martes, 25 de marzo de 2014

EPILOGO



Tres años después...

Las manos de Pedro capturaron sus caderas, jalándola para que su espalda descansara contra su pecho. —¿Disfrutando la fiesta? —Su aliento susurró en su oreja, enviando finos hormigueos deslizándose por su columna.
Las cosas habían sido un poco incómodas para ambos en la primera función de trabajo a la que Paula asistió, pero ahora su relación no era más una cosa. Sólo unas cuantas personas sabían cómo se conocieron, y a pesar que Roberto, el jefe de Pedro, era uno de ellos, había hecho la vista gorda, tomando una filosofía de “no preguntes, no cuentes”. Pedro le había tratado de explicar las cosas una vez, pero Roberto lo había despedido con la mano, diciendo que lo que no sabía no le haría daño. Paula había estado en un sinnúmero de funciones de trabajo con él desde entonces, y estaba contenta de ser aceptada en el redil de las otras esposas. Sin duda era más joven que la mayoría, pero siempre había sido madura para su edad, así que no era realmente un problema.
—¿Bebé? —Pedro seguía esperando su respuesta.
Se apoyó contra él. Los altos tacones apretaban sus pies y sus pantimedias cortaban sus muslos, pero sonrió y palmeó suavemente su mano que descansaba sobre su vientre. —Estoy bien, amor.
—Y mi pequeña hija... ¿Cómo está? ¿Aun dando volteretas por ahí? —Su mano se deslizó suavemente sobre el satén de su vestido para acariciar su vientre hinchado.
—Tenía hipo después de que comí ese aderezo de cangrejo picante, pero parece estar bien ahora.
Se rió entre dientes contra su piel y presionó un húmedo beso contra su nuca. Ese era uno de los beneficios de tener su cabello recogido en un nudo. Con la mano aun en su vientre, habló en voz baja en su oído. —Si quieres te daré un masaje cuando lleguemos a casa.
Mientras otros hombres celebraron nueve meses de tener un conductor designado a la mano, Pedro no había tenido ni un solo trago durante el embarazo. Era un santo asistiendo a cada cita con el doctor, leyendo todos los libros sobre bebés y casi esperando sobre su mano y pie. Ella había tenido una extensa charla con él después de que le llevó el desayuno a la cama durante un mes consecutivo y trató de llevarla en brazos de una habitación a otra. Si él había sido protector y atento antes de su embarazo, era una psicótica mamá gallina durante ello.
Se había calmado un poco desde entonces, pero aun insistía en masajearle los hombros o sus pies al final de un largo día. Paula no se quejó. Especialmente desde que los masajes generalmente llevaban a más. Pedro al principio había sido reacio sobre hacer el amor con ella, limitando sus actividades a sexo oral o extensas sesiones de jugueteo como si fueran adolescentes, hasta que había conseguido que el doctor le dijera a Pedro que era seguro. Ahora se encontraban recuperando el tiempo perdido, por lo que Paula estaba agradecida. Encontró que el embarazo la hizo altamente orgásmica.
La música cambió y se suavizó, y Pedro se balanceó con ella en sus brazos. El embarazo lo hizo delirantemente feliz, a ella también, pero siempre había querido hijos; él no había estado tan seguro cuando se conocieron por primera vez. Pero con el cumpleaños número treinta de Pedro acercándose, se volvió más y más persistente sobre la idea de convertirse en padre. De todos modos, habían estado tentando al destino sin preservativos o anticonceptivos durante el último par de años, pero de repente Paula notó que le preguntaba sobre sus ciclos, hablando de sexo calendarizado, llegando a casa de la farmacia con cajas de pruebas de embarazo. Aun sonreía ante el recuerdo. Nunca había imaginado que Pedro, el agente del FBI y el macho alfa, estaría mostrando porta bebés en la tienda o comprobando los hilos en las mantas para bebés. Todas las múltiples facetas de este hombre la sorprendieron. Amaba la forma en que todavía la hacía sentir como la mujer más hermosa en la habitación, en lugar de la ballena varada como se sentía en el vestido de noche de color vino que se estiraba por su creciente barriga.
—¿Cómo están tus pies? —preguntó, hablando en voz baja cerca de su oído una vez más.
Pedro sabía que sus pies se hinchaban a menudo al tamaño de globos para el final de la noche, y eso era cuando no estaban metidos en tacones de aguja.—Estoy ansiosa por ese masaje. —No quería quejarse, sabiendo que él habría insistido en llevársela lejos.
Levantó el dobladillo de su vestido largo. Sip, hinchados como salchichas. —¿Por qué no dijiste nada?
Ella se encogió de hombros. No quería que él se perdiera la parte de la recepción en donde recibía honores especiales por su trabajo en un caso crítico que él había ayudado a resolver.
Sin otra palabra, Pedro la condujo a través de la multitud, asintiendo una vez hacia Roberto en su camino hacia la salida. Le entregó su ticket al servicio de aparcamiento y pronto estaban sentados en la cabina oscura de su camioneta, la mano de Pedro descansando sobre su rodilla. El asiento para bebés ya se encontraba instalado en el asiento trasero, un total de dos meses antes de su fecha límite para el bebé.
Una vez dentro, Renata los saludó en su forma habitual; proporcionándole besos húmedos a Paula y mordisqueándole los tobillos a Pedro. Ambos rieron y Pedro se agachó y recogió a Renata para ponerlo en sus brazos. —La llevaré afuera. Ve a ponerte cómoda. —Presionó un beso en su boca antes de salir por la puerta.
Paula arrojó su vestido y la ropa interior que cortaba su circulación antes de lanzarse sobre la cama. Pedro volvió pocos minutos después, y ella sintió su presencia antes de verlo. Estaba parado en la puerta de entrada solo mirándola. Todavía tiene el poder de calentar su piel con una simple mirada y estaba bastante segura que si estuviese llevando bragas estarían mojadas. —¿Vas a unirte, o vas a estar allí mirando toda la noche?
Su expresión cambio, rompiendo en una sonrisa fácil. —Quiero recordarte como estás. —Cruzo la habitación hacia ella—. Eres tan hermosa Paula.
Se sentó al lado de su estirada forma, tomando suavemente sus pies en su regazo, masajeando un pie, trabajando su pulgar en el arco. —¿Pensaste alguna vez casarte y tener un bebe en el camino?
Paso su tratamiento al otro pie, sus nudillos presionando su empeine. —¿Te refieres cuando nos conocimos?
Ella asintió, luchando contra la piel de gallina que sus talentosas manos enviaban por su cuerpo.
—No, pero solo porque no me permití imaginarlo. Trataba lo humanamente posible de resistir. Por supuesto eres hermosa, pero entonces fuiste tan inesperada también, cuidando, dando y dulce.
—Y finalmente paraste de resistirte a mí —comentó.
—Sí, lo hice. Gracias, jodido Dios. —Volvió, inclinándose sobre ella para soltar un tierno beso en su boca.
Sus dedos buscaron el botón superior de su camisa y comenzaron a trabajar en desabrocharlos. —Piel —murmuró ella contra su boca—. Necesito sentir tu piel.
Agradecido, rápidamente perdió su camisa, pantalones de vestir, calcetines y empujando sus bóxer debajo de sus muslos para acostarse junto a ella totalmente desnuda. Mientras el cuerpo de Pedro se envolvía alrededor suyo, Paula dio un suspiro de satisfacción y dejó que la abrazara. Sus latidos golpeaban juntos como si reconocieran el valor que les tomó permitirse a lo que había en sus corazones. La vida se había desarrollado de manera inesperada, los eventos de los últimos años irrevocablemente los divisaba juntos.
Sus grandes manos acariciaron sus caderas, bajando a su trasero para acercarla. Su toque no provocó las chispas contra su piel pero ella siempre le hacía sentir seguro, amado y apreciado.
—Te amo, Pedro Alfonso —murmuró Paula en su pecho ardiente.
—Te amo más, nena. —Recostó su cabeza contra su firme pecho y cerró los ojos sintiéndose segura y protegida en sus brazos. Ella era su hogar.




