jueves, 13 de marzo de 2014
CAPITULO 30
Pedro y Paula disfrutaban una tarde de sábado perezoso cuando un fuerte zumbido que provenía del intercomunicador atrajo su atención. —¿Estás esperando a alguien? —preguntó Paula.
Pedro sacudió la cabeza. No le gustaba la idea de que alguien interrumpiera la burbuja privada que él y Paula había creado las últimas semanas. Presionó el botón en la pared. —¿Sí?
Una pausa crepitó a través del altavoz. —Uh, sí, mi nombre es Lucas. Estoy buscando a Paula.
Pedro se dio la vuelta para quedar frente a Paula. Su rostro se había puesto pálido y sus manos temblaban. Lentamente negó con la cabeza, llevándose un dedo a los labios.
¿Cómo demonios Lucas había rastreado a Paula hasta aquí? Pedro le dio un asentimiento de cabeza rígido y presionó el botón de respuesta para contestarle. —Lo siento, nadie con el nombre Paula vive aquí.
Tomó toda su fuerza de voluntad para no bajar corriendo las escaleras hasta el vestíbulo para enfrentar a ese cabrón. En vez de eso se dio la vuelta hacia Paula. —¿Estás bien?
Sus ojos permanecieron en los de él, llenos de intensidad.
—No puede oírnos Paula.
Respiró temblorosamente. —Es sólo que… es probablemente estúpido de mi parte, sólo no quiero verlo en este momento. No le va a gustar que esté viviendo aquí contigo. No quiero lidiar con él.
Pedro fue a su lado, poniendo una mano en su hombro. —No es estúpido. Tú no tienes que enfrentarlo. Estás a salvo aquí, ¿de acuerdo? —Sus hombros se sacudieron y sus manos se frotaron automáticamente por la tensión. No le pasó desapercibido que Paula temía tanto por ver a Lucas como porque explotara viéndola con otro hombre. El pensamiento no le cayó bien. Pedro no había estado en una pelea de puños apropiada por una chica desde el sexto grado, pero no iba a dudar ahora si la ocasión lo requería.
Ella asintió. —Gracias, Pedro. Por todo.
Pedro la envolvió en sus brazos, inseguro de cómo reconfortarla. Odiaba que Paula tuviera una historia con ese fenómeno, y que hubiera crecido alrededor de hombres con sistemas de creencias jodidas. Deseaba poder protegerla con un escudo de todo, pero se conformaba con abrazarla, y por su parte, Paula se aferró a él como si fuera el último árbol en pie en medio de una tormenta eléctrica. Le rompía el corazón, y renovó su decisión de protegerla de una buena vez.
Esa noche, cuando Pedro estaba vestido en vaqueros oscuros y en su camisa de botones azul clara, supo que necesitaba decirle a Paula de su cita con Sara. Se roció con el aerosol de su raramente usada colonia en el cuello, y pasó las manos por su cabello en un intento de ordenarlo. No había pensado mucho en salir con la chica cuando Carolina vino con la idea. Y aunque habían pasado tan solo unas semanas desde que aceptó la cita, de algún modo se sentía más cercano a Paula. Tal vez era el verla con Patricio, o que no volvió a discutirle que se acurrucaran en las noches, o porque la otra noche se sintió como una cita entre ellos, pero cualquiera que sea la razón, se sentía extraño decirle.
La encontró en la sala de estar, con sus rodillas en el pecho en el sillón. —Oye, Paula. —Ella se dio la vuelta para verlo, acunando a Renata en sus brazos—. Saldré en un rato. No necesitas hacer la cena está noche. —Se preguntó lo que Paula pensaría acerca de que fuera a una cita. Y si iba a tener las bolas para decirle.
—Ah, está bien. Puedo comer algo de los restos de la pizza de anoche. Y Renata y yo probablemente veremos una película.
—De acuerdo. Recuerda mantener la puerta con seguro.
—Lo haré. —Prometió—. ¿Pedro?.
—¿Si?
—¿A dónde vas?
Vaciló sólo un segundo. No podría mentirle a Paula. Además era libre de tener citas. —Mi hermana me organizó una cita a ciegas.
—Ah. —Su labio inferior sobresalió ligeramente—. ¿Pero te veré más tarde, cuando llegues a casa?
—Sí. —le aseguró—. Estaré de vuelta más tarde en la noche.
Se mantenía tácito entre ellos, pero ambos sabían que estarían durmiendo juntos en su cama después.
Se puso en camino para cumplir su cita con Sara en el bar. Hubiera preferido recogerla, pero como Carolina le recordó, las chicas no dejan que hombres que no conocen las recojan. Podría ser algún acosador despreciable, y entonces tendría su dirección. Le aseguró que no iba a empezar a acosar a su amiga del yoga, pero eso sólo permitió que Carolina empezara otra ronda de diatribas de que él obviamente no tenía citas lo suficiente para saber las reglas mínimas.
Cuando Pedro entró al bar buscó a Cesar primero. La mayoría de veces podía encontrarlo detrás de la barra, proporcionando un segundo par de manos al cantinero en vez de sentarse a solas en su oficina al fondo. Y esa noche no era la excepción.Cesar asintió una vez que vio a Pedro al otro lado del lugar. Era su último amigo soltero, pero ciertamente no le hacía falta la compañía femenina siendo el propietario de un bar popular. Era conocer chicas valiosas lo que se le dificultaba. Pedro sabía que si Cesar conociera a la chica indicada, no se opondría a sentar cabeza. Él y Cesar habían sido amigos por 20 años. En la universidad, a menudo ambos engañaban a las chicas haciéndoles pensar que eran hermanos. Ambos eran un par centímetros más altos del metro ochenta y tres, con cabello oscuro y cuando ninguno se afeitaba por unos días, algo que Cesar a menudo se descuidaba en hacer, adquirían un misterioso parecido.
Pedro respiró frustradamente. No estaba seguro de cómo iba a encontrarla. Vio dos mujeres solteras al final del bar. Una era una rubia sensacional, hermosa desde las piernas hasta sus tetas. Su hermana no lo amaba tanto. La otra mujer era una castaña simple, con un par de kilos de más y anteojos tan grandes, que pertenecían a otra década. Sacudió su cabeza, preguntándose si sólo se podía escabullir antes de que ella lo viera. Maldita Carolina. Lo metía en mierdas como está usando la frase: “Bueno, pensé que era linda.” Para limpiar su conciencia.
Tomó aire profundamente. Un trago. Podía hacerlo. Un trago jodidamente fuerte. Echó una última mirada nostálgica a la preciosa rubia y se acercó a la castaña en su lugar. —Hola, tú debes ser Sara.
Su cara se frunció en confusión. —No, lo siento.
