. Aunque suponía que estaba bien para ella hacer cosas que cualquier chica de diecinueve años haría. Asintió, estaba de acuerdo.
El resto de la tarde transcurrió con una pequeña conversación. Si hubiera podido gruñir y apuntar, lo habría hecho. Si Paula no reconocía lo que sucedía entre ellos, él tampoco lo haría. Debió haber estado más borracha de lo que debía esa noche. Había sido un error tocarla como lo hizo, tomar ventajas. No sucedería de nuevo, no importaba lo que su polla insistentemente pedía cada vez que ella se encontraba cerca.
Más tarde se reunieron con Patricio y Lorena, su madre excesivamente hambrienta sexualmente, en su apartamento para un trago antes de su cita. Lorena lo saludó con un beso en ambas mejillas y un apretón en el trasero. Sabía que estaría alejando sus manos de él toda la noche. No es como si le molestara un apretón por allí o allá, sólo no quería poner a Paula en una posición incómoda. Porque estaba seguro como la mierda de que él no iba a estar bien con las manos de Patricio sobre Paula. Sólo pensarlo enviaba su humor hacia el sur. Patricio era de su edad; Pedro sería feliz si fueran amigos. Pero el pensamiento de otro hombre tocándola lo hacía estremecerse.
Patricio miró a Paula de arriba abajo, y Pedro maldijo a su hermana una vez más por el provocativo y pequeño atuendo que le había escogido. No había esperado que su hermana comprara tanta ropa sexy para Paula. Y con fragrantes gel de ducha y loción, su maldito baño olía como una chica. No estaba acostumbrado a eso. Aunque inspeccionándola más de cerca, vestía unos oscuros vaqueros ajustados y una blusa turquesa de seda que se hinchaba en su esbelta figura, suponía que no era del todo provocativa. Era sólo Paula. Era preciosa. Seguiría siendo preciosa si solo vistiera un saco de arpillera.
Paula se movió nerviosamente, tirando el dobladillo de su blusa bajo la inspección de Patricio. Pedro no dudaba que desconocía su belleza, el poder que tenía sobre un hombre. Pero había florecido en una hermosa joven, y odiaba que nadie le hubiera dicho eso.
Lorena estaba excesivamente maquillada, vistiendo un muy ajustado vestido negro que apenas cubría su trasero y tacones tan altos que se balanceaba cuando caminaba. Se esforzaba mucho. Después del intercambio de saludos, y Lorena adulando a Paula, se dirigieron a la cocina.
—¿Qué puedo servirles, chicos? Tengo cervezas, vino…
—Paula no tiene veintiuno —puntualizó Pedro.
Lorena lo despidió con un ademán de su mano. —Oh, relájate, todos vamos a tener un poco de diversión esta noche —Lorena le tendió a Paula un vaso con vino—. ¿Siempre estás así de tenso? —preguntó, tendiéndole a Pedro una cerveza—. Tendremos que trabajar en ello.
—Recuerdas que trabajo en el FBI, ¿cierto?
Lorena soltó una risita, sacudiendo su cabeza y descartando su comentario. Paula bajó la mirada y aceptó el vino, pero Pedro podía ver el indicio de una sonrisa en su rostro.
Le dio un sorbo a su cerveza en silencio, sus ojos siguiendo los movimientos de Paula. Le contó todo sobre Renata y su reciente compra impulsiva con Carolina. El pobre Patricio no tenía idea de cómo conseguir entrar en la conversación, y Pedro no lo ayudaba. Cabrón. Sólo se recostó y disfrutó escuchando a Paula. Se sentía más a gusto, un poco más segura con cada día que pasaba, su rostro iluminándose como un rayo.
Después de que bebieran, se dirigieron al aparcamiento. El Tahoe de Pedro era lo suficientemente grande para viajar juntos. Antes de llegar al coche, Paula se inclinó cerca de su oído. —¿Vas a invitar a Lorena más tarde?
Se volvió para estudiarla. —No. No haré eso de nuevo, Paula. Seremos sólo tú y yo está noche.
Sus hombros se relajaron visiblemente, y subió al asiento trasero junto a Patricio. Pedro estaba agradecido de que pudiera mantener un ojo en las cosas por el espejo retrovisor, y se dio cuenta de que Paula atrapaba su mirada más de una vez.
Comieron en un restaurante mexicano, los cuatro apretujados en una cabina. Tenía que aplaudir a Patricio; abrió la puerta, fue atento y amable con Paula hasta cierto punto. Lo que estaba mal, porque Pedro esperaba la oportunidad de arrastrar y patear su trasero. Aunque suponía que si hacía eso, obtendría una reprimenda de Carolina por arruinar la primera cita de Paula. Siempre y cuando Patricio no cruzara la línea, no tendría que preocuparse por eso.
Cenaron tacos, guacamole y salsa. Lorena ordenó una jarra de margarita y empujó un vaso con la mezcla cubierta de hielo hacia Paula. Después de unos cuantos sorbos se reía más de lo que la había visto reír y sabía que el tequila surtía efecto. Patricio utilizó la oportunidad para acercarse a ella. Pedro mantuvo un ojo en ella mientras cenaba, y encontró que su mirada atrapaba la suya cada pocos segundos también.
Sus vigilantes ojos estaban en ella, calmándola, proporcionándole confianza. 
Trataba de prestarle atención a Patricio, lo hacía, pero Pedro, tratando de comer delicadamente su taco a la parrilla de camarón, era demasiado distractor. Nunca había sabido que era realmente importante, pero se encontró a sí misma notando y apreciando los buenos modales en la mesa de Pedro. Patricio, en comparación, lucía como si estuviera compitiendo por el título de comer rápido, embutiéndose un gran burrito en su boca y tratando de entablar una conversación con ella al mismo tiempo.Pedro se tomaba su tiempo, deteniéndose para participar en la conversación con Lorena, dando toquecitos a su boca con una servilleta. Paula no estaba segura de porqué, pero ver a Pedro fuera de casa le fascinaba.
Lorena se inclinó cerca de Pedro, robando un nacho de su plato. Se inclinó una segunda vez, rozando su cuello y diciéndole que olía bien. Mío. El pensamiento saltó en su mente, espontáneamente. Paula trató de centrarse en su comida, pero su mente seguía deambulando a lo que pasaría más tarde, cuando tuviera a Pedro todo para ella. Se preguntaba si tendrían una repetición de la última noche. No podía dejar de admirar su boca, recordando cuán suaves se habían sentido contra la suya.