FIN

CAPITULO 56


Cuando llegaron a casa, Pedro detuvo a Paula y la levantó en sus brazos para llevarla a través del umbral. Le recordó el primer día que la conoció. También la había tomado en sus brazos entonces. Simplemente se había sentido bien. Todavía lo hacía. Había algo familiar en ella, como si estuviera hecha para ser suya. La llevó a través de los cuartos oscuros y la acostó en la cama, su cama, y se dispuso a quitarle la ropa pieza por pieza. Su erección no había bajado desde su encuentro en la oficina de Carolina hace más de treinta minutos. Sabía que iba a necesitarla dos veces antes de encontrar alivio. La primera vez sería duro y rápido, la segunda vez más lenta y controlada.
Él deslizó sus bragas, todavía húmedas por su anterior liberación, por las piernas y las tiró en el suelo antes de cambiar a su propia hebilla del cinturón. Paula lo miró con los ojos muy abiertos mientras quitaba hasta el último pedazo de ropa entre ellos. Miró su polla hinchada y luego su mano derecha. Sabía lo que quería, y obligado, se agarró a sí mismo y acaricio suavemente. Ella se lamió los labios, poco a poco trazándolos con su lengua. Joder, tenía que estar en su interior. Al igual que ayer. Ya se estaba pre-viniendo y sus bolas dolían.
Rodó de lado, con el cabello oscuro derramado sobre la almohada y tendió una mano hacia él, con sus ojos aun viendo todo. Acarició su muslo, su abdomen, sus uñas raspando contra su piel. Continuó sus movimientos lentos y perezosos para su audiencia increíblemente sexy de uno. Si pudiera hacer que se tocara a sí misma para él, maldición, probablemente sería su perdición. Continuó rozando su mano ligeramente por su piel, deliciosamente cerca de donde su palpitante polla suplicaba por atención.
Con una mano todavía envuelta firmemente alrededor de él, le tomó la mano y se la llevó a la unión entre sus piernas. Los ojos de Paula se abrieron, pero lo siguió, dejando una rodilla abierta. Sabiendo lo dulce que sabía, lo mojada que podía conseguir que se pusiera, los sexys gemidos que hizo en la parte posterior de su garganta lo tentó a complacerla de nuevo; pero por la lectura de su cuerpo, sabía que necesitaba algo más. Apretó un dedo dentro de ella, mirando su dedo medio desaparecer hasta el segundo nudillo y fue recompensado con un gemido satisfecho de Paula. Retiró su mano, animándola a tomar el relevo. La mano de Paula se quedó inmóvil, como si esto fuera territorio inexplorado. ¿Nunca se había tocado a sí misma antes?
Respiró profundamente, su pecho subiendo, y usó sus dedos para frotar y explorar. Este momento fue más significativo para los dos, tocando, descubriendo. Sabía que Paula se abría a él, a todo, a la vida. Ella se realizó estando protegida y sintiendo vergüenza por lo que quería. Quería sentir cada cosa, cada pequeña cosa, todo lo que la vida tenía para ofrecer. Su corazón se elevó sabiendo que no la podía retener.
Ver sus dedos, inclinados con su esmalte de uñas rosa frotando contra su tierna carne, dando vueltas a esa pequeña protuberancia en la parte superior envió una oleada de calor a través de él, produciendo que una gota de fluido se escapara de su polla. Se tragó un gemido. — Paula... —susurró, inclinándose para besarla, sus bocas moviéndose desesperadamente una contra otra en un destello de lenguas húmedas y gemidos apenas contenidos—. Tengo que estar dentro de ti, nena.
Se unió a ella en la cama, acercando sus caderas, haciendo que todo su cuerpo se deslizara hacia abajo de la cama con él. Puso una mano en el antebrazo para detenerlo.
—¿Podemos... probar una posición diferente? —Sin esperar a que respondiera, rodó sobre su estómago, mostrando ese pequeño culo para él. Mierda. ¿Estaba esta chica hecha sólo para él?
—Cualquier cosa que quieras, cariño —dijo en un susurro puesto que todo el aire se aspiraba desde los pulmones a la vista de ella. Detuvo una mano por su espalda, cosquilleando ligeramente, y Paula se retorció de la manera más atractiva. Se sentó a horcajadas sobre sus muslos bien cerrados, y Paula giró la cara en la almohada para verlo. Dejó caer un beso en su boca, barbilla y hombro, se tomó en su mano y avivó suavemente su longitud, que ya descansaba entre sus nalgas.
Ella la miró, todavía retorciéndose debajo de él. —¿Tengo que abrir mis piernas? —preguntó, parpadeando hacia él.
Suponía que era una pregunta sincera, pero no, él podría llegar a todas sus deliciosas partes así, y lo sentiría con más fuerza con las piernas sujetadas y juntas. —No, cariño. Mantente igual que como estás.
Tragó saliva y asintió.
La anticipación de estar dentro de ella casi lo mata. Agarró sus caderas, sus dedos clavándose en su carne, sus pulgares separando sus nalgas, por lo que podía ver un poco debajo de su hermoso coño. Su polla era una roca dura y se deslizo a lo largo de su culo, como buscando el calor entre sus piernas. Su cabeza permaneció volteada sobre la almohada para poder ver. Él la miró a los ojos y continuó frotándose a lo largo del pliegue de su culo. Paula se estremeció ante las nuevas sensaciones, y él se inclinó para colocar un beso en su boca. No iba a llevarla allí. No haría nada para lo que no estuviera preparada. —¿Confías en mí?
Asintió con la cabeza, sus labios entreabiertos y respiraciones escapando en rápida sucesión.
Avanzó hacia adelante, viendo como la cabeza de su pene desaparecía en su pulida, carne rosada. Sus caderas se levantaron para cumplir su siguiente impulso, enviándolo más profundo. Una oleada de placer inundó su sistema, picando en contra de su columna vertebral y un gemido gutural escapó de su garganta. Colocó una mano en su espalda, manteniéndola quieta. Si iba a trabajar su culo contra él de esa manera, lo perdería.
Sosteniendo sus caderas firmes, se sumergió en ella, una y otra vez, su ritmo acelerado mientras el placer se convirtió en demasiado. Paula se retorcía y movía mucho debajo de él, y cada vez que empujaba hacia adelante, enterrándose profundamente, ella dejaba escapar un pequeño grito. Joder, estaba apretada.
Él agarró su culo con sus manos, empujando más rápido, más fuerte, hasta que sus gritos de placer eran ruidosos y no contenidos. En el último momento, se liberó de su cuerpo, y usó su mano para exprimir el placer estallando en sus nalgas, cubriéndola, marcándola. Ella era suya. Ahora y siempre.
Se quedó inmóvil y respirando con dificultad mientras Pedro corría al baño y volvía con una toalla tibia para limpiarla. Una vez que limpió la evidencia de su amor, se acostó a su lado, tirándola hacia sí y hundió el rostro en el hueco de su cuello. Permanecieron así, su corazón latiendo en un ritmo adaptado durante varios minutos, ninguno de ellos dispuesto a romper el hechizo.
Pedro finalmente bajó del capullo cálido de su cuerpo, de modo que pudiera mirarla.
Una sonrisa pasó en los labios de Paula y se llevó la mano a su cabello, tratando de alisar los mechones despeinados. —Hola.
—Hola. —Le dio un beso en la boca.
Parpadeó hacia él. —Estabas borracho.
—Lo sé. —Lo había estado demasiado, pero la presencia de Paula y el alcance de su orgasmo lo había serenado por completo.
Había estado bebiendo para adormecer el dolor, un dolor punzante, profundo que hace unas horas parecía imposible de superar—. Pensé que te había perdido. —Retiró el cabello de su cara, sorprendido de que estuviera allí en sus brazos—. No voy a hacer una mierda de esto. Te lo prometo, Paula.
Ella permaneció en silencio, dejando que la abrazara. Esperó a que lo llenara de preguntas, pero supuso que después de su ingreso ya sabía toda la historia de Julieta, y ahora compartió su cuerpo con él.... ¿quería decir eso que estaba perdonado?
—¿Esto significa que me estás dando otra oportunidad?
Le dio un beso en el cuello. —Es posible. —Su voz era tímida, pero sus brazos alrededor de él se sentían fuertes y seguros.
—Te amo mucho, nena.
—Yo también te amo, Pedro.

CAPITULO 55



La boca de Pedro se sentía bien. Demasiado bien. Paula se perdió en el placer, la sensación. Su cerebro tratando de ceder al control de su cuerpo.
Una serie de golpes fuertes sonó en la puerta. —Um, ¿Pedro? —La voz apagada de Carolina llegó desde el pasillo.
¡Mierda!
Pedro levantó su cabeza. —Estamos ocupados —dijo.
Los ojos de Paula se dirigieron a la perilla de la puerta, tratando de recordar si la habían bloqueado, no es que esperaba que Carolina entrara e interrumpiera. Pero Dios, no podía imaginar algo más vergonzoso. Sus pantalones se hallaban por sus tobillos y la cara de Pedro sepultada… pues, en algún lugar bueno.
Carolina volvió a tocar, esta vez con más insistencia. —Me alegra saber que estás… compuesto… y no me importa que estés borracho en mi apartamento. Sin embargo, me importa que estés follando lo suficientemente fuerte como para despertar la mitad de mi edificio. Vamos, los llevaré a casa —llamó.
El calor ardía en sus mejillas. Mierda. ¿Había sido demasiado ruidosa?
—Solo danos unos minutos más —gruñó Pedro.
Paula se movió para levantarse, tratando de arreglar su ropa, pero Pedro la mantuvo en el lugar. —Quédate.
Sus ojos buscaron los suyos. —No podemos… tenemos que irnos.
Negó con la cabeza y se inclinó para mordisquearle el interior del muslo. —Lo haremos. Pero quiero hacerte venir primero —susurró. Su aliento se precipitó sobre su base, y una oleada de humedad subió entre sus piernas.
—Pedro… —suplicó, entrecortadamente.
—Shh. —Movió sus bragas a un lado una vez más por lo que su hinchada carne rosada estaba en plena exhibición—. Déjame terminar de cuidarte, luego nos vamos. —Su boca cubrió su piel sensible y comenzó a comer con avidez, lamiendo y chupando hasta que se retorcía otra vez. Gruñó en voz alta y la mano de Pedro se acercó y le tapó la boca, sus ojos observando su reacción cuando su boca ávida continuaba.
Estuvo a punto de deslizarse de la silla de cuero, pero la presión de la cara de Pedro entre sus piernas la mantuvo en su lugar. Parecía sentirse avergonzada, abrumada por su dominio, pero en lugar de eso sólo se sentía amada. Increíblemente apreciada y amada. Y al parecer deliciosa.
Se centró en su carne sensible, encontró un ritmo que destruyó todos los pensamientos que tenía de Carolina esperando al otro lado de la puerta.
Se vino fuerte y rápido, sus caderas levantándose de la silla, sus manos desordenando el pelo de Pedro.
Su cuerpo se estremeció con violencia por su liberación y cuando abrió los ojos, se sorprendió al encontrarse en los brazos de Pedro. La había levantado de la silla y la sujetaba contra su cuerpo, sus pies colgaban varios centímetros del suelo. Besó su boca y sabía a su propia excitación, a licor y a Pedro. Sus ojos se cerraron con la saciada satisfacción.
La dejó deslizarse por su cuerpo hasta que sus pies llegaron al suelo. Pedro tomó su cara entre las manos, presionando un beso final en su boca. —Te amo.
—Te amo también. —Se sentía tan bien finalmente decírselo, y aún mejor oírle decir esas palabras.
—¿Puedo llevarte a casa?
Casa. La palabra rodó fácilmente de su lengua y la hizo sentir aún más completa y feliz de lo que creía posible.
De repente se dio cuenta del gran bulto en sus pantalones, ella le hizo un gesto a su regazo. —¿Qué hay de ti?
Hizo una mueca mientras ajustaba su erección. —Viviré.