Su cabeza se giró y se encontró con los ojos de la rubia mientras una lenta sonrisa se extendió por su cara. Carolina, después de todo, lo amaba.
Dejó a la castaña mirando en su dirección y se acercó a la rubia. —Por favor, dime que tú eres Sara.
Ella sonrió. —Pedro, ¿presumo?
Querido Dios, tenía acento australiano. Su hermana realmente lo amaba.
Se deslizó junto a ella y cada uno ordenó un trago. Sara conocía a su hermana del yoga, pero Carolina no había mencionado que era la instructora. Compartieron algunas risas sobre los accidentes torpes de Carolina en el yoga, hablaron acerca del lugar en el que había crecido en Australia, y él la hizo reír con su pobre intento de acento australiano.
Un trago se convirtió en dos, y después en tres. Era extrovertida, coqueta y sexy como el infierno. Ese acento lo tuvo con media erección toda la noche. Al principio se sintió culpable por dejar a Paula sola, pero mientras el alcohol iba suavizando su humor, pensó que tal vez algún tiempo alejados les podría hacer bien a ambos. Necesitaba independizarse de él, y el Señor sabía que necesitaba sacarla de su mente.
Cuando Sara se excusó para ir al sanitario, Pedro hizo un balance de cómo avanzaba la noche. Se entendían bien, y había empezado a inclinarse hacia él, poniendo su mano en su muslo mientras se reía, o encontraba otras maneras de rozarse contra él, como presionar sus senos contra su brazo cuando estiraba la mano para tomar un trago del fondo de la barra, Pedro se preguntó si estaría dispuesta a continuar las cosas de regreso a su casa.
Sara regresó con una nueva capa de brillo rosa en sus labios y una sonrisa seductora. Descubriendo que su paciencia y modales habían desaparecido junto con su último trago, Pedro se puso de pie y la puso contra él. —Vamos a algún lado —susurró cerca de su oído.
Ella sonrió un poco, sus ojos bailando en los de él. —¿Qué tienes en mente? —Una sonrisa juguetona permanecía en su boca.
—Algún sitio donde podamos estar solos. —Sin esperar a que respondiera Pedro tomó su mano y la sacó del bar. Esperaron en la acera, con los brazos de Sara envueltos alrededor de su cintura
—Y yo que pensé que eras un buen tipo. Tú hermana te tiene por algún santo. Pensé que está noche iba a ser completamente tediosa.
—No lo tiene que ser. —Se inclinó y presionó un suave beso en su boca, poniéndola a prueba. Ella envolvió los brazos alrededor de su cuello, acercándolo aún más. Maldición, necesitaba esto, necesitaba la distracción antes de que hiciera algo con Paula de lo que pudiera arrepentirse.
—Tengo compañeros de habitación. No podemos ir a mi casa. —Susurró ella.
—Eso está bien, seremos silenciosos —dijo en medio de besos. Bueno él lo seria, no podía decir lo mismo de ella, ya que esperaba hacerla gritar.
Puso una mano contra su pecho. —No puedo, sexy. Comparto habitación con Emma. Me mataría si llevo un chico a casa otra vez.
¿Otra vez? Se preguntó qué tan seguido hacía esto, pero lo dejó pasar. Pedro supuso que él también tenía una compañera de habitación, aunque no tenía ni idea de cómo explicar lo de Paula.
—Vamos a tu casa. —Sugirió Sara, colocando una mano sobre el ya endurecido bulto en sus pantalones y le dio un apretón.
Pedro accedió a regañadientes. Bueno, no tan a regañadientes. La sola idea de echar un polvo y empujar a Paula en el rincón más lejano de su mente, aunque fuera unos 30 minutos, sonaba demasiado bien para dejarla pasar. Sólo esperaba que Paula no estuviera en su cama. Primero inspeccionaría su apartamento, diablos y si era necesario, se follaría a Sara en su camioneta.
Pedro se dio cuenta de que no estaba en condiciones de manejar. —De acuerdo, vamos tomaremos un taxi.
CAPITULO 29
—¿Esto es todo? ¿Esto es todo lo que conseguiste? —Pedro andaba entre la media docena de bolsas de compras que cubrían la entrada de su apartamento.
—Te lo dije. —Carolina miró satisfactoriamente a Paula.
Paula se acercó a Pedro y lo rodeó por la cintura, aspirando el aire de sus pulmones, más por la sorpresa que otra cosa. —Gracias.
—No hay de qué. —Le palmeó la espalda cuidadosamente mientras Carolina los inspeccionaba.
Paula fue a su habitación, agarrando varias de las bolsas.
—¿Tuvieron oportunidad de hablar? —preguntó Pedro a su hermana.
Carolina asintió, dándole la última de las bolsas. —Sí, ella es una chica muy agradable. A pesar de su educación, es sorprendentemente normal. Es inteligente.
Estuvo de acuerdo, asomándose en una bolsa de color rosa llena de bragas. Vaya. Sus ojos se clavaron en los de Carolina, esperando que su deseo no se reflejara en sus ojos. —Sí, gracias por llevarla.
Paula regresó, trayendo a Renata en su cadera. —Gracias por lo de hoy. A ambos. —Paula sonrió.
—¡Oh! ¿Y adivinen qué? —preguntó Carolina, mirando a Pedro—. Nos encontramos con Patricio fuera, ¿y adivina qué? ¡Paula va a tener su primera cita! —gritó Carolina.
Paula miró a Pedro con nerviosismo, como si se preparara para su respuesta.
Maldita entrometida de Carolina que había ido demasiado lejos esta vez. Demasiado jodidamente lejos. —No —ladró. Volvió a zancadas a su dormitorio.
Oyó a Carolina decirle a Paula que ella lo arreglaría y lo siguió por el pasillo. Pedro no se molestó en cerrar la puerta de su dormitorio, sabiendo que Carolina la golpearía y exigiría que la dejase entrar, o llevaría la conversación a través de la puerta, probablemente lo suficientemente fuerte para que los vecinos escucharan.
Oyó la puerta abrirse cuando se deslizaba detrás de él, pero Pedro permaneció frente a la ventana, mirando el tráfico de abajo. Ni siquiera quería pensar en Paula teniendo citas. —No está lista para eso, Caro. Tienes que dejar de interferir. No todo el mundo quiere salir todo el maldito tiempo. Sólo porque tienes más de treinta y estás soltera, y miserablemente sola, no significa que todos los demás también. Cristo... —Se pasó las manos por el pelo, tirándolo en ángulos opuestos y lanzó un profundo suspiro.
Cuando se dio la vuelta y miró a Carolina, su expresión se suavizó. Maldición, su labio temblaba.
—Intentaba ayudar. Tiene diecinueve años y pronto tendrá veinte, Pedro. Ella quiere salir. Quiere ser normal. Me lo dijo.
—¿Quiere salir?
—Sí. Tal vez es hora de que dejes de tratarla como si fuera una niña enferma, y permitirle que despliegue sus alas un poco. Es joven y ha sido herida, pero no es estúpida.
Carajo. Carolina había pasado una tarde con Paula y ya sabía más de ella de lo que él lo hacía. Miró a Carolina y vio el dolor en sus ojos. Sólo había estado tratando de ayudar, y él la lastimó. —Oye, lamento lo que dije. Sabes que cualquier hombre sería afortunado de tenerte.
Carolina respiró profundamente y cuadró los hombros. —Esto no es sobre mí. Dime por qué reaccionaste así al saber que Paula va a tener una cita.
—No lo sé.
Dio un paso más cerca. —Yo creo que sí. ¿Es porque no te gusta la idea de que otro tipo esté con Paula?
Pedro se pasó una mano por la mandíbula. —No quiero que la manosee. Ella no sabría qué hacer, cómo protegerse a sí misma.
—Pedro—lo reprendió—. Es una persona adulta. Puede cuidarse sola. Pero si estás tan preocupado, ve con ellos.
Se rio. —¿Cómo un acompañante?
—No, idiota. —Le dio un manotazo en el hombro—. ¿No es la madre de Patricio esa roba-cunas que te quiere?
Asintió. No se puede negar que la mujer había estado tras él desde que se mudó hace tres años.
—Entonces, haces una cita doble. Tú y la roba-cunas, y Patricio y Paula. Será una buena práctica para ella, algo normal que puede hacer, y estarás cerca en caso de que se pase de la raya.
Sonrió a su hermana. —¿Y quién me va a proteger cuando la roba-cunas se pase de la raya conmigo?
Ella se echó a reír. —Tengo la sensación de que lo puedes manejar. Además, tal vez incluso se diviertan.Supuso que podría funcionar. Sólo había un pequeño problema. No le gustaba la idea de no ser el primero en llevar a Paula a una cita. Por lo menos estaría ahí para ella. Un compromiso con el que suponía podía vivir.
miércoles, 12 de marzo de 2014
CAPITULO 28
Pedro y su hermana mayor, compartían una semejanza en su color, ambos tenían el pelo oscuro y curiosos, pero amables, ojos color café. Sin embargo, las similitudes terminaban allí. Mientras que Pedro era el tipo fuerte y silencioso, Carolina era locuaz y extrovertida.
En el camino, abrumó con preguntas a Paula y, no acostumbrada a hablar tanto de sí misma, luchaba por mantener el ritmo mientras se avanzaban por temas que iban desde su educación hasta sus futuros planes.
Sí, le gustaba vivir con Pedro.
Sí, extrañaba el recinto, pero sólo por todos los pequeños. Siempre había algo que se necesitaba hacer y le gustaba sentirse útil.
No, nunca había tenido una cita.
No, no pasaba nada entre ella y Pedro.
¿Por qué todo el mundo le pregunta eso? ¿Y por qué parecían sorprendidos cuando decía que no pasa nada? Tal vez pensaban como Jorge, que sólo el interés de un hombre en ella era físico, pero hasta ahora Pedro no le había dado ningún indicio de que ese era el caso.
Carolina malinterpretó su silencio. —Está bien, puedes confiar en Pedro.
Paula se limitó a asentir. De alguna manera lo sabía.
Unos minutos más tarde,Carolina se estacionó en el aparcamiento del centro comercial, y luego se volvió para mirar a Paula. —¿Lista para hacer algún daño? —Sonrió.
—Por supuesto.
Yendo hacia la entrada, Paula vaciló en las puertas automáticas. Carolina se detuvo a su lado.
—¿Estás bien? ¿Estando en público de esta manera?
Paula asintió, aunque supuso que era una buena pregunta, esta era una experiencia nueva para ella. Una de las muchas últimamente. —Estás bromeando, he soñado con este momento.
Paula obedientemente siguió a Carolina en al menos una docena de diferentes tiendas, aceptando ropa, modelando las prendas en el probador, y esperaba amablemente mientras Carolina miraba de arriba abajo, comentando sobre lo que funcionaba y lo que no. Cuando se dirigieron a pagar, Carolina apiló la ropa sobre el mostrador y entregó la tarjeta de crédito de Pedro.
Paula le arrebató algunas de las prendas. —Está bien. No necesito todo esto. El hecho de que me queden no significa que deba comprarlas todas.
Carolina tomó las prendas y se las devolvió a la cajera, frunciéndole el ceño a Paula.
—Carolina—declaró Paula—. Esto es demasiado. No puedo dejar que Pedro pague por todo esto. —Nunca sería capaz de pagarle a Pedro a este ritmo.
Carolina rodó los ojos. —Oh, sí puedes. Y lo harás. Ese chico tiene más dinero del que sabe gastar. Cada semana mete su sueldo en el banco para ahorrarlo. Además, me dijo que me asegurara de que consiguieras todo lo que necesitas. Si te devuelvo con una pequeña bolsa de cosas, se enojará. Confía en mí.
Paula no podía imaginar a Pedro enojado, pero confiaba en Carolina, y no quería ser la responsable de hacerlo enojar. Sobre todo porque ya había hecho tanto por ella. Asintió en señal de conformidad.
Pero Paula se pasó de la línea consiguiendo uno de los magníficos bolsos de mano que notó en la tienda cuando se iban. No lo necesitaba. Así que se sintió mal por disfrutar a costa de Pedro, a pesar de las exhortaciones de Carolina.
Varios pares de vaqueros después, más de una docena de camisetas sin tirantes, tres pares de zapatos, un surtido de sujetadores y bragas, y hasta un poco de maquillaje, Paula estaba agotada. Se detuvieron para almorzar en el restaurante mexicano favorito de Carolina, donde tuvo su primer burrito y un delicioso licor vegetariano. Hizo una nota mental para prepararlo para Pedro alguna vez en casa.
CAPITULO 27
El sábado por la mañana Carolina irrumpió en el apartamento de Pedro sin esperar que la invitara a entrar. Había estado esquivando sus llamadas y evitando sus peticiones para visitarlo por semanas, lo cual era extraño. Normalmente, cuando se trataba de su hermana, Pedro hacia prácticamente todo lo que quería.
—¿Dónde están? —preguntó severamente, pasando junto a él.
—¿Dónde están qué?
—Los cuerpos sin vida. —Pasó por alto la cocina, entrando en la sala de estar y mirando alrededor.
—¿Los qué? —Pedro fue detrás de ella, mirando nerviosamente a la puerta de la habitación de Paula, donde estaba seguro que se escondía.