lunes, 24 de marzo de 2014

CAPITULO 54



—¿Qué mierda hiciste? —chilló la voz de Carolina desde el teléfono mientras él se sentaba en el bar.
—¿De qué estás hablando? —En el estado de embriaguez de Pedro, le tomó un segundo comprender el enojo en su voz. Oh. Mierda.
Su voz se convirtió en un susurro. —¿Por qué está Paula en mi baño?
—¿Pedro? Respóndeme, maldición —gritó Carolina.
Alejó el teléfono de su oreja y cerró sus ojos. Tal vez esos seis Jacks y Coca-Colas no fueron la mejor idea. —La jodí, ¿bien? ¿Es eso lo que quieres oír, Caro?
Ella se quedó en silencio.
—¿Está realmente en el baño llorando?
—Claro que lo está haciendo. Me lo dijo, lo mejor que pudo, sobre Julieta. Maldita sea Pedro, esa chica era una ruina. No tenía ni idea que la seguías viendo después de todos estos años.
—-Sí… bien… —Se pasó una mano por la nuca. Carolina conoció a Julieta hace unos años cuando salían. Cesar con la mirada le preguntó a Pedro si quería otro trago. Pedro lo alejó—. Soy bastante estúpido, ¿huh? —Puso su vida en suspenso, apenas salía, no hizo nada que no fuera ir al trabajo y visitar fielmente a Julieta cada domingo, simplemente porque sabía que eso la animaba. Y cuando todo el asunto de Lucas surgió, se olvidó por completo de ella. Nunca había olvidado antes un domingo. Nunca.
Carolina suspiró. —No dije eso. Pero Jesús, Pedro, no puedes tomar la responsabilidad de salvar a cada chica que conozcas. Y Paula no lo necesita. Ella necesita tu amor.
—No me digas qué necesita Paula. Sé lo que necesita —dijo, la ira burbujeaba en su interior. Agarró la barra hasta que sus nudillos se pusieron blancos evitando la tentación de golpear algo.
—Escucha, me tengo que ir. Paula acaba de salir.
—Déjame hablar con… —La comunicación se cortó.
¡Joder! Tiró su teléfono en la barra delante de él. Cesar lo miró con precaución. —¿Esa fue Paula?
—No. —No mencionó que fue Carolina, porque cada vez que decía el nombre de Carolina, Cesar quería jugar a las veinte preguntas con él. Estaba a punto de decirle que todo iba bien —podría preguntarle a su hermana— pero se imaginó que era mejor hacerlo sufrir un poco más. Pedro intentó ponerse de pie, agarrando la barra por apoyo.
Cesar negó con la cabeza. —Te llamaré un taxi. Para que lleve tu culo borracho a casa.
—No estoy borracho. —Arrastró la palabras. Bien, quizás un poco—. Sí, está bien —admitió.
Cesar golpeó el hombro de Pedro, apoyando su mano allí. —Creo que estás enamorado de ella, hermano.
No es útil. ¿Por qué todos dicen eso? Pedro se encogió de hombros para alejarse de él y se fue a esperar su taxi.


Subió las escaleras, agarrando la pared por apoyo. Tomó el pomo de la puerta, lo encontró desbloqueado y entró. Carolina y Paula estaban en la mesa del comedor. Ver los ojos hinchados y rojos de Paula era como un puño en su intestino. Todo el aire se escapó de sus pulmones. Él le hizo esto.
—¡Pedro! ¡No deberías haber conducido! —gritó Carolina, saliendo de la mesa para darle un puñetazo en el hombro. Tampoco había ninguna tolerancia para los conductores ebrios después de la forma en que sus padres fueron arrancados de ellos.
Levantó las manos en señal de rendición. —Tomé un taxi, relájate. —Rodeó a Carolina, dirigiéndose directamente a Paula como si fuera una luz al final de un túnel, su faro en la oscuridad. Él había estado tratando de salvar a todos, sin embargo, fue Paula la que le enseñó a él. Su compasión, su genuina naturaleza siguió su nivel. Ella era todo lo que necesitaba. Y había estado tan equivocado. No necesitaba ser salvada, él lo hacía. Sabía sin duda, que se arrastraría, suplicaría, le prometería el mundo, si ella lo escuchara.
Paula lo miró con ojos cuidadosos y con un suspiro tembloroso.
—Necesitamos hablar. —Su voz era gruesa, haciendo eco en toda la habitación.
Carolina se interpuso entre ellos con las manos en las caderas. —No creo que eso suene como una buena idea ahora. Estás borracho, Pedro.
Sin quitar los ojos de Paula, murmuró la única palabra que se le ocurrió. —Por favor.
Paula asintió levemente y lo siguió a la oficina de Carolina. Se sentó en la silla de cuero. Pedro se apoyó en el marco de la puerta, odiando no poder tomarla en sus brazos. Odiaba que ya no lo necesitara por apoyo y comodidad, y que él fuera la fuente de su dolor.
—Paula, lo siento, siento no alejar a Julieta.
Levantó la mano. —No digas su nombre.
Mierda. Sus piernas temblorosas cedieron y se deslizó por la pared hasta sentarse en el suelo. Dios, necesitaba pensar. ¿Cómo se pedía una segunda oportunidad a la chica que significaba todo para él?
—¿Qué se supone que tengo que hacer ahora? —preguntó Paula, entrecortadamente—. Me siento como una total idiota. Me humillaste,Pedro. Pensé que teníamos algo especial… no tenía idea de que… —Se detuvo en seco, respiró profundo y lo mantuvo. Podía ver que trataba de no llorar otra vez. Se odiaba a si mismo aún más.
Levantó la vista. La tristeza ardía en sus ojos verdes, haciéndolos más brillantes por sus lágrimas. —Tenemos algo especial. No me abandones, Paula. La jodí a lo grande, lo sé. Pensé que hacía lo correcto al continuar viendo a Ju… ella, pero tienes razón, ¿de acuerdo?
Una sola lágrima escapó y rodó por su mejilla. Pedro cruzó la habitación de rodillas, tomó su cara entre sus manos y limpió la humedad con sus pulgares. —Lo siento demasiado, Paula. Por favor, no llores. Por favor, nena. —Aún no estaba cerca de rogar, si fuera eso lo que hacía falta.
—Me mentiste. Te ibas cada domingo para verla mientras yo esperaba por ti.
El dolor en su rostro lo golpeó. ¿Y si ella no lo podía perdonar? Él haría cualquier cosa, pasaría la vida tratando de volver a ganar su confianza.
—Lo sé. Y debí decírtelo, estaba demasiado destrozado como para saber qué hacer. —Su corazón latía erráticamente en su pecho—. Pero tú eres a quien amo, Paula.
Sus ojos se abrieron. —Estás borracho. No digas eso.
—Estoy borracho pero, ¿crees que recién ahora me di cuenta de que te amo? Comencé a hacerlo en el momento en que te vi. Entonces viniste a casa conmigo y a pesar de que ha sido un desastre, te hiciste cargo de mi cocina, me cocinabas, me cuidaste cuando tuve gripe, y, ¿la primera vez que hicimos el amor? —Luchó contra un escalofrío al recordar—. Nunca ha sido así para mí antes. Estoy enamorado de ti, Paula. Desesperado y completamente. Te pertenezco, nena.
Su boca hizo una pequeña sonrisa y luego tragó. Anhelaba besarla, pero no sabía si eso estaba permitido. Él nunca había tenido que humillarse antes. Siempre había sido el que terminaba las relaciones, nunca el que buscaba.
—Y le expliqué a Julieta que ambos necesitamos seguir adelante. No voy a verla nunca más. Soy tuyo. Te pertenezco, Paula. Siempre lo hice. —De repente parecía bastante apropiado que él estuviera de rodillas ante ella.
Dos latidos pasaron y Paula seguía callada, con sus ojos fijos en él. Se llevó la mejilla a su barba incipiente y la mantuvo allí. —Sabía que estaba enamorada de ti, pero cuando vi a… ella… y me enteré que la veías a mi espalda todo este tiempo, me destruyó.
—No. —Puso su mano sobre la de ella, tocando su piel—. No digas eso. No puedo soportar saber que te he hecho daño. Por favor, déjame arreglarlo.
—Déjame terminar. —Enderezó sus hombros, como si cambiara su postura con un pequeño movimiento—. Solo te he conocido por un pequeño tiempo, pero te introdujiste en mi corazón. Te convertiste en todo para mí. Toda mi vida antes de ti se alejó, y tuve la oportunidad de ser yo, de convertirme en lo que quería. Me ayudaste, sin ninguna motivación egoísta. Y probablemente no debería, pero confío en ti. Siempre he confiado en ti, desde el principio. Si dices que ya no la ves, creo en ti. Pero no te atrevas a romper mi confianza de nuevo.
Sonrió, disfrutando la fuerza que escuchó en su voz. Ver su confianza y crecimiento era sexy. Apartó el cabello en su cara llena de lágrimas, ansiaba besarla, para quitarle todo su dolor. Deja de pensar con tu pene, imbécil. —Odio haberte hecho sufrir. Odio verte así —admitió, su pulgar trazando círculos gentiles en su mejilla.
La mirada de Paula se intensificó. —A pesar de que estaría con el corazón roto sin ti, Pedro, no se romperá como el de Julieta. No soy ella. No quiero que camines sobre cáscaras de huevo a mí alrededor, o que tengas miedo de decirme cosas porque crees que no me gustarán. Si vamos a tener una relación, tenemos que estar en igualdad de condiciones. Quiero ser tu pareja, no tu proyecto.
Pedro permaneció en silencio por varios segundos, trabajando para entender su súplica. —Sé que no eres ella. Eres una mujer asombrosa, fuerte e increíble que tiene el mando completo de mi corazón, demonios, de todo mi cuerpo. Nunca he amado a alguien como lo hago contigo, Paula. Eres todo para mí, y quiero protegerte de toda la mierda de mi pasado. Tampoco quiero un proyecto, pero siempre seré tu protector. Así es como estoy hecho, nena. No dejaré que nada ni nadie te haga daño.
Asintió. —Está bien. Sólo quería que lo entendieras. No puedes romperme de esa forma, así que no me ocultes las cosas. Si esto va a funcionar, tienes que comunicarte conmigo con total honestidad.
—Puedo hacer eso. —Sonrió, y la mirada de Paula se acercó a su boca—. ¿Nena? —preguntó, acercándose, sus ojos parpadeaban entre sus ojos y sus labios.
—¿Sí? —Su voz se sentía como un respiro. El efecto de su cercanía era mareador, embriagante.
—Si quieres completa honestidad… necesito besarte ahora.
Paula humedeció su labio inferior y Pedro se inclinó, cerrando sus bocas en un beso apasionado.