—O las prostitutas. Lo que sea que estas escondiendo de mí. Dios, realmente debería haberte animado a tener más citas. Me preocupo por ti, sabes.
Se rio entre dientes. —Bien, como puedes ver, no hay cuerpos sin vida, no hay prostitutas. Todo está bien Caro. —
Un ruido en la habitación de huéspedes atrajo su atención. —¿Qué fue eso?
Pedro se movió incómodo y maldijo en voz baja mientras Carolina se dirigía a la habitación. No tenía idea de cómo explicar lo de Paula.
—Pedro, ¿mi cronometro se apagó? —Secándose las manos en el delantal que tenía atado a la cintura- Paula salió de la habitación y se dirigió a la cocina—. Ah. Hola. —Se detuvo repentinamente, frente a Carolina.
Carolina frunció el ceño, mirando entre Pedro y Paula, y finalmente se volvió hacia él. —¿Quién es ésta?
—Esta es… ah… —tartamudeó Pedro.
Paula dio un paso al frente, ofreciéndole su mano a Carolina. —Soy Paula, la nueva cocinera de Pedro.
—¿Cocinera? —La cara de Carolina estaba llena de duda.
—Sí. —La mirada de Paula permaneció impasible. No se veía ni de cerca tan nerviosa como se sentía Pedro. Pero el supuso que, al menos en parte, era cierto. Paula era su cocinera… más o menos—. ¿Supongo que eres su hermana? —preguntó Paula retorciendo sus manos en el delantal.
Carolina asintió, observando a Paula con curiosidad.
—Bueno, es un placer conocerte. Si me disculpan, sólo necesito sacar esos bollitos del horno.
—¿Hiciste bollitos?
—Sí.
—¿Caseros? —Las cejas de Carolina se levantaron.
—Por supuesto.
—No creo haber comido nunca bollitos caseros —comentó Carolina bajo su aliento.
—¿Te gustaría uno?
—No, no me gustaría uno. ¡Amaría jodidamente uno!
Pedro se rio entre dientes, mirando a las dos mujeres en la cocina, Paula sacando la bandeja del horno mientras Carolina miraba pasmada por encima del hombro los abultados bollitos. Era tan fanática de los productos horneados como él.
Paula sirvió café y bollitos calientes de frambuesa antes de corretear a su habitación nuevamente. Pudo haber mostrado valor al conocer a Carolina, pero Pedro sabía que no se sentiría cómoda participando en la charla o respondiendo preguntas sobre sí misma. Conseguir que se abra era un proceso lento.
La sonrisa de Carolina era tan ancha y sospechosa como la del maldito gato de Cheshire. —Así que es tu cocinera, ¿eh? —Hizo un punto estirando el cuello para mirar por el pasillo, hacia la habitación en la que Paula había desaparecido—. ¿Cocinera con cama adentro?
Pedro logró no derramar el café, colocando la taza sobre la mesa con las manos temblorosas. —Si cocinera, y ah, ama de casa.
Carolina desprendió un pequeño bocado del bollito y se lo metió en la boca. —Oh, Dios mío. Son increíbles.
Pedro se relajó en su asiento. Paula era una cocinera asombrosa, lo que le daba cierta cantidad de credibilidad a su historia.
—Así que, ¿es ella por lo que te has estado escondiendo?
—No me he estado escondiendo, Carolina. Sólo ocupado es todo.
—Uh, huh.
Esconder algo de Carolina era algo casi imposible. Lo sabía por experiencia propia, había descubierto su escondite porno cuando tenía catorce años, y la marihuana cuando tenía dieciséis y, por supuesto, las dos veces lo había delatado con sus padres. Siempre había sido como una segunda madre para él, a pesar de que sólo era tres años mayor.
Continuaron con una pequeña charla, Carolina quejándose del último percance de su cita, una cita a ciegas que conoció en línea y que le había entregado su resumen clínico y los resultados de su último análisis en la primera cita. —Te juro que atraigo a los hombres más extraños.
Pedro gruñó en respuesta. Descubrió que si asentía con la cabeza de vez en cuando, sus conversaciones eran más suaves.
—¿Puedo usar el baño?
Pedro se irguió. —Ah, sí, sólo que usa el que está en mi habitación. No estoy seguro dónde está Paula.
—De acuerdo. —Carolina se paseó hacia su habitación.
Volvió un minuto después, con su rostro iluminado con una sospecha juguetona. —Cocinera y ama de casa ¿eh?
La frente de Pedro se frunció. —¿Qué?
—¿Y por eso sus bragas están en el piso de tu baño?
Maldición. Pedro había olvidado que ella había tomado un baño en el jacuzzi en la mañana. Había dejado un pequeño par de bragas color rosa tirado en la alfombra de baño, ante el cual se había parado y observado por unos buenos diez minutos, sin saber qué hacer con ellos. Finalmente los había dejado ahí, pensando que tal vez regresaría a buscarlos.
Pedro caminó a la habitación, agarrando las bragas de donde yacían en el suelo y las metió en el cajón del cuarto de baño. Maldición. No tendría a Carolina haciendo un gran escándalo sobre eso. No quería que Paula se avergonzara, o peor, se abochornara. No había hecho nada malo. Pero sabía que, tarde o temprano, Carolina se daría cuenta de la verdad —bueno tal vez no la verdad actual— que Paula era refugiada de una secta, pero probablemente llegaría a la conclusión de que eran novios y acribillaría a Paula con preguntas. No podía dejar que eso pasara.
Volviendo a la sala de estar, apartó a Carolina a un lado. —Escucha. No es mi cocinera o mi ama de llaves.
Su boca se curvó en una sonrisa. —No me digas. Bueno, ¡era la maldita hora de que comenzaras a salir con alguien! ¿Cómo voy a ser tía si nunca encuentras a una chica? Quiero decir, quiero mis propios hijos, pero sabes que la mejor cosa siguiente sería…
—Alto. —Pedro levantó una mano—. No es mi novia tampoco. Paula sólo tiene diecinueve años.
Las manos de Carolina volaron hacia sus caderas. —Demonios. Un poco joven, ¿no crees? Y si no lo has olvidado, tu cita con mi amiga Sara es la próxima semana. Quiero asegurarme que no estas involucrado con otra mujer. Chica. Lo que sea.
—Escucha, voy a explicarte todo, pero necesito que confíes en mí.
Su mirada se suavizó. —Confío en ti, Pepe. Lo sabes.
Él asintió. —Entonces ven, siéntate. —La llevó hasta el sofá y se sentó frente a ella.
Afortunadamente, no tenía que preocuparse de que Paula oyera, porque justo entonces salió de su habitación, diciendo que necesitaba sacar a Renata. Carolina, por supuesto, tenía que conocer a Renata, lo que dio lugar a hablar un montón como bebé y acurrucar a la pequeña bestia. Pedro se esfumó, sirviéndoles otra taza de café y tomando más bollitos.
Una vez que Paula estuvo afuera, le explicó toda la historia sobre encontrar a Paula en el recinto, rescatarla de esa mala casa y que había estado viviendo con él durante tres semanas en secreto. Sabía que en la Oficina enloquecería si se enteraban, pero no podía enviarla lejos. Dejó de lado la parte en que Paula invadía su cabeza prácticamente a cada hora del día, haciéndole difícil concentrarse en el trabajo, en el gimnasio, y sobre todo en casa.
Carolina permaneció en silencio mientras hablaba, asintiendo con la cabeza y luciendo preocupada. —Guau. Esa es una gran historia. Dime la verdad, Pedro, ¿son ustedes dos… amantes? —Tragó duramente.
Pedro sabía que la respuesta equivocada le ganaría un golpe en la cabeza, pero respondió con sinceridad, que ni siquiera la había tocado. No sexualmente al menos.
—Bien. Es demasiado joven para ti.
—Y demasiado dañada —señaló Pedro—. Aunque está viendo a un terapeuta y parece estar haciéndolo mejor.
—¿Y el perro?
—Idea del terapeuta. Terapia de animales o algo por el estilo.
—Hmm —asintió Carolina—. ¿Estás seguro que sabes lo que estás haciendo, Pepe?
—Sí. —No.
—Bueno, no te olvides de la cita con Sara. Todavía iras, ¿verdad?
—Claro. —Mierda. Había esperado salirse de eso—. Iré a la cita, si me haces un favor. —Pedro se volvió en su mejor sonrisa por favor hazlo por tu hermano pequeño—. ¿Llevarías a Paula al centro comercial? —Sacó la tarjeta de crédito de su bolsillo y se la entregó—. Necesita ropa, zapatos, casi de todo.
Agarró la tarjeta de sus manos con una sonrisa. —Ahora, eso puedo hacerlo.
Paula regresó unos minutos más tarde con Renata situada en sus brazos como si fuera el trono personal de la maldita cosa. Resistió el impulso de rodar los ojos y bajar al perro fuera de su alcance. —Voy a cuidar a Renata. Quiero que vayas con Carolina a comprar ropa nueva, y lo que sea que necesites, ¿de acuerdo?
Estudió su expresión por un segundo antes de que su rostro estallara en una enorme sonrisa. —De acuerdo. —Se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla—. Gracias.
—Ahora ve —ordenó.
Una vez que Paula y Carolina se fueron, Pedro fue arrastrado nuevamente a su baño principal como un imán. Abrió el cajón en el que se encontraban las bragas de Paula y miró la pequeña pieza de tela ilícita. Bragas de encaje de color rosa pálido. Hubiera pensado en Paula más como el tipo de chica de bragas de algodón blanco. Las levantó para inspeccionarlas. Eran de corte alto, probablemente mostrando generosas porciones de su culo perfecto.Demonios. Tiró las bragas en el tocador y abrió la ducha.Mientras vapores humeantes flotaban perezosamente hacia el techo, no pudo resistir más. Trajo la ropa interior a su nariz y aspiró el picante aroma femenino. Su polla saltó a la vida ante el perfume. Había estado fantaseando con Paula durante demasiado tiempo y si no conseguía un alivio pronto iba a entrar en combustión.
Con una mano aún aferrando las bragas, la otra trabajó para liberarlo de los confines de sus vaqueros. Ya estaba duro como una roca, su polla hinchada y lista. Se acarició fuerte y rápido, se bombeó sin piedad mientras el olor de Paula llenaba sus sentidos. Su piel suave, su preferencia de estar sostenida en sus brazos, y la ligera fragancia femenina de su piel. Se bombeó más rápido, rezando para que el alivio llegara. Sus piernas temblaron, y con una mano alcanzó la barra para soportar su peso mientras su orgasmo golpeó.
CAPITULO 26
Condujeron hasta el restaurante con la música sonando levemente. Pedro encendió la radio y comenzó a buscar, pidiéndole que le dijera dónde detenerse. Ella le frunció el ceño al heavy metal, el fuerte country y al hip hop, pero cuando escuchó la conmovedora voz de una mujer, se inclinó en su asiento y le pidió a Pedro que la dejara. Era alguien llamada Lana del Rey, le dijo él. La escucharon cantar sobre vaqueros azules, grandes sueños y un amor que duraba un millón de años. Paula escuchó las palabras, rezando silenciosamente que un amor como ese fuera real y la encontrara en este alocado mundo.
Llegaron al restaurante, uno tipo bistró que servía las mejores pizzas a la pala, según Pedro.
Entraron y Paula notó que era pequeño, pero de buena calidad, decorado en tonos rojos, cafés y cremas. Estaba levemente iluminado y tenía un aire acogedor y rústico.
La entrada estaba llena de gente esperando por mesas. Paula no estaba acostumbrada a estar entre multitudes de extraños, pero el toque que la punta de los dedos de Pedro en su espalda baja la tranquilizaba. Cruzó la habitación hacia una larga barra negra, iluminada por pequeñas lámparas cada pocos pasos.
—¿Te parece bien aquí? —Le indicó que tomara asiento en un taburete que movió para ella—. Usualmente vengo solo y me siento aquí. No tienes que esperar, y además puedes ver la acción en la cocina. —Indicó hacia el gran horno de madera que se parecía más a una estufa. Tomando asiento entendió inmediatamente por qué le gustaba sentarse allí. Mirar a los cocineros trabajar, amasando pizza, y añadiendo salsa y aderezos como si estuvieran en algún tipo de carrera era divertido. Además, era estupendo ver los ingredientes que usaban. Su boca se hacía agua por una de esas pizzas después de observar durante unos segundos.
—Tienen ensaladas y pastas, también. —Pedro le alcanzó un menú mientras un camarero les servía dos vasos de agua—. Ordena lo que quieras.
—Ordenaré lo que sea que tú pidas —contestó ella.
Su ceño se frunció. —Pensé que tal vez podrías practicar estar afuera, ya sabes, ordenar por ti misma y ese tipo de cosas.
Oh. Así que esto no era sólo una salida agradable, él le estaba dando una lección. Enseñándole como ser una persona normal. Bajó la cabeza, avergonzada de repente por pensar que podría simplemente mezclarse con él, disfrutar de su tiempo juntos. En vez de eso, estaba siendo analizada, necesitando ganar su aprobación.
Abrió el menú y comenzó a estudiarlo. Todo sonaba delicioso, pero sabía que quería probar una de esas pizzas.
—Hola, ¿han estado aquí antes? —Una burbujeante camarera se apareció frente a ellos.