CAPITULO 53




La situación con Lucas había sido manejada mejor de lo que podía haber esperado. El nuevo trabajo por el que había dejado el recinto para continuar era tráfico de drogas. Idiota. Cuando Roberto envió a los chicos a recogerlo para interrogarlo, lo encontraron con suficiente marihuana en su coche para encerrarlo por un tiempo. Eso no significaba que su obsesión con Paula había terminado, pero por lo menos no sería capaz de llegar cerca de ella por un tiempo. Y cuando llegue el momento, Pedro estaría allí para mantenerla a salvo. Su mano apretó la suya y Pedro sonrió a la hermosa chica a su lado.
—Casi en casa —dijo. Casa. Se había sentido como un hogar desde que Paula se había instalado.
—No puedo esperar para ver a Renata.
Pedro se detuvo en el estacionamiento de su complejo de apartamentos y sus ojos no podían procesar la escena frente a él. Julieta estaba de pie en la acera, con los brazos cruzados sobre su pecho mirando el enfoque de su camioneta. Sus ojos brillaron con el reloj en su tablero. Mierda. Una maldición rasgó desde su pecho al verla allí. Había perdido su cita del domingo y ahora ella estaba aquí. Aquí. En su casa. Casa de Paula.
Consideró encender el motor y salir del aparcamiento, pero no tenía fuerzas para mentirle más a Paula. Su pasado estaba aquí —contemplando su futuro, rompiendo su corazón en un millón de diminutos pedazos.


Mirando a la frágil chica de cabello oscuro correr hacia Pedro y lanzarse a sus brazos dejó sin aliento el pecho de Paula. Puso una mano contra el capó de la Tahoe para apoyarse a sí misma. Pedro puso sus 
manos en los hombros de la chica, suavemente moviéndola lejos de su cuerpo. Sus ojos destellaron los de Paula, el pánico escrito por todo su rostro.
—Esta es Julieta —dijo, pero no ofreció nada más.
Paula odió la familiaridad entre ellos —la forma en la que el cuerpo de Julieta se inclinó hacia él y la forma en que sus dedos se habían calmado, a sabiendas bajo sus brazos mientras la apartaba. Julieta se volvió para examinar a Paula, sus brillantes ojos azules ardiendo con curiosidad. Julieta era delgada y bonita, con rasgos delicados. Estaba vestida casualmente en un par de jeans gastados y un top rosa que era demasiado grande en su pequeño cuerpo.
—¿Es ella? —le preguntó Julieta.
Pedro asintió. —Esta es Paula.
La mirada de Julieta encontró la de Pedro, pidiendo permiso, antes de tender una mano a Paula. Había cicatrices estropeando su muñeca interna y cuando la mirada de Paula se quedó en la arrugada carne blanca, Julieta retiró su mano y la metió en su bolsillo. —Hola —ofreció Julieta, sonriendo con cuidado—, Pedro me habló mucho de ti.
Paula se quedó muda. Se sintió enferma. Humillada.
Julieta se volvió hacia Pedro, suavizando su expresión. —No te presentaste hoy, me preocupé. ¿Te molesta que venga aquí? —Llevó una mano a la mejilla de él, pero Pedro agarró su muñeca.
Sus ojos brillaron de vuelta a Paula. Se estremeció, abrió la boca, luego volvió a cerrarla. No había nada que pudiera decir. La piel de Paula hormigueaba mientras la conciencia la inundaba. ¿Esta era con quien pasaba todos los domingos?
Las cicatrices en las muñecas de Julieta, la forma necesitada en la que miraba a Pedro como un niño separado de su madre, la golpearon como un porrazo en la cabeza —todas las veces que él la había mirado como si fuera inestable, el miedo en sus ojos que había vencido y perdido. ¿Tenía alguna extraña vocación para salvar a niñas necesitadas? Ella no era como esta chica, y resentía su cuidadosa vigilancia más que nunca ahora, porque significaba que los recuerdos de Julieta todavía estaban allí en la superficie.
Él se volvió hacia Paula, entregándole las llaves. —¿Puedes ah, darnos un minuto?

Paula deseaba tener un lugar a donde ir —cualquier lugar excepto dentro de su casa. Quería huir a algún lugar lejos de aquí, pero aceptó las llaves y se aventuró por las escaleras, demasiado aturdida para llorar, demasiado sorprendida para procesar lo que acababa de enterarse.


Pedro se había librado de Julieta y se aventuró en el interior para hablar con Paula. Necesitaba decir la verdad acerca de todo —toda la verdad— sin evitar ningún detalle.
Encontró a Paula escondida debajo de la colcha en la habitación de invitados, susurrándole a una masa retorciéndose debajo con ella. La había defraudado y se refugió en el perro por consuelo. Era un pensamiento aleccionador.
Se sentó en silencio en el borde de la cama. Sus murmullos se detuvieron tan pronto como el colchón se sumergió con su peso.
—No tienes que hablarme. Sólo escucha, ¿de acuerdo? —Él lanzó un profundo suspiro, sabiendo que esta conversación era de hace mucho tiempo—. Conocí a Julieta justo después de la universidad. Estaba rota, un proyecto para mí, alguien en quien podía enfocar mi energía ya que había sido tan impotente para evitar la muerte de mis padres. —Pedro restregó sus manos sobre su cara. Era más difícil de lo que pensó que sería admitir todo esto en voz alta—.Julieta se cortaba, lo que descubrí más tarde. Fue abusada cuando era niña. Era una ruina cuando empezamos a salir. Nuestra relación estaba llena de dudas, celos, y en ocasiones intensa pasión. —Pedro deseaba poder ver la expresión de Paula, tener una idea de cómo lo tomaba. Pero la maldita colcha la cubría de la cabeza a los pies—. Salimos por dos años y eventualmente mejoró. Más tarde me di cuenta de que no estaba enamorado de ella, sólo había estado enamorado de la idea de salvar a alguien. Una vez que Julieta estuvo bien, la intensidad detrás de nuestra relación casi desapareció.
Paula dejó caer las sabanas, su cara haciéndose visible. Esperaba que esté llorando, pero sus ojos se encontraba secos, curiosamente mirándolo, su cara se relajó.
—Traté numerosas veces terminar las cosas con ella, pero Julieta se marginaría. Así que me quedé. Nosotros estuvimos en esa forma por otros seis meses, hasta que no pude soportar más el ciclo. Lo terminé para bien.
Renata retorció su camino fuera de las mantas y lamió la nariz de Paula. Ella recogió al cachorro a su lado y murmuró—: Sigue hablando.

—Rompí con ella y pensaba que había terminado. Por supuesto, no había esperado que Julieta tratara de acabar con su vida. Pero ese mismo día, se había cortado las muñecas. Su compañera de cuarto la encontró y la llevó inmediatamente al hospital, y me llamó en el camino. Cuando vi lo verdaderamente rota que estaba, pálida y débil en esa cama de hospital, tubos corriendo por todos lados, sabía que era mi culpa. Me había prometido salvarla, y ahora estaba peor de lo que nunca había estado. Por mí. Me devoró, y sabía que no podía correr el riesgo de nuevo. No cuando ella era tan increíblemente frágil.
Julieta se quedó en el hospital durante unos días, había perdido mucha sangre, y cuando se recuperó físicamente del intento de suicidio, fue llevada a un centro psiquiátrico. Se quedó allí durante más de un año antes de que vuelva a su propio apartamento. Nunca reavivamos nuestra relación romántica, pero todo este tiempo, cerca de cinco años ahora, la he fielmente visitado cada semana, como un amigo, y como su manta de seguridad, supongo.
Las lágrimas comenzaron a llenar los ojos de Paula mientras se sentaba estoicamente.
—¿Paula? Por favor, di algo —suplicó.
Paula agarró las llaves de su coche y se fue.

domingo, 23 de marzo de 2014

CAPITULO 52



Ella escuchó su conversación telefónica unilateral mientras él conducía. Había llamado a alguien llamado Roberto quien creía era su jefe en el FBI. Se sentía extraño escucharlo hablar de ella, sin embargo, no se sentaba a su lado, pero sabía que él trataba de ayudar. Paula estaba más interesada en escuchar como explicaba su presencia en su vida, pero no reveló mucho sobre su relación, simplemente diciendo que Paula de la investigación Jorge era una amiga suya y que necesitaba su ayuda.
¿Amiga?
Sorprendida por enterarse que esta no era la primera nota que Lucas había dejado. Aparentemente habían sido dejadas otras en su parabrisas hace un par de semanas. Pedro informó a Roberto que estaban en el cajón de su escritorio de trabajo, dentro de una bolsa plástica, y que la había espolvoreado por huellas. La voz de Pedro aumentaba y la vena en su cuello palpitaba, pero después de algunos momentos tensos de ida y vuelta con Roberto, Pedro parecía complacido.
—Sí, vamos a atrapar a ese hijo de puta. Está bien, gracias Roberto. —Pedro terminó la llamada y colocó su teléfono en el centro de la consola entre ellos.
Paula tragó, manteniendo sus ojos en el camino. —¿Todo está bien?
Él se inclinó y agarró su mano. —Sí. Lo estará. Roberto dice que enviará a alguien para detener a Lucas. El caso aún no ha sido cerrado oficialmente, así que no hay problema con llevarlo para un interrogatorio, a pesar de lo poco definido, la conexión está entre él y esas notas. Pero al menos ellos pueden hablar con él… ver lo que dirá. Dejarle saber que todavía está en nuestro radar.
—Bueno. —Levantó sus piernas, doblándolas debajo suyo en el asiento, e intentó no preocuparse. Lucas era inofensivo. ¿No?
Estacionaron en el carril privado del camino que llevaba de vuelta al bosque. El sol comenzaba a descender, iluminando el campo y el hotel de dos pisos de madera en un brillo de rosas, naranjas y dorados.
—Guau. —Paula se sentó derecha en su asiento y sonrió con gratitud—. Esto es hermoso.
Pedro estaba contento de que ella era la primera y la única chica que había llevado ahí. Y desde lo que recordaba, las fotos en línea no le hacían justicia a este lugar. Tenía un toque solitario, rústico. Era perfecto.
La condujo dentro, sus bolsos una vez más descansando en su hombro. Huyendo del peligro o no, fue criado en Texas, y eso quería decir modales, abrir puertas para las damas y ser todo un caballero.
Cuando descubrió que Paula nunca antes se había quedado en un hotel, reservó una suite, completa con un balcón privado con vista al lago. La suite estaba constituida de una sala de estar con un sofá y un sillón reclinable tílburi en frente de una chimenea de piedra, una habitación aparte con una cama gigante adornada con un edredón esponjoso blanco, y un gran cuarto de baño con una ducha vidriada y separada de la bañera grande, pero era espaciosa y bien equipada. Miró a Paula explorar las habitaciones, terminando su recorrido en el balcón. Los últimos rayos de sol se deshacían en el lago azul oscuro. Llegó detrás de ella, enjaulándola contra la valla de metal y acurrucándose contra su cuello, respirando su aroma. Era tan suave, tan adorable, que provocaba en él no el empedernido agente del FBI necesitando justicia, sino un hombre en necesidad de una mujer. Era fácil perderse a sí mismo en ella, y casi no podía creer que se había resistido por tanto tiempo.
La conversación con Roberto había ido bien, y confiaba que ahora que había agarrado el toro por los cuernos e involucró al FBI, ese idiota de Lucas sería cuidadoso. Sin embargo sabía que las cosas nunca eran así de simples, y sintió que sin duda tendría que sincerarse con Roberto el lunes a la mañana. Lo que sea que iba a suceder ahora estaba fuera de su control, así que era inútil preocuparse sobre ello. Disfrutaría de su salida secreta con Paula antes que fueran obligados a enfrentar la realidad y lo que sea que venga.
Ordenaron una cena sencilla y comieron en el sofá con los platos balanceados sobre sus rodillas. Pedro también había pedido una botella de vino, imaginando que necesitarían la relajante ayuda. Paula no hizo más que picotear con desgano la comida en su plato, y el apetito de Pedro no era mucho mejor. Lavó sus platos y discretamente comprobó su teléfono en la cocina. Todavía nada de Roberto.
Regresó a la sala de estar, volviendo a llenar dos copas. —¿Quieres sentarte en el balcón?
Paula elevó sus ojos hasta los suyos como si el sonido de su voz interrumpió algún pensamiento personal. —¿Mmm? Oh, por supuesto. — Aceptó la mano tendida y se puso de pie, obedientemente siguiéndolo al banco acolchonado en el balcón. El anticuado candelabro de la pared proporcionaba un suave resplandor de luces parpadeantes, y debajo el agua golpeando la orilla del lago era el perfecto telón de fondo. Pedro colocó las copas en la mesa y empujó a Paula a su regazo, necesitando toda la distracción que el contacto corporal le ofrecía. Quería tranquilizarla, prometer que todo estaría bien, pero no podía. Así que en su lugar la abrazó.
Se rió suavemente, permitiéndose a sí misma ser maniobrada y estrechada en sus brazos. Se volvió así que estaba enfrente de él y colocó sus palmas contra sus mejillas.
—¿Por qué no me contaste sobre la primera nota?
Él tragó y removió sus manos, dejándolas sobre su regazo. —Lo había manejado. No quería preocuparte a menos que sea necesario. Sólo quería protegerte tanto tiempo como podía.
—Hubiera querido que me cuentes en su lugar. No puedes protegerme de todo por siempre.
—Lo sé. Lo siento. —Presionó un suave beso en sus labios—. ¿Me perdonas?
Tomó su tiempo antes de contestar, y Pedro temía que el otro secreto que le había estado ocultando estuviera flotando por su mente.
—Perdonado —murmuró, inclinándose por otro beso. Se había vuelto más segura de sí misma en iniciar su contacto físico, lo cual Pedro apreciaba muchísimo. Su ritmo cardíaco se aceleró, dándose cuenta que estaban completamente solos con nada que hacer excepto disfrutar su romántica salida fingida. Él profundizó el beso, mordisqueando su labio inferior. Sus manos encontraron el trasero de Paula y lo apretó, tirándola más cerca ante su gemido. Un gemido de frustración borboteó profundo en su garganta y agarró con fuerza sus bíceps. Era como si ambos necesitaran estar más cerca. Ahora.
Se puso de pie, levantándola mientras entraban. Ella envolvió sus piernas alrededor de su cintura y los brazos rodearon su cuello, todavía sin romper su beso. Sin preocuparse por encender las luces de la habitación, Pedro acostó a Paula en la cama, inclinándose sobre ella para plantar un beso tierno en su boca antes de levantarse para admirarla, extendida sobre la cama. Su cabello oscuro era un halo de rizos en la almohada, y sus brazos, de mala gana, cayeron de su cuello, como si estuviera reacia a liberarlo —Dios, eres perfecta —exhaló. Sus ojos quedaron fijos en los suyos, rehusándose a desviarse, rehusándose a romper su conexión silenciosa—. ¿Sabes cuán difícil era resistirme a ti?
—Apenas me notabas. ¿Sabes cuántas veces paseé por tu dormitorio en sólo mis bragas intentando tentarte?
—Sí. Cuarenta y siete.
—¿Qué? —Ella se rió por lo bajo.
—Estoy bromeando. No llevé la cuenta. Pero estás equivocada sobre no notarte. Me di cuenta cada maldita vez. —Y también lo hizo su polla. Había tenido un caso constante de bolas azules prácticamente desde el día que se mudó—. Eres asombrosa, Paula. Hermosa, inteligente, cariñosa. ¿Cómo podría no notarte? —¿Y enamorarme de ti?
Una pequeña sonrisa de satisfacción tiró en su boca y sabía que la necesitaba, necesitaba mostrarle que era suya. Sus manos encontraron su cinturón y rápidamente desabrochó la hebilla antes de desprender el botón y bajar la cremallera. Paula siguió sus movimientos, sus ojos más abiertos y curiosos. Él sacó su camiseta sobre su cabeza y la dejó caer en el piso. Paula se estremeció en la cama, todavía mirándolo. Cuando él bajó sus vaqueros y bóxers de sus caderas, ella se lamió sus labios. Y cuando su mano encontró y acarició perezosamente su longitud, ella exhaló lentamente.
—Pedro… —Su voz era una súplica rota en el silencioso dormitorio.
—¿Sí, nena? —Continuó sus movimientos lentos a lo largo de su vara hinchada, su mano sujetando la base y deslizándola arriba hasta el punto sensible.
Su mirada se precipitó hacia abajo a su entrepierna y ella mordió su labio otra vez. —¿Tú… mmm, hacías esto… cuándo pensabas en mí?
Su pregunta lo sorprendió. No había esperado que tenga el coraje para preguntar algo así. —Sí. Lo hacía. —A menudo. Muy a menudo.
Aspiró aire y llegó a su polla, sujetando su mano apretadamente alrededor suyo. Los movimientos de Pedro se calmaron durante un momento, apreciando la sensación de su calor. Pero el deseo reflejado en sus ojos forzó a su mano a deslizarse arriba y sobre su cabeza una vez más. Él exhaló una respiración temblorosa. Introducir su mano suave a la mezcla incrementó la cantidad de placer significativamente. Él la dejó agarrarlo, y la guió, con calma y lento.
—Paula —susurró.
Sus ojos se lanzaron a los suyos. —¿Con que frecuencia… hacías esto antes de que durmamos juntos?
Mierda. ¿De verdad le preguntaba con qué frecuencia se masturbaba? No podía contestar esa pregunta. —Bastante. —A diario.
Ella sonrió, aparentemente satisfecha con su no-respuesta. La mano libre de Paula buscó a tientas el botón de sus vaqueros y Pedro abandonó su demostración para ayudarla. Una vez que sus vaqueros y bragas estuvieron fuera, tomó un momento para simplemente admirarla. Era tan bella, suave donde una mujer debería ser suave, escultural y delicada al mismo tiempo. Dios, incluso sus pies eran malditamente lindos. Quería rendirse y adorar su cuerpo como se merecía, pero se sacó su camisa y se levantó de la cama. Se sentó sobre sus rodillas en el borde, envolviendo sus brazos alrededor de su cuello y levantando su barbilla para besarlo. Su pecho se presionó contra el suyo, calentándose y moldeándose a su cuerpo. Su lengua cálida se deslizó contra la suya y él había perdido todo pensamiento racional. Necesitaba probarla, estar dentro suyo, poseerla…
—¿Pedro? —Paula rompió el beso, sus manos colocadas en su pecho, recorriendo sus tensas abdominales.
—¿Sí? —Acarició con la punta de un solo dedo a lo largo de su mejilla—. ¿Qué pasa?
—No quiero que esto termine. Tú y yo.
Sus hombros se relajaron. Amaba su valentía, su honestidad. Y había estado ligeramente preocupado de si iba a decirle que esto no era una buena idea. —Yo tampoco. —Era la absoluta verdad. No estaba dispuesto a perder a Paula. Lo que sea, lo tomaría. No podía explicar cómo o por qué, pero ella le pertenecía. Ignoró la opresión en su pecho, negándose a admitir como podía posiblemente tener un futuro con Paula con su pasado todavía firmemente agarrándose a él.
Empujó atrás sus hombros, y ella cayó contra la cama, riéndose. Pero su risa murió cuando abrió sus muslos y se posicionó a él mismo en su entrada. Mierda, usar un condón. La necesitaba tan desesperadamente. Tendrían que arriesgarse, algo que nunca había hecho antes. Pero dándose cuenta que la decisión no era solamente suya, se detuvo justo a punto de entrar en ella. Puso su palma plana en su estómago. —Quiero sentirte sin un condón… ¿estás bien con eso?
La expresión de Paula fue seria sólo por un momento, como si estuviera contando los días. —Está bien —murmuró. Ella sujetó sus caderas y lo tiró hacia adelante. Pedro agradecido, tomando la base de su eje y guiándose dentro de su canal increíblemente apretado.
No había nada entre ellos. Las nuevas sensaciones inundaron el sistema de Pedro. —Mierda, Paula —masculló mientras ella se apretaba a su alrededor. Normalmente encontraba difícil alcanzar su liberación, algunas veces tomando casi una hora, pero no con Paula. Estar dentro de ella era una experiencia completamente nueva. Era como un adolescente intentando no venirse muy pronto. Los labios abiertos de Paula y pechos ruborizados solamente lo animaron, y cuando ella emitió una serie de diminutos gemidos agudos, casi se deshizo. Sus dedos agarraron las carnes de sus caderas cuando se conducía más rápido, buscando su alivio.
Las manos de Paula agarraron firmemente sus manos, su estómago, en todas partes que podía alcanzar mientras sus gemidos crecieron.
—¡Pedro! —gimió una última vez en una caída incoherente de sonidos y arrojó su cabeza atrás contra la almohada, su espalda arqueándose mientras se venía.
Su propio orgasmo lo golpeó como un puñetazo en el estómago, estrellándose contra él, causando que sus piernas casi se agoten cuando su cuerpo se tensó y sacudió. Cayó arriba de Paula, encontrando su boca por varios malditos besos mientras se vaciaba a si mismo dentro de ella en una serie de calientes reventones.