—Yo sí —contestó Pedro—, pero Paula no.
—Oh, bueno, bienvenida. ¿Quieren escuchar los especiales o ya han decidido qué ordenar? —preguntó, mirándolos.
—¿Paula? —Pedro esperó su respuesta.
—Um, creo que sé lo que quiero, pero sí, me gustaría escuchar los especiales.
Una sonrisa tiró de las esquinas de la boca de Pedro, claramente encantado con la respuesta de Paula. La camarera tomó una libreta de notas y leyó los especiales. —De acuerdo, la pizza del chef de esta noche es de higo y alcachofa. La entrada es pan de cuatro quesos a la plancha servido con salsa marinera. ¿Qué puedo servirle?
Paula lo pensó por un momento. —Ordena lo que quieras —susurró Pedro, colocando su mano en su rodilla.
Su toque la tranquilizó, incluso si la forma en que su gran mano encajaba en su rodilla le distraía un poco. —Me gustaría la pizza vegetariana con salsa, y té dulce por favor.
La camarera miró su libreta. —¿Quieres carne en tu pizza vegetariana?
—Sí. Y quisiera una orden de ese pan de cuatro quesos también.
Pedro río entre dientes. —Suena bien. Haz dos órdenes. Oh, y una cerveza, por favor.
Luego de chequear la identificación de Pedro, la camarera se escabulló. Pedro quitó su mano de la rodilla y casualmente la dejó caer en el respaldo de su asiento.
—¿Lo hice bien? —preguntó ella, resistiendo la urgencia de recostarse contra él.
—Perfectamente.
Paula se iluminó con su halago, jugueteando con su servilleta mientras la colocaba sobre su falda.
Sus bebidas llegaron, y mientras ella tomaba su té, Pedro se giró para estudiarla, su ceño se arrugó como si estuviera pensando intensamente en algo. —¿Cómo te sientes sobre quedarte conmigo? —preguntó tomando un sorbo de su cerveza.
Pensó cómo responder. Montones de palabras aparecieron en su mente. Segura. Aliviada. Pero dijo la primera que vino a sus labios. —Feliz.
Pedro continuó observándola desconcertado, pero no podía distinguir si estaba alegre de escuchar eso o no. Parecía que un poco de los dos. —¿Cómo han ido las cosas con el Dr. Gomez? ¿Sientes que están progresando?
Asintió. —Sí, está ayudando un montón. Hemos hablado de cosas de las que no he hablado con nadie antes, cosas sobre mi pasado. Y hablamos sobre mi futuro, también.
La palabra pareció despertar su curiosidad. —¿Qué quieres en tu futuro, Paula?
Quería lo que toda mujer quiere: pertenecer, ser amada, encontrar un compañero en la vida. Su terapeuta la persuadía para hablar sobre sus sentimientos enterrados hace tanto tiempo, y quería hacerlo. Ahora que lo había aceptado, los pensamientos ocupaban gran parte de su cerebro. Y no sabía cómo separar esos pensamientos de los que tenía sobre Pedro. Él se había quedado con ella, la había cuidado, y nunca había intentado aprovecharse de ella. Sabía que no debía confiar en alguien que no conocía, pero había estado tan desamparada, tan pérdida, que no había tenido otra opción. Y Pedro se había ganado su confianza y respeto, algo que no daba tan fácilmente.
Fue en esta misma conversación que el Dr. Gomez la había sorprendido preguntándole si Pedro había demostrado algún interés romántico en ella, si había indicado que quería algo más que una amistad. Ella dijo que no. No había habido nada inapropiado en su comportamiento, y nada indicaba que quisiera más. Pero desde que esa semilla había sido plantada en su cerebro, se preguntaba por qué no lo había hecho. Estudió su cuerpo en el espejo, preguntándose si era lo suficientemente atractiva para él, y por qué no la notaba. Soñaba despierta con su aspecto sin camisa. Estaba innegablemente curiosa sobre su cuerpo, como se sentiría tocarlo, que la tocara. Nunca había estado tan interesada en un hombre antes, y aun así no podía negar sus sentimientos hacia él.
Antes de que Paula pudiera responder la pregunta de Pedro, la camarera regresó con sus platos. La cantidad de comida era demasiada para dos personas. Seguramente llevarían sobras a casa, pero Paula la disfrutó hasta que casi se encontraba incómodamente satisfecha.
Después de la cena, Pedro la acompañó afuera y la ayudó a subir a la camioneta. Se inclinó hacia adelante y le susurró—: Aún no respondes la pregunta, Paula.
Su piel rompió en escalofríos y apenas asintió. Todo el camino a casa se preguntó si tal vez, solo tal vez, él pensaba en las mismas cosas. Ellos juntos. Realmente juntos, no cruzándose el uno con el otro en su apartamento. Pero ninguno de los dos habló sobre el futuro por el resto de la noche.
Miraron televisión en el sofá hasta que Paula se durmió. Pedro la llevó hasta la cama, y sólo para ver lo lejos que él dejaría que las cosas llegaran, ella se cambió en su habitación, en vez de en la suya propia. En la apenas iluminada habitación, se quitó los vaqueros, luego dándole la espalda se quitó el suéter y sostén. Podía sentir sus ojos en su piel desnuda, su espalda, su trasero, vestido simplemente con su pequeña ropa interior de algodón blanca que le había comprado. Podía sentir su respiración acelerarse y la electricidad surgir entre ellos. Deseaba ser lo suficientemente valiente para enfrentarlo, pedirle que la tocara, que la besara, pero, por supuesto, no lo era. Se puso una de sus camisetas por la cabeza antes de girarse. Su mirada era intensa, quemándola. Viajó desde su rostro hasta sus piernas desnudas, llegando hasta el borde de sus muslos.
—Cúbrete —dijo, su voz áspera.
El primer pensamiento de Paula fue que estaba enojado hasta que notó que la aspereza de su voz y su ardiente mirada no eran de enojo, sino de deseo. Apenas pudo contener un gemido ante la comprensión, pero hizo lo que le ordenó y se metió en la cama, tirando de las sábanas sobre sus piernas.
Pedro se unió a ella. Intentó alcanzarlo, para sentirlo más cerca, para enredar las piernas con las de él, para escucharlo tranquilizarla con palabras gentiles como hacía casi todas las noches, pero se giró alejándose de ella y murmuró—: No esta noche, Paula.
Su voz levantó una pared entre ellos, y a pesar de compartir una cama, se preguntó si alguna vez compartirían algo más.