AVISO


NOVELA NUEVA: RECUERDOS

A PARTIR DEL MARTES CUANDO ESTA TERMINE.AVISENME SI QUIEREN QUE LE PASE LA NOVELA


Sinopsis
Hace ocho años, la vida era buena para Paula Chaves. Viviendo en Atlanta y yendo a la universidad, su sueño de convertirse en doctora estaba a su alcance y estaba enamorada de Pedro Alfonso. Entonces, una noche mientras Paula dormía, Pedro desapareció. Sin una nota, ni una llamada telefónica, nada quedaba de un amor que ella creyó que dudaría para siempre. Confundida y con el corazón roto, no se detuvo en su búsqueda para convertirse en doctora. En todo caso, el dolor y la decepción solo le sirvieron para alimentar su deseo de triunfar.
Pedro nunca quiso dejar a Paula atrás en la forma que lo hizo, pero algunas veces la vida se lleva las opciones. La mejor manera de evitarle a Paula la interrupción de su brillante futuro con sus problemas era hacer una ruptura limpia. Así que hizo la cosa más difícil que jamás haya hecho antes… se alejó de ella.
Ahora Pedro está de regreso en Atlanta, trabajando como un Sous Chef ejecutivo en el restaurante más popular de la ciudad y tiene toda la intención de ganarse a Paula de nuevo. Sin importar lo que le tome. No es fácil porque Paula quiere respuestas que Pedro no está listo para darle todavía. Primero, él tiene que recordarle lo que una vez tuvieron juntos. El calor entre ellos es innegable y no pasa mucho tiempo antes de que su resistencia se derrita y ella comience a perder el control sobre su corazón otra vez.
Pero hasta que Pedro no pueda ser honesto con Paula sobre el porqué se fue, ella no puede perdonarlo completamente y seguir adelante. El tiempo no siempre cura todas las heridas. A veces tienes que derramar más sangre para estar completa de nuevo.

CAPITULO 51



A la mañana siguiente, Pedro ató los cordones de sus zapatos. En su camino a las pistas de atletismo, pasó por su SUV y vio un trozo de papel blanco escondido bajo su limpiaparabrisas.
Una sensación de hundimiento en su instinto le dijo que esto no era una advertencia como la que los notarios a veces dejan, cubriendo todos los coches. Su entrenamiento pateó. Miró a su alrededor, pero no había nada fuera de lo común. Cogió el trozo de papel y lo desdobló.

Te llevaste algo mío y voy a estar de vuelta por ella.