CAPITULO 25
Paula llevó las bolsas de las compras hasta el baño de huéspedes. Tomó cada artículo para inspeccionarlo. Un par de jeans oscuros gastados, un suéter gris jaspeado súper suave y fino, y ropa interior de algodón blanca. Acercó las prendas a su rostro e inhaló. Mmm. Olían a nuevo, como a tienda. Raramente le compraban ropa, teniendo ropas de segunda mano la mayoría de su vida. Rápidamente se cambió y lanzó la ropa sucia dentro del cesto del baño.
Cuando se giró frente al espejo, miró su reflejo, incrédula. La ropa le quedaba perfectamente, los jeans colgaban de sus caderas, ajustándose en esa zona junto con su trasero, y el suéter era tan fino y suave que no podía evitar abrazarse a sí misma. Se sentía bonita por primera vez en un largo tiempo, y se lo debía a Pedro. La conciencia de su creciente deuda con él le cosquilleó en el fondo de la mente. Le debía por Renata, y ahora por las ropas nuevas.
Se peinó el cabello con los dedos y observó su reflejo una última vez antes de ir en busca de Pedro. Se encontraba sentado en un taburete en la cocina, bebiendo cerveza. Con sólo su perfil a la vista, Pedro aún no la había visto. Paula se tomó un momento para estudiarle ininterrumpidamente. Había llegado a amar simplemente mirarlo cuando sabía que no miraba. Su espalda y hombros eran poderosos, con músculos que se agrupaban bajo su camiseta. Incluso sus antebrazos eran masculinos. Podía ver dónde había doblado las mangas y gruesas venas se tensaban contra sus brazos. Era hermoso, pero aun así toscamente masculino. Era su seguridad, su confort. Le debía todo. Pero no tenía ni idea de cómo pagarle.
Ensanchó sus hombros y aclaró su garganta. Pedro se giró hacia ella, la botella de cerveza suspendida a mitad de camino frente a sus labios. Sus ojos comenzaron en los tobillos de los vaqueros , y lentamente se movieron por sus caderas, su chato estómago, hasta sus pechos, dónde se detuvieron por un momento, antes de, finalmente, llegar a sus ojos. No intentó ocultar el hecho de que le echaba una ojeada, y no se disculpó por su comportamiento. Paula se retorció bajo su mirada. Estaba sorprendida de que una simple mirada pudiera hacerla sentir caliente y femenina al mismo tiempo. Sin cortar el contacto visual, atrajo la botella a sus labios y tomó un gran trago, moviendo su garganta con esfuerzo.
—Gracias por las ropas —ofreció Paula, necesitando cortar el pesado silencio que se encontraba entre ellos.
—Sirvieron —murmuró, sus ojos aun rehusándose a dejar los de ella.
se sonrojó y bajó su mirada, dándose cuenta de pronto de que él había ido de compras por ella, que había escogido aquellas ropas, incluso la ropa interior que ahora parecía acentuar la palpitación en su entrepierna. Respiró profundo y se encaminó hacia la cocina, incapaz de seguir de pie. Tomó su botella de cerveza y la enjuagó en el lavabo antes de botarla en la papelera de reciclaje que se encontraba debajo.
Pedro se encontraba detrás de ella cuando se dio vuelta, atrapándola contra el mostrador con su gran figura. Paula nunca le tuvo miedo, sino intriga. Pero siempre estuvo consciente de dónde se encontraba él en relación a ella, y lo grande y masculino que era físicamente. Y en este preciso momento, vistiendo ropas agradables que él había escogido para ella, se sentía femenina, suave y bonita al lado de su cruda masculinidad.
—¿Pedro? —Levantó la mirada, encontrándose con sus ojos oscuros.
—Maldición, Paula, cuando te vi hablando con Patricio… —dijo desvaneciéndose poco a poco, descansando una pesada mano en su cadera. El peso de su mano la sorprendió, y sus pulmones se rehusaron a cooperar—. No me gustó —admitió, mirándola sin remordimientos.
Su estómago se hundió. Paula no haría nada para molestarlo. No podía. Era todo lo que tenía en ese momento. —Lo.. lo siento —balbuceó.
—No. —Pedro dio un paso más cerca, hasta que sus piernas tocaban las de ella, y sus rostros se encontraban a centímetros. Se habían tocado varias veces, pero no de esta forma, no cuando Pedro estaba enojado y tosco, su mirada llena de intensidad. Campanas de advertencia se encendieron en la cabeza de Paula. Se sostuvo del mostrador detrás de ella—. Deberías ser capaz de hablar con quién quieras sin que yo me vuelva posesivo.
—Oh. —Paula no sabía qué hacer, habiendo nunca experimentado este tipo de relación con un hombre antes. Lucía enojado, pero más consigo mismo que con ella. No estaba segura de qué debía hacer, así que se quedó completamente quieta. Su mano se ajustó a su cadera, acercándola a él, y su otra mano acunó su mejilla mientras se acercaba. Por un segundo Paula creyó que la besaría y su corazón saltó hasta su garganta. Contuvo el aliento, esperando, pero simplemente le acarició su mandíbula cariñosamente. —Luces bien —suspiró él antes de dejar caer sus manos y alejarse.
La pérdida de su cuerpo cerca del suyo fue casi dolorosa. De alguna forma, en las últimas semanas, Paula había comenzado a anhelar su contacto físico, y cuando no estaba cerca, dejaba un dolor que se esparcía por su piel y pecho. Pero antes de que tuviera tiempo de analizar algo de eso, Pedro la guío hasta la puerta, paso a paso hacia afuera.
martes, 11 de marzo de 2014
CAPITULO 24
Ya recuperado de la gripe de veinticuatro horas, Pedro estaba de vuelta en el trabajo al día siguiente. Había pasado la semana trabajando en un nuevo caso, pero había alcanzado un momento de calma. Se estiró en su escritorio, su cuello sonando por el movimiento y decidió comprobar el caso del culto para ver si había algo nuevo. También quería aprender más acerca de Lucas.
Escribió la búsqueda en la base de datos y pulsó enter. Se enteró de que los catorce niños habían sido reunidos con sus madres —ninguno de los cuales fueron acusados en el caso. Sabía que haría feliz a Paula. Pensó en volver a casa al mediodía para ver cómo se encontraba, pero se convenció a sí mismo de ello.
No había nada sorprendente sobre Lucas. Lo habían seguido a Amarillo donde hacía trabajo manual. Le había dado la noticia de la muerte de su padre y también fue interrogado en ese momento, pero la entrevista no reveló mucho.
Pedro siguió hojeando el archivo y se topó con una foto de Lucas. Era una foto de cámara oculta de su tiempo en el recinto, y también Paula estaba en la foto, sentada en su rodilla delante de un fogón rústico —con una amplia sonrisa en su rostro. La imagen lo devoró. Tal vez ella realmente era feliz viviendo allí. Claro, ella parecía estar adaptándose bien a quedarse con él, pero al ver la felicidad pura en su cara —bajo un cielo oscuro, lleno de estrellas, sentada con amigos y familiares a su lado—comenzó a darse cuenta que había más de su vida en el recinto de locos de Jorge.