Mierda. Escalofríos se arrastraron por su espina y sus músculos se tensaron. Había estado temiendo por semanas que Lucas reapareciera. Metió el papel en su bolsillo y retrocedió por las escaleras hacia Paula.
Se quitó los zapatos de correr en el vestíbulo, agradecido de que a Paula le gustara dormir en las mañanas de domingo. Debatió qué le diría cuando se despertara. Al menos el edificio necesitaba una llave para entrar. Pasó una mano por su cabello. No quería alarmar a Paula, pero ¿era aún seguro para ella ir a trabajar mañana? Se paseó por la cocina para evitar golpear la pared. Necesitaba conseguir recomponerse y tener su cara de juego al momento en que se despertara. Presionó la palma de su mano contra su corazón. El maldito pecho estaba apretado de nuevo.
Hizo una taza de café y se la llevó a la barra con las manos temblorosas. Estaba demasiado excitado para sentarse, así que se quedó allí, tragando sorbos del muy caliente café. No le diría a Paula. No aún. Mañana iría a trabajar, reuniría todo lo que podía encontrar sobre Lucas y tendría a Paula haciendo lo mismo. La acompañaría a su coche, la enviaría a trabajar como algo normal y luego se dedicaría a rastrear a este imbécil.


La semana pasó sin otra nota o alguna señal de que Lucas había regresado, pero el sentido de alerta de Pedro no se había calmado. No del todo. Él todavía no le había dicho nada a Paula, pero estaba más alerta que nunca, acompañándola a su coche, llamando para comprobarle en el trabajo, insistiendo en pasear a RenataRoberto él mismo. Comenzaba a sospechar que ella sabía que pasaba algo, pero era casi como si no quisiera saber qué, rehusándose a hacer algunas preguntas, y en su lugar dejarlo ser el macho alfa sobreprotector que necesitaba ser.
Buscando en la base de datos de la Oficina no había encontrado mucho, y había debatido consigo mismo toda la semana sobre conseguir que la policía se involucre, y tal vez incluso a su jefe Roberto. Si lo hacía, sabía que tendría muchas explicaciones que dar sobre por qué un fugitivo de la secta vivía en su casa. También sabía que había poco que la policía podría hacer con una nota manuscrita imprecisa y solamente una corazonada de quien la escribió.
Así que en su lugar él era súper minucioso y observador y se mantenía cerca de Paula, lo mejor que podía hacer bajo las circunstancias.
Pero el viernes a la noche cuando llegó a casa del trabajo y encontró otra nota, esta vez dejada en su puerta principal, su modo pasivo-agresivo de tratar con esto había terminado. El bastardo había violado de alguna forma la seguridad del edificio y entregó la nota directamente en su puerta. ¿Que si Paula hubiera estado en casa? ¿Qué si le hubiera dejado entrar? Y el sucio mensaje escrito en el papel envió a su corazón a correr en una furia asesina.

Tú tomaste mi corazón. Ahora tomaré el suyo.

Llamó a Paula y resultó que ella regresaba a casa desde el trabajo. Puso su pistola en la parte trasera de sus vaqueros, bloqueó la puerta detrás de él y fue a esperarla en el estacionamiento. Ella sonrió cuando lo vio y trotó desde su coche hacia su lado. Pero su sonrisa cayó cuando asimiló la tensa postura de sus hombros y el ceño tirando en su boca. —¿Pedro?
Él colocó un beso en su boca y la atrajo más cerca. —Anda, vamos adentro.
Permitió que la lleve a su lado en pasos bruscos mientras él miraba a su entorno.
Una vez dentro, señaló la nota en la isla de la cocina. —¿Reconoces esa letra?
Su mirada preocupada encontró la suya y cruzó la habitación cuidadosamente, como si hubiera un tigre vivo en la cocina en vez de un trozo de papel. Se estiró por el papel, y Pedro le agarró la muñeca. —Sin huellas digitales —advirtió.
Ella asintió y se inclinó sobre la encimera para leerlo. Su mano voló a su boca. —¿Dónde encontraste esto?
—Fue metida en la rendija de la puerta principal.
Todo el color se drenó de su rostro y las manos de Pedro en su muñeca fueron la única cosa manteniéndola sobre sus pies.
—¿Sabes de quién podría ser? —investigó, esperando su honesta valoración en el asunto sin sus sospechas coloreando su visión.
—Es de Lucas. —Su voz era confiada y segura—. Él acostumbraba a decir siempre que yo había capturado su corazón. Y también luce como su letra. —Ella se volvió en su pecho, enterrando su rostro.
Los brazos de Pedro rodearon su espalda, abrazándola cerca. —Vamos a salir de aquí por el fin de semana. Vamos a quedarnos en algún lugar más mientras resuelva esto. No me gusta que sepa dónde estamos.
Paula asintió. —Está bien.
Él le dio un beso rápido. —Ve a empacar. Se rápida.
—¿Qué sobre Renata?
Mierda. Maldito perro. Consideró arrojar la cosa en lo de Carolina, pero si por alguna casualidad Lucas seguía sus movimientos, no quería a su hermana involucrada. —Veremos si Patricio y Lorena pueden cuidarlo por el fin de semana.
Arrojó algunas prendas en un bolso de lona, agregó su arma y un cargador extra, luego encontró a Paula en la cocina donde vertía alimento para perro en una bolsa de plástico. Él arrojó los bolsos sobre su hombro y se aventuraron al pasillo hacia el piso de Patricio con un despreocupado cachorro trotando al lado de ellos.
Cuando Lorena contestó la puerta, Renata colisionó pasándolos.
—Lo lamento por eso. ¡Renata! —llamó Paula después del animal travieso.
—Oh, eso está bien. ¿Qué pasa? —Lorena observó los bolsos sobre el hombro de Pedro.
Él pasó un brazo alrededor de la cintura de Paula y la apretó más cerca. —Vamos a salir por el fin de semana. ¿Te importaría cuidar al perro por un par de días?
La boca de Lorena se curvó en una sonrisa. —Sabía que había algo entre ustedes. Seguro. ¿Por qué no?
Paula le dio a Lorena la bolsa de comida, el juguete favorito de Renata, y le proporcionó instrucciones además de lo que al perro le gusta y lo que no. Un par de minutos después, se alejaba en su camioneta, Pedro mirando por el espejo retrovisor constantemente hasta que estuvo seguro que no los seguían. Paula se estiró y encontró su mano. Su agarre de muerte en el volante amainó sólo ligeramente. —Lo siento —murmuró ella.
—¿Por qué?
—Por desencadenar esta locura en ti… dudo que quisieras pasar tu fin de semana huyendo conmigo.
Él apretó su mano, pasando dedos por sus nudillos. —Esto no es tu culpa. No quiero que te preocupes por nada. Voy a encargarme de esto. Lo prometo. Y quise decir lo que le dije a Lorena. Tú y yo vamos a disfrutar de una salida de fin de semana romántico. Eso es… ¿si estás dentro?
Ella lanzó un suspiro. —Quieres decir, ¿cómo fingir que todo esto no está pesando en nosotros?
Él se encogió de hombros. —¿Por qué no? Prometo que me haré cargo de esto. Y tú y yo vamos a relajarnos, de una forma o de otra.
—Está bien. —Pero la profunda arruga en su frente permaneció.
Pedro giró al sur en la autopista y salió dos veces, girando alrededor para asegurarse que no lo seguían antes de instalarse en el viaje de dos-horas adelante de ellos. Sabía a dónde la llevaba. Era un hospedaje en un lago privado que él había reservado hace varios años cuando las cosas con su novia en ese entonces se habían vuelto serias. Aunque nunca llegaron al hospedaje. Ella lo había engañado el fin de semana antes que planeó llevarla allí. Pedro empujó los pensamientos de su mente y enlazó sus dedos con los de Paula, haciendo su mejor esfuerzo para calmarla.