Estudió la imagen más de cerca. Las manos de Lucas descansaban en la cadera de Paula y su rostro estaba cubierto con una estúpida sonrisa idiota. Si este bastardo siquiera puso un dedo en Paula, iba a castrar personalmente al hijo de puta. Consideró como crió Lucas a Paula para obtener más información acerca de su relación, pero decidió proceder con cautela. Lo hacía tan bien, él no quería molestarla. Paula había parecido un poco preocupada y dubitativa para discutir
sobre Lucas, así que al menos por ahora, lo había dejado pasar. Paula estaba a salvo. Eso es todo lo que importaba.
Sabía que no podía mantenerla encerrada en el apartamento, incluso si lo quisiera. Notó que en las semanas en que Paula había estado quedándose con él, aún no salía de la casa, además de sus sesiones de terapia y pasear al perro. Era viernes por la noche, y decidió que esa noche eso iba a cambiar. Si Paula realmente iba a estar viviendo con él, quería hacer todo lo posible para ayudarla a volver a aclimatarse a su nueva vida. El primer paso para ganar algo de su confianza y la independencia era salir de su casa regularmente. Sus paseos para sacar a Renata tres veces al día no contaban, a pesar de que suponía que era un comienzo.
La llevaría a cenar —le daría un descanso de la cocina. Por supuesto que iba a necesitar algo de ropa, aunque sus sudaderas de gran tamaño y camisetas, en ella parecían cómodas.
Mirando hacia arriba desde la pantalla de su ordenador por un crujido a su lado, vio a la agente Catalina Morales arrastrando los pies a través de su cajón del escritorio. Realmente nunca le había prestado mucha atención antes. Rara vez trabajaron juntos, aunque sabía que era buena en su trabajo.
—Pedro Alfonso —lo regañó—. ¿Estabas mirando mi trasero? —Se volvió hacia él, poniendo las manos en sus caderas. Sus ojos se dirigieron a ella. Lo había hecho, pero no por la razón que parecía pensar.
Parecía ser del mismo tamaño que Paula. —¿De qué talla eres?
Su sonrisa juguetona al instante se evaporó. —Nunca se pregunta a una chica su talla. Dios mío, no me extraña que todavía estés solo.
No estaba seguro de cómo conocía ese hecho de él, o exactamente qué, quería decir con la declaración —bueno, en realidad lo sabía— que era insensible. Y él no podía discutir eso. Pero la cosa era, que sabía que Paula lo cambiaba poco a poco. —Tengo que comprar un regalo, y te ves de la talla adecuada. ¿Puedes ayudarme con esto?
—Está bien. —Frunció el ceño—. Talla cuatro pequeña de pantalones. Una pequeña o mediana en la parte superior.
Pedro garabateó la información sobre un trozo de papel y lo metió en el bolsillo.
Cuando Pedro llegó del trabajo, la casa se encontraba extrañamente silenciosa. Dejó las bolsas debajo de la mesa y buscó a Paula. Al no encontrarla a ella o a Renata, se aventuró a salir, sin molestarse en cambiarse la ropa de trabajo. Encontró a Paula, pero en absoluto
como había esperado. Aunque supuso que sabía que no debía esperar nada normal de ella.
Estaba sentada con las piernas cruzadas sobre el césped al lado del hombre de la unidad 4D,Patricio algo u otro. Tenía la cabeza echada hacia atrás y el dulce sonido de su risa caía de sus labios.
¿Qué carajo?
Patricio se apoyaba casualmente en su codo, tirando de una hoja del césped. Pedro no podía oír lo que Patricio decía, pero fuera lo que fuera, estaba seguro que nunca había visto tan despreocupada a Paula o reírse con tal abandono. Algo dentro de él se apretó con celos. Paula era suya. No sabía de dónde había venido ese pensamiento, pero ahí estaba, insistente y posesivo.
La cabeza de Patricio se levantó cuando Pedro se acercó, y la risa de Paula murió en sus labios cuando vio su expresión. Estaba seguro de que parecía a punto de matar a alguien. Pues no sólo alguien —al imbécil del 4D, en particular.
—Tranquilo, hombre FBI. —Patricio se rió entre dientes, enderezando su columna vertebral con la amenaza implícita en la postura de Pedro.
—¿Paula? —Su voz era baja, más áspera de lo que pretendía.
Paula se puso de pie. —¿Pedro?
Cerró sus ojos y respiró hondo, obligándose a calmarse. Paula se acercó con cuidado y le puso una mano en el antebrazo, lo que hizo que se relajara.
—No estabas adentro —le espetó en tono cortante.
—Renata necesitaba ir al baño. —Ella levantó al perro en su cadera, sus ojos llenos de preocupación.
Asintió. —Todo está bien. —Le dio una palmadita en la coronilla a Renata, y frotó el pulgar por la mejilla de Paula. Viéndola reír y mirar a Patricio había desencadenado algo en su interior. —Ve adentro. Tengo una sorpresa para ti esta noche. Las bolsas en el mostrador son para ti. Cámbiate. Vamos a salir.
—¿Afuera? —Se atragantó con la palabra.
Asintió. —Adelante. Estaré arriba en un segundo. —No podía calmar su mente acerca de salir por el momento, primero tenía tratar con Patricio. Olfateaba a Paula como un maldito perro y estaba a punto de enterarse que eso no era correcto
Lo único que sabía sobre Patricio era que tenía veinte años de edad, fue a la universidad de la comunidad local y vivía con su madre, una mujer divorciada de cuarenta y tantos que había venido a Pedro en más de una ocasión.
Una vez que Paula desapareció en el interior, Pedro se volvió hacia Patricio, dando un paso más cerca hasta que estuvieron pecho contra pecho.
La intensa mirada de Pedro penetró a Patricio y él negó con la cabeza lentamente. —Ella está fuera de los límites.
Patricio no vaciló. —Es un poco joven para ti, ¿verdad?
—Eso no es asunto tuyo. Sólo voy a decir esto una vez. Mantente alejado de ella.
Patricio se pasó una mano por la mandíbula cubierta de rastrojos. —Lo que digas hombre, relájate. Sólo hablábamos.
Pedro soltó un bufido y se dirigió hacia el interior. Mierda. Tal vez no debería haber asustado a Patricio. Paula podía tener amigos, después de todo. Pero había algo que no le cayó bien ante la idea de que tenga amigos varones. Sin embargo, sabía que no tenía derecho a estar enojado con Paula. Tendría que trabajar en eso.
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