sábado, 22 de marzo de 2014

CAPITULO 50



La sola lágrima rodando por la mejilla de Paula lo mantuvo inmóvil por un momento. —¿Paula? —Dio un paso más cerca, guiándola por el codo hacia el sofá—. Dime que pasó.
Ella cayó al sofá, curvó sus piernas debajo de ella y dejó escapar un profundo suspiro. —Hablé con Carolina hoy.
—Está bien… —se preparó, sin saber lo que venía.
—Me habló de la chica… que murió.
—Oh. —Pedro temía que fuera algo mucho peor, algo que él había mantenido enterrado lejos de todos. Pero incluso mientras su pulso se disparaba, sabía que no podía ser. Porque eso era algo que ni siquiera Carolina sabía. Y esperaba que nunca lo hiciera.
Con voz temblorosa, Paula admitió a Pedro que temía que eso significara que lo que había entre ellos no fuera real.
Nunca había considerado la conexión, pero cuando confrontó la información, el vínculo era evidente. Por supuesto que lo que sentía por Paula estaba en una liga completamente diferente, sus sentimientos por ella mucho más intensos. Cristo, había estado compartiendo su casa con ella por meses ahora.
—¿Eso es todo lo que soy para ti? ¿Alguien para salvar, ya que no pudiste salvar a la última chica? —las lágrimas fluyeron libremente, y se enroscaron en ella, abrazando sus rodillas contra su pecho.
—Paula... eso no es...
—Necesitaba ser salvada una vez, pero ya no… no ahora. Ahora solo necesito… —Hizo una pausa, tomando aliento temblorosamente.
—Dime —él la atrajo más cerca, forzándola a separarse de su posición en el sofá.
—Que me amen. Que me acepten.
El profundo nudo que se había sentado en su pecho se rompió, y soltó una profunda respiración, como si fuera la primera. Su resolución se apartó y tiró a Paula a su pecho. —Shh. Todo va a estar bien. Te lo prometo, eres mucho más para mí que una niña perdida por salvar. Tal vez todo esto fue al principio, pero no ahora. —Era lo máximo que podía darle. No podía prometerle un futuro, o amor eterno y devoción. Su corazón era poco más que un trozo de carne en su pecho. Había sido borrado y destruido en diminutos pedazos demasiadas veces. Y su sucio pequeño secreto, la razón por la que se va todos los domingos, iba a ser la gota final para que ella se alejara. Si declararan su amor el uno al otro, solo haría su eventual caída mucho peor.
Las lágrimas calientes de Paula humedecieron su cuello y devoró su control. Ella dio un suspiro tembloroso en un intento de controlar sus emociones.
—Pedro. Eso no fue tu culpa. Tienes que dejarlo atrás. Superar el miedo de perder a alguien porque no pudiste salvar a esa chica.
Un tímido gesto tiró de sus labios. Odiaba la forma en que ella lo miraba. Como si él fuera el que estaba dañado. —Dios, Paula, debes estar con alguien que te enseñe cómo vivir la vida, no alguien que tiene miedo de vivirla, también.
—Así que vamos a enseñarnos. Vamos a tomar las cosas un día a la vez, estar allí, descubrir nuevas pasiones y sueños juntos. Vamos a abrazamos en la noche cuando los temores intenten reaparecer.
La miró con angustia. Si pudiera darle el mundo, lo haría. Pero no la tendría conforme. No por él. No cuando se merecía mucho más. No creía que alguna vez hubiera dos personas más adecuadas para el otro, pero algo dentro de él se paralizó y no podía decir las palabras. No podía decirle que todo estaría bien, no podía prometerle por siempre. No con todo su equipaje.
Lágrimas silenciosas corrían por sus mejillas, y Pedro las secó. —No llores. Te tengo. Estoy aquí. —Le acarició la espalda, y ella dejó que las lágrimas viniesen. Pedro continuó frotándole la espalda, murmurando palabras tranquilizadoras, cariñosas, cerca de su oído, y sobre todo, solo abrazándola y dejándola romperse. Estaba seguro de que su caída era más que solo por la información que Carolina había compartido con ella. Había estado esperando que todo la golpeara desde hacía algún tiempo. Y parecía que finalmente pasó. Eventualmente, sus sollozos se convirtieron en pequeños hipos, y Pedro la empujó de la curva de su cuello que había reclamado como suyo.
Se cubrió la cara con las manos. —No me mires. Estoy horrible.
Él se rió y le quitó las manos. —No eres horrible. —Sus ojos estaban hinchados y rojos, su piel manchada—. Necesitas un pañuelo, tal vez, pero nunca podrías ser horrible.
Ella sonrió y juguetonamente le dio un manotazo a sus manos. —Lo siento, soy una chica.
Él se inclinó y la besó en la frente. —Nunca te disculpes por eso, nena. Confía en mí, estoy muy feliz de que eres una chica. —Puso los pulgares por debajo de sus ojos, capturando algo del rímel negro agrupado allí—. Ve a la cama. Voy a conseguir los pañuelos.
Ella asintió y se dirigió por el pasillo.
Pedro se unió a ella en la cama, sus manos con Renata metido bajo un brazo y una caja de Kleenex en la otra. —Entrega especial —sonrió, colocando al sobreexcitado cachorro en la cama. Rápidamente salto sobre Paula y comenzó a lamer su cara.
Paula se rió y puso el cachorro en su pecho, acariciando su espalda. —Gracias.
Pedro colocó las mantas a su alrededor. —Solo descansar un poco, yo voy a encargarme de ordenar la cena. ¿Alguna petición especial?
Ella negó con la cabeza. —Cualquier cosa está bien. Pero no pizza. Oh, y tal vez algún postre.
Él se rió entre dientes. —Cualquier cosa, siempre y cuando no sea pizza e incluya postre. Ya lo tienes. —Apagó las luces y se fue, la pesada sensación una vez más asentándose en su pecho. Viendo la reacción de ella esta noche trajo rotunda claridad a su excursión de domingo; nunca jamás podría decirle acerca de Julieta. La rompería.

CAPITULO 49


Pedro metió los pies en sus zapatos y se dirigió a la cocina. —Tengo que salir por un rato. —Le puso una mano en la cadera y se inclinó para darle un beso.
Los ojos de ella volaron hacia el reloj sobre la cocina. Él sabía que sus citas del domingo se convertían en un punto de discordia en su relación y una fuente de curiosidad ardiente para Paula. Ella abrió la boca, la pregunta justo ahí en su lengua, pero se detuvo. ¿Qué diría él si finalmente tuviera el valor de preguntar? Cerró la boca y asintió. —Está bien.
Salió a los pocos minutos. Estaba cansado de sentir que prácticamente tenía que salir a hurtadillas de su casa en las tardes del domingo. Odiaba el sentimiento de culpa que lo seguía mientras conducía. No le gustaba dejar a Paula. No le gustaba tener que hacer esto. Pero esto era lo que tenía que hacer si quería corregir sus errores del pasado. Y le debía mucho más que esto —que una hora de su tiempo. Y sabía que Paula nunca lo entendería.


Paula obedientemente siguió a Carolina de tienda en tienda, hasta que la espalda le dolía y sus brazos temblaban de llevar todas las bolsas de compras. Terminaron en el bar de Cesar para tomar una copa. Cesar sirvió a cada una copa de vino blanco frío y colocó un tazón de almendras saladas frente a ellas. Paula notó que sus ojos se desviaron hacia Carolina cada pocos minutos, sin importar a quién le servía.
Paula tomó un sorbo de vino. Mmm. Dulces toques de pera y albaricoque fresco se encontraron con su lengua. Su mente vagó por enésima vez en Pedro y sus salidas apresuradas de los domingos. Consideraba preguntar a Carolina al respecto, pero decidió no hacerlo, ya que no estaba segura de poder manejar la información. —¿Puedo preguntarte sobre Pedro? —Paula se mordió el labio, las mariposas tomando vuelo en su interior.
—Por supuesto. —Carolina se encogió de hombros, haciendo estallar una almendra en su boca.
—Un tipo como Pedro... —Ella frunció el ceño luchando por las palabras adecuadas.— ¿Es difícil llegar a conocer? ¿Es cerrado?
—¿Emocionalmente atrofiado? —ofreció Carolina.
Paula exhaló, dejando escapar una pequeña risa entrecortada. —Sí.
Carolina asintió y sonrió débilmente. —Te preocupas por él.
Esa no era una pregunta así que Paula no se molestó en contestar. ¿Era tan obvio?
Carolina contempló el contenido de su copa de vino, girando el tronco con las manos. —Hay algo que quiero decirte.
La sensación de que los próximos minutos iban a cambiar las cosas considerablemente latía bajo en el estómago de Paula.
Carolina confirmó que desde hace varios meses, Pedro confío en ella acerca de sus terrores nocturnos. No quiso hablar de ello durante mucho tiempo, pero Carolina fue implacable después de que comenzó perdiendo peso y con círculos oscuros grabados bajo sus ojos. Había confiado en Carolina sobre un caso donde una chica inocente fue atrapada en el fuego cruzado y acabó recibiendo una bala antes de que pudiera tirar abajo al sospechoso. Carolina lo obligó a ir a un médico, consiguió una prescripción de medicamentos contra la ansiedad y píldoras para dormir que tomó varios meses después de que ella murió. Pero él en realidad nunca trató adecuadamente las cosas, o aceptó que la muerte de ella no fue su culpa.
—¿Pero nunca se involucraron… románticamente?
—No. Literalmente acababan de conocerse. Pedro estaba allí cuando ella murió y se culpó a sí mismo porque no pudo protegerla.
Aturdida en el silencio, Paula asintió. Él la estaba rehabilitando, no porque sintiera algo por ella, sino por su sentimiento de culpa por la muerte de otra chica.
—¿Estás bien? Estás pálida —dijo Carolina.
Las orejas de Paula retumbaron con la repentina avalancha de sangre, pero consiguió asentir. —Estoy bien. Es solo que no lo sabía.
Carolina le palmeó la rodilla. —Me lo imaginaba. —Luego despachó el resto de su vino, y agitó su copa a Cesar por su oferta de otra más—. Mi hermano se está enamorando de ti. Solo que no lo sabe todavía. Sé paciente con él, ¿de acuerdo?
Paula asintió, con la boca seca y el estómago dando saltos mortales. —¿Podemos irnos? —Sabía que Pedro regresaría de lo que fuera que hacía el domingo y ellos necesitaban hablar.
Carolina asintió, dejó una buena propina para Cesar y luego condujo a su casa.
Después de luchar con las bolsas de ropa que ya ni siquiera recordaba haber comprado, Paula cogió a Renata en sus brazos y se salió, no muy lista para enfrentar a Pedro. Cuando volvió a entrar en el apartamento lo encontró en la cocina, hurgando en los menús de comida para llevar. —Oye, no sabía cuándo estarías en casa, así que pensé que me gustaría ordenar esta noche.
Paula soltó a Renata retorciéndose en el suelo y miró a sus pies.
—¿Qué está mal?
Lágrimas calientes y saladas picaban en sus ojos. —Tenemos que hablar.